domingo, 2 de febrero de 2025

-Relato 3 de Valentina Tapia

 Planos de una casa

 

Gonzalo, el padre de familia, era arquitecto. Extendió frente a su esposa, Laura, un extenso plano de la nueva casa. Habían comprado un terreno barato en un sector en proceso de urbanización, donde pronto se inauguraría una línea de metro con conexión directa a la capital.

    La casa se dibujaba con dos pisos. En el primero se encontraría el cuarto de la pareja, con baño incluido, en el que instalarían una tina lo suficientemente amplia para ambos. La habitación y el baño estarían conectados por un pasillo que, a su vez, funcionaría como armario. En la misma planta habría dos baños de visitas, una cocina con una mesa isla y otra mesa para los niños, además de un refrigerador, un congelador, un lavavajillas, un horno y una habitación destinada a la despensa. En el comedor, una mesa extensible permitiría recibir hasta treinta invitados, y en una esquina estaría un bar dedicado a concentrar los licores.

    La sala de estar contaría con espacio para cuatro sillones de tres cuerpos, un ventanal que abarcaría todo un muro y, frente a este, una gran biblioteca. En el segundo piso estarían los cuartos de los niños, además de dos baños, una oficina y una sala de juegos.

    La vivienda, además, consideraría un diseño eléctrico inteligente, programable y controlable a distancia. Sería una casa autosuficiente, con paneles solares y equipada con un sistema de aislamiento de última generación.

    Ambos revisaron los planos de lo que sería su nuevo hogar. Contemplaba todo lo necesario.

    Gonzalo extendió las cotizaciones y, junto a Laura, realizaron cálculos considerando los ingresos de ambos, los ahorros y los gastos próximos. La casa duplicaba sus posibilidades económicas.

    Para hacer viable el proyecto, Gonzalo diseñó el boceto de tres estrategias diferentes. Cada una contemplaba horas extra en el trabajo de parte de ambos, disminución de los gastos de mano de obra y materiales de calidad moderada, pero, aun así, los cálculos no alcanzaban.

    —Me traeré los materiales sobrantes de las otras construcciones —Gonzalo fue en busca de las carpetas que contenían los planos de las tres casas en las que estaba trabajando. Luego, comenzó a ajustar una de sus estrategias.

    —Eso es propiedad de los dueños de las casas que construyes, ¿no? No podemos robarnos esas cosas. —Laura había sacado su computador para cotizar casas prefabricadas.

    —Muchas veces los clientes no saben qué hacer con ese material y terminan pidiéndole a un camión que se lo lleve a un vertedero. Con eso podremos cubrir los gastos faltantes. —Gonzalo le cerró el computador a Laura y le entregó el presupuesto final, que reducía los gastos al mínimo y no consideraba margen de error, pero hacía viable el proyecto.

    Poco después, llegaron su hija Nina, una adolescente de diecisiete años, y el pequeño Tomás, de cuatro. Todos revisaron el plano una y otra vez. La casa era enorme.

    —Parece un teatro. — Nina escribía con lápiz rojo su nombre sobre el plano, en el sector de su habitación.

    —Nina tiene razón. Quizás podríamos reconsiderar hacerla más pequeña. Así podríamos asegurarnos de tenerla pronto. —Laura tomó el plano y comenzó a tachar la oficina, la sala de juegos y el espacio del bar. Gonzalo le detuvo el lápiz y borró sus líneas.

    —Será una hermosa casa. Nuestra casa. Van a ver que seremos muy felices ahí. —Y sirvió unas copas de vino para él y Laura, y preparó unos batidos de arándanos para sus hijos. Laura firmó el presupuesto y el plano de su nueva casa.

    La familia se encontraba cuidando la lujosa casa de los Muñoz, una pareja amiga que había viajado a Londres para que Sergio, uno de los esposos, desarrollara un doctorado en Bellas Artes durante cinco años. Este era el último año de estancia de la familia en ese lugar, y habían proyectado poder construir su nuevo hogar durante ese tiempo. Habían ahorrado durante su estadía en la casa de sus amigos; todo el dinero destinado para el alquiler se había transformado en dinero para construir su propio proyecto. A pesar de que la familia tenía los ingresos de la clase media, haber habitado ese lugar durante tanto tiempo había aburguesado su estilo de vida.

