Sospechas infundadas
Marina deja la bolsa de la compra sobre la
mesa y mira a su alrededor. La luz entra por las persianas. En la mesa hay un
vaso con restos de café. Lo mete en el fregadero y abre la nevera.
Cuando Víctor entra en la cocina, se apoya
en el marco de la puerta.
—Se me ha olvidado comprar leche —dice
Marina.
—No pasa nada, tomaré el café solo.
Ella asiente. Empieza a sacar las cosas de
la bolsa. Víctor la observa unos segundos y luego se acerca a la cafetera.
—Hoy ha hecho mucho calor —comenta ella.
—Mmm.
Se queda mirando cómo él sirve el café. Ninguno
de los dos dice nada.
En el salón suena el teléfono de Víctor.
Sale de la cocina con la taza en la mano, mira la pantalla y contesta.
—Sí... No, hoy no. Tal vez el viernes.
Marina saca la ropa de la lavadora y la va
colgando en el balcón. Observa las vistas un rato antes de volver adentro. Después
va al pasillo y se quita los zapatos. Los deja ordenados junto a los de él. Se
queda un instante mirándolos y después va al salón.
Víctor está sentado en el sofá, con el
móvil en la mano. Marina también coge el móvil, se sienta al lado de su marido
y los dos se quedan mirando las pantallas en silencio.
A la mañana siguiente, Víctor se va muy temprano.
Marina cierra la puerta detrás de él y va al cuarto de baño a ducharse. Dentro
de un rato, sale a tirar la basura. Al volver, se encuentra a Marta en el
portal.
—¡Buenos días, vecina!
—Uy, Marta… Buenos días.
—¿Tan temprano despierta? Pensaba que no
trabajabas los martes.
—No trabajo. Pero Víctor sí y me he
levantado con él, ya sabes.
—Y yo acabo de llevar a Lola al colegio y
necesito un café. ¿Te tomas uno conmigo?
—No sé, es que…
—Venga, pásate un ratito.
—Vale.
Entran juntas en el piso de Marta. Marta pone
la cafetera mientras Marina tarda un rato en sentarse. Se queda mirando la
fotografía de la familia de Marta en la puerta de la nevera, sujetada con un
imán.
—Qué lindos los tres en la foto.
—Ya. Es del año pasado, de cuando
estuvimos en Grecia.
Marta sirve el café y las dos se sientan.
Marta observa a la vecina un rato y luego dice:
—El otro día vi a Víctor en la calle cerca
del hospital, pero él no me vio.
—Ah, ¿sí?
—Iba con alguien.
Marina revuelve el café con la cucharilla
y hace un trago.
—Con una compañera de trabajo, supongo.
Era la hora de comer —continúa Marta.
Marta hace un gesto con la cabeza, como si
no estuviera segura.
—Puede ser. Está bueno el café, por
cierto.
—Es colombiano, lo regaló a Jorge un
compañero de trabajo.
Beben el café en silencio. Marina se
levanta.
—Nos vemos el sábado.
—Nos vemos.
Por la noche, Víctor llega con bolsas de
comida para llevar. Marina va al armario para sacar los platos y de paso mira
la puerta de su nevera, en la que solo hay un par de imanes y un bloc de notas
con una lista de compras.
—Esta mañana Marta me ha invitado a tomar
un café en su casa—dice.
—¿Y qué tal?
—Dice que te vio el otro día en la calle,
cerca del hospital, pero tú no le hiciste caso.
Víctor deja los cubiertos y la mira.
—Puede ser, últimamente tengo mucho trabajo.
Marina sigue comiendo. Luego recoge los
platos y los pone en el fregadero. Víctor se queda sentado en la mesa.
—¿Te dijo algo más?
Marina cierra el grifo y lo mira.
—No.
La sala de yoga está medio oscura. Unas
siete u ocho mujeres están tumbadas en sus esterillas. La instructora, con voz
pausada, anuncia el final de la sesión y enciende una lámpara de pie que se encuentra
en el rincón. Todas comienzan a incorporarse lentamente. Marina y Marta se
levantan de sus esterillas, recogen sus cosas y se dirigen a los vestuarios.
Mientras se cambian, Marta se recoge el
pelo en una coleta alta y se observa en el espejo.
—Creo que estoy haciendo algo de progreso,
cada vez me cuesta menos la postura del perro boca abajo.
Marina se ata las zapatillas con calma.
—A mí me sigue costando hacerla
correctamente, pero creo que voy mejorando.
Se terminan de arreglar y salen del
gimnasio, disfrutando de la brisa fresca de la mañana. Caminan hasta una
cafetería cercana y se sientan en una mesa de la terraza.
