El hijo de la Inés
Quieren derribar el tronco
De ruiseñores roncos donde vivimos tú y yo
Que no tiene dueño, ni dioses, ni reyes
Que suenen los muelles de mi corazón.
El hijo de la Inés,
MAREA
Chanel lleva cinco años, desde sus veintidós, trabajando en el Club Gong. Todos los días la misma rutina, levantarse a las cinco de la tarde, encender la radio y bailar con Madonna o Miguel Bosé mientras se viste, comer algo rápido, pasear por las calles de la ciudad mirando los escaparates de las tiendas más distinguidas, sin entrar a comprar nada. A las nueve poner rumbo al barrio de Sol, llegar, maquillarse, cambiarse la ropa por los trajes de fiesta, salir a comprar una hamburguesa o una pizza para cenar en el club y empezar con los bailes. Así hasta las cinco de la madrugada, si algún cliente quiere un show privado o algún otro servicio la cosa puede alargarse hasta bien entrada la mañana. Día tras día.
Camina apurada hacia el club y cuando está a punto de torcer la esquina de Calle Virgen de los Peligros con la Calle de la Aduana un grupo de chicos jóvenes la increpa.
—¿A dónde vas con tanta prisa, travelo? —grita uno de ellos.
—Te voy a quitar el mariconismo a hostias.
—Qué asco, joder. ¡Degenerado! ¡Enfermo! —Otro de los jóvenes comienza a tirarle huevos—. A ver qué te parece esto.
—Ya os dije que está zona estaba llena de maricones.
Todos los jóvenes comienzan a lanzarle huevos mientras ella trata de protegerse, sin éxito. Finalmente echa a correr hasta que consigue dejarlos atrás.
—Corre, corre, maricona. Como te pille te mato —berrea en la distancia uno de los chicos.
Llega corriendo a la puerta del Gong, con la ropa manchada. Uno de los huevos ha impactado en su cara y la clara le chorrea desde la frente a la barbilla. Se frota el ojo para limpiarse y al hacerlo, la sombra de ojos, el lápiz y el rímel se le corren. En la puerta, espera también una chica muy joven.
—¿Tengo monos en la cara? —dice Chanel—. Como me miras tanto. Tampoco es que tú seas la más guapa del barrio.
—No… bueno… yo… Lo siento… No quería… Es que tienes una piel preciosa.
—¿Te estás riendo de mí?
—No… yo… Lo siento mucho. —Rebusca en su bolso y le ofrece un pañuelo de tela—. Si lo necesitas…
Chanel lo coge y se limpia la cara.
—Perdona, cielo, no he debido ser tan brusca. Es que me acabo de cruzar con unos salvajes… Pero tú no tienes la culpa. Disculpa.
—No pasa nada.
—¿Tú estás bien? Estás un poco pálida.
—Sí… bueno… Es que es mi primer día… Me han dicho que tenía que venir aquí… Yo nunca he trabajado en un club así… Estoy un poco nerviosa…
—¿Vienes con recomendación?
—Sí…
—¿Te manda Débora?
—Sí…
—¿Pero dónde están mis modales? Me llamo Chanel, encantada. —Le da dos besos—. Yo también estaba nerviosa el primer día, en medio de mi segundo baile tuve que salir a vomitar, es normal. ¿Tienes experiencia?
—He trabajado de gogó en algunas discotecas, pero como chico…
—¿Estás operada?
—No, por eso necesito ganar más, para poder pagarme la operación…
—¿Nada? ¿Ni siquiera el pecho?
—No… —contesta bajando la mirada.
—Tranquila, cielo. Estamos todas igual. Y tú aún eres una niña. ¿Te llamabas?
—Coral.
Chanel enseña a Coral los camerinos. A ambos lados hay mesas repletas de maquillaje, pelucas y ropa interior. Los espejos que cubren la pared están rodeados por bombillas. Chanel comienza a quitarse capas de ropa y las apoya sobre una silla.
—Aquí siempre hace mucho calor. Es por las bombillas que se calientan rápido, igual que los clientes. —. Le guiña un ojo. Empuja varios estuches de maquillaje a un lado de la mesa—. Puedes ponerte aquí. Este es mi sitio, pero podemos compartirlo.
—Muchas gracias —responde Coral.
Pasan por detrás dos chicas cuchicheando.
