El guerrillero y
el civil
Esperan la comida, al borde de una
playa sobre el pacífico dos hombres atléticos y de piel morena. Uno viste un
pantalón de lino blanco y unas sandalias marrón con las uñas no limadas, el
otro, usa un pantalón de camuflaje, botas ocres, una camiseta blanca y una
gorra. Se escucha el soplo de la brisa chocando con la vegetación diversa de la
costa chocoana y el mar en una tarde con el sol rojizo en sus miradas. Huele a
pescaito recién pescao, a patacón pisao y agüita de ron con piña.
—¿Compadre Adriano cómo vamos a escaparnos?
Revuelve la sopa
Ainti de una gran olla negra por el hollín, saborea y habla.
—No sé Ainti, déjeme resolver unos asuntos. —Adriano
sentado, en un árbol talado, rasca su cabeza.
—¿Le dijeron que me matara? —Ainti deja caer sus brazos en
forma de abrazo en Adriano y se recarga en él.
—No, pero si nos ven nos matan. —Adriano le hace dar
un giro a Ainti para que caiga sentado en sus piernas.
»Bésame, bésame mucho. Cómo si usted no estuviera en la
guerra esta vez. Bésame, bésame el alma, que tengo ganas contigo siempreee. —Ainti
le escucha cantar y ve directamente a sus ojos con una sonrisa tímida.
Con el sol de las diez de la
mañana, Adriano despierta y sale del campamento con una erección tímida.
Desnudo se baña, en la orilla. Hay grandes pájaros que vuelan en el cielo del
combate. Ainti, medita, enciende incienso, frota jazmín y lavanda en sus sienes
y en sus manos. La costa pacífica es bombardeada por el norte sin tregua
ninguna y se ven a lo lejos humaredas enormes con dirección al refugio natural
donde están juntos.
—Ainti, ¿si escucha? Mire hacia el norte. —Adriano acomoda
sus aretes dentro de sus pezones.
—Guíeme, la selva es su territorio, mi querido comandante. —Con
una voz dulce Ainti organiza sus maletas y Adriano viste una camisa que deja
abierta.
—Tome este pantalón y este cinturón, póngaselos para correr
menos peligro. —Con una voz fuerte Adriano empieza a vestir un pantalón
camuflado corto y botas punta de acero.
—¿Cuántas horas caminó con la guerrilla? —Ainti desliza su
brazo hasta subirle el cierre del pantalón a Adriano.
—Fueron años, mi rey, años en los que sufrí ser marica y no
lo había encontrado a usted. —Se abrazan fuerte pecho contra pecho y testículos
contra testículos.
—Adriano, ¿el amor también es una prisión? No se quede
conmigo si es para ser un recluta mío. —Ainti besa sus labios despacio, sin
afán y dibujan infinitos yuxtapuestos con las lenguas.
En medio de la selva, corren a
través de un camino de ortigas gigantes, hasta llegar a un pequeño caserío de
pocos habitantes cuatro cabañas y una bandada de loros en el cielo. Los pájaros
revolotean las nubes húmedas y grises y hacen sonidos de una ambulancia en
medio de una autopista. Se detienen en una casa cuyo guardián es un gran perro
de orejas alargadas y triangulares, Ainti no puede dejar de rascarse las
grandes ronchas de la ortiga. El perro amarrado aúlla y Adriano se acerca para
acariciarlo.
—Bienvenido a mi rancho de infancia Ainti. —Con voz
temblorosa golpea la puerta sin ninguna respuesta.
Adriano empuja con fuerza la puerta, y ambos ven dos cuerpos
sin vida con olor a orquídeas y hongos frescos. Ainti se le salen las lágrimas
involuntarias como si despertara de un sueño profundo. Adriano corre a abrazar
los cuerpos y llora sin pausa.
—Mamita y mi morrocoy hermosa, ¿que será mi vida sin las
flores más hermosas de la selva? Mamita, hermanita. — Adriano contrae su pecho
y su abdomen, hace una pausa en su llorar y luego vuelve. Ainti con ronchas en
todo el cuerpo camina de lado a lado sin hacer ruido en los pies, se agacha y
abraza a su compañero.
—¿Se imagina el día en el que se acabe la guerra? Me
encantaría cogerle la mano en público y decirle a todo el mundo que usted me
encanta y que me encanta comerle el culo — grita Ainti en medio de la noche
alumbrada por dos linternas grandes con un olor a remedio anti mosquitos.
—Hable más pasito, que lo escuchan y en este mundo hasta árboles
nos harían perder el camino —susurra fuerte Adriano que lidera la ruta en medio
de la selva oscura.
—Han pasado meses, aprendiendo a comer culebra, tortuga,
pescado y frutas únicas, haciendo trampas y corriendo con maletas de cuarenta
kilos y dos fusiles entre lodo, mierda, entre muertos y tristeza, pero seguimos
juntos y vivos, mi amor. — Ainti saca una botella de medio litro de ron y
bebe.
