Cómo hacer un exorcismo moderno
Revisa los apuntes de tu última sesión con la paciente. Ten cuidado de no confundirlos, no vaya a ser que le digas a Raquel cosas acerca de los traumas que Rocío te estuvo contando. Ya te pasó una vez cuando aún estabas haciendo las prácticas. Ya han pasado dos años desde entonces. No te confundas. Eres una profesional. Debes retocar tu maquillaje antes de entrar al enlace. No te demores, porque no está bien dejar a la paciente esperando. Apúrate repasando las notas.
Raquel te habló de dificultad para concentrarse, fatiga, bajo apetito, y tristezas súbitas a las que no lograba encontrarles explicación en la última sesión. Llevan solamente dos. Suspira y bebe un vaso de agua, café si es necesario. Conéctate al enlace tres minutos antes, como mínimo.
—Buenos días, Raquel, ¿cómo estás? —sonríe mientras le hablas, usa un tono dulce y tranquilo. Observa con mucho detalle cada una de sus micro-expresiones, todas están cargadas de significado. Revisa si le tiembla la voz, o las manos, si se ríe después de hablar, si está despeinada, qué tan marcadas son sus ojeras. Todo rasgo podría ser un indicio sintomático. Pero no dejes que ella se sienta analizada, y tampoco te apresures en sacar conclusiones. No debes presuponer nada. Escúchala con mucha atención.
—Bien, gracias. Algo cansada, pero bien —nota que su tono de voz es bajo.
—¿Qué tal has dormido últimamente?
—Más o menos. Tengo pesadillas —intenta explorar si puedes desenterrar algo de ellas. Muéstrate intrigada.
—Entiendo. Debe ser difícil conciliar el sueño así. ¿Sobre qué han sido tus pesadillas? —fíjate bien en su reacción a la pregunta. En cómo esquiva tu mirada y esconde el rostro en sus cabellos. Lo que está a punto de contarte va a ser vital para su proceso. Debes analizarlo bien.
—Bueno, son sobre Felipe. Creo que todavía no lo he mencionado, pero él era mi pareja y… él… falleció hace unos meses. Fue en un accidente y demasiado inesperado. Al principio no podía soportar la tristeza, ni levantarme de la cama, ni nada. Luego me he sentido algo mejor, pero todo el mundo me recomendó buscar esta ayuda terapéutica. Todavía no quiero creer que vivo en la misma dimensión en la que él ya no está, ni me puedo adaptar a un mundo tan opaco sin él. Sueño con Felipe volando del carro y con su cabeza estrellada contra el vidrio, y que me llama. «No me dejes solo, Raquel» me dice, mientras le sale sangre por la boca, borboteando. O sino, sueño que estamos los dos desnudos, llenos de sangre, pero vivos. No sé si vos, pero al menos juntos. Y ya no me quiero volver a despertar. Trato de decirme que Felipe está en “un mejor lugar”, y eso me lleva a pensar que preferiría estar con él. Que ya no se pierde de nada en este mundo. La vida sin él es tan vacía, tan simple… que ya no la quiero. Solamente siento dolor y me parece una injusticia tener que vivir una vida en la que solamente puede sentirse dolor. El único pensamiento que me trae tranquilidad es la idea de, de, no sé, de tirarme de un puente, cortarme, o tomarme un veneno para ratas. Ya estoy demasiado cansada de tener que sobrellevar una vida sin él y no lo resisto, es insoportable —muéstrale que lo que te dice te duele, pero no te muestres asustada, ni alterada, ni permitas que el recuerdo de la muerte de tu hermano se interponga. No debes llorar en este momento. Ahora que sabes la magnitud del caso con el que estás lidiando, necesitas proceder con mucho cuidado, no dar un paso en falso.
—Raquel, lo lamento mucho. Esta pérdida es una experiencia demasiado dolorosa y es entendible por todo lo que estás pasando. Pero es muy importante que analicemos la manera en que todas estas emociones influyen en tu visión de futuro. Y expresarlas es el primer paso para sanar.
