Planos de una casa
Gonzalo, el padre de familia, era
arquitecto. Extendió frente a su esposa, Laura, un extenso plano de la nueva
casa. Habían comprado un terreno barato en un sector en proceso de
urbanización, donde pronto se inauguraría una línea de metro con conexión directa
a la capital.
La casa se dibujaba con dos pisos. En el
primero se encontraría el cuarto de la pareja, con baño incluido, en el que
instalarían una tina lo suficientemente amplia para ambos. La habitación y el
baño estarían conectados por un pasillo que, a su vez, funcionaría como
armario. En la misma planta habría dos baños de visitas, una cocina con una
mesa isla y otra mesa para los niños, además de un refrigerador, un congelador,
un lavavajillas, un horno y una habitación destinada a la despensa. En el
comedor, una mesa extensible permitiría recibir hasta treinta invitados, y en
una esquina estaría un bar dedicado a concentrar los licores.
La sala de estar contaría con espacio
para cuatro sillones de tres cuerpos, un ventanal que abarcaría todo un muro y,
frente a este, una gran biblioteca. En el segundo piso estarían los cuartos de
los niños, además de dos baños, una oficina y una sala de juegos.
La vivienda, además, consideraría un
diseño eléctrico inteligente, programable y controlable a distancia. Sería una
casa autosuficiente, con paneles solares y equipada con un sistema de
aislamiento de última generación.
Ambos revisaron los planos de lo que
sería su nuevo hogar. Contemplaba todo lo necesario.
Gonzalo extendió las cotizaciones y,
junto a Laura, realizaron cálculos considerando los ingresos de ambos, los
ahorros y los gastos próximos. La casa duplicaba sus posibilidades económicas.
Para hacer viable el proyecto, Gonzalo
diseñó el boceto de tres estrategias diferentes. Cada una contemplaba horas
extra en el trabajo de parte de ambos, disminución de los gastos de mano de obra
y materiales de calidad moderada, pero, aun así, los cálculos no alcanzaban.
—Me traeré los materiales sobrantes de
las otras construcciones —Gonzalo fue en busca de las carpetas que contenían
los planos de las tres casas en las que estaba trabajando. Luego, comenzó a
ajustar una de sus estrategias.
—Eso es propiedad de los dueños de las
casas que construyes, ¿no? No podemos robarnos esas cosas. —Laura había sacado
su computador para cotizar casas prefabricadas.
—Muchas veces los clientes no saben qué
hacer con ese material y terminan pidiéndole a un camión que se lo lleve a un
vertedero. Con eso podremos cubrir los gastos faltantes. —Gonzalo le cerró el
computador a Laura y le entregó el presupuesto final, que reducía los gastos al
mínimo y no consideraba margen de error, pero hacía viable el proyecto.
Poco después, llegaron su hija Nina, una
adolescente de diecisiete años, y el pequeño Tomás, de cuatro. Todos revisaron
el plano una y otra vez. La casa era enorme.
—Parece un teatro. — Nina escribía con
lápiz rojo su nombre sobre el plano, en el sector de su habitación.
—Nina tiene razón. Quizás podríamos
reconsiderar hacerla más pequeña. Así podríamos asegurarnos de tenerla pronto.
—Laura tomó el plano y comenzó a tachar la oficina, la sala de juegos y el
espacio del bar. Gonzalo le detuvo el lápiz y borró sus líneas.
—Será una hermosa casa. Nuestra casa.
Van a ver que seremos muy felices ahí. —Y sirvió unas copas de vino para él y
Laura, y preparó unos batidos de arándanos para sus hijos. Laura firmó el
presupuesto y el plano de su nueva casa.
La familia se encontraba cuidando la
lujosa casa de los Muñoz, una pareja amiga que había viajado a Londres para que
Sergio, uno de los esposos, desarrollara un doctorado en Bellas Artes durante
cinco años. Este era el último año de estancia de la familia en ese lugar, y
habían proyectado poder construir su nuevo hogar durante ese tiempo. Habían
ahorrado durante su estadía en la casa de sus amigos; todo el dinero destinado
para el alquiler se había transformado en dinero para construir su propio
proyecto. A pesar de que la familia tenía los ingresos de la clase media, haber
habitado ese lugar durante tanto tiempo había aburguesado su estilo de vida.
