sábado, 22 de febrero de 2025

-Relato 6 de Laura Dib

 

Cómo hacer un exorcismo moderno 


Revisa los apuntes de tu última sesión con la paciente. Ten cuidado de no confundirlos, no vaya a ser que le digas a Raquel cosas acerca de los traumas que Rocío te estuvo contando. Ya te pasó una vez cuando aún estabas haciendo las prácticas. Ya han pasado dos años desde entonces. No te confundas. Eres una profesional.  Debes retocar tu maquillaje antes de entrar al enlace. No te demores, porque no está bien dejar a la paciente esperando. Apúrate repasando las notas. 

Raquel te habló de dificultad para concentrarse, fatiga, bajo apetito, y tristezas súbitas a las que no lograba encontrarles explicación en la última sesión. Llevan solamente dos. Suspira y bebe un vaso de agua, café si es necesario. Conéctate al enlace tres minutos antes, como mínimo. 

—Buenos días, Raquel, ¿cómo estás? —sonríe mientras le hablas, usa un tono dulce y tranquilo. Observa con mucho detalle cada una de sus micro-expresiones, todas están cargadas de significado. Revisa si le tiembla la voz, o las manos, si se ríe después de hablar, si está despeinada, qué tan marcadas son sus ojeras. Todo rasgo podría ser un indicio sintomático. Pero no dejes que ella se sienta analizada, y tampoco te apresures en sacar conclusiones. No debes presuponer nada. Escúchala con mucha atención.

—Bien, gracias. Algo cansada, pero bien —nota que su tono de voz es bajo. 

—¿Qué tal has dormido últimamente?

—Más o menos. Tengo pesadillas —intenta explorar si puedes desenterrar algo de ellas. Muéstrate intrigada. 

—Entiendo. Debe ser difícil conciliar el sueño así. ¿Sobre qué han sido tus pesadillas? —fíjate bien en su reacción a la pregunta. En cómo esquiva tu mirada y esconde el rostro en sus cabellos. Lo que está a punto de contarte va a ser vital para su proceso. Debes analizarlo bien. 

—Bueno, son sobre Felipe. Creo que todavía no lo he mencionado, pero él era mi pareja y… él… falleció hace unos meses. Fue en un accidente y demasiado inesperado. Al principio no podía soportar la tristeza, ni levantarme de la cama, ni nada. Luego me he sentido algo mejor, pero todo el mundo me recomendó buscar esta ayuda terapéutica. Todavía no quiero creer que vivo en la misma dimensión en la que él ya no está, ni me puedo adaptar a un mundo tan opaco sin él. Sueño con Felipe volando del carro y con su cabeza estrellada contra el vidrio, y que me llama. «No me dejes solo, Raquel» me dice, mientras le sale sangre por la boca, borboteando. O sino, sueño que estamos los dos desnudos, llenos de sangre, pero vivos. No sé si vos, pero al menos juntos. Y ya no me quiero volver a despertar. Trato de decirme que Felipe está en “un mejor lugar”, y eso me lleva a pensar que preferiría estar con él. Que ya no se pierde de nada en este mundo. La vida sin él es tan vacía, tan simple… que ya no la quiero. Solamente siento dolor y me parece una injusticia tener que vivir una vida en la que solamente puede sentirse dolor. El único pensamiento que me trae tranquilidad es la idea de, de, no sé, de tirarme de un puente, cortarme, o tomarme un veneno para ratas. Ya estoy demasiado cansada de tener que sobrellevar una vida sin él y no lo resisto, es insoportable —muéstrale que lo que te dice te duele, pero no te muestres asustada, ni alterada, ni permitas que el recuerdo de la muerte de tu hermano se interponga. No debes llorar en este momento. Ahora que sabes la magnitud del caso con el que estás lidiando, necesitas proceder con mucho cuidado, no dar un paso en falso. 

—Raquel, lo lamento mucho. Esta pérdida es una experiencia demasiado dolorosa y es entendible por todo lo que estás pasando. Pero es muy importante que analicemos la manera en que todas estas emociones influyen en tu visión de futuro. Y expresarlas es el primer paso para sanar. 

—¿Es posible? ¿sanar? —no le digas que no lo crees, no le digas que tú jamás has sanado, ni que todavía lloras mirando las fotos de tu hermano o leyendo la carta que dejó. Piensa en los libros, en las cosas que decían los profesores de psicología clínica, en los artículos científicos sobre terapias cognitivo conductuales. Así como los exorcistas se aferran a sus biblias y sus cruces, tú aférrate a eso. 

—Aunque parezca muy difícil de ver, te aseguro que hay maneras de sanar. Que con el tiempo, el dolor puede evolucionar a una fase en la que aún vas a extrañar a Felipe, pero podrás volver a sentirte reconectada con la vida. Estas emociones que me has contado, y estos pensamientos, ¿los has compartido con alguien más?, ¿con tu familia?, ¿amigos?

