lunes, 3 de febrero de 2025

-Relato 3 de Juan Gutiérrez

 

 

El guerrillero y el civil

 

Esperan la comida, al borde de una playa sobre el pacífico dos hombres atléticos y de piel morena. Uno viste un pantalón de lino blanco y unas sandalias marrón con las uñas no limadas, el otro, usa un pantalón de camuflaje, botas ocres, una camiseta blanca y una gorra. Se escucha el soplo de la brisa chocando con la vegetación diversa de la costa chocoana y el mar en una tarde con el sol rojizo en sus miradas. Huele a pescaito recién pescao, a patacón pisao y agüita de ron con piña. 

—¿Compadre Adriano cómo vamos a escaparnos?

 Revuelve la sopa Ainti de una gran olla negra por el hollín, saborea y habla. 

—No sé Ainti, déjeme resolver unos asuntos. —Adriano sentado, en un árbol talado, rasca su cabeza. 

—¿Le dijeron que me matara? —Ainti deja caer sus brazos en forma de abrazo en Adriano y se recarga en él.

 —No, pero si nos ven nos matan. —Adriano le hace dar un giro a Ainti para que caiga sentado en sus piernas. 

»Bésame, bésame mucho. Cómo si usted no estuviera en la guerra esta vez. Bésame, bésame el alma, que tengo ganas contigo siempreee. —Ainti le escucha cantar y ve directamente a sus ojos con una sonrisa tímida.

Con el sol de las diez de la mañana, Adriano despierta y sale del campamento con una erección tímida. Desnudo se baña, en la orilla. Hay grandes pájaros que vuelan en el cielo del combate. Ainti, medita, enciende incienso, frota jazmín y lavanda en sus sienes y en sus manos. La costa pacífica es bombardeada por el norte sin tregua ninguna y se ven a lo lejos humaredas enormes con dirección al refugio natural donde están juntos. 

—Ainti, ¿si escucha? Mire hacia el norte. —Adriano acomoda sus aretes dentro de sus pezones. 

—Guíeme, la selva es su territorio, mi querido comandante. —Con una voz dulce Ainti organiza sus maletas y Adriano viste una camisa que deja abierta.

—Tome este pantalón y este cinturón, póngaselos para correr menos peligro. —Con una voz fuerte Adriano empieza a vestir un pantalón camuflado corto y botas punta de acero. 

—¿Cuántas horas caminó con la guerrilla? —Ainti desliza su brazo hasta subirle el cierre del pantalón a Adriano. 

—Fueron años, mi rey, años en los que sufrí ser marica y no lo había encontrado a usted. —Se abrazan fuerte pecho contra pecho y testículos contra testículos. 

—Adriano, ¿el amor también es una prisión? No se quede conmigo si es para ser un recluta mío. —Ainti besa sus labios despacio, sin afán y dibujan infinitos yuxtapuestos con las lenguas.

 

En medio de la selva, corren a través de un camino de ortigas gigantes, hasta llegar a un pequeño caserío de pocos habitantes cuatro cabañas y una bandada de loros en el cielo. Los pájaros revolotean las nubes húmedas y grises y hacen sonidos de una ambulancia en medio de una autopista. Se detienen en una casa cuyo guardián es un gran perro de orejas alargadas y triangulares, Ainti no puede dejar de rascarse las grandes ronchas de la ortiga. El perro amarrado aúlla y Adriano se acerca para acariciarlo.

—Bienvenido a mi rancho de infancia Ainti. —Con voz temblorosa golpea la puerta sin ninguna respuesta.

Adriano empuja con fuerza la puerta, y ambos ven dos cuerpos sin vida con olor a orquídeas y hongos frescos. Ainti se le salen las lágrimas involuntarias como si despertara de un sueño profundo. Adriano corre a abrazar los cuerpos y llora sin pausa.

—Mamita y mi morrocoy hermosa, ¿que será mi vida sin las flores más hermosas de la selva? Mamita, hermanita. — Adriano contrae su pecho y su abdomen, hace una pausa en su llorar y luego vuelve. Ainti con ronchas en todo el cuerpo camina de lado a lado sin hacer ruido en los pies, se agacha y abraza a su compañero. 

—¿Se imagina el día en el que se acabe la guerra? Me encantaría cogerle la mano en público y decirle a todo el mundo que usted me encanta y que me encanta comerle el culo — grita Ainti en medio de la noche alumbrada por dos linternas grandes con un olor a remedio anti mosquitos. 

—Hable más pasito, que lo escuchan y en este mundo hasta árboles nos harían perder el camino —susurra fuerte Adriano que lidera la ruta en medio de la selva oscura. 

—Han pasado meses, aprendiendo a comer culebra, tortuga, pescado y frutas únicas, haciendo trampas y corriendo con maletas de cuarenta kilos y dos fusiles entre lodo, mierda, entre muertos y tristeza, pero seguimos juntos y vivos, mi amor. — Ainti saca una botella de medio litro de ron y bebe. 

