domingo, 23 de febrero de 2025

-Relato 6 de Erea Alonso

Apenas en un instante


Eres una estudiante del tercer curso de Filología Hispánica de la Universidad de Salamanca. A pesar de que tienes pareja formal desde hace dos años, no vivís juntos. Él todavía vive con sus padres y tú compartes piso con dos compañeras de la carrera. Miguel, tu novio, estudia también Filología Hispánica pero está en el cuarto año. Os conocéis en una optativa que ambos cursáis. Al principio no te fijas en él, no es especialmente atractivo y todo el rato trata de hacer bromas en clase, el tipo de cosas que odias en un tío. Sin embargo, él se fija en ti desde el primer día. En la última clase te invita a cenar y aceptas. Empezáis a salir un par de meses después, le coges cariño e incluso comienzas a mirar con dulzura su continua necesidad por ser el más gracioso. Eres una alumna ejemplar, esa que cualquier profesor querría en sus clases, aplicada, atenta, inquieta… Lo mismo en tu vida personal, eres organizada, ordenada, responsable… Estás en el ecuador de tu formación universitaria, tienes veintitrés años y una vida cómoda, amable. 

Abúrrete de todo eso. Comienza a replantearte si es lo que de verdad quieres para tu vida, piensa que la estabilidad es aburrida. Repasa los últimos años, date cuenta de que han sido tediosos. Entra en crisis con tu rutina, con tus compañeras de piso, con tu formación, con tu novio, contigo misma. Cánsate de todo, comienza a estar hastiada. Ve de un sitio a otro sin saber por qué lo haces realmente, de casa a clase, de clase al gimnasio, del gimnasio a casa, algunas tardes biblioteca, otras museos, incluso algún concierto. Pierde el apetito, las ganas de hacer cosas, la líbido. 

Sal a cenar con Miguel, deja que elija el restaurante, arréglate para la ocasión, ponte un conjunto de lencería fina, un vestido elegante, bebed vino. Finge interés en la conversación, piensa que sus comentarios son estúpidos, que no es tan inteligente como tú, que su intelecto apunta bastante bajo. Cuando el camarero traiga la cuenta y él haga una broma enfádate por dentro, rechina los dientes para evitar decir nada. Volved juntos a tu casa, a la suya no podéis ir nunca porque están sus padres, repetid la rutina de cada viernes, cena fuera, vuelta a casa caminando y sexo mediocre y corriente. 

Al llegar a tu habitación siéntate en la cama en silencio. Él va al baño y al volver se quita la ropa sin fijarse en tu desdén. Se sienta a tu lado y comienza a besarte el cuello, mira hacia el lado contrario. Él sigue sin percatarse, se concentra, intenta hacerlo lo mejor que puede, sin embargo, para ti ya no es suficiente. Date cuenta de que para ti eso ya no es suficiente, siente un poco de repulsión hacia él. Arrepiéntete por haber pensado eso, trata de borrar ese pensamiento de tu cabeza con rapidez, siéntete mal por ello. Actúa como si te estuviese gustando, finge que no te enfada que no se haya fijado en tu conjunto de ropa interior y lo haya tirado por el aire a los treinta segundos, como si nada. Esfuérzate para que todo acabe lo más rápido posible. Ve al baño, siéntate para hacer pis y quédate un rato mirando tus pies blancos por el frío, por la falta de circulación. Mírate al espejo, desnuda, con el pelo alborotado y la cara enrojecida, lávate las manos y vuelve a tu habitación. Escucha la respiración profunda de Miguel, enfádate porque se haya dormido, métete en cama muy despacio, con cuidado de no rozarlo, deja el mayor espacio posible entre vosotros. No te duermas hasta bien entrada la madrugada.