—Cariño, tienes un poco de cara en la barba —dice una de ellas a Coral.
—Cada vez las nuevas son más feas —añade la otra riendo.
—Malas pécoras —dice Chanel dirigiéndose a las chicas—. No les hagas ni caso. Aquí son todas unas envidiosas —le dice en voz baja a Coral.
—¿Qué has dicho? —pregunta una de las chicas.
—Nada, cielo. Que vaya pestañas más bonitas te has puesto —responde Chanel.
—Algunas sabemos lo que es la clase. En cambio otras…
—Veo que te has puesto también tu pintalabios favorito. Esperma —dice Chanel.
La chica está a punto de decir algo, pero la otra la frena y se la lleva consigo.
—Déjala, no vale la pena —añade mientras la arrastra fuera de los camerinos.
—No son todas así, no te preocupes. También hay chicas majas y mucha hermandad —dice Chanel a Coral—. Entre nosotras nos cuidamos. Pero estás dos… Hay que mantenerlas a raya. Tú no les hagas ni caso, eh. Y no dejes que se te suban a la chepa porque te hunden en seguida. —Chanel se pinta los labios de rojo mientras se mira en el espejo—. ¿Quieres? —Le ofrece a Coral.
Chanel está en los camerinos en ropa interior, retocándose el maquillaje. Aparece Coral y comienza a desmaquillarse.
—¿Cómo ha ido tu primer día? —le pregunta a Coral.
—Bueno… No sé si lo he hecho lo suficientemente bien…
—No te preocupes, cariño. Ya le irás cogiendo el tranquillo. —Comienza a vestirse —. Otro día si quieres desayunamos juntas. Ahora me tengo que ir que me ha salido un servicio. Nos vemos mañana. Descansa, guapa.
Coral y Chanel están sentadas en la terraza de una cafetería desayunando porras con chocolate. Apenas hay nadie por la calle. Un hombre borracho camina tambaleándose unos metros más atrás. Se detiene al pasar por delante de ellas.
—Cómo os gustan las pollas, eh. Si es que sois todas unas viciosas. ¿No queréis chupármela?
—Cariño, la mamada son 2.000 pesetas. Pero como tienes pinta de tenerla pequeña te la dejo por 1.600 —responde Chanel mientras le guiña un ojo a Coral.
—¡Marimacho! Yo no dejo que me la chupen los de tu calaña. No eres más que un hombre con tetas —les grita mientras sigue caminando. Cuando ya las ha dejado atrás se gira hacia ellas y murmura algo. Choca contra un cubo de basura y cae al suelo. Ambas chicas ríen.
El camarero del bar sale con un plato de porras. Deja el plato sobre la mesa.
—Aquí traigo más porras para mis clientas favoritas. Invita la casa por guapas.
—Muchas gracias —responde Coral.
—Las que tú tienes, niña —dice antes de volver a entrar en el local.
—Es guapo, ¿verdad? —pregunta Chanel.
Coral asiente.
—¿Te gusta? —insiste Chanel.
—No creo que alguien como yo pueda gustarle… —responde bajando la mirada.
—Uy que no. Si yo te contara… Sabe más el diablo por viejo que por diablo. Aunque yo todavía soy una chica joven, pero una ha visto muchas cosas, cariño.
—¿Tú tienes novio?
—Bueno, novio, lo que se dice novio. No nos gustan las etiquetas. Pero sí, se podría decir que es mi novio. Disfrutamos mucho juntos.
—¿Y cómo os conocisteis?
