Como autodestruirse en una semana
El frío se introduce en tus huesos como si la piel no te cubriera el esqueleto. Estás de pie, perdido en medio de una llanura blanca, sin límites, sin horizonte. La nieve cae lentamente, pero, a medida que toca la piel, te quema. A los pocos segundos, pasas de hipotermia a hipertermia. Eres una antorcha humana por dentro; sientes que te cocinas mientras tus órganos se derriten.
En la distancia, atisbas una figura. Pero hay bruma. La bruma sale de una grieta y oculta la figura. Te acercas. Eres una antorcha humana con órganos líquidos que se arrastra por la nieve.
Un espejo sale de la nada. Marco de obsidiana volcánica, pulido de forma exquisita, acabado nacarado. La superficie tiene ocho milímetros de grosor.
–Si quieres algo de diseño exclusivo y de fabricación en Estocolmo, es en Svenskt Tenn a donde tienes que acudir–.
Quizás Sta͒lberg & Partners deba invertir en ella. Debes comentárselo a tu jefe. Richard Nystrom es igual de frío que este espejo e igual de cortante. Te recuerda a una estalactita de grafeno. Ojos sin vida, azules casi blancos. Mandíbula cuadrada. Labios que escupen ácido fluoroantimónico. Músculos de mármol. Tiene un traje entallado marca francesa Cifonelli, reloj suizo Audemars Piguet de Royal Oak, coche deportivo sueco Koenigsegg Jesko y una hueste de empleados a los que ha arrebatado el alma.
Piensas decirle que la idea del espejo la has tenido tú, pero en el fondo sabes que ha sido impuesta por alguien que te observa.
–No ves ni quién eres.
La imagen de un hombre de metro ochenta y uno, ojos azul oscuro, pelo rubio peinado hacia atrás, vestido de traje ejecutivo, atractivo pero no demasiado, fibrado pero no demasiado y sonriente pero no demasiado, te observa.
Hasta tu reflejo te dice que no sabes quién eres. En Estocolmo sabes que sólo puedes ser una forma: buen marido, buen padre, buen empleado, buen ciudadano, solidario, democrático, tolerante, vestir bien, pero sin destacar. Con una tabla detallada de ejercicios de crossfit y de celdas de Office que conviertan tus tareas diarias en una religión, y las personas en segmentos de datos, rangos y porciones de archivos .xls.
–El argot científico es divertido, no sé cómo ese anciano tuerto lo maneja tan bien.
Ahora el problema no es el frío que te mata o el calor que te quema, ni siquiera estar en medio de la nada sin sentido ni propósito. El problema, ahora, es que no sabes si te hablas tú o te habla otra persona.
Detrás del espejo aparezco como una figura encorvada. Tengo un parche en el ojo que “ve” y un ojo blanco en el ojo que no tiene parche. Miras al suelo sin saber por qué, en vez de mirarme a mí. Ya no hay nieve, ahora ves cenizas. El suelo está cubierto de cenizas, charcos de sangre y el reflejo en el agua de un hombre rubio con barba y el pelo largo que tiene tu cara.
–Mira tu rostro, acepta tu destino. Créete que eres tú el que te estás diciendo esto.
–Eleva tu rostro del suelo, mira la cara del príncipe de los tramposos. Observa el muérdago que mastican mis labios.
–Intenta impedir que te abrace. Intenta impedir que te bese. Intenta impedir que tu boca no se trague el muérdago.
–Olvida este sueño y pierde el miedo al dolor.
–Despierta.
Día lunes, te despiertas. Tu reloj biométrico marca cuatro horas de sueño. La semana no ha comenzado de manera óptima. En Estocolmo, todo el mundo duerme ocho horas (o seis horas, si tienes hipofagia del sueño y has sido diagnosticado por tu médico de cabecera, como short sleeper).
A pesar de ello, tu rutina debe continuar. Haces cuatro series de dominadas, tres de burpees y cuatro de abdominales hipopresivos, un poco de tonificación genérica, y dejas el resto para el trabajo. Te sientes mal por no cumplir con la rutina de ejercicios al completo, pero piensas que puedes realizar varias series de hipopresivos en el despacho mientras llevas a cabo actividades laborales de poco riesgo económico.
Te lavas los dientes. Estrenas un nuevo cepillo de cerdas suaves. Lo colocas en un ángulo de cuarenta y cinco grados respecto a las encías. No frotas demasiado fuerte, asegurándote de cepillar los molares con movimientos de ida y vuelta.
Mientras miras al espejo, recuerdas el sueño. Un cosquilleo recorre tu abdomen y una extraña sensación golpea tu pecho. Crees que algo se ha roto en tu interior, pero no sabes qué.
