domingo, 2 de febrero de 2025

Relato 3.0: Haydeliz Ramírez

 Silencios ante la ira

Primer silencio: La aniquilación del estudiante perfecto

Albert iba a la escuela. A estudiar. No saltaba las clases. Aunque en la hora del almuerzo, se escapa subiendo el portón trasero de la escuela superior. Era uno de los cuatro mejores de su clase.

Su abuelo paterno—Jesús— lo había ido a buscar a la Hostos —una escuela superior de su pueblo— para llevarlo hasta su casa. En el camino, Albert tenía los hombros tensos mientras que el abuelo conducía relajado.

—Abuelo… —Comenzó a hablar—. ¿Crees que… mamá se enojará?

—¿Con qué? —cuestionó Jesús con el ceño fruncido.

—Saqué setenta y nueve en el examen de trigonometría. Fui una de las notas más altas y la maestra tiene pensado bajar la curva pero aún no es seguro.

—Solo ha sido en este, ¿no?

—Sí —asintió.

—Aún te faltan más exámenes —sin dejar de mirar al frente—, no puede regañarte por este si aún no has terminado el semestre.

Albert se quedó callado hasta llegar a la casa. Se bajó del auto tomando la mochila del suelo y cerró la puerta tras de sí.

—¿Mañana te recojo a la misma hora? —preguntó su abuelo con una leve sonrisa con la ventanilla abajo.

—Sí. Nos vemos mañana.

Se despidió con la mano mientras veía a su abuelo irse. Suspiró antes de entrar. Isabella —su madre— se encontraba sentada en el sofá mirando las noticias en el televisor.

—Escuché que hoy te daban la nota de la clase de matemáticas —habló Isabella sin despegar la mirada de lo que estaba viendo.

—Ah, sí. —dice Albert serio. 

Este sigue caminando hasta su habitación donde deja la mochila, toma la botella de agua envuelta en papel de aluminio y regresa a la sala

—Saqué C —vuelve a hablar.

Isabella no dijo nada pero enfocó su mirada en Albert.

—¿De cuánto? —preguntó cruzándose de brazos.

—Todos nos fuimos en ese examen.

—A mí no me importan los demás —frunció el ceño—. Tú preocúpate por ti.

Albert guardó silencio jugando con cierta lentitud con la botella y camina hacia su habitación.

—No me dijiste de cuanto era la C —grita Isabella desde la sala.

Albert se detiene en el pasillo.

—La nota fue setenta y nueve —dijo Albert—. Piensa bajar la curva pero aun no es seguro.

Isabella chasquea la lengua.

—Que no se vuelva a repetir. De tu hermano está bien pero de ti es una decepción.

Albert se quedó en silencio pero asintió antes de retirarse a su habitación nuevamente.

La casa estaba a oscuras. Una brisa fresca se colaba por las ventanas abiertas. Albert caminó despacio hasta la sala. Su madre seguía sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvaron apenas. Sacó un cuchillo de la chaqueta, lo sostuvo con firmeza y se acercó lentamente. Clavó la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpicó su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmuró, exhalando un suspiro largo y pesado.

Cuando abrió los ojos, la botella de agua seguía fría sobre la mesa de noche.

Segundo silencio: La matanza del hijo ejemplar

Albert era un chico tranquilo. Callado pero tranquilo. El hijo que los padres trabajadores desearían tener. Totalmente.

Sale de su habitación y se acerca a la sala de estar, donde su madre y su hermano están hablando sobre el futuro de este último. Papeles de admisión de tres universidades distintas estaban tirados por todo el sofá.

—Yo creo que al final me voy para la Antillian. —Comentó su hermano, Liam, tomando la hoja de admisión.

—¿Y qué vas a estudiar allí? —Preguntó su madre, Isabella.

—Enfermería. —Contestó.

Se crea un silencio entre ambos.

Albert, quien buscaba una botella de agua en la nevera, se gira hacia ellos tras cerrar la puerta.

—Pero —se acerca al sofá tomando otra hoja de admisión—, ¿a ti no te gustaba la programación?