Agóbiate por tu situación, siéntete ansiosa y nerviosa. Busca soluciones en tu cabeza una y otra vez pero no las encuentres. Muérdete las pieles de los dedos aunque nunca lo hayas hecho. Entra en bucles de pensamiento sobre qué hacer con tu situación. Apúntate a clases de salsa y bachata. Lee libros de autoayuda sobre cómo tomar las riendas de tu vida y sigue los siete estúpidos e infalibles pasos que recomienda la psiquiatra de turno para alcanzar la felicidad. Abandona en el paso tres. Investiga sobre la psiquiatra, confirma que no es más que otra gilipollas hablando desde su posición de privilegio. Busca una foto suya, grítale a la pantalla del ordenador. Descubre que viene de una familia con posibilidades y que estudió en una universidad privada y católica y enfádate todavía más. Grita más alto, llámale zorra, zarandea la pantalla de tu ordenador con furia. Cuando tu compañera de piso se asome asustada a tu habitación para preguntarte si está todo bien, asiente de manera cordial, colócate el pelo detrás de la oreja, con tanto movimiento te has despeinado, y haz como si no hubiese pasado nada.


Asiste a clase desganada, una vez que estés allí no prestes atención. Siéntate al lado de la ventana y mira distraída por ella mientras piensas en tus cosas. Cuando empieces la optativa de Poesía Española del Siglo XX, al ver que el profesor ya te ha dado clase en primero y te pareció arrogante y narcisista, arrepiéntete de haberte apuntado. Plantéate la opción de desmatricularte. Analiza los movimientos del profesor, llega con su maletín de cuero marrón, lo deja sobre la mesa, coge un libro, no alcanzas a distinguir cuál, observa al alumnado que habla entretenido, abre el libro y comienza a recitar.

—«Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,

como el silencio que queda después del amor,

yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo

hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.

Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.

Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace un instante, en desorden, como lumbre cantaba».

Piensa que tiene una voz muy bonita, envolvente, profunda, como de locutor de radio pero un poco más aterciopelada, déjate mecer por sus palabras. 

—«El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,

para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,

convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,

se sabe que la amada persiste en su vida.

Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza

al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera,

sólo cuando desprendidos de sus lumbres deshechas

la miramos, reconocemos perfecta, cuajada, reciente la vida,

la silenciosa y cálida vida que desde su dulce exterioridad nos llamaba.

He aquí el perfecto vaso del amor que, colmado,

opulento de su sangre serena, dorado reluce».

Se produce un silencio, el profesor cierra el libro y lo deja sobre la mesa. Se dirige a vosotros.

—¿Alguien sabe quién es el autor de este poema? 

Responde tú con rapidez y de manera casi automática.

—Vicente Aleixandre, es el poema Después del amor.

—Muy bien, parece que acabo de elegir a mi alumna favorita para este curso —hace una pequeña pausa—. Como todos sabréis estamos ante la materia de Poesía Española del Siglo XX…

Atiende interesada a la clase, toma notas, asiente en las explicaciones. Olvídate de tus problemas por un rato, concéntrate en lo que el profesor dice. A mitad de la clase, descúbrete mirando sus manos, analizando cómo se mueven, cada detalle.


Proponle a Miguel un plan diferente para el próximo viernes. Has visto al pasar por el centro que en el Café Novelty va a haber un recital de poesía y te gustaría ir, sugiere que vayáis juntos antes de ir a cenar.

—Pff, no sé… Ya sabes que a mí esos ambientes me dan bastante grima, solo hay gente intensa leyendo cosas que dan vergüenza ajena —te contesta.

Insiste, di que es algo nuevo, que por probar no perdéis nada, que podéis ir y si veis que no os gusta el ambiente os vais a otro sitio.

—Es que no me hace falta ir para saber que va a estar lleno de casposos —responde él.

Enfádate, di que todos los viernes hacéis lo mismo, que estás cansada de la rutina.

—Pero, ¿por qué vamos a cambiar la rutina si es una rutina buena y cómoda? —te replica.

Di que si él no quiere ir, irás tú sola. 

—Me parece una buena idea, hago tiempo mientras dura esa extravagancia y luego te paso a buscar y nos vamos a cenar juntos. ¿Vamos a dar un paseo ahora?