Piden café y zumo de naranja. Marina
revuelve su taza sin probarla.
—El otro día, en el hospital, escuché algo
de Víctor —dice Marta, dejando la taza en el platillo.
Marina levanta la mirada.
—¿Qué exactamente?
—Nada... dicen que se lleva muy bien con
una médica nueva. Una chica que está de prácticas.
Marina sigue removiendo el café, evitando
la mirada de Marta.
—¿Os va bien en la relación? —pregunta
Marta, inclinándose hacia ella.
—Sí, claro —responde Marina brevemente.
Marta sonríe.
—La semana que viene empiezan las rebajas.
¿Vas a ir?
—No creo que me vaya a dar tiempo, y tampoco
es que necesito nada.
—Y yo quería ver la colección de lencería
de One Woman, es que Jorge y yo
tenemos aniversario el mes que viene y quería que esa noche fuera especial...
ya me entiendes.
Marina la mira sin responder.
—Tal vez a ti también te vendría bien
renovar tu guardarropa… —Marta le da un sorbo a su café y añade: —Los hombres
son así, necesitan novedad de vez en cuando. Si no una puede dejar de ser el
centro de su atención…
Marina fuerza una sonrisa y vuelve a
concentrarse en su taza.
El martes de la siguiente semana, Marina sale
de su casa sobre las 11 de la mañana. Abre la puerta de su coche, conduce unos
15 minutos y deja el coche en el aparcamiento de un centro comercial. Entra. A
su alrededor, pasa gente cargada con bolsas, deteniéndose frente a escaparates
iluminados. Marina se detiene frente a una tienda de lencería y observa el
escaparate durante medio minuto. En el maniquí central, un conjunto de encaje
rojo resalta bajo las luces blancas. Un cartel gigante pone: “Rebajas 50 %”. Cerca
de la entrada, dos mujeres rebuscan en un cajón con prendas rebajadas.
Marina cruza los brazos y sigue mirando.
Una mujer joven sale de la tienda con una pequeña bolsa, camina con paso seguro
y se ajusta el abrigo. Marina desvía la mirada hacia el interior, donde otras
clientas revisan la mercancía con calma. Baja la vista, acomoda la correa del
bolso en su hombro y sigue adelante.
Se dirige a la entrada de una tienda de decoración,
donde el ambiente es más tranquilo. Va a la sección de textiles para el hogar.
Examina los colores, lee las etiquetas, compara las medidas y los precios de
las sábanas. Luego saca una toalla y la extiende un poco para apreciar la
textura.
Después de un rato, se dirige a la caja con
un juego de sábanas y un par de toallas. Mientras espera en la fila, su móvil
vibra en el bolso. Lo saca y lee un mensaje de Víctor: “Hoy salgo tarde del
trabajo”. Observa la pantalla unos segundos antes de guardarlo sin responder.
Se acerca al mostrador y paga su compra.
Al salir de la tienda de decoración, se
detiene de nuevo frente a la tienda de lencería. Observa el escaparate unos
segundos y entra.
Cuando regresa a casa, el sol de mediodía
ilumina la calle. Aparca el coche y cierra la puerta con suavidad. Mientras
camina hacia el portal, escucha una voz familiar.
—¡Vaya, justo a tiempo para el café! —dice
Marta, apoyada en el marco de la puerta de su casa.
Marina sonríe con discreción y ajusta las
bolsas en su mano.
—Hola, sí, he salido un rato a hacer
compras.
Marta entrecierra los ojos y baja la
mirada hacia las bolsas. Una de ellas, blanca con letras doradas, destaca entre
las demás.
—¿Qué tal en One Woman? ¿Queda algo rebajado que merezca la pena? Aunque ya veo
que has encontrado algo para ti.
Marina se encoge de hombros y se remueve
el pelo detrás de la oreja.
—Solo me he pasado a echar un vistazo. Hay
buenas rebajas, eso sí.
Marta deja escapar una pequeña risa y
cruza los brazos.
—Bueno, bueno... ya era hora de darse
algún capricho. ¿Quieres subir y tomarte un café antes de que Lola vuelva del
colegio?
Marina duda un instante, pero finalmente
asiente.
Suben juntas al piso de Marta. Mientras
esta pone la cafetera, Marina deja las bolsas junto a la mesa y se sienta.
Marta saca dos tazas y se gira con una sonrisa.
—Sabes, el otro día volví a ver a Víctor
en el hospital. Estaba con la médica nueva.
Marina la observa mientras remueve el
azúcar en su café.
—¿Es aquella de la que me hablaste?