—Deme un chorrito por eso, otro por mi má y mi morrocoy me van
a hacer mucha falta. — Adriano se le escurren las lágrimas y como latigazos
hace salir humitos de la luz tenue de la linterna.
—¿Si llegamos a salvarnos que haría compa? — Ainti le ofrece
otro trago de ron y le aprieta los hombros.
— Me lo llevo a vivir conmigo — Con más fuerza deja caer
lagrimones
—Y si ¿alguno de los dos muere?
—Si me voy yo, haga su vida, enamórese, trabaje duro sus
sueños, y si usted se va, le hago un altar grande en medio de la selva, lo
visito cada tercer día, le dedico mis pajas siempre y quizá después del duelo
de años pueda volver a enamorarme…
—Adriano usted sabe que yo lo quiero mucho, ¿no?
—-Ainti yo a usted también, sobre todas las cosas
—Venga abráceme de nuevo
Ainti camina de un lado a otro,
es su cumpleaños y espera a Adriano que pesca para celebrar. Sin dejar de
caminar ve a lo lejos cinco hombres con pantalones cortos y botas de caucho.
Ainti recoge todo con una extrema rapidez. Cuando están más próximos, ve que
los hombres tienen cadenas de oro exuberantes, gorras de las fuerzas armadas y
gafas deportivas oscuras. Con todo recogido, se esconde entre los matorrales,
llenándose de pequeñas púas todo el cuerpo.
—Papi, mirá, dejaron un ron, recién destapadito. —Con una
voz desafiante uno de los señores recoge una botella de los enamorados.
Sin respiración Ainti se persigna tres veces y en sus labios
apenas susurrado se lee: “Mamita Diosa”.
—También hay un lubricante anal y unos pañitos húmedos. —Un
joven comenta con voz risueña.
—Ayy Javi, soldado mariquita, ¿voy a chupar ron mientras me
lo chupas? — Insiste el líder del grupo mientras todos se ríen.
—Hagamos el campamento aquí. — Con una voz fuerte, uno de
los señores se detiene, abre su maleta y saca sus armas para limpiarlas.
—¿Por qué? Si acabamo’ de emprende’ el viaje Sargento. —Otro
soldado que porta una batería eléctrica portátil en su pecho. La batería está
conectada a un router de internet satelital.
—Porque aquí hay diversión y este sargento le gusta quedarse
donde hay diversión. —El líder con sus pasos firmes, se dirige hacia el soldado
—Si, seño’, dígame patrón si pu’eo por favo’ deja’ la batería,
que estos treinta kilo’ están bien pesaos
—Pero hombre, ¿cuántas veces le tengo que decir? Si usted no
la carga mi whatsapp no responde. ¿Ustedes, perros, ya fueron a buscar los
maricones?
Se escucha un vallenato
perfectamente audible de los dos caminos que tomaron un Ainti y el otro
Adriano. Aiinti lleva las cosas del camping su maleta y la de Adriano, Adriano
a medio vestir lleva los pescados, las mordajas, la red de pesca y las cañas
para pescar.
—Ainti mi amor, sálvate —dice Adriano suavecito con voz de
pecho
—Adriano, mi guerri’ero. — Ainti con dos maletones gigante camina
lo más rápido posible
Adriano y Ainti, recorren dos
caminos. Adriano con dirección a la playa, recoge ropa tirada de turistas holandeses,
son unas chanclas, una camiseta larga y un pantalón corto tamaño XXL. Aiinti
con dirección al río, camina despacio en ascenso por la montaña. Las maletas
las turna y las cambia todo el rato de posición, una en la espalda y otra en el
pecho. En la manos lleva ollas poco acomodadas y la tiendita para acampar.
—Hey man, bu-e-nos di-as, señor, my clothes, esta es mi ropa.
— Un señor nudista rubio de casi dos metros con un además extraño en las manos señala
el Megadeth con fondo negro.
Una ligera llovizna con vapores
espesos de la montaña selvática se desliza por entre las maletas y el cuerpo de
Ainti. Con sudor en la frente y los ojos cansados de la humedad, Ainti, deja
caer todo su cargamento en un montoncito de hierba seca.
—Disculpe Señor, you, ¿us-ted ha-bla es-pagnol? —dice el holandés
con el cuerpo atlético pero viejo
Con las suelas del calzado muy
agobiadas y resbaladizas, Ainti decide entrar en mundo de los sueños, pero
antes, acomoda todas las maletas escondidas en un orden estratégico. Se quita
la ropa y hace una mezcla de barro, hierbas mojadas y flores de loto rojas por
el sol intenso de los días. Ainti se embadurna y grasoso se duerme.
—¿Us-ted se en-cuentra bi-en? — El holandés se acerca cauteloso
a Adriano
Adriano sin decir palabra se quita la ropa del holandés. El holandés
le recibe la ropa y la deja sobre la arena. Escurriendo agua de sus vellos
espesos baña ligeramente los pies de Adriano.
—Con unas ganas de morirme. —Se aleja del holandés en busca de su pantalón atrincherado y las botas ocre.
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