Ambos lo miran, sin decir nada y luego se miran entre ellos. En eso, el sonido del teléfono de Liam hace que se vaya al cuarto para contestar la llamada.

Isabella recoge los papeles dejándolos en la mesa junto al televisor y luego se sienta.

Albert deja el papel junto a los demás y abre su botella para beber de ella.

—No sé por qué quiere estudiar enfermería tu hermano.

—Será por el dinero. —Se encoge de hombros.

La madre guarda silencio mirando a su hijo menor. Suelta un resoplido haciendo que Albert la mire atenta.

—¿A ti qué más te da si es por el dinero o por algo más?

La voz de Liam se escuchó haciendo que Isabella y Albert se volteen a verlo.

—La verdad es que su opinión no vale nada aquí. —Habló con una sonrisa—. Tú si quieres estudiar enfermería, sea por la razón que sea, hazlo.

Albert no dijo nada más. Se fue a su habitación con una pequeña sonrisa.

Su casa estaba a oscuras. Con una ligera brisa helada entrando por las ventanas a pesar de vivir en una isla que es el verano eterno. Camina hasta la sala, ve a su madre sentada en el sofá. Albert sonríe hasta los ojos, sacando un cuchillo y clavándoselo en el lateral derecho de la cabeza de su madre. La sangre le salpicó. Su rostro, su ropa y sus brazos quedaron bañados de la sangre de su progenitora.

—Que libertad… —Murmuró soltando un suspiro.

Sacó el cuchillo de la cabeza de Isabella y caminó hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entró observando la posición en la cual su hermano dormía. Boca arriba. Se acercó y con los ojos cerrados, clavó el cuchillo en su pecho. Retiró el arma con rapidez y la sangre salpicó manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurró

Cuando abrió los ojos, la botella seguía en la mesita de noche pero estaba abierta y se le deslizaban ligeras gotas.

Tercer silencio: La masacre del hijo impecable

Albert mira al exterior envuelto en la música que escucha. No presta atención a nada de lo que hace su padre.

El camino pasa con cierta rapidez. El viaje desde la casa de la niñera hasta la casa de sus abuelos paternos era de casi cuarenta minutos. 

Francisco —su padre— conduce con una mano su oldsmobile de color gris del 2005 mientras fuma con la otra.

En eso, Albert escucha el móvil de su padre sonar. 

Este mira por el retrovisor central a su hijo, viendo que está con los dos audífonos puestos mirando hacia fuera. Contesta la llamada poniéndolo en el altavoz.

—¿Qué pasa, Fernanda? —dice Francisco.

¡Fran! ¿No vienes para el bar? —habla la mujer con tono eufórico.

—No, mujer. Tengo que llevar al nene a casa de papi.

¿A cuál de los dos? —pregunta Fernanda.

—Al chiquito —contesta Francisco.

¿El que no es tuyo? —vuelve a preguntar y suelta una risa.

—Ese mismo —afirma con una sonrisa.

Albert a pesar de haber escuchado la conversación, recuesta la cabeza en el cristal esbozando una sonrisa.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmura, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: boca arriba. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en su pecho. Retira el arma con rapidez y la sangre salpica manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Saca el cuchillo del pecho de Liam y camina hasta la habitación de sus padres. Allí, está su padre sentado con un cigarrillo en la mano. Sin alzar la vista del suelo, expulsa el humo por la boca. Albert no sonríe mientras se acerca a su padre. Al estar en frente de él, lo apuñala una y otra vez en el rostro. Soltando un grito ahogado.

—Bastardo de mierda… —musitó viendo su mano ensangrentada.

Cuarto silencio: La destrucción del amigo sublime

Albert sufre pánico social cada vez que le toca hablar con personas desconocidas. Aunque suele hablar mucho solo con una persona, Nicolás —su mejor amigo—. 

Albert camina por los pasillos de la escuela. Cargaba su mochila en la espalda. Encontró a Nicolás en el segundo piso, en el salón de matemáticas.

—¿Nos vamos? —pregunta acercándose a Nicolás.

Él está limpiando la pizarra con un borrador. El profesor Dros no está en el salón pero Daniel —un amigo de clases de Nicolás— sí. Éste último tiene una leve sonrisa mientras ira a Albert.