—Ay cielo, es una historia un poco turbulenta. Pero bueno, supongo que como todas las historias de amor verdadero. Por aquel entonces yo todavía no trabajaba en el club, hacía la calle. Me pasaba las noches en Casa de Campo esperando a ver si alguien me recogía. La primera noche que lo vi, me enamoré. No soy muy creyente pero recé a Dios con todas mis fuerzas para que parase el coche a mi lado. Siguió de largo y recogió a otra chica, a una chica de las de verdad. Así fue durante varias noches, cada vez una chica diferente. Yo no perdía la esperanza. Una noche que hacía mucho frío y habían avisado de que venía un temporal, estábamos apenas dos o tres chicas en Casa de Campo. Había una alerta roja, imagínate. No estaba el tiempo para andar por ahí pero yo necesitaba cada peseta que pudiera ganar, por aquel entonces mis padres me habían pillado vistiéndome de mujer y me habían largado de casa, así que vivía en un hostal. Estuve hasta las cuatro de la mañana y por allí no venía nadie. Las otras dos chicas ya se habían ido, unas nubes negras se acercaban amenazadoras como anunciando el fin del mundo. Y entonces apareció. La calle, desierta. La noche, ideal. Se paró a mi lado y me preguntó si quería subirme. Menudo primer encuentro, me trató como a una princesa. Qué educado, qué modales, qué buen hacer. Y encima tiene una tranca, cariño. —Hace un gesto con las manos para indicar el tamaño—. Madre mía, solo de pensar en él me suben unos calores… Al principio lo hacíamos en su coche pero después empezó a reservar habitaciones en hostales para poder dormir juntos hasta las primeras horas de la mañana. Desde esa noche en que me eligió venía siempre directo a mí. Dejó de requerir los servicios de otras chicas. Decía que yo era su favorita y que lo nuestro iba más allá del sexo, que se estaba enamorando de mí. No pongas esa cara, ya sé lo que estás pensando. Yo también me mostraba escéptica al principio, sin embargo se esforzó por demostrarme que yo era algo más que su juguetito. Este collar —agarra un collar que lleva por debajo del jersey y se lo enseña a Coral—, me lo regaló él. Es una medalla de la Virgen Dolorosa, que es mi favorita porque sufrió mucho, como yo. Tiene siete espadas clavadas en el corazón y lleva una diadema de estrellas, que a mí me parece que le da un toque muy glamuroso. Porque, cariño, ya que sufres tanto pues al menos verte divina. Tonta y fea el mismo día no se puede. "Apareció en el cielo una gran señal: una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre su cabeza." Apocalipsis 12:1. Perdona, que a veces me pongo muy profunda, es que mi madre es muy católica y de vez en cuando me dan ramalazos. Pues esa es nuestra historia de amor.
—¿Y lleváis mucho tiempo juntos?
—Tres años ya. Cuando empecé a trabajar en el club tuvimos una pequeña crisis. Él nunca venía a verme allí y yo no entendía por qué. Al principio lo llevaba muy mal pero después comprendí que es muy celoso y no soporta ver cómo bailo para otros hombres, ni imaginar lo que pasa cuando me voy con ellos. Me quiere solo para él. Ahora nos vemos todos los lunes cuando yo salgo del club. Pasa a recogerme con el coche, me espera en la Calle Virgen de los Peligros.
—¿Habéis hablado alguna vez de vivir juntos?
—Sí, claro. Infinidad de veces. Pero yo soy una mujer independiente, cariño. Necesito mi libertad. Además él está casado —y añade rápidamente—, aunque ya me ha dicho que va a dejar a su mujer para poder pasar más tiempo conmigo, que soy su verdadero amor. Se casó muy joven, ya sabes.
—Yo nunca he estado con un hombre… Más que por trabajo, quiero decir.
—Ya tendrás tiempo, cariño. Aún eres muy niña.
—¿Cómo es estar con un hombre?
Chanel sostiene la cabeza de Coral entre sus rodillas y le da aire con un abanico. Otra de las chicas que trabaja allí entra en los camerinos, le da una botella de agua y las deja solas.
—No te preocupes cielo, a todas nos ha pasado, hace mucho calor aquí cuando el local se llena de gente. ¿Estás bien? Déjame que te mire —le quita la peluca a Coral y revisa su cabeza—, te has dado un buen golpe. No parece que te hayas hecho nada.
—Es que tenía mucho calor y no paraba de sudar. De repente, noté que me subía un sudor frío y se me fueron las fuerzas —dijo.
—Es totalmente normal. A todas nos ha pasado. ¿Has cenado antes de venir?
Coral no contesta.
—Ay, de verdad, vas a acabar con mi salud. Anda, déjame ver si tengo algo. —Chanel se levanta, coge su bolso y comienza a rebuscar—. Mira, aquí tienes, siempre llevo algo encima.
—¿Pasas?
—Sí, ya sé que son de señora pero dicen que son muy buenas para la memoria. No te rías, eh. Que es importante tener la cabeza en su sitio.
Una chica aparece por la puerta.
