martes, 4 de febrero de 2025

-Relato 2 C Iván Muñoz de Morales

Una buena ama de casa

Nancy conduce de vuelta a casa en el coche de su marido, un Chevrolet Impala de 1965, color turquesa oscuro y cuya textura se asemeja al vinilo (algo sofisticado para un profesor universitario, pero no lo bastante llamativo como para resultar ostentoso). Lleva la ventanilla bajada, provocando que sus rizos rojos se revuelvan como serpientes, mientras escucha Prelude to kiss de Duke Ellington. 

Busca en el asiento del copiloto un cigarrillo –El señor Schneider (así le gusta a su marido que le llame) siempre la regaña por esto. 

–No fumes conduciendo porque te distraes de la carretera. 

Pero Nancy es un ama de casa demasiado buena…a veces. Le encantan estos momentos de rebeldía y libertad.

Con cada calada aprieta más fuerte el volante –hace mucho que no toca algo duro–.

No mirar la carretera puede matarte. El coche da un volantazo y se estrella contra un cartel donde puede leerse: “Whitefish Bay, condado de Milwaukee, Estado de Wisconsin, el lugar donde la tradición se encuentra con la tranquilidad”. Nancy sale del coche ilesa –solo ha sufrido el cartel–. Sin embargo el capó está igual de arrugado que el aparato de su marido, y un espeso humo envuelve el coche. Sabe que el señor Schneider va a enfadarse bastante.

–Nancy, eres una niña mala, muy mala. Pero se supone que eso es lo que le gusta a su marido…a veces.


Parada delante de la carretera, la despampanante y pecosa pelirroja de ojos verdes (a juego con la frondosa vegetación de Wisconsin) espera a que algún buen samaritano la ayude. Se baja la falda de tubo blanca –El señor Schneider la obliga a usar ropa ceñida pero discreta–  y se recoloca el comedido escote, como dictan las estrictas tradiciones morales de Whitefish Bay. De Repente, Nancy es consciente de que ha perdido un zapato de tacón, de los que tanto le gustan a su marido, así que vuelve al coche para recuperarlo. 

Mientras mantiene el torso flexionado dentro del coche, la parte trasera de su cuerpo crea una exuberante curva que coincide con el sonido de una moto frenando –Por suerte para Nancy, Tom Kowalski, el jardinero– se ha topado con el accidente.

   –¿Está bien señorita Schneider? –un hombre joven, caucásico, de ojos azules, cabellos rubios, labios carnosos, mandíbula cuadrada, cuerpo musculoso y ceñido en un mono de trabajo, salta como una pantera de una moto jawa 250 roja y se acerca–. Primero le hace una revisión al coche y, tras entrar Nancy en el asiento trasero, le hace una “revisión” a ella. La señora Schneider es buena madre, buena esposa y buena ama de casa…a veces.



Es domingo y toca ir a la iglesia, así que Nancy prepara a los niños con la ropa apropiada. A su hija Peggy, de ocho años (que es una copia de la madre), le pone un vestido celeste y blanco con flores azules. A su hijo (que es una copia de su padre), le pone unos pantalones con tirantes negros y una camisa blanca con olor a recién lavado. A la señora Schneider le encanta la ropa masculina de cualquier tipo: limpia, manchada, sucia o recién lavada –eso piensa mientras huele la camisa blanca–. 

   El señor Schneider es el último en abandonar la casa, viste unos pantalones negros, unos tirantes negros y una chaqueta negra. Lleva el pelo repasado con cera y peinado con línea al lado. Remata el conjunto con unas gafas de pasta que le dan un aire intelectual, y un pañuelo de satén negro –que le aporta excentricidad como profesor de clases de psicología en la prestigiosa universidad de Milwauke–. 

A Nancy le encanta el amor de su marido por la ropa –será porque su madre fue modelo y su padre propietario de una exitosa empresa de lencería (esto le da cierto atractivo a pesar de no tener un cuerpo tan perfecto como el de Tom Kowalski)–. La familia entera le espera en la puerta del porche como si fueran el servicio de criados suplicando por el beneplácito de su patrón. A la niña le quita la cinta del pelo, al niño le recoloca el cabello – y a Nancy la escrutina como a un maniquí–. La familia perfecta está lista para asistir un domingo más a la iglesia.


  –Hermanos y hermanas, hoy reflexionamos sobre las palabras de nuestro Señor en Génesis 11: “el Señor dispersó a las naciones y confundió sus lenguas”. ¿No es evidente que Dios en su infinita sabiduría, estableció fronteras entre los pueblos, separando a cada uno según su propósito divino? Jesús mismo nos dijo en Mateo 7:6: “No deis lo santo a los perros, ni echéis vuestras perlas delante de los cerdos”. Esto no es un llamado al odio, si no un recordatorio de que no debemos permitir que lo sagrado sea mancillado.

“Oremos, entonces, para que Dios nos dé fuerza y sabiduría para cumplir su voluntad”–.