La primera jornada fue un fin de semana,
y los cuatro comenzaron a desmalezar el lugar. Con guantes, tijeras de podar y
un par de machetes, comenzaron a limpiar el terreno bajo el sol de verano. El
pequeño Tomás se quedó en un rincón jugando a deshojar un par de ramas y flores
que le entregó Nina. Nina trabajó durante seis horas sin parar; luego, un
chorro de sangre de nariz la obligó a tenderse a la sombra junto a su hermano.
Laura y Gonzalo continuaron trabajando otras seis horas más. El terreno se veía
completamente vacío, y Gonzalo empezó a palear para nivelarlo, mientras Laura,
sentada en el suelo, abría una canasta con cajas de comida para todos.
Esa primera tarde apareció el primer
obstáculo para la familia.
—No es tierra, tendremos que pedir
ayuda; el suelo está lleno de piedras. No se puede construir nada así. —Gonzalo sacó un lápiz para rayar el papel del
último presupuesto.
—Si consigo que alguien nos ayude a
transportar los materiales desde la ferretería, podemos considerar el pago de
un maestro dentro de los primeros días —Laura no le respondió nada. Luego, le
aplicó una crema de aloe vera a Nina, quien tenía unas quemaduras en el cuello.
Al día siguiente, apareció Jano, el
albañil, que ayudó a Gonzalo y Laura a sacar las piedras que obstaculizaban la
construcción de los cimientos. Trabajaron todos nuevamente: Nina llenaba bolsas
de basura con la maleza que había retirado el día anterior, y el pequeño Tomás
buscaba ramitas que aún quedaban en el terreno.
Durante la semana, cada uno desarrollaba
sus actividades con normalidad: los niños asistían al colegio y los padres iban
a sus trabajos. Por las tardes, Gonzalo volvía al terreno a continuar
trabajando y regresaba a dormir por las noches, cuando Laura ya había ayudado a
Nina con las tareas y había acostado a Tomás.
Resistieron el ritmo de la construcción
durante cinco meses en los que asistían los fines de semana y trabajaban
durante los días de semana. Después de eso, Laura desarrolló un feroz lumbago.
No podía levantarse de la cama, y Nina tuvo que hacerse cargo de atenderla a
ella y a Tomás, ya que Gonzalo no abandonaba sus visitas a la construcción y
cada vez llegaba más tarde a casa. Había dejado de contestar el teléfono, pocas
veces se encontraba con sus hijos, y con Laura solo se cruzaba en la cama.
Cuando la mujer se recuperó de su dolor
de espalda, volvió a visitar el terreno junto a sus hijos. Su marido trabajaba
con Jano, revisando la nivelación de los suelos para la cimentación mientras
preparaban el hormigón. No volteo a saludarla a ella ni a los niños.
—Pensé que estarían más avanzados. —Laura
no miró a nadie cuando realizó su comentario y les entregó sándwiches a todos.
—Es que con las visitas es imposible
avanzar más rápido —dijo Jano. Por primera vez, Gonzalo se separó de su labor
para hablar con Laura.
—Han entrado dos veces a robarnos las
herramientas —le dijo, devorando el pan en tres mordiscos.
—¿Y estas de dónde salieron? —Laura
señaló con un círculo en el aire todas las herramientas que estaban esparcidas
por el terreno, y luego sacó un frasco de fruta que había estado picando
durante la mañana.
—Las compramos. Creo que tendremos que
pedir un préstamo más adelante. También tengo un plan B, pero me parece que es
mejor que lo vayamos barajando sobre la marcha. —Era una nueva noticia.
—Si estamos pensando en préstamos, aún
estamos a tiempo de considerar una casa prefabricada. Lo digo por los niños.
Podríamos ponerla temporalmente junto a esta casa. —Laura no recibió respuesta
de Gonzalo.