 

La primera jornada fue un fin de semana, y los cuatro comenzaron a desmalezar el lugar. Con guantes, tijeras de podar y un par de machetes, comenzaron a limpiar el terreno bajo el sol de verano. El pequeño Tomás se quedó en un rincón jugando a deshojar un par de ramas y flores que le entregó Nina. Nina trabajó durante seis horas sin parar; luego, un chorro de sangre de nariz la obligó a tenderse a la sombra junto a su hermano. Laura y Gonzalo continuaron trabajando otras seis horas más. El terreno se veía completamente vacío, y Gonzalo empezó a palear para nivelarlo, mientras Laura, sentada en el suelo, abría una canasta con cajas de comida para todos.

    Esa primera tarde apareció el primer obstáculo para la familia.

    —No es tierra, tendremos que pedir ayuda; el suelo está lleno de piedras. No se puede construir nada así.  —Gonzalo sacó un lápiz para rayar el papel del último presupuesto.

    —Si consigo que alguien nos ayude a transportar los materiales desde la ferretería, podemos considerar el pago de un maestro dentro de los primeros días —Laura no le respondió nada. Luego, le aplicó una crema de aloe vera a Nina, quien tenía unas quemaduras en el cuello.

    Al día siguiente, apareció Jano, el albañil, que ayudó a Gonzalo y Laura a sacar las piedras que obstaculizaban la construcción de los cimientos. Trabajaron todos nuevamente: Nina llenaba bolsas de basura con la maleza que había retirado el día anterior, y el pequeño Tomás buscaba ramitas que aún quedaban en el terreno.

    Durante la semana, cada uno desarrollaba sus actividades con normalidad: los niños asistían al colegio y los padres iban a sus trabajos. Por las tardes, Gonzalo volvía al terreno a continuar trabajando y regresaba a dormir por las noches, cuando Laura ya había ayudado a Nina con las tareas y había acostado a Tomás.

 

Resistieron el ritmo de la construcción durante cinco meses en los que asistían los fines de semana y trabajaban durante los días de semana. Después de eso, Laura desarrolló un feroz lumbago. No podía levantarse de la cama, y Nina tuvo que hacerse cargo de atenderla a ella y a Tomás, ya que Gonzalo no abandonaba sus visitas a la construcción y cada vez llegaba más tarde a casa. Había dejado de contestar el teléfono, pocas veces se encontraba con sus hijos, y con Laura solo se cruzaba en la cama.

    Cuando la mujer se recuperó de su dolor de espalda, volvió a visitar el terreno junto a sus hijos. Su marido trabajaba con Jano, revisando la nivelación de los suelos para la cimentación mientras preparaban el hormigón. No volteo a saludarla a ella ni a los niños.

    —Pensé que estarían más avanzados. —Laura no miró a nadie cuando realizó su comentario y les entregó sándwiches a todos.

    —Es que con las visitas es imposible avanzar más rápido —dijo Jano. Por primera vez, Gonzalo se separó de su labor para hablar con Laura.

    —Han entrado dos veces a robarnos las herramientas —le dijo, devorando el pan en tres mordiscos.

    —¿Y estas de dónde salieron? —Laura señaló con un círculo en el aire todas las herramientas que estaban esparcidas por el terreno, y luego sacó un frasco de fruta que había estado picando durante la mañana.

    —Las compramos. Creo que tendremos que pedir un préstamo más adelante. También tengo un plan B, pero me parece que es mejor que lo vayamos barajando sobre la marcha. —Era una nueva noticia.

    —Si estamos pensando en préstamos, aún estamos a tiempo de considerar una casa prefabricada. Lo digo por los niños. Podríamos ponerla temporalmente junto a esta casa. —Laura no recibió respuesta de Gonzalo.