“El psiquiatra Karl Olof Sundström argumenta que la depresión invernal en los países nórdicos, especialmente en ciudades como Estocolmo, va más allá de un simple desajuste biológico; es también una experiencia psicológica profunda. La escasez de luz altera el equilibrio químico del cerebro, generando fatiga y desánimo. Pero, además, la prolongada oscuridad lleva a una introspección que puede intensificar la sensación de aislamiento. Costumbres como compartir café en compañía o crear ambientes acogedores ayudan a sobrellevar el invierno, pero para muchas personas estas estrategias no son suficientes”.
Hoy eres una de esas personas. Pero no sientes tristeza, ni siquiera desánimo. Es una depresión cargada de serotonina y dopamina. Luchas por conciliar conceptos contradictorios.
En el colegio, en la facultad de ingeniería y en el máster de negocios empresariales, te destacabas por tu mente analítica y lógica. Pero hoy, algo no funciona correctamente. Puede ser que sufras una alteración entre el estado límbico, que regula las respuestas de recompensa y motivación, y la corteza prefrontal que dirige las consecuencias de tus acciones.
Balder está hoy muy motivado a pesar de que, por primera vez en su vida, podría llegar tarde al trabajo. Incluso siente alegría imaginando llegar tarde al trabajo. Baja a desayunar.
Annika Sta͒lberg está preparando el desayuno. Unta las tostadas con simetría y te da los buenos días. Los suecos siempre son educados y nunca dicen lo que sienten. No des los buenos días hoy. No has dormido bien, por lo tanto, no debes dar los buenos días.
Te sientas a la mesa sin dar los buenos días.
Tu hijo Elías Sta͒lberg, quién es frío, racional, buen deportista y muchas otras cosas que hoy te parecen aburridas, te ofrece una galleta. Tu hija Freja Sta͒lberg, menos fría, pero igual de racional que su hermano, te pregunta si hoy es “tu gran día”.
Los suecos aceptan todo lo que les ofrecen, aunque no lo quieran. Pero hoy no quieres aceptar algo que no pediste. No aceptas la galleta. Tampoco sabes si será un gran día, por lo que decides no responder a tu hija. Te sientes mal durante unos segundos. No te sientas mal, no tengas remordimientos por ser sincero.
No untes la tostada con tenedor si no quieres, unta la tostada con los dedos. Chupate los dedos y haz ruido al hacerlo. No le eches más mermelada vegana a la tostada. Levántate y ve al frigorífico. Busca lo que te provoque más deseo.
Coge ese bote de tabasco. Mientras tu familia te mira confundida, extiende el tabasco sobre la tostada. Disfruta del placer culpable que esto provoca en tu conciencia.
Levántate de la silla y friega los cubiertos. No dejes los cubiertos en el lavavajillas.
Deléitate lavando los platos con tus manos, empleando agua sin jabón.
Cortate sin querer con el cuchillo. Lámete la sangre. Intenta concentrarte en el sabor del hierro. Conecta el hierro con el entrechocar de espadas. Excítate al imaginar el fragor de una batalla y la sangre de tus enemigos cayendo por todo tu cuerpo.
Marchate de tu casa sin despedirte.
Dirígete a la parada del metro del barrio de Östermalm, el maś exclusivo y burgués, lleno de mansiones de lujo que son respetuosas con el medio ambiente y que pertenecen a empresarios y celebridades comprometidos con la sociedad y la civilización suecas.
Muchos suecos utilizan el metro. Todos los suecos son civilizados y ecológicos.
Lo único que no son los suecos es orgánicos.
Saca del bolsillo la entrada de cine que te regalaron para ir con tu hija a ver la película de su actor favorito, que es guapo, alto, deportista, inteligente y que destina un diez por ciento de las recaudaciones de su películas a la fundación de Marianne Sigvard.
Tirala al suelo. Disfruta del placer de ese pequeño acto de rebeldía y de las repercusiones.
Anda más rápido, no porque quieras llegar menos tarde, si no para observar si algún peatón se sobresalta.
Despeinate. Deja que la brisa de Estocolmo revuelva tus cabellos.
Desabrochate la corbata. Colocatela asimétrica.
Baja las escaleras del metro lo bastante rápido como para que su suelo resbaladizo pudiera hacerte caer a una altura controlable.
La estación de Östermalmstorg, con sus murales llenos de mensajes que aluden a los derechos humanos, te provocan una extraña sensación.
Ya no sientes paz, confort y orgullo por pertenecer a una de las sociedades más concienciadas con la ética humana democrática. Si no sumisión, docilidad y rendición.
Mira a ese mendigo.
