PROTOCOLOS DE COMUNICACIÓN
El
correo llega un lunes a las siete de la mañana. Es un mensaje firmado por
Álvaro Márquez, el director ejecutivo. En pocas líneas, anuncia un nuevo
protocolo para las reuniones: a partir de este mismo día, nadie podrá hablar sin
que se le conceda la palabra. "Para optimizar la eficiencia comunicativa y
evitar la dispersión de ideas", dice el correo.
A las nueve, el equipo de marketing entra a la
sala de conferencias. En el centro de la mesa, una caja de madera con un botón
en la parte superior. Márquez pulsa el botón. Una luz azul se enciende.
—A partir de ahora —dice—, solo hablará quien
yo elija.
Los empleados intercambian miradas. Algunos se
acomodan en sus sillas. Otros cruzan los brazos. Márquez sonríe.
—Vamos a empezar.
Pulsa el botón. La luz se apaga.
—Julia, tienes la palabra.
Julia hojea sus notas y comienza a hablar.
Cuando termina, baja la vista. La luz sigue apagada. Márquez pulsa el botón.
—Gracias, Julia. Ahora, Héctor.
La reunión sigue su curso. Las voces se suceden
con pausas largas, medidas. Nadie interrumpe. Nadie habla fuera de turno.
Al terminar, los empleados salen en silencio.
En el pasillo, Mariana se acerca a Héctor.
—Esto es ridículo —dice en voz baja.
—No podemos decir nada —responde él—. No aquí.
Durante
la semana, las reuniones repiten el mismo patrón. La luz azul, las
intervenciones controladas, los informes sin interrupciones. Pero el día
jueves, algo cambia. En medio de una presentación, un murmullo rompe la norma.
Márquez levanta la vista. Nadie habla. La luz azul sigue encendida.
—Espero que todos comprendan la importancia de
esta norma —dice.
El
viernes, un correo anónimo llega a todos los empleados:
"Si no hablamos ahora, pronto no podremos
hablar en absoluto."
El
lunes, la inquietud es palpable. La reunión comienza. La caja de madera sigue
en el centro de la mesa. La luz azul se enciende.
—Julia, tienes la palabra.
Julia habla. Cuando termina, Márquez pulsa el
botón.
—Gracias, Julia. Ahora, Javier.
Javier empieza su presentación. La misma dinámica.
La misma secuencia.
Entonces, una voz irrumpió.
—Esto no tiene sentido.
Las cabezas se giran. Héctor ha hablado.
Márquez lo observa.
—¿Qué has dicho?
Héctor se endereza.
—Digo que esto no tiene sentido. No es
comunicación, es control.
Márquez pulsa el botón. La luz azul se
enciende.
—Héctor, tu turno ha sido revocado. No hablarás
en la próxima reunión.
Héctor mantiene la mirada fija en la mesa.
Nadie dice nada.
—Continuamos —ordena Márquez.
Esa
noche, otro correo anónimo llega a todas las bandejas de entrada. El asunto del
correo es breve: "No basta con callar". Dentro, un
mensaje aún más conciso:
"El silencio no nos protege. Nos vuelve
invisibles."
Nadie
responde. Nadie menciona el correo en los pasillos, ni en la cafetería, ni en
las reuniones. Héctor llega a su escritorio y encuentra una nota doblada bajo
su teclado. Solo dos palabras: "No estás solo".
El
martes, Márquez entra a la sala de conferencias con la misma seguridad de
siempre. Se sienta, coloca la caja de madera en el centro de la mesa y pulsa el
botón. La luz azul se enciende.
—Iniciemos —dice—. Mariana, tienes la palabra.
Mariana hojea sus papeles, pero su voz tiembla.
Se aclara la garganta y empieza a hablar. Cuando termina, Márquez pulsa el
botón.
—Gracias, Mariana. Ahora, Samuel.
Samuel respira hondo, se acomoda las gafas y comienza
a exponer. Al final, la luz azul se apaga.
—Gracias, Samuel. Ahora...
Una voz lo interrumpe.
—No acepto este método.
Es Julia.
Márquez frunce el ceño.
—¿Perdón?
—No acepto este método —repite ella—. No es
comunicación real. Nos obliga a seguir un guion, a esperar a que se nos conceda
la palabra.
Márquez pulsa el botón.
—Julia, tu turno ha terminado. No hablarás en
la próxima reunión.
Julia lo observa con el mismo aplomo con el que
habló. No dice nada más.
Al
día siguiente, otro correo anónimo llega a todas las bandejas de entrada.
"El miedo es el primer paso hacia la
obediencia ciega. No seamos cómplices."
El
correo circula rápido, y por primera vez, algunos empleados se atreven a
comentarlo en susurros. En el ascensor, en los baños, en las escaleras de
emergencia.