—Varias amigas, más o menos, pero no quiero decirles que quiero matarme. No quiero que se sientan asustadas, no quiero incomodarlas. 

—Bueno, yo creo que estos pensamientos es necesario expresarlos y compartirlos con tus seres queridos. Verbalizarlos, decirlos en voz alta, es un primer paso para trabajar sobre ellos y entenderlos recuerda que al nombrar un demonio adquieres poder sobre él. Debes ponerle nombre para sacarlo—. ¿Con cuánta frecuencia estás presentando estas ideas de muerte?

—Casi todos los días, aunque a veces trato de recordarme a mí misma que, de pronto, en el fondo, no quiero matarme. Pero de todas maneras, si veo un cuchillo me lo imagino cortándome las venas, o si paso por un puente me visualizo saltando, o si veo ladrillos me los imagino reventando mi cabeza. Y fantaseo con atravesarme a un carro para que me atropelle. Hice un poema sobre eso… no sé si mostrarlo. 

—Si tú quieres compartirlo —escúchala mientras te lo lee, mantén el equilibrio entre mostrarle que te duele lo que dice, pero mostrarle que eres alguien que está ahí para ayudarla, y que no vas a derrumbarte junto a ella, aunque el rostro de tu hermano se aparezca, gris, hinchado, o pálido, detrás del cristal. Aunque sientas la mano fría de tu hermano sobre la tuya en el teclado. 

«Quisiera estar en el cementerio, recostarme sobre las tumbas, lamer una lápida. Quisiera oler a gusanos, que ya no quedaran palabras en la punta de los dedos, de los labios, quisiera coserme la boca, que los rincones de mi cuerpo dejaran de extrañar y se descompusieran. Que mi cerebro dejara las caras, los abrazos, los circuitos y ya no funcionara. Quisiera que los muertos volvieran, salieran de los ríos, de las noches, me abrazaran, me gritaran, me mordieran. Ya no pertenezco al reino de los vivos». 

Es un poema bello, y creo que expresa muy bien por lo que estás pasando. De hecho, creo que escribir puede resultar un ejercicio muy terapeútico. ¿Cómo te sentiste después de escribirlo?

Creo que menos ansiosa. Pero seguía muy triste —observa la manera en que sus ojos se han enrojecido. El llanto la ha perseguido por muchos días. 

Te propongo que cada vez que tengas este tipo de pensamientos, escribas algo así. Un poema, cuentos, un diario. Es una buena forma de verbalizarlos también. ¿Qué sueles hacer cuando estas ideas llegan a ti? 

Pues, intento ignorarlas cuando estoy en el trabajo, o sino me acuesto y trato de dormir. Además, no he podido comer desde… lo de Felipe trata de no recordar a tu hermano, lo distante que estaba en los últimos días, los regaños por no comerse la comida. No lo recuerdes ahora, no dejes que se te mojen los ojos. 

Entiendo. Ignorar esos pensamientos debe ser algo muy difícil, casi como cuando te dicen “no pienses en un elefante” y es lo primero que aparece en la mente. A veces, aunque parezcan oscuros, este tipo de pensamientos hay que escucharlos porque están tratando de decirnos algo sobre nuestras emociones e incluso nuestros deseos. ¿Te ha pasado que en algún momento en estos meses los pensamientos hayan disminuido? 

—Quizá cuando me visitan mis amigas. Pero cuando estoy sola me acuerdo de Felipe y que no quiero seguir en un mundo sin él. Todos nuestros planes eran juntos. Íbamos a mudarnos. 

Es normal que te sientas así. Y aunque este dolor puede ser muy intenso, no significa que vaya a ser para siempre de esa forma debes sonar convencida, porque si ella lo cree, le será más fácil librarse. No puede saber que, en el fondo, tú no crees que el dolor que deja la muerte sea capaz de desvanecerse, ni que en este momento te muerde desde adentro hasta las puntas de los dedos—. Mira, por ejemplo, cómo cuando estás con tus amigas estos pensamientos de muerte pierden más poder y protagonismo. ¿Qué sientes cuando estás con ellas? 

—Tranquilidad. Me siento mejor porque siento que me quieren. Pero no es lo mismo —no le digas que envidias su tranquilidad, que casi nunca la has sentido. Debes parecer mucho más tranquila que ella. 

—Es normal que nada pueda compararse a lo que tenías con Felipe, era un amor único. Pero eso no significa que no puedas construir nuevos vínculos, y compartir con otras personas que también te quieren —no pienses en el funeral de tu hermano, en las cosas que te decían sobre el más allá, la luz perpetua, ni en tu madre cuando se desmayó por la tristeza. Tienes que concentrarte en Raquel que está hablando en la pantalla, ayudarla a caminar en su proceso de duelo. No imagines a tu hermano detrás de ella con las cuencas de los ojos vacías. No imagines una soga alrededor del cuello de Raquel. Si estás demasiado saturada, pídele permiso para levantarte un momento e ir a tomar agua. Apaga la cámara y el micrófono, ve al baño, toma agua. 