Mientras observaba como la camisa del jardinero, sentado dos filas por delante, luchaba por no estallar debido al volumen de sus hombros, Nancy escuchaba el discurso y se preguntaba qué opinaría el pastor si supiera que el señor Schneider le hace leer libros sobre el Marqués de Sade. Todo según él, debido a su investigación académica –con la excusa de culturizar a una ama de casa ex capitana de animadoras (y que ahora se acostaba con el hijo del pastor)–.  

A la salida de la iglesia, la señora Whitaker, vecina de los Schneider, se acercó a parlotear un rato. A su marido no le cae bien; opina que es una metomentodo y que viste muy mal –con esos tonos pastel y ese horrible peinado que matarían la líbido de cualquier hombre–.

Al señor Schneider le interesan mucho Freud y sus teorías, por eso siempre le dice a Nancy que todo es culpa del subconsciente y de los tocamientos que hacía el niño en su infancia.

–Nancy no se tocaba mucho de niña; quizás por eso le gusta tanto que la toquen de adulta, especialmente unas manos duras y fuertes como las de Tom.

  La señora Whitaker la sacó de su ensoñación.

–Querida, no me escuchas. Últimamente pareces ida y tienes la piel más tersa, como cuando una adolescente está enamorada. El domingo pasado te vio mi marido, que no pudo acudir a la iglesia. Parecías atareada.

La cara de la señora Schneider se puso de color blanco y su pulso se aceleró.

–Lo peor de ser la esposa de un profesor de psicología es que no sabes lo que pasa por su cerebro cuando una vecina cotilla cuenta que has mentido.


Esa noche la comida de la familia perfecta y feliz se realizaba mediante el mismo ritual de siempre. El marido iba a comprar pollo frito a la cadena Kentucky Fried Chicken con el hijo, y la hija se quedaba con la madre, que preparaba la mesa –y tenía un encuentro rápido en el cobertizo con el jardinero–. Pero esta noche hay cambio de planes; Nancy está asustada. 

–¿la había visto la señora Whitaker con Tom en el coche cuando se suponía que estaba enferma, en cama, y por eso no iba a misa? (peor era el tono que utilizó y esa comparación con un amor adolescente) –Quizás la vio en algún momento inapropiado, restregándose con el jardinero, tocándose en el cobertizo o en alguna sesión de fantasía.

Tom aparece en el jardín, siempre puntual para el encuentro casual en el cobertizo, pero esta vez era un mal momento. La señora Schneider mira por las cortinas y le indica que se marche, pero Tom decide abrir la puerta del cobertizo y esperar dentro. Nancy sale indignada e irritada y se dirige a la pequeña caseta. Entonces el Jardinero la agarra y la tira sobre el montón de paja que hay en uno de los recovecos, entre el rastrillo y las palas. Se arranca la camisa y se abalanza como un leopardo sobre la señora Schneider. A Nancy le gusta a veces ser una buena esposa, ama de casa y madre, pero el resto de las veces le gusta hacer realidad las fantasías de los libros de su marido.

–Me gustaría que nos casaramos, podríamos fugarnos y comprarnos una granja en California, y tú podrías volver a estudiar o convertirte en una estrella de cine. Tengo bastante dinero ahorrado, tú no tienes que preocuparte de nada. 

–¿Sabes que eres la mujer más guapa que he conocido en mi vida?. 

Nancy no podía evitar fantasear con ese futuro, uno en el que se desarrollaba como ser humano y además se casaba con su príncipe azul. 

–Mamá, papi ha llegado. Como no te encontraba, por eso vine aquí. 

–Hola, Tom.

El jardinero salió corriendo a medio vestir y dejó a Nancy en estado de shock, tapándose.

Esa noche la comida de la familia perfecta y feliz se realizaba mediante el mismo ritual de siempre: el marido iba a comprar pollo frito a la cadena Kentucky Fried Chicken con el hijo, y la hija se quedaba con la madre, que preparaba la mesa –y tenía un encuentro rápido en el cobertizo con el jardinero–. Pero esta noche Nancy está asustada. Son demasiados frentes, demasiadas incógnitas. Vivir en el presente es lo único que puede hacer. 

Al señor Schneider le encanta untar la mantequilla de forma meticulosa sobre las aletas de pollo frito y sorber la piel hasta que solo queda hueso. A Tom también le gusta hacer eso, pero con la anatomía de la señora Schneider. 

Nancy experimenta la pulsión de muerte y la de placer al mismo tiempo. Se siente asustada, confundida y excitada. Los ojos de su marido la observan mientras mastica; es una guerra psicológica en toda regla. La hija de Nancy parece haber envejecido siete años y mira a la madre de manera inquietante, como si fuera un policía. 


Durante el día del último entrenamiento antes de las vacaciones de verano, hace un calor sofocante. La señora Scheneider lleva a su hijo en el coche y se compra un helado de cucurucho de nata mientras lo observa entrenar –en realidad, a Nancy le parece extremadamente aburrido el fútbol, pero le encantan los cuerpos de los deportistas, sus manos sucias, los brazos en constante tensión, el primer vello que nace en sus pechos y piernas y como gimen como animales.