Contesta que tienes que hacer muchas cosas para clase y que será mejor que se vaya. Una vez que se ha ido, enfádate, piensa que es un memo, un cateto y un prejuicioso, siempre con su verdad por delante, verdad que nadie jamás podrá hacerle cambiar, siempre juzgando sin conocer, creyéndose mejor que el resto, siempre criticando. Después de un rato, agóbiate por pensar eso de tu pareja, siéntete mal, culpable. Advierte que te ha empezado a doler la cabeza, que estás aturdida. Date una ducha caliente para tratar de arrancar esas sensaciones de tu cuerpo y esos pensamientos de tu cabeza.


Es viernes, ve al recital. Llega media hora antes al bar. Ve a la barra, pide una copa de vino tinto y ponte en una mesa alta alejada de la zona del escenario, un poco escondida. Siéntete rara al principio, sola en un bar, tomando vino, piensa en que hace un montón de tiempo que no haces nada sola. 

El bar comienza a llenarse según se acerca la hora, fíjate en un grupo de hombres que entra, advierte que entre ellos está Luis, tu profesor de poesía. Ponte nerviosa, sonrójate al pensar en ir a saludarlo. Sopesa unos minutos si acercarte a su mesa, decide que mejor no. Atiende interesada al recital, de vez en cuando mira hacia Luis para ver sus reacciones, piensa que se conserva bien para su edad, vuelve a fijarte en sus manos. Cuando termine el evento dirígete a la barra y pasa por delante de su mesa para captar su atención, hazte la distraída. Gírate fingiendo sorpresa cuando te llame para saludarte. Te presenta frente a sus amigos.

—Esta es Claudia, una de mis alumnas de la universidad. Bueno —dice sonriendo—, mi alumna favorita. ¿Qué estás tomando?

Enseña tu copa de vino vacía.

—¿Quieres tomarte algo con nosotros? ¿O estás con alguien? —te pregunta a la vez que mira en la dirección de la que venías.

Ponte nerviosa, quédate callada y duda durante unos segundos. Di, finalmente, que te están esperando y que ibas a la barra a pagar para irte. Despídete de manera amable haciendo un gesto con la mano, cuando Luis se acerque para darte dos besos huele su perfume, una mezcla de sándalo y ámbar.


Sal a cenar con Miguel. Mantente despistada durante toda la cena, como si estuvieras en otro lugar. Cuando Miguel te pregunte si te pasa algo responde que solo estás cansada. En el momento en que bromee sobre que debe ser por aguantar a todos esos intensos del recital de poesía dedícale una mirada de indiferencia. Volved a casa caminando, mete tus manos en los bolsillos de tu abrigo y finge que tienes frío para que no te pueda dar la mano. Una vez en casa, durante el sexo, sorpréndete pensando en Luis, disfruta por primera vez en semanas. Asústate por estar pensando en otra persona, aparta a Miguel con brusquedad y ve corriendo al baño, enciérrate allí. Agóbiate por lo que acaba de pasar, respira de manera agitada, mójate el cuello con agua y mírate al espejo tratando de buscar una respuesta en tu reflejo. Ignora las preguntas de Miguel al otro lado de la puerta.


Piensa bien qué ponerte para ir a la clase de Poesía Española. Píntate los labios y ponte un poco de sombra de ojos y rímel. Escucha la clase y espera ansiosa alguna atención por parte de Luis, algún comentario, algún gesto, algún guiño a vuestro encuentro casual. Espera sin resultado, siéntete ridícula por intentar que un profesor se fije en ti. Repite el mismo ritual un día tras otro. 

Dos semanas después de que hayas empezado con esta nueva rutina, parece dar resultado.

—Como os estuve comentando en la sesión anterior, durante su primera etapa como escritor, Rafael Alberti… —comienza a explicar Miguel. De pronto fija su mirada en ti y se queda callado por unos segundos. Tú deja de escribir, sube la vista y encuentra sus ojos detenidos en ti. Os miráis por un instante, baja la mirada al sentir que vas a ruborizarse—. Perdón, me he perdido, no sé qué estaba diciendo. —Aparta la mirada y sacude la cabeza—. ¿Alguien me puede decir por dónde iba?

