Belleza imposible
Angelo mira el cartel de la discoteca. El neón perfila las letras de la palabra Dante 2000, y la lluvia cae sobre el edificio. Se coloca en la fila que recorre la manzana y espera sin paraguas. Lleva unos pantalones de Gucci y una camisa blanca de satén cuya tela –al entrar en contacto con las gotas de la lluvia–, transparenta el pectoral y el abdomen.
Los chubascos en Nápoles son frecuentes en los meses de invierno. La temperatura de aquel año era superior a la media. Angelo solo lleva una camisa de satén entallada que difiere de la indumentaria del resto de personas que conforman la fila de espera. El cabello está encrespado y los rizos castaños caen sobre los pómulos, alcanzando el labio superior. Los dientes del maxilar superior dejan al descubierto unos caninos prominentes. Al toparse con el portero de frente, Angelo se baja las gafas de sol de marca Wayfarer y le mira a los ojos.
–He quedado dentro con unos amigos que tienen flyers, pero se suponía que ya deberían haber salido.
–Puedes entrar aunque haya pasado la hora, pero tendrás que pagar la entrada y sin consumición –dijo el portero.
La sala contiene tres alturas, cada una con una decoración diferente. En la primera los sofás y las barras, al igual que el vestuarios de los gogós, son de color negro. En la segunda son de color gris, y en la tercera son de color dorado. Los cañones de luz blanca, los láseres de luz roja y la máquina de humo apuntan a Angelo a medida que se dirige hasta la barra. Dos mujeres le tocan el pecho y tres hombres le tocan el culo. Tras llegar, sentarse y pedir un cosmopolitan, Angelo se da la vuelta en el sillín giratorio. En la pista hay un hombre de complexión corpulenta, perilla, cabello despeinado y vestido de Armani que sostiene una copa. Sonríe y se acerca hasta Angelo, acerca sus labios a su oreja y le dice:
–¿Te han dicho que eres muy guapo?.
–Además tienes muy buen cuerpo, podrías ser modelo–.
Angelo chupa la pajita de su cóctel y mira al hombre.
–¿Y que tendría que hacer para ser modelo? –dice mientras se toca el pecho mojado por la camisa.
–Si me consigues un medio de coca, te lo digo.
–Ok, –dice Angelo.
Tras dar varias vueltas a la discoteca, vuelve con el hombre y le mete la mano en el interior del bolsillo del pantalón. El hombre saca una tarjeta y le dice:
–Dile que vas de parte de Valentino, que te tome unas fotos, unas testshoots, para llevarlas a la agencia de castings.
–Gracias señor–.
Angelo recorre la calle Chiaia, es una zona en el centro de Nápoles con numerosas galerías, cafés de lujo, tiendas de segunda mano y boutiques. Entra en un bloque de color blanco con las cornisas ribeteadas por gárgolas negras y ángeles con las alas cubriéndoles el rostro. Sube varias plantas por unas escaleras en forma de caracol, ladeadas por barras de hierro, y se planta delante de una puerta donde puede leerse “Sasha fotografía freelance y modelaje”. Llama al timbre, y un chico delgado, con gafas de pasta y vestido con un jersey de Prada, le abre la puerta.
–“Qui es-tu?”.
Angelo saca la tarjeta y se la entrega. El chico la mira y, guiñándole el ojo, le dice:
–Valentino tiene buen ojo, eres muy guapo, entra–.
Dentro Angelo sigue a Sasha hasta un salón rodeado de ventanas con las persianas bajadas y en cuyo centro está montado un set de fotografía profesional, con varios trípodes y cámaras de distinta angulación, softboxes, paraguas difusores, además de reflectores, lámparas halógenas y sombrillas translúcidas.
–Allí tienes un biombo con espejo y vestidor, ponte las prendas que prefieras, pero que sean de color negro; esa la base para unas buenas fotos.
–En realidad nunca había pensado ser modelo, pero estoy algo perdido con mi vida y se presentó esta oportunidad.
–Qué interesante. Si nos damos prisa, creo que podríamos tardar solo una hora y media, pero como eres nuevo y vienes de parte de Valentino, sólo te cobraría una hora.
–Pero creía que por venir de su parte solo hablaríamos, no traigo dinero.
–No te agobies, yo te hago las fotos y ya se nos ocurrirá algo –dijo el chico tocando el cuello de Angelo–.