    La mujer comenzó a calcular los gastos inesperados y a buscar formas de cubrirlos con horas extras en el trabajo. Nina miraba de reojo los cálculos de su madre y, en su celular, sacaba la cuenta de las horas que estaría a solas con Tomás.

 

A los diez meses, la construcción tenía kilométricas superficies de concreto, y las murallas externas envolvían por completo la primera planta, excepto el espacio destinado al enorme ventanal de la sala de estar.

    Sus amigos Sergio y Ricardo se habían puesto en contacto con ellos para coordinar las fechas de su regreso a casa. Mientras tanto, Nina y Tomás llevaban dos meses viviendo solos; se reencontraban con su madre por las noches, y a su padre lo habían visto apenas cuatro veces en el último mes.

    Para poder mudarse antes de que sus amigos regresaran al país, comenzaron a improvisar un techo temporal y a cubrir el espacio del ventanal. Laura y Nina pasaron dos semanas embalando sus pertenencias y trasladándolas poco a poco a la casa inacabada.

    Toda la agitación coincidió con el cumpleaños de Tomás, que celebraron en medio de la construcción, usando las cajas de embalaje como mesa. El niño lloró toda la tarde, cuando jugando a la escondida con sus primos se le enganchó la pierna en un clavo que sobresalía de uno de los muros y le marcó una cicatriz en todo el muslo. Gonzalo tomó un martillo y comenzó a golpear el clavo en la muralla que había lastimado a su hijo, luego siguió con otros hasta que terminó la celebración.

    Al día siguiente, Laura limpió todo, mientras Gonzalo se ausentó para cavar junto a Jano un pozo del que pudieran extraer agua.

 

Recibieron a los Muñoz con una cena de agradecimiento. Ricardo les regaló a los niños un cachorro Gran Danés, que se llevaron con ellos inmediatamente a la construcción, donde se instalaron para pasar su primera noche.

    Habían acondicionado la casa lo mejor posible para hacerla habitable a pesar de estar incompleta. Conectaron el sistema eléctrico del primer piso a un generador y ya tenían funcionando el sistema para extraer agua de la noria.

    Compraron dos camas: una de dos plazas y otra de una plaza y media, ambas instaladas en la única habitación funcional, la matrimonial, ya que el segundo piso, donde estarían los cuartos de los niños, aún no existía. En la cama grande dormían Laura y los niños, mientras que Gonzalo descansaba en la más pequeña.

    La casa no tenía todas las puertas instaladas, y la sala de estar se había convertido en una bodega, conteniendo dentro, todas las cajas embaladas. La cocina, por otro lado, consistía en mesas de plástico que habían comprado para tener donde apoyarse. En el baño, solo había un inodoro, un lavamanos y una ducha con un plástico en el suelo, ya que aún no tenían el piso instalado en ninguna parte de la casa.

   El presupuesto se había equilibrado gracias a las horas extra de Laura, pero las otras construcciones de Gonzalo se habían retrasado porque él pasaba la mayor parte del tiempo en su proyecto, y el material restante de esas obras también se había demorado en llegar. Los cálculos financieros seguían el plan a la perfección, pero no así los plazos.

    Los niños despertaban con el cabello tieso de polvo y con dolor de cabeza por el ruido de las máquinas, que comenzaban a sonar a las siete de la mañana. Llegaban al colegio y dormían siestas en los recreos. Siempre llevaban gorros para cubrir sus cabellos y se quedaban en los talleres de reforzamiento por la tarde para adelantar las tareas, que realizaban en silencio. Volvían caminando a casa sin hablar.

    Al llegar, se encontraban con su papá y Jano trabajando. Ellos jugaban con su perro, al que Tomás había llamado ‘Colmillos’ y Nina ‘Bruno’. Luego, la primogénita iba a ayudar a su padre con alguna tarea. Él le anotaba en el piso, con tiza, las diferentes actividades en las que necesitaba su ayuda, y ella las iba tachando. A veces, introducía cables a través de tubos de PVC para el sistema eléctrico del segundo piso, marcaba los lienzos de madera para que Jano los cortara, o cocinaba la cena para cuando su madre llegara.