Siente un nudo de emoción en el estómago, por fin ha funcionado.


Cuando Miguel te proponga que os veáis dale largas y excúsate diciendo que estás teniendo muchas entregas de clase, que necesitas unas semanas para poder ponerte al día. Siéntete mal por mentir pero a la vez siente un gran alivio al saber que no vas a tener que verle durante un breve periodo de tiempo. 

Busca por internet bares en los que hagan recitales de poesía, encuentra uno que va a tener lugar esta misma noche. Emociónate, unos minutos después siéntete estúpida pero sigue imaginando posibles escenarios en tu cabeza. Date una larga ducha, échate crema al salir, perfúmate bien, escoge tu ropa de manera meticulosa, ponte los pendientes de oro que solo usas en ocasiones especiales. Cuando pases por el salón para salir de casa, recibe los cumplidos de tus compañeras haciéndote la modesta, quítale importancia al asunto, como si no hubieses estado dos horas preparándote con esmero. 

Llega al bar y pasa todo el recital inquieta, nerviosa, cada vez que oigas abrirse la puerta gírate expectante. Repite esta escena en diferentes bares de la ciudad.


Una tarde, vuelve con tus compañeras de piso del cine y al pasar por el centro, deja que te invada la idea de pasar por el Café Novelty. Ponles una excusa cualquiera sobre un recado inventado que tienes que hacer y diles que se vayan sin ti. Asómate al bar y trata de mirar hacia dentro con discreción. En la puerta el camarero, que está fumando, te anima a entrar.

—Hoy tenemos un micro abierto de poesía en el que cualquiera se puede subir al escenario a recitar. Anímate, va a estar muy bien, empieza en diez minutos. 

Déjate convencer y entra. Pide un vino y ocupa una de las mesas altas de la primera fila, esta vez no te pongas en una esquina, ponte bien al centro. Al poco de empezar el recital gírate intuitivamente y mira a Luis entrando en el bar. Se sienta en una mesa del fondo, solo. Atiende al recital interesado y aplaude con ganas cada vez que alguien se baja del escenario. Piensa en formas de llamar su atención. Sopesa la idea de subir a recitar, descártala al momento, te da demasiada vergüenza. Ponte nerviosa, piensa que es la oportunidad perfecta y la vas a dejar escapar. Ve a la barra a pedir otra copa de vino para ver si se fija en ti, nada, no hay manera. Vuelve a tu sitio, juega con la copa entre las manos, inquieta, impaciente. El presentador anuncia que el recital está llegando a su fin y explica que si alguien quiere subir es el momento. Acaba tu copa de un solo trago y levántate con decisión, súbete al mini escenario, resuelta. Busca entre las notas de tu móvil y comienza a recitar. 

—«Siento en el aire denso, tibio,

este minuto suspendido,

esta pausa temblorosa, 

el fuego de una llama no encendida, 

que abrasa la yema de mis dedos.

Tus manos aún no son las mías,  

pero su sombra ya roza mi piel,

trazando caminos de ausencia

por donde el deseo se enciende.

Respiras, y la noche se pliega

como un manto sobre los cuerpos hambrientos, enfermos

que aún no se han tocado,

pero ya arden en la misma fiebre.

El mundo se reduce a esta espera,

a este límite impaciente, 

a tan solo un instante,

en el que mi boca aún no es tu boca

pero ya siente su calor.

Cierro los ojos y escucho

tu pulso en la raíz del silencio,

y escucho mi pulso y se fusionan en dulce melodía

con el leve crujido de la piel,

reclamando lo que es suyo.

Y en un último segundo de frontera

—antes del vértigo, antes del hambre—

sé que nos pertenecemos

sin habernos tomado aún.».

Vuelve a tu mesa y siéntate todavía agitada y algo aturdida por tu pequeña actuación, y por el vino. Gírate cuando oigas la voz de Luis llamándote.