La sesión de fotos duró tres horas, y Angelo debió colocarse en diferentes posturas. Al principio con la ropa negra cubriendo el cuerpo; y al finalizar la sesión, con el torso descubierto, marcando músculos y enfundado en mallas cortas deportivas y con calentadores de talla S en los que podía leerse la marca “Prolab Whey Protein”.
–Como no tenías dinero y me daba pena, he decidido hacerte gratis la sesión para que lleves las fotos como primer portfolio a la agencia. Diles que vas de mi parte. –Le entrega una tarjeta.
–Pásate mañana, creo que tendré preparado el material–.
–A cambio utilizaré parte de los negativos para un trabajo que tengo con Prolab, pero no te preocupes no aparecerá tu cara–.
–Muchas gracias por el favor, señor–.
El interior de la agencia Liberty Models tiene un largo pasillo blanco con sillas negras en las que se encuentran esperando su turno veinte chicos. Dos son pelirrojos con pecas, tienen el cuerpo delgado y las venas de los músculos marcadas. Visten pullovers oversize de color amarillo anaranjado y pantalones Cargo. Cinco son morenos –dos de ellos con ojos azules–, de piel pálida y visten con monos denim, tanks top ajustados y camisetas con cuello en uve. Hay cuatro chicos de color enfundados en blazers y cazadoras bomber marca G-Star Raw. Seis usan botas Chelsea militares de cuero marrón o negro y zapatillas deportivas minimalistas Adidas y Stan Smith. Hay dos asiáticos y un albino que llevan cinturones con hebillas Diesel, Dolce & Gabbana, y con pulseras metálicas marca Morellato –de orígen Italiano–.
–Por favor cuando digan su nombre, acérquense y dejen su portfolio –dice la mujer que se encuentra sentada delante del mostrador–.
Angelo se acerca y entrega su portfolio.
–Verá, es que yo no tenía cita, pero vengo de parte de Sacha y de Valentino.
La mujer arruga las comisuras de los labios y frunce el ceño. Se acerca las gafas mientras ojea el portfolio. Finalmente, entrega el documento a Angelo.
–Como Sacha lo ha recomendado, puede quedarse, pero tendrá que esperar a que pasen los que tengan cita primero.
–Muchas gracias señora–.
Tras pasar el último modelo –el albino– y marcharse, pasan dos horas. Angelo se agarra la barriga mientras se oye un sonido en la sala. Transcurrida una hora más, el personal empieza a marcharse y, antes de cerrar la agencia, la mujer que trabajaba en el mostrador hace un gesto a Angelo con la mano.
–Corre, ve y deja el portfolio en el mostrador, que tenemos que marcharnos.
–Muchas gracias, señora–.
El autobús de trasbordo llega en una hora y media hasta el polígono de Bagnoli, situado en la periferia de Nápoles, una zona industrial en la que se localiza la planta siderúrgica de Italsider. Angelo camina hacia la dirección indicada por la agencia, una nave donde se realizan casting y en donde –en el caso de que alguien sea seleccionado–, se lleva a cabo un curso gratuito de modelaje. Dentro hay un grupo de sesenta chicos, –uno de ellos el albino–, que se están cambiando o esperando en ropa interior que les atiendan sus respectivos “dressers”. La temperatura ronda los seis grados. Mientras los modelos son vestidos y son colocados en una fila delante de un pasillo circular que recorre la nave, la jefe de vestuario se dirige a los aspirantes:
–Los que sean seleccionados hoy, vendrán mañana y si mañana también lo son, vendrán pasado mañana. Los tres que sean seleccionados el último día conseguirán el contrato para poder trabajar en la agencia de Milán durante la próxima temporada. Además, recibirán un curso intensivo de tres semanas de modelaje en este mismo lugar. Hoy la prueba se realizará sin maquillaje, para ver quien tiene imperfecciones en la piel o como reacciona vuestra epidermis ante los nervios y los focos–.
Un hombre con el pelo blanco y un jersey de cachemira de color marrón coge un micrófono y lo sincroniza. Se acerca al centro de la sala.
–Os vamos a enseñar la forma correcta de caminar por la pasarela. A partir de ahora, aprenderemos el high fashion walk, que requiere postura fuerte, pasos calculados y expresión intensa; El commercial walk, que requiere caminar natural y relajado, con una actitud accesible; y el streetwear walk más relajado que el anterior, como si se caminara por la calle, pero sin dejar de ser cool–.