Acércate a ese mendigo. Dale una moneda a ese mendigo.
Pregúntale qué lo llevó a su situación. Escucha cuando te dice que es una víctima de la sociedad.
Empatiza con su papel de víctima.
Extráñate cuando te diga que él fue como tú hasta que un día un sueño le llevó a estar donde está.
Sube al metro.
Mira el recorrido de las líneas.
Date cuenta por primera vez que la línea que va de tu casa en Östermastorg a tu trabajo en el corazón de Norrmalm es de color rojo.
Conecta el color rojo con el hierro, con cortarte, con batalla y con victimismo.
Mira a tu alrededor.
Anda por el vagón. Siéntate al lado de un hombre que parece peligroso y que intenta ocupar dos asientos.
Obligale a tener que cerrar las piernas para que puedas tomar un sitio.
Observa a las personas absortas en sus celulares y en sus aparatos tecnológicos.
Sigue con la mirada a un chico que parece problemático.
Clava tus ojos en él y no bajes la mirada cuando conecte contigo.
Sonríele.
No muevas ni un músculo cuando se acerque hasta ti.
No le contestes cuando te pregunte si os conocéis.
Disfruta del momento incómodo cuando, a pesar de su interacción, continúas mirándole y sonriendo.
Bajas en la estación y te diriges a tu trabajo.
El rascacielos de Sta͒hlberg & Partners se alza imponente en el centro de Norrmalm, reflejando el cielo gris de Estocolmo en su fachada de vidrio pulido, como si el gris fuera el color que decidió pasar desapercibido cuando todos los demás debatieron su rol en la escala cromática.
Es una construcción moderna, de líneas limpias, con ventanales que recorren toda la estructura, permitiendo una vista panorámica de la ciudad.
Crees que las ventanas quedarían mucho mejor con Svenskt Tenn.
Tu jefe adorará la idea.
Al entrar, hueles el café que marca la hora de descanso.
Miras el reloj de pared que marca las nueve y un minuto.
El jefe solo permite descansar cuando es el mejor momento circadiano.
–Las horas comprendidas entre las siete y las nueve de la mañana son las de mayor energía y productividad inicial. Aumenta la temperatura corporal y la presión sanguínea. Hay una producción óptima de dopamina y serotonina, y se recomienda realizar trabajo mental intenso, estudios, planificación estratégica y elaboración de brainstorming creativos. –La gerente de recursos humanos os ha enseñado a ser mejores personas.
En Suecia, las mejores personas son las más eficientes y más comprometidas con los ideales de su empresa.
Ser comprometido con el trabajo es ser comprometido con la sociedad.
La palabra “comprometido” lo significa todo.
Todo, menos estar comprometido con uno mismo.
Te adentras en el pasillo que lleva a la cafetería.
Has decidido que podría ser divertido aparecer tarde por un lugar donde todos puedan verte y pensar que es imposible que llegues a esa hora a no ser que te haya ocurrido una gran tragedia personal.
Vamos, atraviesa el pasillo minimalista y frío, con suelos de mármol negro y brillante, flanqueado por pantallas LED que muestran índices bursátiles y gráficos en tiempo real.
Mira el cuadro delante de la cafetería: un lobo gigantesco devorando a un hombre rubio de ojos azul oscuro y pelo rubio, tumbado.
Entra dentro.
Miras a tus compañeros y ves en sus rostros la misma expresión de sorpresa que tenía tu familia esta mañana. Sin embargo, ninguno te dice nada.
Los suecos consideran inapropiado entrometerse en los asuntos de los demás, a no ser que estén realizando una actividad ilegal o incivilizada.
Y tú todavía estás rozando el límite.
–Burlonamente.– ¿Balder, qué te trae por aquí?
Marcus Lindgren, uno de tus mejores amigos de la universidad, soltero, sin ataduras y “hedonista”(según los parámetros suecos,) te suelta esto al llegar a su altura.
–Eso, ¿a qué debemos tu visita?
Johan Ekström, el polo opuesto.
Abogado de la empresa, con mujer, hijos y gran compromiso con la sociedad y la ley, intenta seguir la broma iniciada por Marcus.
–Hoy no es un buen día para las inversiones de riesgo. ¿Viste las noticias económicas, Balder?. Parece que la sesión bursátil presenta una tendencia bajista, con alta aversión al riesgo, impulsada por la caída de valores de gran capitalización. Esto podría generar incertidumbre en los inversores y desaconseja la toma de posiciones en activos de riesgo.
Henrik Falk, es tu amigo empresario.
Toda su vida gira en torno a impedir que Balder se convierta en el segundo al mando de la empresa, tras el gran CEO, Richard Nyström.
