Mar del Sur
Hacía dos meses que había muerto la madre de Hugo, Carla y Laura y al llegar el verano, luego de las fiestas, los hermanos se habían prometido que irían a tirar las cenizas de su madre al mar.
–¿Y, están listas? –, le preguntó Hugo a su esposa y sus dos hijas.
–Un momento, estoy terminando de peinarme–, respondió la más grande. Hugo era una persona inquieta, era de esos hombres que si no trabajaba tenía que meterse en alguna actividad con sus amigos: pádel, golf, tenis, lo que sea. Hacía ya varios años que no podía conciliar el sueño y lo había intentado con todo, meditación, pastillas, hasta aceite de cannabis. Era un hombre conservador y por más que el cannabis había sido legalizado para uso médico, él seguía pensando que era la puerta de entrada a la cocaína.
–¡Apúrense que los otros ya salieron y tenemos que encontrarnos en la estación de servicio para llegar todos juntos! Voy subiendo los bolsos y las espero en el auto –. Hugo había ido a la escuela técnica y se había recibido de ingeniero. Con sus manos rechonchas y pequeñas como las manitas de un cerdo, agarró el equipaje que pudo y lo fue incrustando prolijamente como un tetris en el baúl del auto.
En la estación de servicio se encontraron las tres familias. En total eran 13 personas. Hugo con su mujer y sus dos hijas, Carla con su esposo y sus tres hijos y Laura con su pareja y también sus hijos. Estacionaron, se bajaron de sus coches y se saludaron alegremente todos con todos. Desde la muerte de su madre no se habían vuelto a encontrar y era la primera vez que pasaban tanto tiempo sin verse.
–¿Papá puedo ir con la tía en el auto? –. La hija más pequeña de Hugo por fuera era encantadora. Tenía unos rizos profundos como el vacío y parecía una muñeca de porcelana. Su piel era tan blanca como un huevo duro y tenía pecas negras por toda la cara. Su voz era forzosamente dulce y por dentro la habitaba, el mismísimo muñeco Chuky.
–No no, no jodas Pilar.
–¡Dale pa, por favor! La tía me dijo que tiene dos lugares atrás.
–Dale Hugo, no seas mala onda, relájate. En la próxima parada hacemos cambio de nuevo –. Laura era la hermana más chica y a diferencia de Hugo, era la relajada. Siempre usaba babuchas de lino y mezclaba colores como el verde y el naranja o el amarillo y el celeste. Hacía un tiempo ya, se estaba dejando las canas.
–Bueno andá, pero portate bien.
El viaje, aproximadamente, duraba doce horas y habían organizado para hacerlo de un tirón. En la estación de servicio los conductores asignados se tomaron un café y cargaron nafta. Los niños se estoquearon de esas porquerías que dan caries para comer durante el trayecto y finalmente, salieron todos juntos en caravana. Adelante iba Hugo, atrás Laura y última Carla.
La casa que habían alquilado ya la conocían, habían estado veraneando allí más de una vez junto con su madre y con su padre, pero hacía ya más de 17 años que no habían vuelto a visitar aquel pueblo. Al parecer, por lo que se veía en las fotos, la casa se mantenía intacta, con los mismos muebles y adornos, y también, con la misma mugre.
–¡Capicua! –. Julian le dió un golpe en el hombro a su hermana.
–Aii nene, me hiciste mal –, respondió Carola.
–¿Mami podes ponerme la canción que me gusta? – agregó la más pequeña.
–A ver, se calman un poco por favor, faltan ocho horas y ya están rompiendo las pelotas –. Carla sin duda era la más brava de los tres hermanos. Tenía el trauma de ser la hija del medio y para llamar la atención de sus padres se había dedicado a ser excelente en todo lo que hacía. Esa misma exigencia, se la trasladaba a sus hijos.
–¿Qué canción querés Valentina? –, le dijo Carla con cara de agobio.
–Ay no me acuerdo el nombre mami, esa que pones vos que me gusta –. La niña era la más pequeña de toda la familia y por ende, la más complacida.
