miércoles, 5 de febrero de 2025

-Relato 3 de Virginia Alfonzo

 Relato 3

Virginia Alfonzo

Cumpleaños.


Francisco Ramírez era un hombre solitario, padre de dos hijos que poco lo visitaban —solo un par de veces al año— su cuerpo ya no era como el de antes, un ACV se llevó parte de su movilidad, pero eso no detenía a Paco (como era llamado por sus amigos) para seguir atendiendo la ferretería que había heredado de su padre. La vida de Paco era rutinaria, levantarse temprano, abrir su negocio y al final de la jornada disfrutaba de una cerveza fría frente al televisor. Eso cambiaba los sábados, que pasaba todo el día jugando dominó en el bar de la esquina.

Paco vivía en la casa que años atrás había comprado con su difunta esposa, y desde aquella muerte no se había vuelto a casar, dos veces por semana era visitado por Eli, una joven extranjera que había llegado de Perú y se encargaba de la limpieza y comida de Paco.  Su hija Marta, era una prestigiosa agente inmobiliaria y Leo (menor que Marta) era un artista emergente. Los días de Paco transcurrían siempre de la misma manera, hasta que un sábado interrumpió su rutina para invitar a sus hijos a casa. Marta llegó primero, seguido de Leo coincidiendo en el porche a eso de las diez de la mañana.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Marta cerrando la puerta del auto.

—Papá me llamó, ¿a ti también?

—Sí. ¿Por qué nos querrá aquí hoy? Sabe lo ocupada que estoy. ¡Que pérdida de tiempo!

—¿Será que el viejo se va a morir?

—Ay por Dios, Leo. Oler tanta pintura te está quemando las neuronas.

—¿Y qué otra razón puede haber pa´ que el viejo nos llame y de urgencia?

—¡Mierda! ¿Qué día es hoy? —Revisa su celular —. ¡Es su cumpleaños estúpido!

—Si tú no te acuerdas, cómo pretendes que me acuerde yo —abrió la maleta del auto y sacó una pintura.

—¿Otra pintura, Leo? Ni a Papá le gusta las porquerías esas que pintas. Deberías madurar de una vez y buscarte un trabajo serio.

—¡Ya habló la niña perfecta de Papá!

—¡Ay, cállate! —Caminó hacia la puerta —. ¡Vas a tener que salir a comprarle una torta! —Se volteó —. Ni se te ocurra decir que olvidamos su cumpleaños.

—Sí, doña perfecta —La siguió —.¡Por lo menos ya sabemos que el viejo no se nos muere!

Marta miró detalladamente la sala, pasó su dedo índice por la repisa y se sacudió el polvo. Paco se acercó apoyando su bastón con fuerza y se sentó en el sofá.

—¡Pensé que me iban a dejar colgado otra vez! —Apoyó el bastón al lado del sofá.

—¿Cómo crees, Pa? —Se sentó y apoyó los zapatos en la mesa —. No todos los días se cumplen…

—¡Sesenta y seis, Leo! No te preocupes, no espero que recuerdes mi edad, y mucho menos si aún vivo.

—¡Ay! Ya vas a empezar —Bajó los pies de Leo de la mesa—. No estoy de ánimo para escuchar cómo te victimizas, Papá. Vine porque es raro que llames, pero sabes que no tengo tiempo para estas cosas.

—¡Eso lo sé muy bien! Desde que tu madre murió nunca tienes tiempo para tu padre.

—No es eso, sabes que un día que no trabajo es una comisión que pierdo. Así que no exageres. ¡a veces vengo en navidad! ¿No es suficiente?

—¡Ya no importa! No los llamé porque sea mi cumpleaños. Hay algo importante que debo comunicarles.

—¡Te dije! Se va a morir —susurró Leo a su hermana.

—No pienso morirme aún. Es otra cosa.

—¿Qué será? Habla rápido, así te cantamos cumpleaños y puedo regresar a trabajar.