—¿Es posible? ¿sanar? —no le digas que no lo crees, no le digas que tú jamás has sanado, ni que todavía lloras mirando las fotos de tu hermano o leyendo la carta que dejó. Piensa en los libros, en las cosas que decían los profesores de psicología clínica, en los artículos científicos sobre terapias cognitivo conductuales. Así como los exorcistas se aferran a sus biblias y sus cruces, tú aférrate a eso.
—Aunque parezca muy difícil de ver, te aseguro que hay maneras de sanar. Que con el tiempo, el dolor puede evolucionar a una fase en la que aún vas a extrañar a Felipe, pero podrás volver a sentirte reconectada con la vida. Estas emociones que me has contado, y estos pensamientos, ¿los has compartido con alguien más?, ¿con tu familia?, ¿amigos?
—Varias amigas, más o menos, pero no quiero decirles que quiero matarme. No quiero que se sientan asustadas, no quiero incomodarlas.
—Bueno, yo creo que estos pensamientos es necesario expresarlos y compartirlos con tus seres queridos. Verbalizarlos, decirlos en voz alta, es un primer paso para trabajar sobre ellos y entenderlos —recuerda que al nombrar un demonio adquieres poder sobre él. Debes ponerle nombre para sacarlo—. ¿Con cuánta frecuencia estás presentando estas ideas de muerte?
—Casi todos los días, aunque a veces trato de recordarme a mí misma que, de pronto, en el fondo, no quiero matarme. Pero de todas maneras, si veo un cuchillo me lo imagino cortándome las venas, o si paso por un puente me visualizo saltando, o si veo ladrillos me los imagino reventando mi cabeza. Y fantaseo con atravesarme a un carro para que me atropelle. Hice un poema sobre eso… no sé si mostrarlo.
—Si tú quieres compartirlo —escúchala mientras te lo lee, mantén el equilibrio entre mostrarle que te duele lo que dice, pero mostrarle que eres alguien que está ahí para ayudarla, y que no vas a derrumbarte junto a ella, aunque el rostro de tu hermano se aparezca, gris, hinchado, o pálido, detrás del cristal. Aunque sientas la mano fría de tu hermano sobre la tuya en el teclado.
—«Quisiera estar en el cementerio, recostarme sobre las tumbas, lamer una lápida. Quisiera oler a gusanos, que ya no quedaran palabras en la punta de los dedos, de los labios, quisiera coserme la boca, que los rincones de mi cuerpo dejaran de extrañar y se descompusieran. Que mi cerebro dejara las caras, los abrazos, los circuitos y ya no funcionara. Quisiera que los muertos volvieran, salieran de los ríos, de las noches, me abrazaran, me gritaran, me mordieran. Ya no pertenezco al reino de los vivos».
—Es un poema bello, y creo que expresa muy bien por lo que estás pasando. De hecho, creo que escribir puede resultar un ejercicio muy terapeútico. ¿Cómo te sentiste después de escribirlo?
—Creo que menos ansiosa. Pero seguía muy triste —observa la manera en que sus ojos se han enrojecido. El llanto la ha perseguido por muchos días.
—Te propongo que cada vez que tengas este tipo de pensamientos, escribas algo así. Un poema, cuentos, un diario. Es una buena forma de verbalizarlos también. ¿Qué sueles hacer cuando estas ideas llegan a ti?
—Pues, intento ignorarlas cuando estoy en el trabajo, o sino me acuesto y trato de dormir. Además, no he podido comer desde… lo de Felipe —trata de no recordar a tu hermano, lo distante que estaba en los últimos días, los regaños por no comerse la comida. No lo recuerdes ahora, no dejes que se te mojen los ojos.