Aunque sientas como el duelo reabre sus garras, recuerda que ya has hecho esto antes. Que un par de veces lo has logrado. Que no puedes pensar en tus deseos propios de morirte por ahora. Que el mundo entero ahora está del otro lado de la pantalla. Regresa. Continúa. 

—Disculpa, Raquel, necesitaba una pausa. Sé que esto no es fácil y que cada día puede sentirse diferente. Pero me alegra que hayas podido hablar de esto hoy. Antes de que terminemos, me gustaría que pensaras en esas cosas, por pequeñas que sean, que te han dado un respiro en medio de todo esto, como el tiempo con tus amigas. La próxima vez podemos explorar cómo darte más de esos momentos sin que sientas que estás dejando atrás a Felipe, sino encontrando una forma de llevarlo contigo de otra manera. ¿Te parece bien?

—De acuerdo, muchas gracias. 

—Nos vemos en la próxima sesión. Y si en algún momento los pensamientos se vuelven demasiado abrumadores, recuerda que puedes recurrir a esas cosas que te han ayudado, o incluso escribir lo que sientes para que lo hablemos la próxima vez. También puedes llamarme cuando necesites, estoy atenta.

Apaga la cámara, cierra el portátil, llora y respira. Tienes una hora de descanso antes del siguiente paciente, y necesitas despejar tu mente. Recuéstate. No imagines a tu hermano saltando de la azotea, cayendo contra el cemento, reventándose contra la carretera. No lo recuerdes cuando se reía en la cena y era un niño inquieto. Ni lo recuerdes dándote un abrazo durante la navidad. Y si lo recuerdas, úsalo para ganar fuerzas, inspiración. Aunque quisieras que hubieras sido tú en su lugar, no lo digas en voz alta. No subas al último piso de tu edificio, todavía tienes varias consultas pendientes. Retoca tu maquillaje e intenta concentrarte. Procede con los siguientes pacientes sin pensar en Raquel, o en tu hermano. 



Cuando llegue la noche, pide un domicilio. No tienes energía para cocinar, pero necesitas comer. Tal vez una pizza, o quizá sushi. Sino, una hamburguesa. No importa. Mientras comes, intenta no recordar cómo sabían las cosas cuando tu hermano todavía vivía. Que cada comida desde que murió parece llena de gusanos, o hecha de plastilina. No te repitas a ti misma que es tu culpa por no haber podido detectar las señales, apenas estabas empezando la carrera. Asegúrate de que cuando vuelvas a pedir algo sea sin salsa de tomate. Parece sangre estrellada contra la carretera, y necesitas dejar de pensar en esa imagen. Enciende el televisor. Pon Netflix, busca en el catálogo. Quizá pueda distraerte una película. Pon cualquiera.
    Observa cómo el sacerdote camina despacio, con botas negras y un enorme crucifijo en el cuello. Síguelo durante todas sus batallas a lo largo de la película, mientras enfrenta uno a uno a los demonios dentro de las personas, que convulsionan, levitan o lanzan gritos horribles. Fíjate en cómo se convierten en la monstruosidad que parece rasguñarse desde adentro, y en cómo el cura pronuncia precisamente las palabras precisas para apaciguarlos, para que la oscuridad escape del cuerpo. Detalla sus ojos muy abiertos y amarillos e intenta dibujar una línea divisoria en tu cabeza entre los poseídos y los locos. Aunque te preguntes dónde va esa oscuridad, no le des vueltas. Ya sabes que los demonios no se pueden matar, solamente se transfieren. A veces, ayuda ponerlos a hibernar. Pueden quedarse años así, petrificados, hasta que algo les llame. Agarra una caja de pastillas de dormir. No te preocupes por cuántas te pones en la mano. Dos o tres más no van a hacer mucha diferencia. Quédate dormida.