—Pues van a tener que esperar —Se levantó del sofá y cojeando tomó el bastón —. ¡Ya que es mi cumpleaños, haré un asado! Sólo cuando terminemos de comer les daré la noticia. ¡Los espero afuera!

Marta se levantó y continuó inspeccionando todo en la sala, Leo encendió un tabaco de marihuana y ella se lo apagó de inmediato.

—No fumes esa porquería aquí.

—¡Ok! —Se levantó estirando sus brazos —. Si no puedo fumar voy a necesitar mucho licor y seguro el viejo no tienen ni alcohol etílico.

—¡Sabes que no! Y por primera vez te apoyo. Esta reunión va a tardar más de lo que pensaba. ¡Vamos a comprar licor y aprovechamos de traer una torta también!

—¿De qué sabor?

—Eso que importa —lo miró de arriba a abajo— ya no tienes diez años, madura —Caminó hacia la puerta —. ¡Papá ya volvemos! —gritó —, vamos a comprar algo.

—¡Trae hielo! —gritó Paco desde el jardín.

—Ok —gritaron al unísono y salieron.

Durante los veinte minutos que duró el trayecto desde la casa de Paco hacia la tienda de comestible, los hermanos no pronunciaron palabra alguna. Marta miraba el camino y Leo jugaba con su celular. Llegaron a la tienda, Leo tomó algunas cervezas, Marta una botella de whisky, una torta de fresa, un paquete de cigarrillos y el hielo. Unos minutos más tarde, ya estaban de regreso.

La parrilla ya estaba humeando, Paco colocaba cada bistec al fuego y los hermanos se sentaron en el comedor. Diez minutos más tarde apareció Eli con un tazón de ensalada.

—¿Quién es ella? —La vio de arriba abajo —. Veo que me hiciste caso y contrataste a alguien para que te ayudara en la casa —Extendió su vaso—.¡Tráeme Hielo!

—¡Claro, señorita! —Tomó el vaso.

—¿Señorita? No le ves las patas de gallo —Encendió otro cigarrillo.

—¡Te he dicho que no fumes aquí, Leo! —Se lo apagó.

—Pa, esta hija tuya es un fastidio.

—¡No van a empezar! Ya no son unos niños—agregó un chorizo a la parrilla —, ¡aunque a veces se comportan como unos! Ella es Eli, y espero que la traten con respeto.

Marta y leo observaron a su padre y luego se vieron entre ellos.

—No vine para acá a hablar de la señora de servicio. ¡Dime que hacemos aquí! ¿Qué es eso tan importante que tienes que decir? Tengo una casa de mostrar a las seis, se me hace tarde.

Paco continuó volteando los filetes en silencio. Tomó el bastón y con lentitud llegó al comedor y se sirvió un vaso de whiskey.

—¡Bien, viejo! Hasta que te pasaste al lado oscuro. ¿Desde cuándo tomas?

—Desde que se me cantó…

—¡Qué humor! No cambias.

Paco tomó el vaso, olió el líquido en su interior y se tomó trago de un solo sorbo.

—Los he citado hoy no porque sea mi cumpleaños, tengo dos noticias que darle.

—¡Termina de hablar, por Dios! —Miró la hora en su celular.

—La primera es que me he ganado la lotería —Tomó el bastón cojeando y se levantó de la mesa.

—¿Cómo? ¿Somos ricos? —Encendió un cigarrillo y tomó directo de la botella un trago.

—¿Somos? No, soy rico. He decidido vender la ferretería.

—Pero, por supuesto, es lo mejor que puedes hacer, papito. —Marta sonrió y se sirvió otro trago. —No venderé una puta casa más.

—¡Lenguaje! —Paco se volvió a sentar.

—Lo siento, papito. Es la emoción. Hay que pensar muy bien cómo invertir ese dinero —le quitó el cigarrillo a Leo y lo aspiro —, por el momento no pongas nada a mi nombre, —miró el celular — por ahora.

—¿La hermana perfecta está en problemas?