—Pero bueno, Claudia, no tenía ni idea de que escribieras poesía. Ha estado muy bien, pero que muy bien, de verdad. Oye, ¿estás sola, verdad? Me he fijado al entrar que estabas aquí. ¿Qué tomas? ¿Vino tinto? Déjame invitarte a uno que te va a encantar.

Habla con él durante varias horas sobre poesía, sobre la universidad y sobre la vida en general. Cuando os pidan que os vayáis porque van a cerrar pasead por la ciudad mientras continuáis hablando, sin rumbo fijo. O al menos eso piensas tú. Al llegar a un edificio, Luis se para y saca unas llaves de su bolsillo.

—El caso es que hace meses que tengo una botella de Pago de Carraovejas esperando en la estantería de mi cocina. Tengo muchas ganas de probarla, es una tontería, pero estoy esperando una buena ocasión para abrirla —una breve pausa—. Hace una buena temperatura, el cielo se ha despejado y se pueden ver las estrellas y la luna brillando… Ha sido una noche muy agradable, quizá este sea un buen momento, pero sería un poco triste que me la bebiera yo solo, ¿no crees?

Sube con él a su apartamento.

Bebéis el vino y brindáis. Se levanta y pone a Damien Rice en su tocadiscos, observa el detalle con el que coge y manipula cada objeto. Al volver, se sienta a tu lado y te besa, comienza a quitarte la ropa y observa con atención cada parte de tu cuerpo, lo va reconociendo con sus manos. Se detiene antes de quitarle la ropa interior y acaricia su encaje, juega con él entre sus dedos como si estuviera admirando una delicada pieza de orfebrería.


Acude nerviosa a la próxima clase con él, siente el desasosiego porque no sabes qué hacer o cómo va a reaccionar. Imagínate en tu cabeza diez conversaciones distintas pero con un elemento común, en todas te rechaza. Cuando entre por la puerta sonrójate y trata de disimular bebiendo, atragántate con la inquietud, haciendo imposible que pases desapercibida. Invierte toda la clase en fijarte en si te mira, no te mira. Al acabar, recoge tus cosas y vete. Gírate cuando te pida que te quedes para hablar sobre tu última entrega. Sorpréndete cuando le pida al último compañero en salir que, por favor, cierre la puerta.

—Mira Claudia, lo pasamos muy bien la otra noche —hace hincapié en ello—. Pero que muy bien. Lo que pasa es que es una situación… Complicada. Sí, complicada. Yo soy tu profesor y, aunque seas mayor de edad, la universidad tiene unas reglas muy estrictas… —Míralo fijamente mientras habla, clava tu mirada en él y no digas nada, mantente expectante—. Eem… Sí, eso, muy estrictas —hace una pausa para mirarte—. Pero, ¿qué cojones? —Te coge la cara y te besa con ímpetu—. ¿Nos vemos esta noche en mi casa?



Continúa teniendo citas con él durante varias semanas. Disfruta de cada uno de vuestros encuentros. Siéntete apurada cada vez que él te invite, insiste en pagar a medias, sin éxito. 

Habla con Miguel y dile que es mejor que os deis un tiempo, explica que te sientes aturdida por la rutina, por vuestra rutina, di que crees que estáis en momentos diferentes, que no buscáis lo mismo, afirma que a los dos os vendrá bien un tiempo para reflexionar. Comienza a verte más a menudo con Luis. 


Queda con Luis para pasar todo el fin de semana juntos en su casa, en la tuya no podéis porque están tus compañeras. Emociónate con la idea, espera toda la semana a que llegue ese momento. El viernes por la tarde id al cine y después de vinos por sus bares favoritos. Aprovechad cada rincón de la ciudad para demostraros vuestro amor. Llegad a casa borrachos y excitados. Tened muy buen sexo, aprecia el cuidado con el que trata, después, hablad hasta altas horas de la madrugada. 