Angelo no supera la primera ronda, pero varios días después recibe una llamada de un agente.
–Hemos decidido coger a tres becarios para promover las ayudas a los jóvenes que quieren abrirse camino en esta apasionante profesión. Así que tendrás una beca para Milán y podrás participar en el curso de modelaje que impartimos aquí. Seguro que luego conseguirás un contrato de verdad y podrás quedarte. Puedes alojarte en el piso que te proporcionará la agencia.
–Muchísimas gracias señor, es usted muy amable–.
El apartamento de Milán está situado en Via Alessandro Tadino, cerca de Porta Venezia. Es un loft de dimensiones reducidas en las que se hospedan seis modelos masculinos.
Un chico llamado Vittorio, de 1,90, ojos color oliva, piel morena y cabello teñido de rubio, se dirige a Angelo.
–Cómo has llegado el último, te toca compartir cuarto con el albino. El problema es que solo hay una cama, pero háblalo con él, seguro que es buena gente. Yo me llamo Vittorio y, si necesitas consejos, cuenta conmigo. Ya se lo he dicho a los demás: conozco mucha peña y tengo contactos buenos (da unos golpecitos a Angelo en el trasero y se marcha).
Angelo se dirige a la habitación en la que se encuentra el albino. Dentro hay un dormitorio que contiene una cama que ocupa todo el cuarto, un armario abierto abarrotado de ropa de diferentes tonalidades y telas, y un chico recostado. Lleva unos calzoncillos Calvin Klein y unos calcetines Prada, está leyendo la revista GQ. En la portada se ve un modelo en slips leyendo un libro.
–Si quieres compartir mi cama no me importa hacerte el favor, pero si pudieras hacerme la comida te lo agradecería, tío, es que soy muy malo cocinando. Por cierto, me puedes llamar Erik.
–Muchas gracias, Erik–.
Durante el primer día de casting en la franquicia de la agencia, Angelo es citado en un piso equipado con una sala con el cartel de “laboratorio de ajustes y área de grooming”. En este lugar, Angelo es pesado y medido, y en una máquina de bioimpedancia se le toman los parámetros de masa grasa, índice de grasa corporal, porcentaje de grasa visceral y peso magro. La temperatura es de diez grados, y los modelos esperan su turno en ropa interior en el pasillo, tras dejar su ropa en el vestidor del piso. Un hombre de cincuenta años con la cabeza rasurada y que viste con un abrigo de la marca Burberry, da unas directrices a Angelo mientras es depilado, se le corta el cabello, se le tiñe y se le realiza la manicura y la pedicura:
–No aceptes trabajos sin permisos de la agencia.
–No te presentes a castings sin permiso de la agencia.
–Debes estar disponible en todo momento.
–Te comprometes a no subir de peso y a mantener las medidas, excepto aquellas que la agencia te pida modificar.
–El contrato expira a los tres meses.
–La agencia se pondrá en contacto a través del móvil de prepago que te será entregado
Angelo recibe un Nokia 3310, una lista de castings y testshoots a los que debe acudir las siguientes semanas, además de una composite card de cartulina semirrígida y plastificada donde puede leerse el nombre, medidas, color de ojos y de pelo, el nombre de la agencia y el número de serie del modelo. El hombre se despide.
–Como consejo te digo que sería buena idea que lleves contigo la composite a
las fiestas y cenas de agentes de casting, allí podrás conocer a personas de manera más distendida y será más fácil venderse.
–Muchas gracias, señor–.
Esa noche Angelo acude con Vittorio a una fiesta de varias agencias, donde se reúne personal de editoriales, marcas, diseñadores y socialités.
–Como me caes bien te voy a presentar a gente importante, mira esa es Gisele Bündchen, una modelo que ahora está muy de moda. Yo he hablado varias veces con ella.
–¿Me la vas a presentar? –dice Angelo.
–Por allí hay agentes de Versace, de Armani y de Gucci. Ese es Tom Ford, una vez me hice una foto con él. Esa es Anna Wintour, que es lo más de los más. Mira, por ahí está Donatella. ¡Qué pasada! Tío, esos son miembros de la “aristocracia” italiana: Lapo Elkann, dueño de Fiat, y Franca Sozzani, editora jefa de Vogue Italia. Me dijo un día que era uno de los modelos más fotogénicos que había conocido.