—No podemos seguir así.
—Nos están tratando como máquinas.
—¿Y si dejamos de hablar todos al mismo tiempo?
El
jueves, la reunión sigue su curso habitual. La caja de madera en el centro. La
luz azul. Las voces medidas.
Hasta
que, en medio de la exposición de Mariana, un sonido interrumpe la sala.
Un clic.
Márquez mira alrededor.
—¿Qué ha sido eso?
Silencio.
Otro clic.
Márquez entrecierra los ojos.
—Si alguien quiere hablar, que lo haga ahora.
Pero nadie dice nada.
El clic se repite.
Márquez pulsa el botón de la caja. La luz azul
parpadea, pero no se apaga.
—¿Quién está haciendo esto?
El clic vuelve a sonar. Ahora, con más
fuerza.
Márquez se pone de pie.
—¡Basta!
El clic se detiene. Los empleados se
miran entre sí. Nadie habla.
Al
día siguiente, otro correo anónimo llega a todas las bandejas de entrada.
"El control solo existe si lo
obedecemos."
El
lunes, la caja de madera no está en la sala de conferencias.
Márquez llega con su habitual postura de
dominio, pero su expresión es distinta. Cansada. Vigilante.
—Hoy no habrá reunión.
Los empleados se miran entre sí.
—Vuelvan a sus escritorios.
Se hace el silencio.
Uno a uno, los empleados se ponen de pie y
salen de la sala.
Héctor es el último en salir. Antes de cruzar
la puerta, mira a Márquez.
—La comunicación es un derecho, no un
privilegio.
Márquez no responde.
Esa noche, otro correo anónimo llega a todas
las bandejas de entrada.
"Hemos recuperado la palabra. Que no nos
la vuelvan a quitar."
El
correo del lunes cambia la rutina. La caja de madera ha desaparecido de la sala
de reuniones, pero nadie se atreve a comentarlo. Los empleados se mueven con
una calma forzada, atentos a cualquier señal de Márquez.
A las once, Héctor entra en la cafetería. Se
sirve un café y se apoya contra la barra. Julia está en la mesa del fondo, con
la vista fija en su portátil. Mariana y Samuel conversan en voz baja cerca de
la máquina de agua. Nadie menciona lo ocurrido el día anterior, pero las
miradas, los gestos tensos, hablan por sí solos.
Cuando Héctor toma asiento frente a Julia, ella
cierra la pantalla de su portátil y le hace un gesto con la cabeza, señalando
hacia la cámara de seguridad en la esquina.
—No aquí —murmura, apenas moviendo los labios.
Él asiente y bebe un sorbo de café.
A las tres de la tarde, un nuevo correo llega a
todas las bandejas de entrada. Esta vez no es anónimo.
Asunto: Reestructuración de protocolos de comunicación
De: Álvaro Márquez
"Estimados colaboradores,
Con el objetivo de garantizar una comunicación
eficaz y alineada con los valores de nuestra empresa, hemos decidido modificar
nuevamente el formato de nuestras reuniones. A partir de ahora, se restablecerá
el flujo libre de intervenciones. Sin embargo, se implementará un nuevo
mecanismo para optimizar los tiempos: cada reunión será registrada y
supervisada.
Confiamos en su compromiso con la eficiencia y
el respeto mutuo.
Atentamente,
Álvaro Márquez"
El mensaje no incluye más detalles. No menciona
la caja de madera ni la luz azul, pero tampoco explica cómo se llevará a cabo
la supervisión.
Esa
tarde, la sala de reuniones permanece vacía. A las seis, Mariana cierra su
computadora y se pone de pie. En el reflejo del monitor, nota a Héctor
mirándola desde su escritorio. Cruzan miradas por un instante.
Cuando ella sale, él la sigue.
Bajan por las escaleras de emergencia en
silencio. La luz del pasillo titila débilmente cuando llegan al
estacionamiento.
—No van a detenerse —dice Mariana, apoyándose
contra una columna.
—No —responde Héctor—, pero nosotros tampoco.
Se quedan en silencio unos segundos.
—Si realmente nos están grabando…
—Quieren que nos grabemos a nosotros mismos —la
interrumpe Héctor—. Que dudemos antes de hablar, antes de escribir, antes de
cualquier cosa.
El eco de un portazo en algún punto del
estacionamiento los hace sobresaltarse.
Mariana se endereza.
—¿Qué hacemos ahora?
Héctor mira hacia la salida.
—Esperamos.
Esa
noche a las tres de la madrugada, aparece un mensaje en las bandejas de entrada
de todos los empleados.
"Nos observan. Pero también podemos observarlos
a ellos."
