BROS SIN SÚPER MARIO
Javier y Antonio son dos hermanos que comparten habitación desde siempre, Antonio tiene catorce años y Javier, el mayor de los dos, diecisiete. La habitación está decorada con varios pósteres en cada lado del dormitorio, las camas están igual que la decoración, visualmente dividida en dos mitades. El lado de Javier está algo desordenado, mientras que el lado de Antonio conserva un estilo minimalista. Javier tiene el póster colgado con chinchetas, la ropa tirada por el suelo en su mitad del cuarto, y la cama sin hacer. En cambio, Antonio, tiene la cama hecha y estirada, el póster enmarcado y no hay ropa por el suelo. En el centro de la habitación, como un nexo entre las dos mitades, se encuentra una televisión de cincuenta pulgadas y justo debajo, un mueble para la televisión con una consola y varios videojuegos. Son las diez de la noche y Javier está sentado frente al televisor jugando a la consola, que es interrumpido por su hermano menor Antonio.
—Mamá quiere saber si vas a cenar —pregunta Antonio sosteniendo el pomo de la puerta.
—Ahora voy —asiente Javier sin apartar la mirada de la pantalla.
—Vale —cerrando la puerta del dormitorio exclama—. Mamá, Javi dice que no quiere cenar.
—¡Mamá, qué si quiero cenar, no le eches cuenta! —vocifera Javier, que suelta el mando y sale de la habitación.
Sentados en la mesa se encuentran, Javier, Antonio, Isabel, su madre, y Rafael, su padre, alrededor de una mesa de madera cuadrada cenan hamburguesas, en el centro de la mesa hay un bol de patatas fritas, otro bol con ensalada y varios botes con salsas para condimentar la cena, el padre le sirve agua a su esposa y a su hijo mayor.
—Javier, hoy tenías el examen de Filosofía, ¿qué tal te ha ido con tu santo amigo, Tomás de Aquino? —observa de reojo a su primogénito, que está muy callado.
—Pues creo que he aprobado, pero si tengo que recuperar más adelante esa asignatura tampoco pasa nada, aún no sé lo que quiero estudiar cuando acabe bachillerato —el padre sigue observándole mientras Javier se aparta ensalada en su plato.
—Javier, no te quiero dar la chapa, vengo reventado de trabajar y quiero una cena tranquila, pero tienes que ponerte las pilas, no quiero que acabes en un trabajo como el mío.
—Tu trabajo en las placas solares no está mal papá, además, eres el capataz y lo ganas muy bien. Hay gente que estudia durante años para ganar mucho menos que tú —mientras ofrece su argumento, su madre y su hermano permanecen callados, cenando como si la conversación no fuera con ellos dos.
—Tengo cincuenta años recién cumplidos y tengo la espalda y las manos destrozadas, no quiero esta vida para ninguno de vosotros dos, y en pocas semanas cumples dieciocho, así que como en verano tengas que recuperar Filosofía, o la que sea, vas a estar todas las mañanas en el campo montando placas, le digo a mi compadre que te lleve con su cuadrilla, y vas a comprobar por ti mismo que estos trabajos no son para toda la vida.
—Por mi perfecto papá, ya estás tardando en llamar a mi padrino — le quita el kétchup de las manos a su hermano pequeño y se condimenta la hamburguesa, el hermano pequeño permanece con el mismo gesto que tenía justo antes de que le quitara el bote de las manos.
—Francisco Javier no empieces —expresa la madre con el rostro serio.
—Da igual, es su manera de decirme que me quiere—indica Antonio, que le esboza una sonrisa a su hermano mayor, que responde con un gesto burlón.
Antonio juega a la consola con los auriculares puestos, su hermano que está durmiendo en su cama, se despierta y se levanta para quitarle los cascos.
—Quiero jugar yo —declara el hermano mayor.
—¿Vale, me dejas que guarde la partida? —cuestiona el hermano pequeño.
—No.
—¿Por qué no?
—Porque la consola es mía y punto —sentencia el hermano mayor.
—Es de los dos… nos la regaló papá.
—Me la regaló a mí, porque a ti no te gustaban los videojuegos.
—Los gustos cambian y ahora me gusta a mí también, podemos compartirla.
—Sí, siempre que yo no esté o no quiera jugar, puedes usarla, pero este no es el caso —indica Javier sin apartar la mirada, permaneciendo de pie frente a su hermano pequeño.