—Le toca salir a la nueva —dice asomándose.
—¿Pero no ves que está mal y no puede? —responde Chanel.
—Sí, ya veo lo mal que está que estáis aquí pasando el rato entre risas. Te toca. ¡Ya! —le dice a Coral.
—¿No puedes seguir tú un rato más y cuando ella esté un poco mejor va y te sustituye hasta el final? —dice Chanel.
—No, yo también estoy muy cansada.
Coral se va a levantar pero Chanel la detiene.
—Déjalo, voy yo, tengo veinte minutos libres hasta que me vuelva a tocar. —La agarra por la barbilla y examina su rostro—. Cuando estés bien hacemos el cambio. Solo cuando estés bien. Descansa, no tengo prisa. Yo sí que sé lo que es cuidar de mis compañeras —eleva la voz—. Diana, ven a cuidar a la niña. —Chanel se pinta los labios de rojo frente al espejo y se va.
Coral mira por la ventana de la habitación. Chanel se gira sin camiseta y sin sujetador.
—Parecen de verdad —dice Coral.
—Toca, toca, cariño. No seas tímida. Para algo las tengo, no solo para mirarlas. —Chanel coge las manos de Coral y las pone en sus pechos—. Dice mi novio que la forma y la textura están muy bien conseguidas. Mis tetas son lo que más le gusta de mí. No veas cómo se pone. A veces después de correrse se queda apoyado en ellas como si fuese un niño de teta. —Se ríe—. No dejan de ser niños nunca.
—¿Esta noche pasa a recogerte, verdad?
—Hoy no puede, tiene un compromiso de no sé qué del trabajo. Ya la semana que viene —responde mientras se pone un sujetador.
—Es precioso.
—¿Te gusta? Me lo compré en una tienda que está en una de las bocacalles de la Gran Vía. Tienen unos conjuntos baratísimos y que dan el pego. A mi novio le gusta mucho la lencería fina, tengo algunos conjuntos muy bonitos que él me ha regalado. —Comienza a rebuscar en una cómoda.
Alguien llama a la puerta de la habitación.
—¿Sí? —responde Chanel—. Abre que no te oigo.
Un hombre de cincuenta años abre la puerta.
—Chanel, sabes de sobra que no se puede traer gente a casa. Te lo he dicho muchas veces. Las reglas que os pongo son pocas pero estrictas.
—Pero si solo estoy con una amiga —dice Chanel.
—Me da igual quien sea. Las normas son las normas. Se tiene que ir. —Cierra la puerta tras de sí.
—Perdona, es que a veces se pone de un pesado…
—¿Y si vamos a la tienda esa de lencería de la que me has hablado? —pregunta Coral.
—Ven, anda. Que tienes menos maña, parece que tienes cada ojo a una altura diferente. —Chanel coge a Coral por la barbilla, le despega una de las pestañas postizas y la apoya en la mesa. Rebusca en su neceser y saca un botecito de pegamento y un bastoncillo de algodón con el capuchón despeluchado—. Espero que no seas escrupulosa. —Chupa el bastoncillo—. Cierra el ojo un momento. —Le pone una gota de pegamento y lo pasa por el párpado de Coral. Coge la pestaña postiza, se la pone y vuelve a pasar el bastoncillo. Vuelve a rebuscar en su neceser y saca un lápiz de ojos y un mechero. Calienta la punta del lápiz de ojos—. Tranquila, que no quema. Si no te estás quieta no va a quedar bien. —Pasa el lápiz de ojos por encima de donde ha pegado la pestaña postiza—. A ver el otro. —Coral cierra también el otro ojo, Chanel se lo repasa—. Abre los ojos. Mucho mejor. Mírate en el espejo a ver cómo lo ves.
—Estoy guapísima. ¡Muchas gracias! —Abraza a Chanel.
—Pequeños truquitos que una va aprendiendo, cariño —dice mientras chasquea los dedos— ¿Habrás cenado hoy, no? No me vayas a dar otro susto.
Coral baja la cabeza.
—Vamos, anda. Aún falta media hora para el primer pase, te invito a una pizza en un sitio aquí al lado que están buenísimas.
Chanel busca algo en su neceser, lo tira. Empieza a buscar por la mesa, tira por el aire todo lo que encuentra.