–En la barra hay un periodista de moda de Vanity Fair. Yo trabajé con ellos una temporada entera, seguro que has visto mi torso con slips en algún cartel de Milán. Y ese hombre de allí es Gianfranco Ferré, conocido como el “arquitecto de la moda”. Sí él te conoce, todos te conocen. Es el primo tercero de mi madre.
–¿Ves ese hombre tan guapo sentado al lado de la mujer del abrigo rosa? Es Mark Vanderloo, un ejemplo a seguir. Mi agente dice que tengo un aire “a lo Vanderloo”, pero con más altura.
–Vittorio te quería preguntar una cosa.
–Si, dime, guapo.
–¿Tu crees que soy lo bastante guapo como para poder triunfar en esta industria?
–Yo te daba –dice Vittorio, cogiendo de la barbilla a Angelo y acercando su boca.
–Es broma, claro que eres bello, tonto.
–Muchas gracias, Vittorio.
Cuando está amaneciendo, la mayoría de personas de la fiesta empiezan a marcharse, excepto un grupo de personajes célebres, quienes se dirigen hacia un embarcadero que da a los canales Navigli de Milán. Allí está amarrado un yate de varias plantas de la marca Benetti Golden Bay Series. Todos comienzan a subir a cubierta. Vittorio corre hasta Angelo y le pasa el brazo por encima del cuello, acercando los labios a los suyos.
–Ahora o nunca. Llega tu momento para triunfar; ya me darás las gracias–.
Los dos chicos salen corriendo y se suben al yate en marcha. Mientras los motores aceleran, unos focos de luces de colores son emitidos desde la parte superior del navío, manejados desde la cabina por un DJ. Un tema de Daft Punk remezclado con Miss Kittin empieza a sonar. Un hombre alto, vestido de lino blanco, con el cuerpo tonificado y unas Ray-ban, levanta el ancla y el barco empieza a zarpar.
Angelo lleva tres cócteles Malibú a un grupo de chicos que se encuentran hablando con Vittorio. Uno de los chicos tira su vaso al suelo, y Angelo baja de la cubierta de la segunda planta y se dirige a la cocina, desde donde trae una escoba y un recogedor. Barre los restos del suelo y devuelve los utensilios a la cocina.
Angelo se acerca a una mujer rubia que le llama y que lleva un vestido negro semitransparente de Balenciaga. La mujer le entrega una bolsita y le señala a un hombre con una coleta negra, chaqueta blanca y sombrero Borsalino, situado en el otro lado del yate. Angelo se acerca y le entrega la bolsita.
Angelo sigue a un hombre que le conduce hasta la bodega del barco, donde le coloca sobre los brazos dos cajas de botellas de Dom Pèrignon y le da una palmadita en el trasero.
Angelo sube las cajas y se acerca a un grupo de mujeres que están sentadas alrededor de una mesa de cristal de Fiam Italia. Descorcha una botella y les sirve una copa a cada una.
Angelo se dirige a la última planta del yate, donde está pinchando el DJ, y baila alrededor de las personas que se encuentran en la pista.
Angelo entra en el baño y enrolla un billete de cien dólares para a una mujer morena con un vestido de Luchino, que esnifa cocaína encima de una taza.
Angelo se ríe delante de un grupo que cuenta cosas.
Angelo sujeta la cabeza a una chica que está inclinada sobre una barandilla y vomitando.
Angelo sigue a dos hombres mayores que lo llevan a un camarote.
Angelo sale del camarote y se dirige a un baño.
Angelo se ducha y se frota con una esponja.
Angelo se acerca a la cubierta del barco y se coloca en un rincón vacío desde donde dirige la mirada al horizonte, por donde está saliendo el sol.
Epílogo
La superficie del agua emite una mezcolanza de colores amarillos y anaranjados, pequeñas olas chocan contra los lados del canal, mientras unas gaviotas sobrevuelan por encima. En la lejanía puede escucharse una música cuyo volumen es cada vez más tenue. Unos gorros de fiesta de cartón y unas cintas de confeti flotan sobre las olas.
Al cabo de una hora, unas burbujas de oxígeno emergen a la superficie, junto a unas gafas de marca Wayfarer.
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