A la mañana siguiente quedaos en cama hasta tarde, abrazados, leyendo cada uno un libro diferente pero parando continuamente para comentarlo con el otro. Salid a comer a un buen restaurante, pasead por la ciudad de la mano, tomad café en un sitio pintoresco. A media tarde Luis te propone cenar en casa, él te preparará la cena. Siéntete como en una nube, flotando. Mientras él prepara la cena aprovecha para ponerte un conjunto atrevido de lencería, aparece por la cocina. Al verte, Luis deja inmediatamente lo que está haciendo, haced el amor sobre la mesa. Cenad en el salón con un buen vino mientras escucháis a Jorge Federico Osorio. Quedaos en el sofá hablando, Luis te pregunta sobre tu plan de vida, sobre lo que te gustaría.

—¿Te gustaría ser madre? —se para a pensar unos segundos—. No me lo esperaba. Bueno, aún eres muy joven, será por eso. —Sorpréndete al oírle hablar sobre vuestra diferencia de edad, nunca antes habíais comentado el tema—. Es una experiencia muy bonita, la paternidad. Es duro, claro. Pero te da momentos muy bonitos. No sabría describir lo que sentí la primera vez que cogí a mis hijos en brazos.

Quédate impactada ante la idea de que tenga hijos, intenta continuar la conversación con naturalidad pero que tu voz se note afectada. Cuando te hable de su exmujer y sus hijos siente cómo se te empieza a revolver el estómago. Ve a la cocina con la excusa de traer más vino, bebe un vaso de agua del grifo.


Ve con Luis a ver la exposición de fotografía de uno de sus amigos en una galería. Ten muchos nervios antes de ir, vas a conocer a sus amigos por primera vez. Una vez allí muéstrate tímida y vacilante, relájate a medida que veas que son amables contigo, todo el rato se esfuerzan por integrarte en el grupo. Ve al baño, comprueba que hay mucha cola y vuelve. 

—Joder, Luis, ¿a esta de dónde la has sacado? ¿Es una de las amigas de tu hija? —bromea uno de ellos.

—A la próxima la va a tener que ir a buscar a la salida del colegio —continúa otro.

—¿Pero cuántos años tiene? Si es que vendría sin estrenar.

—Esta es tu alumna favorita, ¿no? No me extraña si es que tiene un meneo…

Aclárate la garganta para que se den cuenta de que has vuelto y lo has oído todo.

—Perdona, cielo, si es que en realidad lo que nos pasa es que somos unos envidiosos —trata de disculparse uno.

Coge tus cosas y di que tienes que irte. Luis te sigue y te pide perdón por lo que acaba de pasar. Vete. 


Deja pasar los días, las semanas, no prestes atención a nada de tu alrededor. Pasea sola por las calles, tropieza, casi sin darte cuenta, con el Café Novelty. Siéntate en la barra, pide un vino. Mira hacia el escenario durante un rato, finalmente sube y explica que sabes que hoy no hay recital, ni micro abierto pero que necesitas compartir algo. Saca una libreta de tu bolso y recita.

—«Flota en el aire el perfume de un nuevo día,

la sombra tibia de un instante que todavía no ha sido.

Las sábanas guardan un pliegue,

una forma que ya no es tuya,

pero tampoco mía.

Dibujo con los dedos los contornos de tu ausencia,

dos cuerpos que ardieron en la misma pregunta,

pero que jamás hallaron respuesta.

Del amor solo nos queda un fuego extinto,

chispa que nunca supo ser llama.

La noche vuelve a caer

con la misma dulzura implacable,

como si nada faltara,

como si nunca hubieras estado aquí.

El espacio se ha vuelto más grande,

o tal vez más hondo.

Las cosas siguen en su sitio,

pero todo ha cambiado de lugar.

El alba se filtra entre las rendijas,

tiñendo de naranja los restos de la noche.

En el aire tibio de la mañana,

un rumor:

algún día, sin prisa,

otro fuego encenderá mis manos.».

Recibe los aplausos de las cinco personas que hay en el bar y siente sus miradas de compasión clavadas en ti.



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