—Joder, ¿se puede saber dónde está mi pintalabios rojo? ¿Quién lo ha cogido? Me cago en la puta.
Coral entra a los camerinos. Chanel va hasta junto de ella, le coge la cara.
—Ese colorete que te has hecho. —Coge la mano de Coral y le quita un pintalabios rojo.
—¿No te enseñaron que hay que pedir permiso antes de coger algo?
—Perdona, pensaba…
—Pues no pienses tanto, anda —interrumpe Chanel.
—Lo siento, como estabas ocupada…
—Ni se te ocurra volver a cogerme nada, ¿vale?
—Disculpa…
—No le hagas ni caso —dice una chica al otro lado de los camerinos—. Está enfadada porque hace varias semanas que no viene a recogerla su amorcito.
—De verdad, qué mal les sienta a algunas el no follar —dice otra chica.
—Ese se ha ido con otra fijo.
—Que os follen. —Chanel sale del camerino golpeando una silla al pasar.
—¿Quién ha sido? —pregunta Coral— ¿Que quién ha sido? ¿Ha sido tú, verdad? —dice a la vez que camina hacia una chica que está en el fondo.
—¿Yo? ¿Te crees que no tengo mejores cosas que hacer? Quítate de mi vista ahora mismo, que me tapas la luz y no puedo maquillarme bien. Y aprende a afeitarte la barba anda, menudos cañotos.
—No te voy a consentir… —responde Coral.
—Uy, cuidado con la nueva, que saca las uñas —dice otra chica.
—Mira, a mí no me hables en ese tono, nueva. Y te he dicho que te quites que me tapas la luz.
—Debe ser que ella se maquilla a oscuras.
—Pues no me extrañaría, no hay más que verla. Apártate, ¿eres sorda o qué? Mira, que te disfraces de chica no te convierte en una de nosotras.
—No me disfrazo de nada, soy una chica —responde Coral.
La chica a la que le tapa la luz deja el pintalabios sobre la mesa y la encara.
—Mira, bonita, me estás tocando ya el chichi. Tienes cinco segundos para desaparecer de mi vista.
Coral se da la vuelta y está a punto de irse. Se para en seco y se gira.
—En tal caso te estaré tocando los cojones, marimacho.
—¿Cómo has dicho? —Se abalanza sobre ella y la coge por la peluca. Comienzan a forcejear hasta que se la arranca. Coral intenta defenderse pero entre las dos chicas la agarran.
—¿Ahora ya no eres tan chula, eh? —dice una.
—¿Dónde está tu amiguita para defenderte? —dice la otra.
Mientras una la agarra, la otra le rompe la blusa y le arranca el sujetador. Coral trata de taparse el pecho.
—Pero qué te tapas si no tienes nada.
Chanel grita mientras avanza por el pasillo hacia los camerinos.
—¿Qué son esos gritos? Se escuchan desde el escenario. ¿Os habéis vuelto locas? —Entra en los camerinos—. ¿Qué está pasando aquí? Quitadle vuestras zarpas de encima ahora mismo, perras.
La sueltan y la tiran al suelo. Antes de irse, le escupen. Chanel se agacha y la coge por la cara.
—¿Estás bien, cariño? ¿Qué te han hecho esas putas? —le pregunta.
Coral le aparta la mano.
—Puedo defenderme sola. No tienes que venir todo el rato a salvarme. —Se levanta y recoge su peluca—. A tomar por culo, me la han destrozado. —Tira la peluca a la basura, coge corriendo su mochila y se va.
Coral y Chanel están sentadas en una terraza. El camarero les sirve unas porras con chocolate y entra en la cafetería.
—No te quita los ojos de encima, cariño. Yo creo que le gustas —dice Chanel—. Mira, mira, si te está comiendo con la mirada desde dentro. No te sonrojes, cariño, es normal que te mire, eres muy guapa. Échale una miradita.
—Quería pedirte perdón por…
—¿Tú a mí? Ay cariño, pero si fui una bruja contigo. Está todo bien entre nosotras.
—¿Y entre tu novio y tú está todo bien?
—Chaanel, Chaneel. ¿Dónde estás? —Coral entra en los camerinos.
—Aquí, cielo —responde Chanel.
—Me han dicho las chicas que si vamos todas juntas a tomar unas cerve… ¿Qué es eso?
