viernes, 14 de febrero de 2025

-Relato 5 de Virginia Alfonzo

 Relato 5

Virginia Alfonzo.


El Hijo de Sara.

 

Desde aquellos años cuando era pequeña soñaba con ser madre. Sin embargo, la vida tenía un camino diferente para mí.

A los 28 conocí a Raúl, justo el día de nuestra graduación. Nos convertimos en amigos y amantes. Todo marchaba bien. Éramos jóvenes y nuestra relación era como cualquier otra. Salidas al cine, viajes familiares, cenas con amigos. Después de cinco años de novios dimos el siguiente paso: nos casamos. Compramos nuestra primera casa, conseguimos trabajos estables y como muchas parejas casadas planificamos la llegada de nuestro primer hijo.

Lo intentamos por dos años, sin éxito. Todas las pruebas de embarazos daban negativo, y después de hacernos varios exámenes acudimos a una clínica de fertilización, bueno en realidad, fue su idea. Todavía recuerdo el día que llegó y me dijo: no nos podemos rendir si no podemos nosotros mismos vamos a buscar ayuda y eso fue lo que hicimos. Los médicos nos explicaron todo proceso. Cuál era el ciclo de la ovulación, cómo era la estimulación hormonal, cómo era la inseminación artificial. El tratamiento, aunque fácil no daba garantía de poder quedar embarazada, pero contábamos con un equipo médico dispuesto a ayudarnos. Tener un hijo y hacer nuestra familia era la meta.

Llegó el momento de la fertilización, el proceso era simple, uniría mis óvulos con los espermatozoides de Raúl. Un proceso rutinario. Yo confiaba plenamente en los médicos, parecía que todo iba bien y en el primer intento, lo habíamos logrado. Estaba embarazada.

Desde ese momento mi vida cambió. Recuerdo que cuando era niña a lo único que jugaba era a tener un bebé. Tenía muñecas de todo tipo, le cambiaba los pañales, les daba comida con teteros mágicos e incluso les celebré uno que otro cumpleaños. A donde fuera con mis padres, la muñeca de turno me acompañaba.

Decoramos la habitación del bebé. Raúl quería una niña, yo quería un bebé sano. Sentía cómo se movía adentro de mi vientre, sus pies golpeando mi estómago, y otras veces sus manos sobresalían en mi panza., mi cuerpo estaba creando una vida, ya no jugaría a las muñecas como cuando era niña, ahora tendría que cuidar de un bebé real.

Todo parecía ir con normalidad, el embarazo avanzaba sin contratiempos, hasta que llegó el día. Los dolores en mi vientre me avisaron que el bebé ya quería salir. Al fin lo iba a conocer, al fin iba a sentir sus manos, olerlo, que el viera la mi cara y supiera que siempre iba a contar conmigo. El parto fue rápido, debido a problemas con mi salud, la opción más segura era la cesárea. Raúl me acompañó en todo momento, desde los dolores de parto hasta que el médico alzó a nuestro hijo. El bebé lloró estruendosamente, fue un bebé sano. Al fin teníamos a nuestra familia completa.

Yo me mantuve en silencio escuchando el llanto fuerte de mi hijo, pedí alzarlo, lo pegaron a mi pecho, vi su cara y sus ojos se encontraron con los míos. No había dudas, me conocía, sabía que yo era su madre y sí él era mi hijo, pero no se parecía Raúl. Nosotros somos de piel blanca, cabello claro y este niño que salió de mi vientre era color canela, ni siquiera en toda nuestra generación había existido alguien de ese color. A mí no me importó, era mi hijo aunque fuese blanco, azul o morado era un bebé hermoso y era mío, pero la cara de Raúl me hacía pensar otra cosa.

 —¿Qué significa esto? —me preguntó Raúl con tono serio.

—Es nuestro hijo, deberías estar feliz. ¡Qué importa cómo se vea!

Inmediatamente los médicos interrumpieron, no era el momento de discutir o hacer cuestionamientos, en ese instante había que atender al bebé. Estuve un rato en recuperación hasta que me pasaron en la habitación, toda la familia estaba esperándonos para conocer al bebé. Una enfermera entró con el bebé adentro de la cuna, la cara de todos era extraña.  Raúl no me miraba, incluso pasó casi todo el tiempo afuera de la habitación. Algo le pasaba y no tenía idea de lo que era.

Al segundo día me dieron de alta, mi bebé era mucho más oscuro y la genética no falla. Al final, era feliz. Cada vez que miraba esos ojos se me olvidaba todo, era mi hijo mi milagro cómo lo decidí llamar.  Partimos los tres a casa, Raúl no pronunció ni una sola palabra en el viaje. Por primera vez estábamos distantes, y lejos de esa pareja perfecta que éramos.

—¿Qué te pasa? Llevas días ignorándonos a tu hijo y a mí.

—¿Mi hijo? ¿Segura que es mi hijo, Sara?

—¿Qué dices, Raúl?

—Dime, Sara. ¿De quién es el hijo? Me has engañao' fijo. ¡El problema era yo! ¿Qué hiciste? ¿Resolviste por tus propios medios quedar embarazada?

—¿Crees que te fui infiel? Estás completamente loco. —Me aparté para atender al bebé.

Formar una familia se había convertido en una pesadilla. Desde que el bebé salió de mi panza y Raúl vio que era diferente a nosotros cambió conmigo. Pasaba horas observando al bebé, pero no lo alzaba, tampoco ayudaba con los cambios de pañales o las tantas veces que se despertaba en las noches. Estaba sola con el cuidado de mi hijo.