Tiene mujer y familia, para no contradecir los ideales suecos de sociedad ecológica, global, tolerante, conciliadora, y wealthy.
Pero su mujer es la que realmente vive en su casa y la que cuida de sus hijos.
No te cortes.
Responde lo que piensas a cada uno.
Abraza la sensación de terror que te impide abrir la boca y dejar que las palabras se conviertan en armas que destruyan la armonía del entorno.
–Marcus, vengo a esta hora solo para escuchar tus estúpidos chistes de supuesto rebelde, cuando en realidad eres un chupaculos de la empresa. Venderías a tu propia familia, si es que, debido a lo feo que eres, pudieras conseguir una, solo con tal de agradar al jefe
–Johan, mi visita es debe a que mi momento del día favorito es cuando me hablas en secreto, de lo mucho que te aburres con tu mujer y de lo exageradas que son las leyes suecas, que miden hasta el milímetro el comportamiento ciudadano, convirtiéndonos en máquinas tecno-civilizadas.
–Y, Henrik, me parece increíble que, trabajando en una empresa de inversiones de riesgo que busca crecer y expandirse, seas una oveja dócil y sumisa que sigue las noticias del periódico Dagens industri, el más conservador y menos arriesgado de todos. Para eso, es mejor que te cojas unas vacaciones y lleves por primera vez en tu vida a tu familia a un lugar más lejano que la ciudad de Estocolmo.
Date la vuelta y camina tranquilamente hasta el ascensor. Ve a tu despacho en la última planta, atraviesa el despacho de tu jefe y no te molestes en entrar excusarte por tu tardanza. Siéntate en tu mesa de cristal de acero, sin papeles y sin rastros de caos. Solo tu laptop, una pluma Montblanc y una foto de tu familia.
Acércate a la estantería cercana a la mesa, llena de volúmenes de economía, geopolítica y algunas ediciones de filosofía sueca. Coge el libro que más odias, Den civiliserade väldens etik (La ética del mundo civilizado) y camina al escritorio. Enciende el ordenador.
Introduce tu código de seguridad. Entra en la aplicación de inversiones de alto riesgo de la empresa. Busca la empresa de cristal Svenskt Tenn e invierte quinientos millones de coronas suecas de la empresa. Dale a aceptar. Coge el libro. Sal del despacho.
Sube a la azotea del edificio por las escaleras. Entra en la azotea. Mira las vistas a los canales de Estocolmo. Piensa en la afinidad entre las rejas de una cárcel y la forma perfectamente cuadriculada y ordenada de los canales. Acércate al bordillo. Tira el grueso libro de novecientas páginas al abismo.
Márchate de la oficina.
Llegas a casa antes de que termine tu jornada laboral. Te encuentras a tus hijos saliendo, dirigiéndose a sus actividades extraescolares artísticas y deportivas. Tu mujer está organizando las actividades filantrópicas de su empresa cultural. Todos te miran sorprendidos al entrar en la casa. Te despides de tus hijos. Luego, te colocas frente a tu mujer.
–¿Pasó algo hoy en el trabajo?
–No, no pasó nada.
–Entonces, ¿por qué llegaste antes?
–Porque no me apetecía trabajar más tiempo.
No te inmutes por la cara de tu esposa. Mírala a los ojos y dile que necesitas reavivar la pasión en el matrimonio. Cuéntale que te vas a hacer unos tatuajes, aunque no le parezca bien a ella, ni a tus padres, ni a tus hijos, ni a la sociedad. Dile que te vas a rapar el pelo. Date la vuelta y sal de la casa.
Anda varias manzanas y entra en el bar Nybrogatan. Su toldo negro y sus ventanales dejan ver su interior cálido y acogedor. Observa su decoración nórdica minimalista, de madera clara y con mesas pequeñas de mármol blanco.
Acércate a la barra. Coge la carta de bebidas. Pídete un “Old Björn”, un cóctel con whiskey sueco, licor de abedul, bitter de bayas nórdicas, azúcar y twist de cáscara de naranja.
Buscate una mesa. Siéntate.
Observa a las personas que se encuentran en el bar. Fíjate en la chica atractiva que está sentada con su novio. Mira la cara de él cuando se pone celoso porque ella te mira.
No la mires a ella. Mira a su novio. Guiñale un ojo.
Disfruta cuando se ruboriza confundido.
Tómate seis cócteles más entre las cuatro y las ocho de la tarde.
Mirate en el espejo del bar. Crees ver al hombre de tus sueños, el que se reflejaba en el suelo.
Piensa que es culpa de las copas.
Fíjate en la estatua del dios Loki, situada en una esquina.
No vuelvas temprano a casa.
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