Antonio suelta el mando y decide tumbarse en su cama, observando a su hermano mayor, que retoma la partida que había interrumpido. El hermano mayor comienza a irritarse mientras juega, y el hermano pequeño contiene la risa. Javier, frustrado, tira el mando al suelo y se marcha de la habitación.
—Ni se te ocurra volver a jugar, que ahora vuelvo —alerta Javier mientras se aleja.
Antonio obedece y no se acerca a la consola, sigue sentado en la cama, ojeando el teléfono, mirando de reojo la televisión, hasta que llega de nuevo Javier, esta vez con un bocadillo entre las manos y una lata de refresco en el bolsillo, se sienta frente al televisor, deja el bocadillo en el suelo y abre la lata para darle un buen sorbo.
—Seguramente empiece a trabajar con papá la semana que viene, con lo que gane, compraré la edición especial del próximo juego de fútbol y me haré creador de contenido.
—Para eso hace falta tener una buena conexión a internet Javi, y aquí llega muy justito.
—Pues compramos un repetidor para mejorar la conexión.
—¿Compramos?
—Sí, los dos.
—¿Y también vas a decidir cuándo puedo usarlo?
—¿Eres idiota o qué?
—Cree el ladrón que todos son de su misma condición.
—Venga ya Toni, sabes que a veces me pongo muy intenso con la consola, pero puedes jugar cuando quieras— se gira para mirar a su hermano pequeño.
—Me apetecía jugar hace cinco minutos y no me has dejado— mantiene la vista en el teléfono.
—Bueno, juega tú mientras yo me termino el bocata— expresa con la boca llena.
—Ahora no me apetece jugar, además no voy a recoger el mando que has lanzado a la otra punta del cuarto— manifiesta mientras guarda su teléfono.
Antonio comienza a cambiarse de ropa mientras su hermano sigue zampándose su bocadillo, el mando sigue en el mismo lugar y Javier decide poner una serie para distraerse, mientras, su hermano pequeño termina de recoger sus cosas y sale de la habitación.
Javier se ha montado un equipo para jugar online al simulador de fútbol, lleva varias semanas haciendo retransmisiones en directo, pero no consigue atraer muchos seguidores a su canal. Mientras está hablando entra en la habitación Antonio, y su hermano presenta al menor de los dos en su canal.
—Chavales, este es mi hermano pequeño, Toni —hace un gesto con los brazos para que su hermano se acerque a la cámara para saludar.
—Hola —saluda el hermano pequeño.
—Pregunta uno de mis seguidores que si tú también haces directos.
—Yo no, pero también juego con la consola cuando mi hermano no está haciendo directos —lanza el hermano pequeño.
—Compartimos la consola —expresa con risa el hermano mayor—. Hasta que pueda independizarme.
Antonio se aleja de la cámara aguantándose la risa.
—Bueno gente, vamos a hacer un descanso de quince minutos para picar algo y seguimos con el objetivo de las veinte victorias, ahora nos vemos —se despide mientras apagaba la cámara—. ¿Qué te hace tanta gracia imbécil?
—Que no te vas a independizar muy pronto.
—Si sigo ganando partidos, ganaré más suscriptores, y podré dedicarme a esto en mi propio piso, y no solo eso, quitaré a papá y a mamá de trabajar.
—¿Sabes que solamente el dos por ciento de los creadores de contenido viven de ello? Y la mayoría se pasan años creando contenido frecuentemente hasta que consiguen una gran cantidad de suscriptores.
—Pero si sigo ganando partidos en el simulador de fútbol, ganaré fama en la comunidad y la gente querrá verme para aprender trucos, consejos —expresa Javier.
—No quiero desanimarte Javi, pero no eres lo suficientemente bueno, tampoco buscas aprender tácticas o intentas mejorar tus defectos cuando estás jugando, y hay gente con mucho talento que le dedican horas y horas al día para ser los mejores.
—Yo también se las dedicaré.
—¿Y qué pasa con los estudios, y el trabajo? Papá y mamá están pasando apuros económicos y tú te has gastado tu primer sueldo en montarte un equipo para hacer directos, podrías haber ayudado un poco en casa—recrimina el hermano menor.
—¿Y tú, tú qué aportas?
—Todavía soy menor, no puedo trabajar.
—¿Y yo acabo de cumplir dieciocho, ya debo tener la presión de la vida adulta? ¿No puedo cumplir mis sueños? —matiza el hermano mayor.
—Sí que puedes Javi, pero un sueño alcanzable, real. Y esto no lo es.
—Tú juegas al balonmano, y seguro que nunca vivirás de ello.
—Tampoco lo pretendo —responde con rapidez el hermano menor.