–¿Esta? –. Carla era fanática de Rafaela Carrà. En sus momentos más felices, se iba al living de su casa, conectaba el equipo de música que le había regalado su padre y ponía el CD de Rafaela Carrà a todo volumen. Bailaba y cantaba frente al espejo, agitando la cabeza e imitando los movimientos de la cantante “para hacer bien el amor hay que venir al sur".
–Si, ésta, ésta –. Valentina miró a su mamá por el espejo retrovisor y le sonrió. Carla y los tres niños iban cantando. –Por si acaso se acaba el mundo, todo el tiempo he de aprovechar–. El marido sonreía y movía la cabeza en un gesto de resignación. Marcos era un hombre demasiado bueno, estaba perdidamente enamorado de Carla y era capaz de escalar el Aconcagua descalzo si ella se lo pedía. A Carla eso la exasperaba, a veces pensaba en separarse, pero luego recordaba que a esa edad ya ningún hombre apreciaría su intensidad como lo hacía él.
–¿Qué pasa? ¿Por qué frenan ahora? Así no vamos a llegar más –. Carla estaba enfurecida.
–Para amor, creo que les pasó algo con el auto–. Marcos puso las balizas, estacionó el coche en la banquina, se desabrochó el cinturón y bajó. – Voy a ver qué pasa –. Carla y los niños se quedaron cantando en el auto.
Para Carla, Laura andaba demasiado relajada por la vida, hacía demasiado reiki y demasiada yoga y se había pasado diez pueblos con eso de la desconexión del mundo material. En realidad siempre le había parecido que su hermana carecía de personalidad y estas filosofías new age le venían como anillo al dedo para inventarse una. En realidad, también, siempre le había tenido un poco de envidia.
–Te dije que revises el auto antes del viaje, no es la primera vez que te pasa Lauri –. Carla ardía por dentro y todos lo sabían pero aún así, orgullosa, intentaba disimularlo con un tono de voz sosegado. –Yo te avise.
–Si es verdad Carly, vos me dijiste. Bueno, ya está, todo pasa por algo, ahí Juanchi está llamando a la grúa para que nos lleve a Balcarce, me fijé en Google Maps y es el pueblo más cercano.
Después de dos horas de quedarse esperando en la banquina, y jugar a todos los juegos de ruta que conocían: la guerra de canciones, el juego de la oración, el adivina quién y el veo veo, la grúa llegó y salieron todos hacía Balcarce. Según el mecánico hasta un día podía llevar el arreglo del auto y en el único hospedaje que tenían tantas camas disponible por esa noche era un Hostel barato para mochileros, Hostel La Residencia.
–No –, dijo firme Carla.
–De ninguna manera –, agregó Hugo.
–Si vos igual no dormís pa –, le contestó la más pequeña, metiéndose en el asunto.
–No tenemos otra opción – dijo Maria, la mujer de Hugo.
–Además, es todo una experiencia –. Laura ya estaba empezando a sentir la bronca de sus hermanos hacía ella y su forma de caer siempre bien parada era haciendose la que nada le molestaba porque al final todo era un aprendizaje para el espíritu.
–Delen, vamos a pasarla bien –, insistió Laura, pero muy bien no la pasaron. Las habitaciones eran compartidas y tuvieron que dormir todos en una habitación llena de cuchetas. Durante la noche hubo ruidos de fiesta y se cortó la luz así que los ventiladores dejaron de funcionar. Ni Hugo, ni Carla, ni Laura pegaron un ojo en toda la noche.
–Arriba, vamos a levantarnos que desayunamos y nos vamos –. Carla iba abriendo las persianas y las ventanas de las habitaciones para que todos se levanten. Las quejas sonaban como cantos de ranas.
–Vamos Valen – Besa la pequeña en la frente. –Ya te hice tu chocolatada.
Mientras todos desayunaban, Juan, el novio de Laura, fue a buscar el auto y luego siguieron viaje hacia el destino inicial, Mar del Sur, un pueblo fantasma de la costa argentina. Allí quería su madre que tiren sus cenizas. En ese pueblo desolado que lo único maravilloso que tenía además del mar, era un hotel abandonado donde se refugiaron y murieron cientos de judios exiliados de la Rusia zarista, el Hotel Boulevard Atlántico.