—Deme un chorrito por eso, otro por mi má y mi morrocoy me van a hacer mucha falta. — Adriano se le escurren las lágrimas y como latigazos hace salir humitos de la luz tenue de la linterna. 

—¿Si llegamos a salvarnos que haría compa? — Ainti le ofrece otro trago de ron y le aprieta los hombros. 

— Me lo llevo a vivir conmigo — Con más fuerza deja caer lagrimones 

—Y si ¿alguno de los dos muere? 

—Si me voy yo, haga su vida, enamórese, trabaje duro sus sueños, y si usted se va, le hago un altar grande en medio de la selva, lo visito cada tercer día, le dedico mis pajas siempre y quizá después del duelo de años pueda volver a enamorarme…

—Adriano usted sabe que yo lo quiero mucho, ¿no?

—-Ainti yo a usted también, sobre todas las cosas

—Venga abráceme de nuevo

 

Ainti camina de un lado a otro, es su cumpleaños y espera a Adriano que pesca para celebrar. Sin dejar de caminar ve a lo lejos cinco hombres con pantalones cortos y botas de caucho. Ainti recoge todo con una extrema rapidez. Cuando están más próximos, ve que los hombres tienen cadenas de oro exuberantes, gorras de las fuerzas armadas y gafas deportivas oscuras. Con todo recogido, se esconde entre los matorrales, llenándose de pequeñas púas todo el cuerpo. 

—Papi, mirá, dejaron un ron, recién destapadito. —Con una voz desafiante uno de los señores recoge una botella de los enamorados.

Sin respiración Ainti se persigna tres veces y en sus labios apenas susurrado se lee: “Mamita Diosa”. 

—También hay un lubricante anal y unos pañitos húmedos. —Un joven comenta con voz risueña. 

—Ayy Javi, soldado mariquita, ¿voy a chupar ron mientras me lo chupas? — Insiste el líder del grupo mientras todos se ríen. 

—Hagamos el campamento aquí. — Con una voz fuerte, uno de los señores se detiene, abre su maleta y saca sus armas para limpiarlas. 

—¿Por qué? Si acabamo’ de emprende’ el viaje Sargento. —Otro soldado que porta una batería eléctrica portátil en su pecho. La batería está conectada a un router de internet satelital.

—Porque aquí hay diversión y este sargento le gusta quedarse donde hay diversión. —El líder con sus pasos firmes, se dirige hacia el soldado

—Si, seño’, dígame patrón si pu’eo por favo’ deja’ la batería, que estos treinta kilo’ están bien pesaos

—Pero hombre, ¿cuántas veces le tengo que decir? Si usted no la carga mi whatsapp no responde. ¿Ustedes, perros, ya fueron a buscar los maricones?

 Se escucha un vallenato perfectamente audible de los dos caminos que tomaron un Ainti y el otro Adriano. Aiinti lleva las cosas del camping su maleta y la de Adriano, Adriano a medio vestir lleva los pescados, las mordajas, la red de pesca y las cañas para pescar.

—Ainti mi amor, sálvate —dice Adriano suavecito con voz de pecho

—Adriano, mi guerri’ero. — Ainti con dos maletones gigante camina lo más rápido posible

 

Adriano y Ainti, recorren dos caminos. Adriano con dirección a la playa, recoge ropa tirada de turistas holandeses, son unas chanclas, una camiseta larga y un pantalón corto tamaño XXL. Aiinti con dirección al río, camina despacio en ascenso por la montaña. Las maletas las turna y las cambia todo el rato de posición, una en la espalda y otra en el pecho. En la manos lleva ollas poco acomodadas y la tiendita para acampar.

 

—Hey man, bu-e-nos di-as, señor, my clothes, esta es mi ropa. — Un señor nudista rubio de casi dos metros con un además extraño en las manos señala el Megadeth con fondo negro.

 

Una ligera llovizna con vapores espesos de la montaña selvática se desliza por entre las maletas y el cuerpo de Ainti. Con sudor en la frente y los ojos cansados de la humedad, Ainti, deja caer todo su cargamento en un montoncito de hierba seca.

 

—Disculpe Señor, you, ¿us-ted ha-bla es-pagnol? —dice el holandés con el cuerpo atlético pero viejo

 

Con las suelas del calzado muy agobiadas y resbaladizas, Ainti decide entrar en mundo de los sueños, pero antes, acomoda todas las maletas escondidas en un orden estratégico. Se quita la ropa y hace una mezcla de barro, hierbas mojadas y flores de loto rojas por el sol intenso de los días. Ainti se embadurna y grasoso se duerme.

—¿Us-ted se en-cuentra bi-en? — El holandés se acerca cauteloso a Adriano

Adriano sin decir palabra se quita la ropa del holandés. El holandés le recibe la ropa y la deja sobre la arena. Escurriendo agua de sus vellos espesos baña ligeramente los pies de Adriano.

—Con unas ganas de morirme. —Se aleja del holandés en busca de su pantalón atrincherado y las botas ocre. 

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