—¡Eres un mentiroso, y un imbécil, vienes aquí, a decirme lo que tengo que hacer con mi vida, a reírte de mis cosas! ¿Quién te crees, mirándome siempre por encima del hombro? —se pone en pie para acercarse a su hermano Antonio.
—Javi no quiero pelearme —responde Antonio manteniendo un tono calmado.
—Pues sal de mi vista ahora mismo.
El hermano pequeño, sin mediar palabra, sale de la habitación, y se queda solo el hermano mayor, que cierra la puerta dando un portazo y se tumba en la cama ocultando el rostro en la almohada para soltar un alarido.
Después de dos meses, la habitación ha vuelto a su distribución original, un dormitorio dividido en dos partes marcadas por el orden y el desorden de cada uno de los hermanos, el ordenador y todos los accesorios que fueron adquiridos por Javier para hacer retransmisiones, ya no están en el dormitorio, lo que, si ha aparecido, es un trofeo de balonmano en el lado de Antonio y una medalla colgando de él. Antonio está jugando con la consola, solo, y entra Javier, que se tumba directamente en la cama.
—Javi —no obtiene respuesta de su hermano mayor—. Javi —Antonio detiene el videojuego y se acerca a su hermano, Javier ni se inmuta de que está a su lado mirándole y Antonio le zarandea —¿Qué te pasa?
—Nada idiota, déjame —se encoge en una esquina de la cama.
—Nada no, cuéntamelo —sigue observando a su hermano, pero no obtiene respuesta.
—Que me dejes.
—¿Estás enfadado conmigo?
—No…
—Mamá está preocupada, me ha preguntado que donde está el ordenador que compraste.
—¿Y qué le has dicho?
—Que lo hemos mandado a reparar porque había una cosa que no funcionaba bien. Pero quiero saber dónde están realmente Javi —su hermano que permanece tumbado en la cama.
—Se lo he prestado a un colega.
—¿Qué colega?
—Para ya Toni, mañana se lo pido, pero déjame tranquilo un rato —con el rostro pegado a la almohada.
—Vale, no te acomodes mucho que vamos a cenar ya mismo, mamá va a hacer hamburguesas.
—No tengo hambre —Antonio mira a su hermano y vuelve a sentarse delante de la pantalla para continuar la partida.
—Pues me comeré también tu hamburguesa.
—Toda para ti Toni.
Antonio está en su habitación, recogiendo sus cosas, y decide ordenar un poco las cosas de su hermano porque la ropa que hay tirada en el suelo cada vez se aproxima más a su lado del cuarto, mientras va recogiendo los pantalones y las camisetas de su hermano mayor, se cae al suelo una bolsita transparente con varias pastillas azules dentro, Antonio las recoge y se sienta a observar el contenido, las pastillas tienen grabadas una carita sonriente, decide guardarse las pastillas en el bolsillo y deja toda la ropa encima de la cama de su hermano, termina de recoger y se marcha. Unos momentos más tarde, Javier entra, y comienza a rebuscar por toda su ropa, cada vez más nervioso, porque no encuentra lo que está buscando, y decide hurgar en los cajones, durante un momento se queda pensando, y decide mirar en los cajones de su hermano, y sin éxito, sale de la habitación.
El hermano pequeño está tumbado en su cama, viendo una serie en la televisión, y entra su hermano mayor, que se sienta en la otra cama del dormitorio.
—¿Qué estás viendo? —no obtiene respuesta del hermano pequeño —Te estoy hablando a ti Toni.
—Lo sé.
—¿Y por qué no me respondes?
—Porque no quiero hablar contigo.
—¿Y ahora qué te pasa?
—Dímelo tú.
—Qué te diga el que.
—¿Dónde está el ordenador?
—Que lo tiene Mario, me lo devuelve la semana que viene.
—¿Y el mando negro de la consola?
—¿Qué mando negro?
—El que fui a comprar con el dinero que me dio la abuela por mi cumpleaños, para que cada uno tuviera el suyo.
—No sabía que teníamos otro mando, pensaba que usabas el mío.
—Javi, lo de Mario no es verdad, y lo del mando tampoco.
—¿Me estás llamando mentiroso?
—Mira en tu cajón —señala con la cabeza a la mesita de noche de su hermano, este la abre y encuentra la bolsita con las pastillas, ambos se miran y ninguno dice nada, Javier se las guarda en el bolsillo y se sienta en la cama, Antonio le mira fijamente, al ver que su hermano no reacciona, se pone de pie.