—Claro que no —se levantó —, qué problemas podría tener. ¡Todo va perfecto en mi vida! —Se sirvió hielo con su mano temblorosa.

—¡Estás rara! —Tomó a Paco por el hombro —. Pa…papito querido, sabes que siempre he querido mi propia galería, con ese dinero puedo tenerla. ¿Verdad?

—¡Eli! Trae la champaña que está escondida en la cocina, es hora de celebrar.

Eli buscó la botella que le pidieron, tomó cuatro copas y llegó al jardín nuevamente. Marta la miró nuevamente de pies a cabeza.

—Disculpa, el brindis es para la familia—Le quitó la botella y sirvió.

—Eli también es de la familia —Paco tomó una copa y le sirvió un trago.

—¡Tiene razón, Pa! —Miró a Marta —. Si Pa dice que Elena es de la familia, así será —susurró al oído de la hermana —, hasta que la botemos.

—¡Es Eli! Bueno, Elizabeth, pero llámeme como usted quiera. —Caminó y se puso  al costado de Paco.

—¡Ningún como quiera! Te llamas Eli y te tienen que llamas por tu nombre.

—¿Qué le pasa al viejo con esta mujer? —susurró al oído de Marta —,¿Será que es hija del viejo?

—Ay, Leo por Dios. Debe tener tu edad —Miró a Eli de reojo —. Celebremos y cállate. Somos ricos, qué importa el resto.

Pasaron el par de horas que siguieron tomando licor, Leo ambientó la tarde con la música que le gustaba a su Papá, Eli permaneció sentada en una silla al lado de Paco y Marta olvidó su celular por ese tiempo. La tarde transcurría y los filetes pasaban de un plato a otro. Se acabó el licor y Leo salió a comprar más.

—¡Te Amo mucho, papito! —Marta lo abrazó.

—¿Sí? Esta mañana parecía lo contrario.

—Olvídate de esta mañana, estaba de mal humor. Pero sabes que eres mi papá favorito. ¡Lo único que me queda!

—¿Cómo que lo único? Y tu esposo, tu negocio.

—No hablemos de eso ahora, todo está bien. Hoy es el cumpleaños de mi persona favorita y hay que celebrar —Chocó el vaso con el de su padre.

Una hora más tarde llegó Leo, además del licor llevó varios snacks y un par de cajas de cigarrillos. La familia continuó bebiendo, los vasos con hielo pasaban de una mano a otra. Consumieron carnes, chorizos y morcillas. La música sonaba de fondo junto a las risas. Los chistes familiares iban y venían, Eli hablaba poco pero siempre se mantenía cerca de Paco ya no habían reproches y Marta dejó de ver la hora en su celular.

Leo hablaba sobre los proyectos de su futura galería, y de vez en cuando hacían preguntas a Eli sobre su vida en Perú, cuándo llegó, cómo conoció a Paco y como es la vida para ella en su nuevo país. El humo de la parrilla estaba casi extinto, ya se acercaba la noche y Paco le pidió a Eli sacar el pastel. Todos se reunieron alrededor la mesa de madera que adornaba el jardín de la casa, Leo encendió las velas del pastel que juntas hacían el número sesenta.

—Leo te dije en la mañana que cumplo sesenta y seis.

—Ay, Pa. Los años son solo un número. No le pares a eso, lo que importa es la edad de tu alma y tú tienes un alma joven.

—Es cierto, papito. No dañemos el momento por un número, además sabes que al pobre Leo tanta pintura lo tiene bobo — rió a carcajadas.

Leo se sacó el encendedor del bolsillo y prendió las velas. Los tres a excepción de Paco estaban de pie alrededor de él. Cantaron cumpleaños, el más largo que conocían, lo acompañaron con aplausos y finalizaron con abrazos para el cumpleañero.

—¿Qué deseo pediste, Pa? —preguntó Leo con un nuevo trago en la mano.

—Nada, ya lo tengo todo.

—Y ahora que somos ricos, es obvio que tendremos todo.