Después de cinco horas de viaje, llegaron finalmente al pueblo. La última vez que habían ido fue con sus parejas y el niño más grande de Carla, Julian, que en ese momento no tenía ni un año. El lugar seguía intacto, iba a contramano del mundo. No avanzaba, sino que retrocedía. Uno de los almacenes había cerrado y luego seguían estando los mismos locales de siempre y los atendían las mismas personas pero más envejecidas. El pueblo constaba de una calle principal donde estaba el hotel abandonado y los únicos seis comercios que había: un almacén, una heladería, una plaza de juegos con máquinas de antes de los 2000, una bicicletería, un lugar donde vendían artículos de pesca y una panadería. El resto eran calles perpendiculares de tierra por donde había algunas casas de verano, más allá de eso, había campo.
–Iupiiiiii llegamos, mami ¿Podemos ir al mar? –, preguntó Lucas, el hijo más pequeño de Laura. A los niños en cambio, el lugar les parecía fascinante, podían andar solos por la calle sin problemas y hasta podían también caminar descalzos por todo el pueblo. Lo bueno de aquel lugar abandonado es que ya todo había sido robado. No quedaba nada, ni siquiera llegaba bien la señal del celular y lo único que tenían para hacer los niños, era jugar a los fichines de la plaza de juegos que había o disfrutar del mar.
–Si vayan, esperen a sus primos y vayan todos juntos.
Los niños se fueron a pasear y los más grandes se fueron a dejar todo en la casa. Llegaron buscaron la llave debajo de la alfombra, tal como les había dicho la casera, entraron y comenzaron a abrir todas las ventanas para ventilarla. Olía a humedad y el suelo estaba lleno de arena. Carla bajó las compras de super y comenzó a organizar todo en la cocina, Maria se puso a barrer la arena que había en el piso y a pasar el plumero por todos los rincones. Laura y los tres hombres, se quedaron por un momento disfrutando del sol en la galería. Laura les gritó.
–Dejen, después organizamos todo, vamos a la playa que está divino el día
–Ahí va, armo el bolso y vamos –, le respondió Carla también gritando– Que vamos hacer, mi madre la malcrió demasiado –, dijo en voz baja dirigiéndose a Maria que seguía en el comedor pasando el plumero.
No había una pizca de viento y el mar estaba más transparente que nunca. Llegaron, se pusieron cerca del agua pero no tanto para que las olas no los mojen y Hugo colocó la sombrilla con su técnica maestra. Se quedaron allí pasando el resto del día. Mientras las mujeres tomaban sol y leían, los hombres organizaban competencias de paleta pelota, de tejo y de volley. Los niños estaban extasiados. Comieron choclo con manteca y a la tarde cuando ya estaba cayendo el sol, unos churros que le compraron a Luis, el hombre que todos los años, iba de playa en playa hasta llegar a Mar del Sur.
En silencio volvieron caminando a la casa que habían alquilado. Los niños se bañaron primero y se acabaron toda el agua caliente. Mientras Laura y Carla cocinaban, los adolescentes jugaban a las cartas y los hombres charlaban y bebían cerveza.
–¿Qué le pones? – preguntó Carla con cara de asco.
–Mango desecado – respondió Laura
–¿Y donde compraste eso? ¿Vos queres que los chicos te tiren la ensalada por la cabeza? – Laura no se ofendió, sabía que su hermana era así y en realidad, le daba gracia.
–Ay Carly, los míos ya están acostumbrados y les encanta, ya vas a ver cuando la pruebes – Carla abrió los ojos sorprendida y siguió cortando la mozzarella en cuadrados.
En la mesa, comieron y charlaron un buen rato. Los niños, no sin antes llevar sus platos a la cocina, se levantaron y se pusieron a ver tele y jugar con los celulares. Maria lavó los platos y Carla terminó de limpiar la sala. A las once de la noche, ya estaban todos durmiendo, inclusive Hugo.