La mujer comenzó a calcular los gastos
inesperados y a buscar formas de cubrirlos con horas extras en el trabajo. Nina
miraba de reojo los cálculos de su madre y, en su celular, sacaba la cuenta de
las horas que estaría a solas con Tomás.
A los diez meses, la construcción tenía kilométricas
superficies de concreto, y las murallas externas envolvían por completo la
primera planta, excepto el espacio destinado al enorme ventanal de la sala de
estar.
Sus amigos Sergio y Ricardo se habían
puesto en contacto con ellos para coordinar las fechas de su regreso a casa.
Mientras tanto, Nina y Tomás llevaban dos meses viviendo solos; se
reencontraban con su madre por las noches, y a su padre lo habían visto apenas
cuatro veces en el último mes.
Para poder mudarse antes de que sus
amigos regresaran al país, comenzaron a improvisar un techo temporal y a cubrir
el espacio del ventanal. Laura y Nina pasaron dos semanas embalando sus
pertenencias y trasladándolas poco a poco a la casa inacabada.
Toda la agitación coincidió con el
cumpleaños de Tomás, que celebraron en medio de la construcción, usando las
cajas de embalaje como mesa. El niño lloró toda la tarde, cuando jugando a la
escondida con sus primos se le enganchó la pierna en un clavo que sobresalía de
uno de los muros y le marcó una cicatriz en todo el muslo. Gonzalo tomó un
martillo y comenzó a golpear el clavo en la muralla que había lastimado a su
hijo, luego siguió con otros hasta que terminó la celebración.
Al día siguiente, Laura limpió todo,
mientras Gonzalo se ausentó para cavar junto a Jano un pozo del que pudieran
extraer agua.
Recibieron a los Muñoz con una cena de
agradecimiento. Ricardo les regaló a los niños un cachorro Gran Danés, que se
llevaron con ellos inmediatamente a la construcción, donde se instalaron para
pasar su primera noche.
Habían acondicionado la casa lo mejor
posible para hacerla habitable a pesar de estar incompleta. Conectaron el
sistema eléctrico del primer piso a un generador y ya tenían funcionando el
sistema para extraer agua de la noria.
Compraron dos camas: una de dos plazas y
otra de una plaza y media, ambas instaladas en la única habitación funcional,
la matrimonial, ya que el segundo piso, donde estarían los cuartos de los
niños, aún no existía. En la cama grande dormían Laura y los niños, mientras
que Gonzalo descansaba en la más pequeña.
La casa no tenía todas las puertas
instaladas, y la sala de estar se había convertido en una bodega, conteniendo dentro,
todas las cajas embaladas. La cocina, por otro lado, consistía en mesas de
plástico que habían comprado para tener donde apoyarse. En el baño, solo había
un inodoro, un lavamanos y una ducha con un plástico en el suelo, ya que aún no
tenían el piso instalado en ninguna parte de la casa.
El presupuesto se había equilibrado
gracias a las horas extra de Laura, pero las otras construcciones de Gonzalo se
habían retrasado porque él pasaba la mayor parte del tiempo en su proyecto, y
el material restante de esas obras también se había demorado en llegar. Los
cálculos financieros seguían el plan a la perfección, pero no así los plazos.
Los niños despertaban con el cabello
tieso de polvo y con dolor de cabeza por el ruido de las máquinas, que
comenzaban a sonar a las siete de la mañana. Llegaban al colegio y dormían
siestas en los recreos. Siempre llevaban gorros para cubrir sus cabellos y se
quedaban en los talleres de reforzamiento por la tarde para adelantar las
tareas, que realizaban en silencio. Volvían caminando a casa sin hablar.
Al llegar, se encontraban con su papá y
Jano trabajando. Ellos jugaban con su perro, al que Tomás había llamado ‘Colmillos’
y Nina ‘Bruno’. Luego, la primogénita iba a ayudar a su padre con alguna tarea.
Él le anotaba en el piso, con tiza, las diferentes actividades en las que
necesitaba su ayuda, y ella las iba tachando. A veces, introducía cables a
través de tubos de PVC para el sistema eléctrico del segundo piso, marcaba los
lienzos de madera para que Jano los cortara, o cocinaba la cena para cuando su
madre llegara.