—Sí. Muy joven, alta, de esas que no pasan
desapercibidas. He coincidido con ellos varias veces en el comedor. Siempre
están juntos. Creo que, con un maestro como tu marido, la chica va a aprender
rápido. A ver si le ofrecen una plaza después de las prácticas…
Marta sonríe. Marina toma un sorbo de café
sin decir nada.
—No sé por qué me estoy acordando de que
Jorge y yo también solíamos ir a comer juntos —sigue—. Cuando aún éramos
estudiantes. Y sabes, todavía a veces vamos a comer a ese restaurante junto a
la facultad. Para evocar los sentimientos de aquella época. Y tengo que decirte
que funciona, si me entiendes. Porque después de comer no vamos a la facultad,
como entonces, sino a casa directamente… Ya sabes.
Marina sigue mirando su taza, removiendo
la cuchara sin necesidad.
—Cada pareja tiene su manera de llevar las
cosas —dice Marina con voz indiferente.
—¿Y cuál es la vuestra? Seguro que también
tenéis algún ritual o algo…
Marina deja la cuchara sobre el platillo y
se levanta.
—Gracias por el café, pero debería irme
ya.
Marta la sigue hasta la puerta con la taza
aún en la mano.
—Cuando quieras repetimos, vecina. Nos
vemos.
—Adiós, Marta.
Marina recoge sus bolsas y sale. Al entrar
en su casa, va directamente al dormitorio. Abre el armario, mete la bolsa de One Woman en el fondo y cierra la puerta
sin sacar nada de su interior.
Marina recoge sus bolsas y sale. Al entrar
en su casa, deja las llaves sobre la mesa y se dirige al baño con una de las
bolsas en la mano. Saca un paquete de papel higiénico, jabón de manos,
detergente y lo mete todo en el armario debajo del lavabo. Luego vuelve al pasillo
y lleva la bolsa con las sábanas y toallas recién compradas al salón. Quita el
envoltorio de cartón al juego de sábanas, las extiende y mira el patrón de la
tela. Luego dobla las sábanas y se las lleva del salón.
En el pasillo, encuentra la pequeña bolsa de
One Woman. Se queda mirándola un
instante, suspira levemente y la lleva al dormitorio. Saca de su interior un
juego de tres bragas de encaje unidos entre sí con la etiqueta. Sin siquiera
quitarla, mete las bragas en el fondo del armario y cierra la puerta.
Es de noche, Marina está sentada en el
salón frente a la televisión. En la pantalla se ven los créditos finales de una
película. Marina coge su móvil y lo revisa. No hay notificaciones. Suspira, mete
el teléfono en el bolsillo del pantalón y se acerca a la ventana. Afuera, la
calle está iluminada por la luz anaranjada de las farolas. Se queda allí un
rato mirando fijamente.
Luego, va a la cocina. Saca un plato, se
sirve la comida y mira el móvil. Suspira, coge los cubiertos y empieza a cenar
sola. Termina, recoge los platos y los enjuaga en el fregadero.
Se oye el sonido de la puerta que se abre.
Víctor entra, deja las llaves sobre la mesa y se quita la chaqueta.
—Hola.
—Hola —responde Marina, sin apartar la
vista del fregadero.
Víctor se acerca y toma un vaso del
estante. Se sirve agua y bebe un sorbo antes de hablar.
—Ha sido un día larguísimo. Estoy agotado.
—Ya veo. Has llegado tarde.
—Sí. Mucho trabajo en el hospital.
—¿Pero te ha ayudado alguien? ¿Alguna médica
de prácticas o…?
—No. He estado solo.
Marina cierra el grifo y se seca las manos
con un paño.
—Te he dejado la cena en la nevera —dice
sin mirarlo.
—No tengo hambre. Creo que me voy directo
a la cama.
Víctor deja el vaso en la mesa y sale.
Marina se queda unos segundos en la cocina, con el paño entre las manos. Luego
lo cuelga en su sitio antes de apagar la luz.
Cuando entra en el dormitorio, Víctor ya está
en la cama, con el móvil en la mano. Marina también coge su móvil, pone el
despertador y apaga la luz.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
Después de la clase de yoga, Marina y
Marta caminan hasta una cafetería cercana. El cielo está nublado y hace viento,
por esto se sientan dentro, en una mesa junto a la ventana. Marina se quita la
sudadera y la deja sobre la silla. Marta pide un té, Marina un café con leche.
—¿Y qué tal la semana? —pregunta Marta
mientras revuelve su taza.
Marina suspira y apoya los codos sobre la
mesa.
—Víctor ha llegado tarde cuatro de los
cinco días. Siempre dice que hay mucho trabajo en el hospital, pero ya no sé
qué pensar.