La mañana siguiente los primeros en levantarse fueron los niños. Desayunaron unas galletas con Nesquik y se quedaron jugando a la pelota en el jardín. No mucho más tarde se comenzaron a levantar los adultos. Ese día, cuando el sol comenzara a bajar, tenían planeado ir a tirar las cenizas de su madre al mar. El plan era ir a la mañana al mar, volver a la casa a almorzar algo rápido, unos sanguches o unas empanadas y a eso de las cinco de la tarde encontrarse en el hotel para comenzar la caminata hacia las zonas más deshabitada y rocosa donde lanzarian las cenizas.
–Che tuve un sueño raro, ¿Dónde están las cenizas de mamá? –, preguntó Hugo.
–¿Pudiste dormir hermanito? Que bueno, te estás relajando –, respondió Laura mientras le batía el café a Juanchi, el novio diez años más chico que tenía hacía ya dos años – Están en mi auto –, agregó.
–¿Pero no las habías bajado cuando lo dejaron en el mecánico?– interrumpió Carla desde el baño.
–Mmm, no me acuerdo. Me voy a fijar, si fue así, seguro que después las volví a guardar – Laura buscó las llaves en su bolso que estaba colgado en una silla y fue a revisar el auto. Mientras caminaba todavía dormida iba haciendo memoria y recordando, “mm la puta madre”. Abrió el baúl pero estaba vacío, se fijó entre los asientos de adelante y luego en los cuatro asientos de atrás pero tampoco había nada. Las cenizas no estaban. Laura se sentó en el asiento de adelante y se agarró la cabeza y se puso a llorar un poco de bronca y otro poco de desesperación. – Ay mamita porque mierda querías que nos vengamos hasta acá a tirar tus cenizas –. El reiki estaba llegando a su límite. Por un momento pensó comprar otro jarrón y llenarlo de cenizas de papel, pero luego recordó que Carla había trabajado en un crematorio y que reconocería en el acto que no eran las cenizas de su madre. Era demasiado inteligente para tragarse esa mentira.
– ¡¿Cómo que te las olvidaste en el Hostel?! ¿Estás segura Laura? ¿Y si las dejaste en la ruta? Justo vos que fuiste su preferida venís a perder sus cenizas.
–Bueno, para Carla, no seas dramática. Ahí está llamando para preguntar si se las dejó ahí –. Hugo trataba de poner paños fríos al asunto.
–Bueno, tengo buenas noticias. Las tienen el el hostel, me dijo que nos las guardan. Yo ya le dije que en un rato salimos para allá y que seguro a eso de las 17 hs estábamos llegando.
–¿Mami qué pasó?, preguntó Valentina.
–Nada hijita, no te preocupes. Ahora me voy con tus tíos y vuelvo a la noche. Vos te quedas con tus hermanos y tu papa, que los va a llevar a la playa.
Hugo, Carla y Laura se cambiaron rápidamente y salieron en el auto de Carla. Hugo manejaba, Carla daba indicaciones y Laura iba atrás sin hacer muchos comentarios. El camino era derecho hasta llegar a un desvío que los llevaba al pueblo. El aire se cortaba con un cuchillo.
–¿Cargamos nafta y frenamos por un café? No tuve tiempo ni de lavarme los dientes y tengo un sabor hediondo en la boca –, dijo Laura.
–Si por favor –, respondió Carla.
Estacionaron en la primera gasolinera que encontraron y mientras Hugo cargaba nafta, Carla y Laura pidieron tres café con seis medialunas.
–Huguito, que bueno que pudiste dormir – dijo Carla tratando de distender un poco la situación. El problema de insomnio de Hugo era de público conocimiento y todos alguna vez había querido ayudar con algún consejo o medicamento. En realidad, en esa familia, casi todo era de público conocimiento. Su madre, ya muerta, se había encargado diariamente de poner al día a todos sus hijos, de la vida de cada integrante de la familia. Cuando uno de sus nietos estaba enfermo o había sacado una buena nota en la escuela, cuando sus hijos estaban peleados con sus parejas, hasta cuando alguna de las niñas menstruaba por primera vez.