    El albañil pasaba todo el día con ellos en la casa. A veces iba acompañado de su esposa e hijo, quienes jugaban con Bruno Colmillos mientras lo esperaban. La esposa de Jano siempre traía cervezas, que ambos tomaban al terminar su jornada, dejando las latas tiradas en el tierral que todos llamaban el patio.

    Gonzalo dejaba todo a medio terminar, y la casa crecía a pedazos. El techo era provisional, compuesto por una mezcla de madera, plástico y zinc. La escalera al segundo piso estaba a medio construir, el pasto solo había crecido en una parte del patio, un tercio de los muros estaba aislado y el piso de la cocina estaba a la mitad.

    Dentro de la construcción, cada vez se hablaba menos. Ambos padres de familia escasas veces se dirigían la palabra, se dejaban papeles con tareas o con presupuestos. Gonzalo solo hablaba con Jano para darle órdenes, mientras que Jano solo conversaba con su pareja y su hijo cuando lo pasaban a buscar.

    Laura llegaba del trabajo, recogía las latas de cerveza del patio, cenaba y se acostaba a dormir sobre el colchón cubierto de polvo. Nina hablaba ocasionalmente con Tomás y Bruno, se escribía con un par de amigas y se dormía junto a su madre. Tomás, lleno de rasguños, cazaba grillos y vigilaba en silencio a su papá mientras trabajaba, hasta quedarse dormido. Bruno Colmillos pasaba el día corriendo.

 

Para el invierno, Gonzalo trajo todos los residuos de las otras construcciones en las que había participado y los acumuló en el patio de la casa. Compró un plástico enorme con el que cubrió pedazos de madera, sacos de cemento, plumavit, un par de fierros y las herramientas. Junto a Jano, se encargaron de reforzar el techo y las murallas provisionales. El calor de la estufa no era suficiente para calentar la cocina ni ninguna otra área que no fuese la habitación principal, ya que se escapaba a través de los espacios sin puertas o de las terminaciones incompletas. La vida de la familia se redujo a un espacio: la habitación conectada con el baño, en la que todos convivían. Comían sobre la cama, estudiaban en la cama, hacían ejercicio sobre la cama e incluso, paseaban al perro sobre la cama. Tiempo después, el animal comenzó a romper las sábanas y arañar los muros, y Gonzalo no permitió que volviera a entrar a la casa.

    Laura había adelgazado y se le habían marcado los pómulos, ya que tanto sus mejillas como sus cuencas habían adquirido mayor profundidad. La abuela de los niños, que los visitaba una vez al mes, decidió llevarse a su hija con ella.

    —Me parece que está enferma. ¿Está durmiendo bien? —Gonzalo no se dignó a sacar los ojos de su trabajo para responderle a su suegra.

    —Su mamá se quedará conmigo unos días. Mi casa es muy pequeña, saben que si pudiera me los llevaría a todos de esta pocilga, pero ustedes estarán bien con su papá. —Fue lo último que escucharon los niños antes de dejar de ver a su mamá para siempre. Laura, antes de salir, arrugó unos planos en los que Gonzalo había considerado la construcción de un tercer piso y los tiró a la basura.

 

Volvió el verano y Nina se cortó todo su cabello. Ya no recibía llamadas de su abuela y pasaba el tiempo mensajeándose con sus compañeras, esperando los resultados de las pruebas de admisión para saber a qué universidad entraría. Finalmente, quedó en su primera opción: Bellas Artes en la universidad más prestigiosa de la capital. Ese día, Nina fue a la casa de Ricardo y Sergio para contarles la noticia. Cenaron juntos y luego la pareja la llevó de vuelta a la construcción en automóvil. Gonzalo seguía trabajando en la casa, y tardaron una hora en encontrarlo. Había reorganizado los muros provisionales, y la casa se había convertido en un laberinto. Ambos hombres se encerraron con él a hablar, mientras Nina preparaba algo de comer para su hermano.

    Cuando los dos hombres salieron, llevaron a Nina al automóvil para conversar.