El albañil pasaba todo el día con ellos
en la casa. A veces iba acompañado de su esposa e hijo, quienes jugaban con
Bruno Colmillos mientras lo esperaban. La esposa de Jano siempre traía
cervezas, que ambos tomaban al terminar su jornada, dejando las latas tiradas
en el tierral que todos llamaban el patio.
Gonzalo dejaba todo a medio terminar, y
la casa crecía a pedazos. El techo era provisional, compuesto por una mezcla de
madera, plástico y zinc. La escalera al segundo piso estaba a medio construir,
el pasto solo había crecido en una parte del patio, un tercio de los muros
estaba aislado y el piso de la cocina estaba a la mitad.
Dentro de la construcción, cada vez se
hablaba menos. Ambos padres de familia escasas veces se dirigían la palabra, se
dejaban papeles con tareas o con presupuestos. Gonzalo solo hablaba con Jano
para darle órdenes, mientras que Jano solo conversaba con su pareja y su hijo
cuando lo pasaban a buscar.
Laura llegaba del trabajo, recogía las
latas de cerveza del patio, cenaba y se acostaba a dormir sobre el colchón
cubierto de polvo. Nina hablaba ocasionalmente con Tomás y Bruno, se escribía
con un par de amigas y se dormía junto a su madre. Tomás, lleno de rasguños,
cazaba grillos y vigilaba en silencio a su papá mientras trabajaba, hasta
quedarse dormido. Bruno Colmillos pasaba el día corriendo.
Para el invierno, Gonzalo trajo todos
los residuos de las otras construcciones en las que había participado y los
acumuló en el patio de la casa. Compró un plástico enorme con el que cubrió
pedazos de madera, sacos de cemento, plumavit, un par de fierros y las
herramientas. Junto a Jano, se encargaron de reforzar el techo y las murallas
provisionales. El calor de la estufa no era suficiente para calentar la cocina
ni ninguna otra área que no fuese la habitación principal, ya que se escapaba a
través de los espacios sin puertas o de las terminaciones incompletas. La vida
de la familia se redujo a un espacio: la habitación conectada con el baño, en
la que todos convivían. Comían sobre la cama, estudiaban en la cama, hacían
ejercicio sobre la cama e incluso, paseaban al perro sobre la cama. Tiempo
después, el animal comenzó a romper las sábanas y arañar los muros, y Gonzalo
no permitió que volviera a entrar a la casa.
Laura había adelgazado y se le habían
marcado los pómulos, ya que tanto sus mejillas como sus cuencas habían
adquirido mayor profundidad. La abuela de los niños, que los visitaba una vez
al mes, decidió llevarse a su hija con ella.
—Me parece que está enferma. ¿Está
durmiendo bien? —Gonzalo no se dignó a sacar los ojos de su trabajo para
responderle a su suegra.
—Su mamá se quedará conmigo unos días.
Mi casa es muy pequeña, saben que si pudiera me los llevaría a todos de esta
pocilga, pero ustedes estarán bien con su papá. —Fue lo último que escucharon
los niños antes de dejar de ver a su mamá para siempre. Laura, antes de salir,
arrugó unos planos en los que Gonzalo había considerado la construcción de un
tercer piso y los tiró a la basura.
Volvió el verano y Nina se cortó todo su
cabello. Ya no recibía llamadas de su abuela y pasaba el tiempo mensajeándose
con sus compañeras, esperando los resultados de las pruebas de admisión para
saber a qué universidad entraría. Finalmente, quedó en su primera opción:
Bellas Artes en la universidad más prestigiosa de la capital. Ese día, Nina fue
a la casa de Ricardo y Sergio para contarles la noticia. Cenaron juntos y luego
la pareja la llevó de vuelta a la construcción en automóvil. Gonzalo seguía
trabajando en la casa, y tardaron una hora en encontrarlo. Había reorganizado
los muros provisionales, y la casa se había convertido en un laberinto. Ambos
hombres se encerraron con él a hablar, mientras Nina preparaba algo de comer
para su hermano.