Pasaron cinco días, casi no hablábamos, solo lo necesario. Yo estaba abocada a mi bebé, cada día con él era un descubrimiento, yo estaba a su lado y él estaba conmigo. Raúl en cambio siempre estuvo distante. Aún recuerdo esa mañana cuando sonó el teléfono, era la clínica de fertilidad, me comentaron que el mismo día que nació mi hijo, Raúl había solicitado una prueba de ADN.

Llegamos a la clínica de fertilización, el médico nos pasó a su consultorio. Tenía dificultad para hablar, hasta que lo hizo, el resultado de la prueba esa irreversible: Raúl no era el padre de mi hijo.

—¡Lo sabía! ¿Cómo pudiste hacerme esto, Sara? Me has visto la cara de estúpido todos estos años. Nunca te voy a perdonar esta traición.

—Raúl te juro que nunca te he engañado. —Las lágrimas comenzaron a rodar por mis mejillas.

Nunca había engañado a Raúl. Pero los resultados apuntaban a decir lo contrario. Raúl daba vueltas en el consultorio, golpeaba paredes y tiró algunas sillas. Gritaba incoherencias. El médico y las enfermeras intentaban convencerlo de que se calamara y escuchara la explicación de lo sucedido. Luego de un rato, aceptó.

—Sara no te ha engañado, Raúl —confirmó el Doctor.

Raúl se sentó. El doctor nos llamó para confirmarnos que mi hijo no tenía la sangre de Raúl, pero no porque lo había engañado no, fue por un error de ellos. Algo que casi no pasa. Se supone qué son los expertos. Nos explicó que el día de la fertilización por un error administrativo el esperma que utilizaron para fecundar mi ovulo, fue el de otro hombre. Ahora debía enfrentarme al hecho de que había dado a luz al hijo de otro hombre, uno del cual no conocía su pasado ni su historial clínico. Yo me había convertido en madre, pero Raúl seguía sin tener un hijo, por lo menos no biológico.

 Teníamos un camino por delante y decisiones que tomar. Para Raúl la solución más lógica era demandar a la clínica y tenía razón. No sabía si su esperma había fecundado el vientre de otra mujer que no era yo. Pasaron los días, aunque sabía que mi hijo no era suyo, de lo que sí estaba segura es que era mío. Con cada beso, con cada alimentación el vínculo entre él y yo iba creciendo. Raúl lo intentaba, pero a menudo me preguntaba si sería capaz de criar un hijo que no era suyo biológicamente. Pero era nuestra familia, era lo que la vida nos tenía dispuesto, aunque no de la manera que hubiese querido.

Desde que supe de la prueba de ADN, ya no podía ver a Raúl de la misma manera. Yo me acercaba más a mi bebé y el ya no tenía cabida en nuestras vidas. Fueron meses de intentar recuperar la relación, pero no se pudo. El perdón no estaba en mis planes, al dudar de mí ya él había tomado una decisión. La relación era cada vez más incómoda, no nos tocábamos, hablábamos poco, hasta dormíamos en habitaciones separadas.

— ¿Hasta cuándo vamos a seguir así, Raúl?

—No puedo más, Sara. ¡No puedo ver la cara de ese niño y saber que es de otro hombre! ¡No puedo! —gritó.

—¡Es nuestro hijo, Raúl por Dios!

—No Sara. ¡es tú hijo! No tolero esto, ¡es un bastardo!

—¿Qué dices, Raúl? ¿Llamas bastardo a mi hijo? —me levanté del sofá —¡No podemos seguir así! Separémonos.

—¿Prefieres a ese niño que a mí?

—Sí. Mis prioridades cambiaron.

—Tú no puedes hacerme esto. ¡ya verás! Si no estás conmigo, no dejaré que estés con nadie más. Aquí seremos infelices ambos.

            Raúl quería que eligiera entre él y mi bebé. Yo estaba decidida a separarme, si él no quería a mi hijo, entonces no me quería a mí. El error de esa clínica se llevó por delante años de relación. Ese mismo día Raúl salió de la casa hasta altas horas de la madrugada. Apenas pude escuchar la puerta cerrándose.

Había dormido profundamente, me levanté de un solo golpe, era raro que mi bebé no hubiese llorado por comida, siempre era puntual. Salí corriendo hasta su cuna, en la casa no se escuchaba nada. Algo estaba mal. Llegué a la cuna y ahí estaba mi bebé quieto, en silencio. Lo tomé en mis brazos y no respiraba. Le di primeros auxilios, pero no reaccionaba, nada de lo que hiciera lo regresaba a la vida. Llamé a Raúl a gritos, pero no aparecía, mi bebé se había ido y solo pude aferrarme a su cuerpo inerte. Lloré hasta que me rompí, aún recuerdo a los paramédicos forcejear para separarme de mi bebé. Era una pesadilla.

            Ese día en el que perdí mi bebé, Raúl también había desaparecido. A los pocos días finalizada la investigación, descubrí que la muerte de mi hijo no había accidental o mi culpa. Raúl me lo había quitado, como un cobarde había tomado un cojín robándole el aire a mi bebito hasta que dio su último suspiro. Raúl era el culpable de todo, dejó de ser mi amante para convertirse en mi verdugo.

Nuestra historia acabó tal como él lo había declarado: “Seríamos infelices ambos”. Él en una cárcel y yo condenada en un psiquiátrico. Algunos pensarán que esta es la historia de nuestro amor, pero no. Esta historia es para que todos sepan que mi bebé existió, nació de mi vientre, y aun con pocos días de vida me enseñó el amor verdadero. Mi bebé respiró en este mundo lleno de maldad y se fue a manos de ella.

            Ahora paso mis días en este lugar deprimente, en donde ni lo blanco de las paredes puede eclipsar la oscuridad de mi alma. Lo único que me da consuelo, es saber que mi bebé es un ángel, veo su rostro todas las noches plasmado en la luna, esa en donde ahora vive.

 


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