    —Tengo una tía abuela que vive cerca de tu universidad. Podemos coordinar con ella para que te mudes antes de que empiecen tus clases. —Ricardo jugaba con las llaves del automóvil en sus manos.

    Durante tres semanas, Nina preparó su partida. Salía todos los días con Tomás a dar vueltas al parque. Gonzalo comenzó a dormir por las noches con su hijo, mientras que su hija se quedaba sola en la otra cama. El padre despertaba todas las mañas abrazado por su hijo.

    Los Muñoz pasaron por Nina por la mañana y subieron las maletas al automóvil. Nina fue a despedirse de Gonzalo, recorriendo los pasillos recién construidos hasta llegar al jardín. Usó tres caminos más hasta dar con su padre en el bar. Se abrazaron en silencio, y él tachó su nombre en el pizarrón de tareas, reemplazándolo por el de Jano. Nina volvió a perderse en la casa, que ahora tenía miles de muros falsos, llenos de plástico y tabiques. En el tierral, el perro mordía parte de los materiales que el padre había dejado. Con la humedad, las maderas se llenaron de hongos, y los plásticos fueron perforados por el animal. Corría dando vueltas rápidas en círculos por el patio, pero cuando Nina logró salir, el perro se abalanzó sobre ella. Con apenas seis meses, ya le llegaba al pecho.

    Hacía tiempo que Nina no daba vueltas por casa y por primera vez se encontró con un hoyo del porte de un sótano en el patio.

    Volvió a entrar y regresó a la habitación principal, se despidió de Tomás, quien no dijo nada. Ya no hablaba, al igual que su madre y su padre. El niño la abrazó y le entregó una foto en la que aparecían los cuatro. Nina le besó la nuca y se subió al automóvil.

 

Los días de Tomás seguían la misma rutina. Cuando estaba en la casa, pasaba el tiempo mirando a su papá trabajar o escuchando los ladridos del perro, que, cada día, doblaba su tamaño o rompía algún material. La casa seguía creciendo, hacia los lados y hacia arriba. Gonzalo no paraba de construir. Estaba comenzando un tercer piso, pero aún no terminaba de colocarle el suelo a la cocina.

    A Tomás le costaba cada vez más encontrar a su padre. La casa era enorme, y en cada sala se habían comenzado nuevos proyectos arquitectónicos. A veces su padre estaba en el patio, trabajando en el sótano; otras veces, plantando árboles; o en el tercer piso en las habitaciones, o incluso metido en el entretecho.

    Una noche, Tomás despertó con el sonido de un taladro. Eran las cuatro de la mañana. Juan nunca trabajaba de madrugada. Tomás se levantó y no supo por dónde ir. Tomó tres caminos que lo llevaron al bar de la casa. Finalmente, llegó al patio. Bruno Colmillos había destrozado una plancha de plumavit, y las pelotas blancas flotaban por todas partes. Continuaba sonando el golpe del taladro. El perro saltaba de un lado a otro y ladraba. En el sótano del patio estaba su padre trabajando. Ponía un clavo sobre uno de los muros. Tomás bajó para ver lo que hacía, y el plumavit caía sobre ellos. Colgó una fotografía en la que aparecía la familia completa: los dos niños con un bigote de leche, y los dos padres con sus copas de vino, sobre la mesa, los planos de la casa. La imagen era de hacía doce años.

    El padre tomó una tiza, salió del sótano y entró a la casa, con su hijo siguiéndolo. Llegaron a la pizarra, y Gonzalo tachó con una línea: Colgar la fotografía.

    A la mañana siguiente, Tomás tomó el metro hacia la capital.

1 comentario:

  1. La frase: "Gonzalo no se dignó a sacar los ojos de su trabajo para responderle a su suegra." indica que el narrador enjuicia el porqué de lo que hace. En esta técnica esto no se puede hacer. (En esta técnica...).
    Tampoco puede decir: "y no supo por dónde ir.".
    Pero el relato está bien. Es interesante.

    ResponderEliminar

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.