—Si no me lo explicas ahora mismo, se lo cuento a papa y mamá.
—¿Le quieres dar ese disgusto?
—No, solo quiero ayudarte, me da igual si has vendido las cosas para comprar esa mierda, pero tienes que dejarlo.
—¿Y qué pasa si no quiero hacerlo? —expresa Javier con una mirada desafiante.
—Encima te vas a poner chulo… No voy a seguir dando la cara por ti Javi, con esto no —Antonio se levanta, va a salir de la habitación, pero es empujado por su hermano mayor y se golpea la cabeza contra el marco de la puerta. Se crea el silencio en el dormitorio, ambos hermanos se miran, en ese momento, aparece el padre de ambos, Rafael, que ha escuchado el golpe.
—¿Qué ha pasado? —pregunta mientras observa a sus dos hijos —. ¿Has pegado a tu hermano pequeño Javier? —el padre se acerca a su primogénito, pero antes de reaccionar, le detiene el hijo pequeño.
—Yo tengo la culpa papá, estaba presumiendo que me habían convocado para la selección española sub-18 de balonmano y le he llamado fracasado.
—No es propio de ti Antonio… Ni es propio de ti Javier si has golpeado a tu hermano, que sea la última vez para ambos ¿de acuerdo? —el padre observa a los dos hijos, ambos asienten con la mirada seria, incapaces de decir una palabra, y Rafael cierra de un portazo. Ninguno de los dos hermanos dice nada, se quedan callados, y Javi, con lágrimas en los ojos, mira a su hermano pequeño.
—Lo siento Toni, no quería… —es interrumpido por su hermano pequeño.
—Es la última vez que te cubro Javi, ni una más, así que deshazte de esa mierda —ambos se quedan en silencio, el hermano mayor comienza a llorar, sin mediar palabra, se sienta en la cama y siguen viendo la serie que estaba puesta en la televisión.
Han pasado dos meses desde aquel incidente, la habitación ahora está completamente ordenada, ambas mitades, Javier ya no tiene el poster colgado con chinchetas, y tampoco tiene ropa desordenada por el suelo, la cama seguía sin estar hecha, pero estaba con las sábanas desplegadas con la intención de airearla. Entran en el dormitorio los dos hermanos entre risas, Antonio lleva puesto el chándal de la selección española de balonmano, y su hermano llevaba una sudadera roja y un banderín en la mano.
—No sabía que eras tan bueno, no has dejado pasar ni una pelota, el portero ya estaba aburrido de no tener que detener ningún tiro —expresó el hermano mayor dándole una palmada en el hombro.
—Hoy tenía una motivación extra —dice entre risas.
—¿No me digas? ¿Alguna chica?
—No.
—¿Algún chico?
—No —vuelve a reírse—. Es decir, no soy homosexual Javi, pero no es por eso por lo que estaba motivado.
—Entonces no lo entiendo.
—Mira el cuarto, mírate, estas centrado en los estudios, estás más animado, tienes novia, y lo más importante, ya no consumes aquella mierda, esa es mi motivación.
Javier no sabe que decir, y Antonio, con los ojos vidriosos, le da un abrazo a su hermano mayor, que al principio no sabe cómo recibirlo, pero acaba devolviendo ese abrazo fraternal, ambos se separan y empiezan a reírse, observando la consola.
—Oye hace tiempo que no jugamos, ¿quieres que te dé una paliza al simulador de futbol? —indica el hermano pequeño.
—Venga, vamos a jugar, que aún falta un rato para la cena —ambos hermanos sonríen y cuando se están preparando para jugar a la consola, suena el teléfono de Javier, que observa la pantalla antes de cogerlo—. Es Elena, voy a salir un momento, ve encendiendo la consola y esas cosas anda, me pido el City.
Javier sale de la habitación y Antonio enciende la consola, se sienta en su cama, y a los pocos segundos decide rebuscar en la mesita de noche de su hermano, encuentra la bolsita con las pastillas azules en el interior de unos calcetines, decide guardarse la bolsita en su mesita de noche, cierra los dos cajones y se coloca delante de la pantalla, hasta que entra su hermano mayor.
—Venga, que te crees que me vas a ganar con un equipo inglés —le ofrece el mando a su hermano, que lo coge mientras se ríe y se colocan delante de la televisión para comenzar la partida.
En este tipo de narrador decir que el personaje "decide" es saber lo que piensa, como en: "decide hurgar en los cajones, durante un momento se queda pensando, y decide mirar en los cajones de su hermano"
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