—Entiendo. Ignorar esos pensamientos debe ser algo muy difícil, casi como cuando te dicen “no pienses en un elefante” y es lo primero que aparece en la mente. A veces, aunque parezcan oscuros, este tipo de pensamientos hay que escucharlos porque están tratando de decirnos algo sobre nuestras emociones e incluso nuestros deseos. ¿Te ha pasado que en algún momento en estos meses los pensamientos hayan disminuido?
—Quizá cuando me visitan mis amigas. Pero cuando estoy sola me acuerdo de Felipe y que no quiero seguir en un mundo sin él. Todos nuestros planes eran juntos. Íbamos a mudarnos.
—Es normal que te sientas así. Y aunque este dolor puede ser muy intenso, no significa que vaya a ser para siempre de esa forma —debes sonar convencida, porque si ella lo cree, le será más fácil librarse. No puede saber que, en el fondo, tú no crees que el dolor que deja la muerte sea capaz de desvanecerse, ni que en este momento te muerde desde adentro hasta las puntas de los dedos—. Mira, por ejemplo, cómo cuando estás con tus amigas estos pensamientos de muerte pierden más poder y protagonismo. ¿Qué sientes cuando estás con ellas?
—Tranquilidad. Me siento mejor porque siento que me quieren. Pero no es lo mismo —no le digas que envidias su tranquilidad, que casi nunca la has sentido. Debes parecer mucho más tranquila que ella.
—Es normal que nada pueda compararse a lo que tenías con Felipe, era un amor único. Pero eso no significa que no puedas construir nuevos vínculos, y compartir con otras personas que también te quieren —no pienses en el funeral de tu hermano, en las cosas que te decían sobre el más allá, la luz perpetua, ni en tu madre cuando se desmayó por la tristeza. Tienes que concentrarte en Raquel que está hablando en la pantalla, ayudarla a caminar en su proceso de duelo. No imagines a tu hermano detrás de ella con las cuencas de los ojos vacías. No imagines una soga alrededor del cuello de Raquel. Si estás demasiado saturada, pídele permiso para levantarte un momento e ir a tomar agua. Apaga la cámara y el micrófono, ve al baño, toma agua.
Aunque sientas como el duelo reabre sus garras, recuerda que ya has hecho esto antes. Que un par de veces lo has logrado. Que no puedes pensar en tus deseos propios de morirte por ahora. Que el mundo entero ahora está del otro lado de la pantalla. Regresa. Continúa.
—Disculpa, Raquel, necesitaba una pausa. Sé que esto no es fácil y que cada día puede sentirse diferente. Pero me alegra que hayas podido hablar de esto hoy. Antes de que terminemos, me gustaría que pensaras en esas cosas, por pequeñas que sean, que te han dado un respiro en medio de todo esto, como el tiempo con tus amigas. La próxima vez podemos explorar cómo darte más de esos momentos sin que sientas que estás dejando atrás a Felipe, sino encontrando una forma de llevarlo contigo de otra manera. ¿Te parece bien?
—De acuerdo, muchas gracias.
—Nos vemos en la próxima sesión. Y si en algún momento los pensamientos se vuelven demasiado abrumadores, recuerda que puedes recurrir a esas cosas que te han ayudado, o incluso escribir lo que sientes para que lo hablemos la próxima vez. También puedes llamarme cuando necesites, estoy atenta.
Apaga la cámara, cierra el portátil, llora y respira. Tienes una hora de descanso antes del siguiente paciente, y necesitas despejar tu mente. Recuéstate. No imagines a tu hermano saltando de la azotea, cayendo contra el cemento, reventándose contra la carretera. No lo recuerdes cuando se reía en la cena y era un niño inquieto. Ni lo recuerdes dándote un abrazo durante la navidad. Y si lo recuerdas, úsalo para ganar fuerzas, inspiración. Aunque quisieras que hubieras sido tú en su lugar, no lo digas en voz alta. No subas al último piso de tu edificio, todavía tienes varias consultas pendientes. Retoca tu maquillaje e intenta concentrarte. Procede con los siguientes pacientes sin pensar en Raquel, o en tu hermano.
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