El
martes comienza con un silencio más denso de lo habitual. Los empleados llegan
a la oficina sin intercambiar más que saludos cortos y miradas esquivas.
Algunos abren sus correos con cautela, otros fingen no haber recibido el
mensaje de la madrugada.
A las nueve en punto, la reunión semanal de
planificación se desarrolla sin interrupciones. No hay caja de madera sobre la
mesa, pero Márquez está ahí, sentado en la cabecera, con las manos
entrelazadas. Observa a cada persona mientras habla. Ninguno se desvía del
tema. A las diez y media, Samuel camina por el pasillo con una carpeta en la
mano. Se detiene en seco cuando nota a Julia y Mariana junto a la
fotocopiadora. Hablan en susurros, girándose hacia los costados de vez en
cuando. Samuel las observa por un instante y sigue su camino. A las dos de la
tarde, un técnico entra en la sala de conferencias. Lleva una caja de
herramientas y un dispositivo pequeño en la mano. Se arrodilla junto a la mesa
y abre el panel inferior. Nadie le pregunta qué está haciendo. Nadie se acerca.
A las cinco, la mayoría de los empleados ya ha salido. Solo quedan luces
encendidas en algunas oficinas. Héctor cruza el pasillo con paso firme y entra
en la sala de conferencias. Se detiene frente a la mesa y observa el techo.
Allí, una cámara roja parpadea suavemente. A las ocho, la oficina está vacía.
Las pantallas de los ordenadores reflejan la tenue luz del pasillo. Un monitor
parpadea en la sala de seguridad. Una lista de nombres se despliega en la
pantalla. Una línea roja atraviesa uno de ellos.
El miércoles comienza con movimiento inusual. A las
ocho en punto, dos hombres de traje caminan por los pasillos de la oficina. No
llevan identificación visible. Se detienen en la recepción, intercambian
palabras con la secretaria y siguen adelante. A las nueve, la reunión matutina
no se lleva a cabo. La sala de conferencias permanece vacía. Algunos empleados se
agrupan en pequeños círculos, conversando en voz baja. Otros miran sus
pantallas sin escribir nada. A las diez y cuarto, Héctor no está en su
escritorio. Su ordenador permanece apagado. La silla vacía llama la atención de
varios empleados, pero nadie dice nada. A las once y media, Mariana camina
hacia la cocina con una taza en la mano. Al pasar junto a la sala de reuniones,
se detiene un segundo. La puerta está entornada. Dentro, los dos hombres de
traje están sentados frente a Márquez. Sobre la mesa, un expediente abierto. A
las dos de la tarde, se abre la puerta de la oficina de Márquez. Los hombres de
traje salen sin decir palabra. Al pasar junto a Julia, uno de ellos le dirige
una mirada breve. Luego desaparecen por el pasillo. A las tres y media, un
correo nuevo llega a todos los empleados.
Asunto: Actualización interna
De: Dirección Ejecutiva
"Estimados colaboradores,
Les informamos que, debido a circunstancias internas,
algunos ajustes serán implementados en la organización del equipo. Agradecemos
su compromiso y les pedimos mantener el enfoque en sus responsabilidades.
Atentamente,
Dirección Ejecutiva."
A las cinco, las luces comienzan a apagarse. Algunos
empleados recogen sus cosas en silencio. Otros permanecen sentados, mirando sus
pantallas. A las siete, la oficina está vacía. A las tres de la madrugada,
aparece un nuevo mensaje anónimo en las bandejas de entrada.
"Uno ha caído. ¿Quién sigue?"
El
jueves comienza sin Héctor. Su escritorio sigue vacío. Nadie preguntó por él.
Nadie menciona su nombre. A las nueve, Márquez cruza la oficina con paso firme.
Entra a la sala de reuniones y cierra la puerta tras de sí. A las diez y media,
Julia y Mariana intercambian papeles en la impresora. Sus miradas se
encuentran. Ninguna habla. A las doce, Samuel se detiene antes de entrar al
baño. La cámara del pasillo parpadea. Sigue caminando. A la una y cuarto,
aparece una nueva carpeta en el escritorio del asistente de Márquez. No tiene
nombre. A las cuatro, un técnico ajusta el monitor central en la sala de
seguridad. Desconecte un cable. Antes de salir, observe la pantalla. Dos líneas
rojas. A las seis, las luces comienzan a apagarse. Mariana se queda un momento
junto a la salida. Mira el pasillo, las oficinas vacías, la luz tenue de la
sala de reuniones. Luego cruza la puerta. A las ocho, la oficina está en
silencio.
A
las tres de la madrugada, un último mensaje anónimo llega a todas las bandejas
de entrada.
"El siguiente ya ha sido elegido."
Interesante.
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