—Pero si tú ya tienes todo, ¿no eres la hija perfecta adinerada?

—¡Cállate, imbécil! —lo empujó.

—Tú estás rara, Marta. —Paco se levantó cojeando y tomó el bastón.

—¿Yo? Porque lo dices —Marta se fue a la cocina en búsqueda de un cuchillo.

Marta habló por celular en la cocina, agitaba sus manos mientras hablaba e incluso golpeó un par de veces la encimera. Pocos minutos después regresó al jardín y comenzó a cortar el pastel.

—Insisto, a ti te pasa algo —Caminó cojeando hasta el extremo de la mesa.

—¡Es cierto! Manuel no te ha llamado ni una vez, y hace días que ya no subes fotos de las propiedades que vendes —encendió un cigarrillo —Y pensándolo bien, no tenías dinero para pagar el pastel de Papá —la miró fijamente —Te ves igual de fracasada que yo.

—No seas imbécil, Leo. Se me quedó la billetera en el auto —cortaba el pastel con la mano temblorosa.

Marta dividió el pastel en cuatro partes iguales bajo la mirada de todos. Le pidió ayuda Eli con los platos y se sentó.

—No me pasa nada —lloró —Me estoy divorciando, es por eso que ahora necesito el dinero de la lotería Papá. Manuel me va a quitar todo.

—¿Por qué te va a quitar todo? La mitad del esfuerzo ha sido tuyo —Paco caminó apoyado del bastón hasta llegar al lado de Marta.

—Me encanta verte así, hermana. —Encendió otro cigarrillo con una sonrisa en su boca.

—¡Cállate! Por lo menos tengo un trabajo con que mantenerme y ahora con el dinero que hemos ganado puedo salir adelante, en cambio tú…

—Para lo mío no hay nada que un poco de dinero solucione. Pero tú estás vieja y en quiebra. Karma le dicen —subió una pierna encima de la otra.

—¡Basta! No deberían tratarse así, son familia. —Eli golpeó el vaso contra la mesa.

—Y a esta igualada qué le pasa —se levantó —, ubícate, tú aquí solo eres la ayudante de Papá. No tienes derecho a inmiscuirte en nuestros problemas familiares —dijo a los gritos.

Todos quedaron en silencio por un rato, Paco tomó su bastó y caminó hasta la parrillera que apagó con un vaso de agua, luego se caminó hasta el costado de Eli y vio fijamente hacia sus hijos.

—Los invité a mi casa porque quiero hacer un anuncio importante.

—Que te ganaste la lotería, qué más importante que eso, Pa.

—Lo que voy a decir —Tomó la mano de Eli —. Hijos, Eli y yo vamos a casarnos.

Los hermanos se quedaron viendo a su padre, el cigarrillo de Leo se apagó contra un vaso vacío y Marta de un tirón de levantó.

—¿Estás loco? Cómo te vas a casar con una recién llegada. ¡Por Dios, Papá!, ¡eres un viejo y ella —la miró de pies a cabeza—, sólo es una oportunista que quiere tu dinero!

—Si fuese una oportunista, ¿No crees que se parece mucho a ustedes? —Paco golpeó el suelo con el bastón —, pero no es así, nos enamoramos y les guste o no, voy a rehacer mi vida.

—Viejo ¡La plata! Esa culigada te va a quitar todo lo que es nuestros —se levantó de la mesa —¡Mi galería! —Tomó a Paco por el hombro —Viejo, piénsalo.

—Ya lo pensé. ¡Esta es mi decisión! Y al que no le guste se puede ir —se dirigió a la puerta de la sala —¡Total nunca están!

Eli siguió a Paco hasta la sala, mientras los hermanos se levantaron, tomaron las llaves de sus autos y se dirigieron al estacionamiento sin despedirse de su papá.

—¡Esto no se va a quedar así! —dijo Marta señalando a Eli con su dedo índice y se marchó.

Eli y Paco se quedaron sentados en el sofá, comiendo la última rebana de pastel.

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