—¿No te lo había dicho? —habla Nicolás dejando el borrador en su sitio—. Hoy me voy para casa de Daniel.

—Ah. Vale. 

Albert se da la vuelta sin añadir nada más. Camina apresurado, serio. 

Nicolás intenta alcanzarlo.

—¡Al, espera! 

Albert no deja de caminar mientras baja las escaleras.

—Se me olvidó decírtelo pero no te enojes. —Volvió a hablar con tono agotado.

Albert se detiene al pie de la escalera y lo mira con una leve sonrisa.

—No pasa nada.

Nicolás se queda inmovil al verlo irse.

Albert cierra los puños dejando de sonreír.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmura, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: boca arriba. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en su pecho. Retira el arma con rapidez y la sangre salpica manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Saca el cuchillo del pecho de Liam y camina hasta la habitación de sus padres. Allí, está su padre sentado con un cigarrillo en la mano. Sin alzar la vista del suelo, expulsa el humo por la boca. Albert no sonríe mientras se acerca a su padre. Al estar en frente de él, lo apuñala una y otra vez en el rostro. Soltando un grito ahogado.

—Bastardo de mierda… —musitó viendo su mano ensangrentada.

Albert suelta un suspiro viendo cómo quedó el rostro de su padre. Saca el cuchillo y lo guarda en la chaqueta. Sale de la casa, con pasos firmes. Camina por las calles oscuras hasta llegar a casa de Nicolás. Saca una pistola, una ghost gun. Recarga el arma con balas de 9mm antes de entrar a la casa. Nicolás está sentado en la mesa, pintando sobre un lienzo. Albert se cubre los ojos con su mano libre y dispara justo en la cabeza de Nicolás. El lienzo tiñéndose de rojo.

—Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé… —masculla Albert saliendo de la casa sin ver el estado de Nicolás.

Quinto silencio: El exterminio de mi inmaculable yo

Albert comienza a ver —desde su cama— cuatro sombras en la pared con diferentes estaturas. La más alta, se llama Taylor; la mediana, es Lucy; y las dos sombras pequeñas —gemelas—, se llaman Tim y Kim.

Esa tarde, Albert está con la dra. González —psicóloga— en su consultorio. La cita mensual rutinaria. Ella toma nota en un papel sobre su escritorio. Albert se encuentra sentado en frente, sin dejar de ver lo que escribe.

—¿Volviste a verlos? —pregunta la psicóloga alzando la vista.

—Sí. —habla observándola.

—Desde la última vez que nos vimos —anota nuevamente en el papel—, ¿cuán frecuente ha sido?

—Todos los días —contesta con rapidez.

González sigue anotando y cruza los brazos sobre el escritorio. Lo mira esbozando una sonrisa.

—Se puede interpretar que es una manera de tu cerebro enseñarte a tu familia perfecta. Una que te escucha, que no te juzga y que no te desprecia.

Albert asiente. 

La sesión termina y él sale del consultorio.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmura, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: boca arriba. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en su pecho. Retira el arma con rapidez y la sangre salpica manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Saca el cuchillo del pecho de Liam y camina hasta la habitación de sus padres. Allí, está su padre sentado con un cigarrillo en la mano. Sin alzar la vista del suelo, expulsa el humo por la boca. Albert no sonríe mientras se acerca a su padre. Al estar en frente de él, lo apuñala una y otra vez en el rostro. Soltando un grito ahogado.

—Bastardo de mierda… —musitó viendo su mano ensangrentada.

Albert suelta un suspiro viendo cómo está el rostro de su padre. Saca el cuchillo y lo guarda en la chaqueta. Sale de la casa, con pasos firmes. Camina por las calles oscuras hasta llegar a casa de Nicolás. Saca una pistola, una ghost gun. Recarga el arma con balas de 9mm antes de entrar a la casa. Nicolás está sentado en la mesa, pintando sobre un lienzo. Albert se cubre los ojos con su mano libre y dispara justo en la cabeza de Nicolás. El lienzo tiñéndose de rojo.

—Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé… —masculla Albert saliendo de la casa sin ver el estado de Nicolás.