Al despertar, no te fijes en la hora. No hace falta levantar las persianas en el momento. Aunque estés todavía agotada y adormecida, levántate. Anota los sueños que tuviste sobre Raquel saltando de una azotea de la mano de tu hermano mientras Felipe estaba mirándolos en la orilla de la carretera. Y el sueño de Raquel en la película siento poseída por una criatura babosa. Raquel convulsionando, arrojando espuma por la boca, levitando mientras gritabas cosas que no entendías. La criatura babosa abría su vientre y saltaba sobre ti.
    Prepárate un sándwich, bebe café o gaseosa, o las dos cosas. Aunque quieras leer otra vez la carta de tu hermano, y la tengas en la mano, no lo hagas, detente. Mejor busca más artículos sobre científicos sobre estrategias de la psicología clínica para tratar depresión y duelos no resueltos. Artículos sobre qué ocurre a nivel neurológico en el cerebro de un suicida. Imagina los químicos y desbalances en la cabeza de tu hermano. Y en la tuya, todas las veces que has querido seguirlo. Imagina las alteraciones en la corteza prefrontal y el sistema límbico, el desbalance en los neurotransmisores. Imagina los impulsos eléctricos entre neuronas encenderse y apagarse. Igual que los fuegos artificiales, dejando hilos de humo correr entre los surcos cerebrales. Guarda las pastillas en una alacena alta y ve a darte una ducha. No tomes la cuchilla de afeitar para lastimarte. Tienes una reputación que mantener. Aunque consideres llamar a un colega para que te ayude, recuerda tu cuenta bancaria. Tus colegas cobran demasiado, más que tú. Y los que cobran menos, no te han brindado ayuda de calidad, muchos no han tenido tus bases teóricas. 
    Vístete con algo cómodo, algo que no apriete demasiado, que no marque el peso en tus hombros. Mira tu reflejo antes de salir. No pienses en que te pareces a él en ciertos ángulos. Revisa tu teléfono, si hay algún mensaje pendiente, avísale a tus padres que ya vas para allá a visitarlos. Trata de animarlos, en lo que se pueda. Que el nombre de tu hermano no llegue a la boca de nadie, aunque todos sepan que estamos pensando en él. Trata de no sentirte culpable porque no hayas podido hacer nada para aliviar el dolor de tus padres, por sus ojeras que no han cambiado desde que él murió. Repítete: no es tu culpa. Esfuérzate haciendo una cena deliciosa para compensar. Pica las verduras con precisión, con calma, como si eso equilibrara algo. Que la casa se llene del aroma del guiso, de las berenjenas al horno. Toma tu tiempo en la cocina. No mires el reloj. Intenta poner tema de conversación mientras comen, aunque sabes que a nadie le gusta hablar en la familia. Pregunta si han visto algo interesante en televisión, si el vecino arregló su auto, si alguien llamó por teléfono. Tarda el doble lavando los platos. Que el agua corra, que el sonido llene los huecos que las palabras no ocupan. Esquiva con la mirada las fotos de tu hermano que están pegadas en la nevera. Una de ellas está un poco torcida. Tu madre la endereza cada vez que pasa. Tu madre te aprieta un poco más fuerte de lo normal antes de soltarte. Dales un beso, despídete. Tu padre te da una palmada en la espalda. Vuelve a casa temprano. El trayecto de regreso se siente más corto. Pero el peso en el pecho es el mismo.

Revisa tu rutina para el día siguiente, los pacientes que debes atender. No imagines más a Raquel colgando de un puente. Investiga algunos ejercicios que puedan ayudarla. No trasnoches demasiado. Busca una manera para combatir el insomnio. Puedes dibujar a tus pacientes en una libreta uno por uno e imaginar los demonios de cada uno de ellos, ponerles nombres, colorear cómo la oscuridad de sus tristezas mancha todas las paredes de tu casa, muerde desde tu propia memoria con los dientes de tu hermano. Cierra los ojos. Intenta contar hasta diez, cien, mil. No imagines tu futuro tan cargado de lo mismo, ni te preguntes cuántos años más podrás soportar lo que duele. Cuántos pacientes más, cuántos días más, cuántos demonios más. Esos pensamientos no van a ayudarte a dormir, y para el día siguiente necesitas fuerza. Combatir estas cosas requiere mucha fuerza. Trata de no abrir los ojos para poder quedarte dormida. Reza. Rézale a tu hermano, pídele perdón. Di su nombre como un mantra en tu cabeza hasta quedarte dormida.
    Arréglate temprano al día siguiente. Bebe café. Mírate en el espejo. Observa los ojos hundidos, la piel pálida, la marca rojiza en el cuello donde te rascaste durante la noche sin darte cuenta. Llora todo lo que sientas necesario antes de ponerte el maquillaje. No pienses en lo que soñaste, si es que soñaste. No pienses en la película. No pienses en él. No pienses en tus padres. Tampoco centres tu atención en el dolor que sientes en el pecho. Necesitas concentrarte por completo en los pacientes para poder ayudarlos. Hoy comienzas con Rocío. Trata de no ver a Raquel cuando enciendas la cámara, y no ver a tu hermano. Escucha lo que dice. Procesa. Responde. No pienses en que así son todos tus días y que siempre ves a tu hermano detrás de tus pacientes. Así puede doler menos, así puedes ayudarles a otras personas antes de que sea tarde. Ya sabes que tú misma eres un caso perdido, que te va a doler para siempre. Pero al menos que tus pacientes puedan ser libres y vivir el exorcismo.

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