 –Se pregunta si de bebés se masturbaban o si se metían el dedo en el ano, como dicen las teorías de Freud. Que pena que a Tom no le gusta que le hagan nada fuera de los convencional, excepto atarle con la colección de medias que le regala su marido cada vez que va a las boutiques de lujo de la ciudad. Bueno, y también darle en la espalda con el cinturón de hebilla gruesa de su marido. ¿Será por ser hijo del cura del pueblo que le guste que le flagelen, o será complejo de Edipo?. Tom dice que a los depredadores también les gusta sentirse presas…a veces–.


La señora Whitaker se está mudando; tiene todo el jardín lleno de trastos mientras espera el camión. Parece que su marido tiene un trabajo en otro estado (Obviamente, Nancy no puede estar más feliz con este acontecimiento): Un testigo menos que ponga en peligro los únicos momentos que la hacen sentir viva. Terminado de introducir todo en el camión viene la tan esperada despedida. 

–Adios querida, despídete del señor Schneider de mi parte y espero que tengas una vida feliz y con salud. Y no dejes de aprovechar que tienes un hombre que te mantiene y otro que te entretiene.


Tarde de reunión vecinal. Esta vez será la casa de los Schneider donde se prepare la velada. Se supone que la finalidad es discutir sobre la seguridad en el barrio por culpa del incremento de negros y latinos, el vandalismo juvenil y los rumores de extrañas sectas de magia negra. 

Nancy ha preparado cinco bandejas de dulces caseros, perritos calientes y un par de pasteles de manzanas. Su marido la alaba; siempre dice que, además de guapa, es buena cocinera. A Nancy no le gusta cocinar –pero le encanta ver como Tom Kowalski introduce el dedo en la tarta de nata y luego se lo mete en la boca (y más cuando lame el plato de la vajilla de porcelana). También le divierte ver como el resto de las amas de casas devoran los perritos calientes con mostaza –Tom prefiere los perritos solo con Ketchup–. 

Lo mejor de los días de reunión vecinal es que Nancy puede acercarse con el jardinero al campo cercano a recoger manzanas, para hacer la tarta y revolcarse como un animal salvaje sobre la hierba del prado. 

Hoy hay tema nuevo. Por lo visto se ha visto, hace poco una cruz en llamas y hay rumores de que el Ku Klux Klan está operando en Whitefish Bay. 

–Esto es algo imperdonable. El estado de Wisconsin es un lugar en el que la ética y el civismo son parte de nuestra identidad. 

–No puede ser que las bárbaras costumbres de los estados del sur corrompan este vecindario. hay que hacer algo al respecto.

Los vecinos opinan, pero el último en hablar es el padre de Tom Kowalski, el cura del pueblo. 

–¿No os habéis dado cuenta aún que el problema lo tiene esta maldita juventud que ya no respeta los valores tradicionales? Si los rumores del Ku Klux Klan fueran ciertos, al menos el miedo podría controlar el vandalismo que se incrementa cada día. Nuestros hijos no están a salvo ni tampoco nuestras mujeres.

–Nancy nunca ha entendido como alguien tan guapo como Tom es hijo de un hombre tan poco agraciado (quizás no sea su hijo).


Esa noche, Tom ha quedado en la feria con la señora Schneider. Dice que es urgente. Es un lugar poco discreto, aunque tras los acontecimientos sucedidos, los instintos de miedo y supervivencia de Nancy han dejado de realizar sus funciones básicas (Seguramente Freud tiene nombre para esto) –Se siente como una adolescente que acudiera con su novio a su primera cita.

Aparecen por separado y se suben a la noria. Mientras Tom le cuenta que ya no puede seguir con esto y que se fuga él solo a California, Nancy no puede pensar en otra cosa que poseer su cuerpo por última vez. –Las norias cubiertas son una gran ventaja.


En Otoño, la pequeña población se llena de disfraces  de monstruos, de calabazas y de luces de colores anaranjados y amarillentos. Los niños están corriendo pidiendo caramelos y jugando a asustarse.

–Pobres niños si supiesen que los verdaderos monstruos llevan caretas que no se ven.

–¿Qué dices de los monstruos, mamá? 

–Nada niña, solo pensaba en voz alta. 

Las cosas funcionan estupendamente últimamente. La delincuencia juvenil ha decrecido, el vecindario está mucho más limpio y se ha restaurado el antiguo resort de 1889. El señor Schneider ha sido ascendido a jefe del departamento de psicología, y su investigación sobre el Marqués de Sade y la decadente mente de los europeos del XIX tiene gran éxito y se estudia en todas las facultades de Norteamérica. 



Nancy se despide de Paul, el nuevo jardinero (hasta la orgía de esa noche en la bañera que han construido en el jardín).

–Ahora que los niños se fueron a estudiar a internados de lujo, hay mucho tiempo libre, y aunque Nancy siempre intenta ser una buena madre, esposa y ama de casa, a veces le siguen apeteciendo otro tipo de cosas.


Epílogo


La señora Schneider mira por la ventana, la cruz de la carretera crepita con llamas que se elevan hacia las estrellas hasta desaparecer en la oscuridad de la noche. Al día siguiente, aparecen los bomberos y recogen los restos de ceniza. Cuando llega el mediodía todo está como siempre: en paz y en calma.


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