Marta arquea una ceja y toma un sorbo de
su té.
—¿Has hablado con él?
—Le pregunto y siempre dice lo mismo. Que
hay turnos complicados, reuniones. Pero ya ni siquiera cena en casa la mayoría
de los días.
Marta se inclina un poco hacia ella.
—Lo de la médica de prácticas… La he visto
con él varias veces en el comedor. Siempre juntos, como si fueran inseparables.
Marina baja la mirada y envuelve la taza
con las manos.
—¿Crees que hay algo entre ellos?
Marta se encoge de hombros.
—No lo sé, pero puedo intentar averiguar
algo. Conozco a gente en su unidad.
Marina la observa por un momento y luego
asiente.
—Me harías un favor.
—Déjamelo a mí —dice Marta sonriendo
levemente.
Una noche, Marina espera a Víctor en la
sala. La televisión está encendida, pero ella no presta atención. Oye el sonido
de la llave en la puerta. Víctor entra, deja el maletín en la mesa y suspira.
—Otra vez tarde —dice Marina sin mirarlo.
Víctor se acerca a la cocina a servirse
agua.
—Ha sido un día complicado, nada más.
Marina apaga la tele.
—Siempre dices lo mismo. Ya no recuerdo
cuándo has salido puntual del hospital. ¿De verdad es solo trabajo?
Víctor frunce el ceño y deja el vaso sobre
la mesa.
—¿Qué insinúas?
—Que no soy tonta. ¿Tal vez esa estudiante
de prácticas tiene más interés en ti que en la medicina? Me han dicho que ella
y tú estáis inseparables y que una tarde, cuando ya has acabado a recibir a los
pacientes, la han visto entrar en tu despacho y…
—¿Quién te ha dicho esas tonterías? No me
digas que es Marta, si esta manipuladora otra vez está diciéndote cosas
absurdas, no sé qué le voy a hacer…
—¿Y entonces cómo me explicas que pasas
tanto tiempo con esa practicante?
—¿Estás hablando en serio? Quiere entrar
en el doctorado y ha pedido que yo sea su director de tesis. Estamos comentando
posibles temas y enfoques, nada más. Pero ya sabes que formular un buen tema es
la mitad del éxito y requiere tiempo. Recuerdo que tú no llegaste ni a eso, con
todas las aspiraciones de carrera científica que tenías…
Marta se queda unos segundos callada.
—Entonces, si no es por ella, ¿por qué estamos
así? ¿Por qué prefieres quedarte en el hospital hablando de medicina y en lugar
de volver a casa y cenar conmigo? Si es que ya no me quieres, mejor dímelo a la
cara.
Víctor niega con la cabeza.
—No es eso, Marina. Estás viendo amenazas
donde no las hay. Pero tienes razón que últimamente no salimos tanto juntos, no
hacemos…
—No hacemos nada, ¡joder! A veces parece
que estoy viviendo con un extraño. ¡Con una persona a la que le doy igual! —Marina
casi grita.
—Tranquila, cariño. Si quieres lo hablamos
mañana. Estoy cansado. Tengo que irme a dormir que tengo clases en la
Universidad por la mañana.
Víctor se dirige al cuarto de baño. Marina
se queda en el salón sollozando.
Víctor está en su despacho del hospital.
Se despide de un paciente y le entrega una hoja con indicaciones.
—Vuelva cuando tenga los resultados del
análisis. Entonces ya podré decirle algo más concreto.
El paciente asiente y sale. Víctor suspira
y se queda un momento de pie, mirando por la ventana. Afuera, la luz de la
tarde se refleja en los cristales de los edificios cercanos. Se da la vuelta y
se sienta de nuevo.
Al poco rato, alguien llama a la puerta.
La médica de prácticas entra con una carpeta en la mano y una sonrisa tímida.
—Señor González, solo quería despedirme.
Hoy es mi último día y quería agradecerle por todo lo que he aprendido con usted.
Víctor le devuelve la sonrisa.
—Ha sido un placer tenerte en el equipo,
Lidia. Has trabajado muy bien.
—Espero que podamos seguir con lo de mi
tesis, que me den la plaza y usted pueda ser mi director, como hemos comentado.
Víctor se reclina en su silla y la observa
unos segundos.
—Claro, seguimos con eso. —Se queda un
rato pensando. —Y ya puedes tutearme, llámame Víctor. Que ya no eres mi subordinada.
Lidia asiente con una sonrisa.
—De acuerdo, Víctor.
Él cierra la carpeta sobre su escritorio y
se levanta, acercándose a ella.
—¿Qué te parece si celebramos el final de tus prácticas? Podemos ir a tomar algo al bar de enfrente. Te invito.
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