—Nada, un detallito para mi novio, es nuestro aniversario.
—¿Lo has hecho tú?
—Sí, saqué la idea de una revista. ¿Te gusta?
—-Me encanta, te ha quedado increíble.
—¿Qué me estabas diciendo, cielo? —pregunta Chanel.
—Ah, sí. Vamos a ir todas juntas a tomar unas cervezas. ¿Te vienes?
—Hoy no puedo, mi novio viene a buscarme para celebrar nuestro aniversario. Va a ser mágico.
—Qué romántico. ¿Me prestas tu pintalabios? —pregunta Coral.
—Claro, cielo. Toma.
Coral se pinta los labios de rojo y devuelve el pintalabios a Chanel.
—Disfruta mucho. Mañana me cuentas. —se acerca a Chanel y le da un beso en la mejilla. Sale de los camerinos.
Coral está con las chicas del trabajo en la barra de un bar. Le pide un cigarro a un hombre que bebe solo en una mesa y sale a fumar.
—¿Aquella es…? ¿Chanel? Chanel, aquí —grita a la vez que alza un brazo—. Channel, detrás de ti. —Comienza a caminar hacia ella.
—Coral, ¿te vas ya? —pregunta una de las chicas desde dentro del bar.
—No, es que me ha parecido…
—Aquí dentro hay un chupito de tequila que lleva tu nombre.
Coral apaga el cigarro y entra al bar.
Coral está fumando en la puerta del Gong. Chanel sale rápido y se chocan.
—Por fin nos cruzamos, llevo toda la noche buscándote en los camerinos y nada —dice Coral.
—Ay sí, perdona, cielo. Ha sido una noche de locos. ¿Qué tal ayer con las chicas?
—Bien, lo pasamos muy bien. Me pareció verte por…
—¿A dónde fuisteis? —pregunta Chanel.
—Estuvimos por aquí cerca, en un bar de un amigo de Diana. ¿Qué tal tu cita?
—Pues… —Chanel mira hacia el suelo.
—¿No apareció?
—No…
—Lo siento mucho. —Coral le da un abrazo.
—Bueno, cariño, a veces las cosas son así. Supongo que está agobiado con su nuevo trabajo… Y sabes que yo tampoco soy una persona fácil…
Se quedan un rato en silencio.
—Por cierto, mira lo que he conseguido —Coral saca unas llaves de su bolso y se las enseña.
—¿Qué es eso? —pregunta Chanel.
—Las llaves del coche de mi abuelo.
—¿Te lo ha dejado?
—Bueno… digamos más bien que se las he cogido prestadas…
—Estás loca.
—Como hemos hablado tantas veces de ir al autocine… He pensado que quizás hoy…
—¿Por eso me estabas esperando, no? ¿Para que te lleve al autocine?
—No… Bueno, sí. Es decir, quería que fuésemos juntas.
—Está bien, pero yo la del extraterrestre no la veo que me da una grima…
—Hoy ponen la de Flashdance —responde Coral.
Chanel y Coral van juntas en el coche. Es de madrugada y no hay tráfico. Llevan la radio puesta.
—Ai niiid a jirooo. Aim joldin aut for a jiroo tu de end of de naaiiit —canta Coral sacando la cabeza por la ventanilla del copiloto—. Jis gata bi estron… —Saca un bote de laca de su bolso y lo usa a modo de micrófono. Se lo pone delante a Chanel—. Vamos, te toca.
—Ai niid a jiroo. Ay, cariño, yo no sé nada de inglés.
—Yo tampoco pero me lo invento.
Chanel frena en seco y apaga la radio.
—¿Qué pasa? —pregunta Coral.
—Hijo de puta. Hijo de puta. Si es que son todos iguales. Puto cerdo, asqueroso.
—¿Qué pasa, Chanel?
—El hijo de puta de mi novio. Que está con otra. Míralos, de la mano por la calle y parándose cada dos pasos para darse el lote.
—Lo siento mu…
—Y encima, ¿esa es? Esa es una de las zorras del Xanadú. Hay que joderse. Hijo de puta… Liado con el trabajo, sí. Liado con una fulana.
La pareja se acerca a un paso de cebra que está unos metros más adelante. Coral apaga las luces del coche y mira a Chanel.
—La calle, desierta. La noche, ideal. Un coche sin luces…
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