Albert sale de la casa de Nicolás. Tiene el arma en su mano derecha. Camina y camina hasta llegar a su casa. Entra a la casa por la cocina, pasando por la sala donde ve el cuerpo de Isabella en el sofá. Pasa el pasillo viendo en la habitación de sus padres el cuerpo de Francisco en el suelo y en la habitación de al lado, el cuerpo de Liam sobre la cama. Pasa a su habitación hasta sentarse en la cama. Recarga la pistola, poniéndola en su cien. Cierra los ojos y dispara.

Abre los ojos, sobresaltado. Su respiración era frenética. Con su mano derecha, limpia el sudor de su frente. 

—Mierda… —farfulla con una sonrisa mientras ve sus manos temblar.

La botella está cerrada, en el suelo. Aplastada.

Sexto silencio: El silencio rojo

Albert es un adolescente con porte sereno. 

Albert está sentado en su cama. Sobre la misma, hay diferentes cosas: entre pastillas, navajas y gasas. Su habitación se encuentra cerrada mientras ve anime en su computadora. Al lado, un surtido de pastillas y sangre goteando desde su muñeca.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Hay una mujer sentada en el sofá, la vista fija en él. Isabella lo mira con el cuchillo clavado en su cabeza. Albert toca su chaqueta y no tiene el cuchillo. Suspira y vuelve a caminar. Isabella lo sigue a través del pasillo.

—Qué libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

—¿Libertad? —murmura Isabella, exhalando un suspiro largo y pesado.

Entra a la habitación de su hermano. Hay un chico acostado de lado en la cama. Liam lo mira directo a los ojos con un cuchillo clavado en su pecho. Éste se levanta de la cama y sigue a Albert y a Isabella.

—Un peso menos… —susurra Albert.

—¿Un peso menos? —susurra Liam.

Accede a la habitación de sus padres. Francisco, está sentado en la cama, fumando. Lo mira con el cuchillo clavado en su frente y varias puñaladas por su rostro. Suelta un grito ahogado. Albert no hace nada cuando ve que se levanta.

—Bastardo de mierda… —musita Albert viendo su mano ensangrentada.

—¿Bastardo de mierda? —musita Francisco viendo su mano ensangrentada.

Albert suelta un suspiro viendo cómo está el rostro de su padre. Sale de la casa, con pasos firmes. Siendo seguido por Isabella, Liam y Francisco. Camina por las calles oscuras hasta llegar a casa de Nicolás. Entra a la casa y ve a Nicolás mirándolo, con un disparo en su cabeza. Albert se da la vuelta, ignorando a Nicolás quien se acerca.

—Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé… —masculla Albert saliendo de la casa sin ver el estado de Nicolás.

—¿Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé? —masculla Nicolás saliendo de la casa siguiendo a Albert.

Albert sale de la casa de Nicolás. Siendo seguido por Isabella, Liam, Francisco y Nicolás. Tiene el arma en su mano derecha. Camina y camina hasta llegar a su casa. Entra a la casa por la cocina, pasando por la sala donde ve sangre manchando el sofá. Pasa el pasillo viendo en la habitación de sus padres sangre ensuciando el suelo y cama;  y en la habitación de al lado, sangre sobre la cama. Pasa a su habitación hasta sentarse en la cama. Recarga la pistola, poniéndola en su cien. Cierra los ojos…

—Muere… —dicen al unísono Isabella, Liam, Francisco y Nicolás.

En la casa, se escuchan dos cosas: el eco de la risa de Albert en conjunto de un disparo.

La botella está en la basura.

1 comentario:

  1. Estas tres acotaciones (y algunas anteriores) están mal escritas:
    "—Yo creo que al final me voy para la Antillian. —Comentó su hermano, Liam, tomando la hoja de admisión.
    —¿Y qué vas a estudiar allí? —Preguntó su madre, Isabella.
    —Enfermería. —Contestó.".
    Las tres deben comenzar en minúsculas y sin punto antes del espacio de la raya.

    Alternas erroneamente pasado con presente. Como en:
    "—Enfermería. —Contestó.
    Se crea un silencio entre ambos.".
    Y en más sitios después.

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