–Pone algo de música Carly –. Carla le paso el cable auxiliar a su hermana– Toma poné vos, yo no puedo, me mareo. Laura puso una lista que tenía en Spotify y muchas canciones que sonaron le hicieron recordar a su madre. Cantaron, charlaron y se pusieron al día con sus vidas. Desde que su madre había muerto no habían tenido muchas oportunidades para juntarse todos como hacían antes.
–Nos vamos a separar.
–¿Qué?! Al fin. Por eso estás pudiendo dormir.
–Si, lo único que me tiene preocupado son las chicas. No se como se lo van a tomar.
–Y al principio no muy bien, pero es normal, además es lo mejor para todos. Ya es muy evidente que no da para más. Maria es buena mujer y buena madre, pero no sé, siempre está con cara de orto –, escupió Laura sin pelos en la lengua.
–Sí, es verdad –, agregó Carla aprovechando la situación.
A Laura y a Carla jamás les había terminado de cerrar María, la habían aceptado porque era la mujer de su hermano y madre de sus sobrinas, pero creían que siempre andaba afligida y que no podía disfrutar de las cosas sencillas de la vida. A su madre tampoco le caía muy bien. En realidad era mutuo, Maria detestaba que se meta en todo y su madre se sentía ignorada por ella. “Algún día mi hijito se va dar cuenta y la va dejar”. Sus deseos al final, se hicieron realidad, lastima que no pudo vivir para verlo.
–Bueno, ya que estamos con confesiones, hace unos días Julian me contó que es gay y que está saliendo con un chico, Marcos todavía no sabe nada, yo lo estoy procesando –. Julian era el nieto más grande, tenía 17 años y estaba por terminar la secundaria. Era el preferido de su abuela, ella todo lo hacía pensando en él, era la luz de sus ojos porque no sabía que le gustaban los hombres.
Hugo y Laura se quedaron en silencio por un momento.
–No me lo esperaba –, dijo Hugo tratando de disimular el impacto de la noticia. –Si él es feliz, está bien.
–Y si no es feliz, también lo está – agregó Laura tratando de desdramatizar la situación. Carla río abatida y se quedó en silencio mirando a través de la ventana.
– ¡Nooo! La puta madre, nos pasamos, era ahí el desvío, perdón, perdón.
A las once de la noche llegaron a la casa con las cenizas.Todos estaban durmiendo. Carla agarró el jarrón del baúl y lo dejó en su habitación. Antes de irse a dormir comieron los restos que habían quedado de las pizzas que había hecho Juanchi y se tomaron unas cervezas.
–Es increíble, siempre pensé que mamá no me quería, nunca me miraba como a ustedes, jamás me dijo lo orgullosa que estaba de mí y en algún punto, siento que a veces, hago lo mismo con mis hijos.
–Es difícil ser madre, aunque, bastante bien salimos. De hecho, es sabido, la peor soy yo, tuve dos matrimonios fallidos, no terminé ninguna carrera y me quede embarazada sin estar casada –. Los tres se miraron entre sí y soltaron una carcajada.
–Igual, no te imagino casada, ni con esa vida tradicional que hubiese querido la ma para nosotros –. dice Hugo.
–Yo tampoco–, responde Laura.
En realidad cada uno a su manera, estaba cada vez más lejos de ese ideal. La muerte de su madre también significó la muerte de ese deber. A pesar de todo, su madre siempre había desafiado ese destino. De la boca para afuera, era la mujer ideal, madre, esposa, hermana y amiga, pero en la realidad se había encargado de desafiar todas las expectativas que tenían sobre ella. “A veces lo ideal, no es lo que conviene”.
A la mañana siguiente se levantaron, desayunaron todos juntos, armaron una heladerita con comida y bebida, Laura agarró el jarrón con las cenizas de su madre y se fueron caminando hasta la parte más deshabitada del mar. Por el camino pasaron por un campo de girasoles y los niños se frenaron para meterse entre medio y sacarse fotos. Al mediodía llegaron y asentaron campamento en una pequeña playa a la que solían ir con su madre y con su padre. Comieron las sobras que habían quedado de los días anteriores y horas más tarde, cuando el sol comenzó a bajar, se metieron al mar y comenzaron a lanzar las cenizas.
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