Cuando los dos hombres salieron, llevaron a Nina al automóvil para conversar.
—Tengo una tía abuela que vive cerca de tu universidad. Podemos coordinar con
ella para que te mudes antes de que empiecen tus clases. —Ricardo jugaba con
las llaves del automóvil en sus manos.
Durante tres semanas, Nina preparó su
partida. Salía todos los días con Tomás a dar vueltas al parque. Gonzalo
comenzó a dormir por las noches con su hijo, mientras que su hija se quedaba
sola en la otra cama. El padre despertaba todas las mañas abrazado por su hijo.
Los Muñoz pasaron por Nina por la mañana
y subieron las maletas al automóvil. Nina fue a despedirse de Gonzalo,
recorriendo los pasillos recién construidos hasta llegar al jardín. Usó tres
caminos más hasta dar con su padre en el bar. Se abrazaron en silencio, y él
tachó su nombre en el pizarrón de tareas, reemplazándolo por el de Jano. Nina
volvió a perderse en la casa, que ahora tenía miles de muros falsos, llenos de
plástico y tabiques. En el tierral, el perro mordía parte de los materiales que
el padre había dejado. Con la humedad, las maderas se llenaron de hongos, y los
plásticos fueron perforados por el animal. Corría dando vueltas rápidas en
círculos por el patio, pero cuando Nina logró salir, el perro se abalanzó sobre
ella. Con apenas seis meses, ya le llegaba al pecho.
Hacía tiempo que Nina no daba vueltas
por casa y por primera vez se encontró con un hoyo del porte de un sótano en el
patio.
Volvió a entrar y regresó a la
habitación principal, se despidió de Tomás, quien no dijo nada. Ya no hablaba,
al igual que su madre y su padre. El niño la abrazó y le entregó una foto en la
que aparecían los cuatro. Nina le besó la nuca y se subió al automóvil.
Los días de Tomás seguían la misma
rutina. Cuando estaba en la casa, pasaba el tiempo mirando a su papá trabajar o
escuchando los ladridos del perro, que, cada día, doblaba su tamaño o rompía
algún material. La casa seguía creciendo, hacia los lados y hacia arriba.
Gonzalo no paraba de construir. Estaba comenzando un tercer piso, pero aún no
terminaba de colocarle el suelo a la cocina.
A Tomás le costaba cada vez más
encontrar a su padre. La casa era enorme, y en cada sala se habían comenzado
nuevos proyectos arquitectónicos. A veces su padre estaba en el patio,
trabajando en el sótano; otras veces, plantando árboles; o en el tercer piso en
las habitaciones, o incluso metido en el entretecho.
Una noche, Tomás despertó con el sonido
de un taladro. Eran las cuatro de la mañana. Juan nunca trabajaba de madrugada.
Tomás se levantó y no supo por dónde ir. Tomó tres caminos que lo llevaron al
bar de la casa. Finalmente, llegó al patio. Bruno Colmillos había destrozado
una plancha de plumavit, y las pelotas blancas flotaban por todas partes.
Continuaba sonando el golpe del taladro. El perro saltaba de un lado a otro y
ladraba. En el sótano del patio estaba su padre trabajando. Ponía un clavo
sobre uno de los muros. Tomás bajó para ver lo que hacía, y el plumavit caía
sobre ellos. Colgó una fotografía en la que aparecía la familia completa: los
dos niños con un bigote de leche, y los dos padres con sus copas de vino, sobre
la mesa, los planos de la casa. La imagen era de hacía doce años.
El padre tomó una tiza, salió del sótano
y entró a la casa, con su hijo siguiéndolo. Llegaron a la pizarra, y Gonzalo
tachó con una línea: Colgar la fotografía.
A la mañana siguiente, Tomás tomó el
metro hacia la capital.
La frase: "Gonzalo no se dignó a sacar los ojos de su trabajo para responderle a su suegra." indica que el narrador enjuicia el porqué de lo que hace. En esta técnica esto no se puede hacer. (En esta técnica...).
ResponderEliminarTampoco puede decir: "y no supo por dónde ir.".
Pero el relato está bien. Es interesante.