domingo, 9 de febrero de 2025

Relato 4.0: Haydeliz Ramírez

 El Envidioso [¿Albert?] con los siete vacíos y culpas

Los pensamientos drenantes del Envidioso juegan un rol muy importante en su vida, es como…, sí, como el rey del ajedrez y él solo un simple peón que recibe sus órdenes. No es algo extraño en su vida. Su cansancio repetitivo hasta su escasa manera de comer se debe a ellos. Una persona vacía que se llena de otros vacíos, para sentirse el protagonista de estos por la culpa que le carcome. Culpa que nada que ver con él, pero es un masoquista en su máximo esplendor. Como si le gustase sufrir todo el tiempo y luego lamentarse hasta el cansancio. ¿Cómo una persona puede estar tan vacía sin estar realmente así? Pero bueno, según la mente del Envidioso, si lleva una vida desdichada en vacíos la cual aún no ha podido culminar.

—¿Terminaste ya de estar en tu burbuja?

La voz del Verdadero lo trae de regreso a la “realidad”. Está en un lugar sin tiempo, sin coordenadas. El subconsciente de un joven suicida con una obsesión hacia la cultura japonesa. Lo lleva a convertir aquel lugar mental en la imitación del castillo Gifu, una de las tantas residencias de Oda Nobunaga, el famoso señor de la guerra.

—Ya sabes… que es lo típico. —Le resta importancia. Sacude su yukata azul mar que ya comienza a ensuciarse por el polvillo que el ligero viento trae. Peina su cabello azul grisáceo, pero se detiene al soltarlo y mira sus muñecas—. ¿Tienes alguna goma? —Verdadero busca —con cierto hastío— en su yukata negro y en uno de los bolsillos encuentra una y se la entrega.

—Hemos perdido demasiado tiempo, vamos.

—¿A dónde?

—Con los demás, ¿a dónde más?

  “Nunca confíes demasiado en alguien, recuerda que el diablo fue antes un ángel.”

Albert, el famoso chico suicida, recuerda uno de los tantos diálogos de Kaneki Ken —el protagonista— del manga Tokyo Ghoul del mangaka Sui Ishida. Y termina en la mente del Envidioso tras las palabras del Verdadero.

El Virtuoso, gemelo menor del Verdadero, los alcanza. No entiende por qué está tardando tanto si los demás los están esperando. Sí, claro. Un completo dolor de cabeza, eso es Virtuoso. El Envidioso sabe que solamente estará abriendo las viejas heridas que ya están en Albert haciendo clasificar a su familia según los pecados capitales que la iglesia ha rechazado a toda costa.

La envidia sin razón. 

Dentro de Albert, surge Envidioso —no nace, es Albert, ¿vale?— a sus tan solo cuatro años. Tan solo por saber de la existencia de un hermano mayor sin haberlo conocido. Para él, es una especie de detenimiento en el tiempo entre su hermandad con Liam, la cual comienza a correr en esos momentos.

—¡Liam! —Su madre lo regaña al verlo correr en el patio de los abuelos paternos.

Envidioso comienza a crear una grieta en la burbuja de cristal en la que ha estado Albert —él también— al ver a su hermano mayor correteando por el lugar que según él, le pertenece. Y le sigue perteneciendo, cabe aclarar. 

¿Qué es compartir? Estupideces.

Es más, ¿por qué tiene que compartir? Por débil. 

Esos pensamientos solo provocan que la grieta siga creciendo al pasar de los años.

—¿Por qué no juegas con tu hermano? —Cuestiona Jesús, el abuelo paterno de ellos, con una postura que transmite respeto.

—¿Para qué? —Le pregunta a su abuelo con cierta molestia. Con tan solo ver correr a Liam, le hace hervir en una ira contenida—. Si ni siquiera lo conozco. —Murmura lo último.

Anhela aquellos días donde solamente existe él para los ojos de sus cuidadores. 

Se queda una absurda e inutil culpa sin remordimiento suspendida en el tiempo de hermanos.

La pereza de la ayuda. 

La abuela materna de Liam y Albert: Elizabeth. 

Perezoso nace en ella a los sesenta y un años. Justamente tras su partida. La misma que provocó en Albert —Envidioso— un silencio asfixiante hasta sepulcral en su mente, aunque estuviese alrededor de un bullicio.

—¿De qué murió la abuela, madre?

Una pregunta, sin respuesta por supuesto. Llenando a un pobre niño de ocho años en los abismos de sus pensamientos.

—Al menos mi abuela no se ahorcó.

Palabras hirientes que vienen de una persona de su misma edad y que no espera recibir. Pero… ¿qué iba a saber? Nada de lo que se sentiría orgulloso.

Cansado de la insistente autoculpa de su mente y el vacío de su corazón que lo lleva acompañando desde hacía ya mucho tiempo, decide proseguir a darle la bienvenida a la vida adulta.

La lujuria de la comodidad. 

Terzo, el lujurioso Francistino.

El padre de Liam y Albert: Francisco. 

Lujurioso llega sin previo aviso al padre. Aunque mostrando sus pequeños matices desde el primer embarazo de su esposa. Era un ser bastante inmoral al querer abandonar el hogar cuando sus hijos alcanzaran la mayoría de edad, pero como que no le salió la jugaba se tuvo que desquitar con alguien más.

—Es tu culpa.

Albert sabía que no era cierto. Ese roce ajeno del círculo familiar que acumuló desconfianza en el cabecilla familiar no fue su responsabilidad si no de quien lo permitió.

Con dieciocho años, tenía el deber de proteger a su madre de hombres como él. No quería que se repitiera lo mismo que pasó con Elizabeth. Que por aguantar por años una infidelidad terminó huyendo de la vida. Tras el descubrimiento de la infidelidad, era muy predecible que este tendría que abandonar la casa en donde vivía una familia feliz sin calidez entre sus miembros. Aunque la gota que colmó el vaso fue el anfitrión dinero quien tentaba a la representante del pecado de la ira en el hogar.

A pesar de hacerse el fuerte, un designio de culpa por parte de Edmund se instaló en la mente y corazón de Albert.

La ira acumulada. 

La madre de Liam y Albert: Isabella. 

Colérico está enojado. Mantener un hogar donde solamente eres el banco, enfurece y mucho.

—Mientras no me golpee o me sea infiel.

Sintiéndose satisfecho por obtener un poco más de las migajas que tenía en su niñez.

Cansado de Francisco —Lujurioso, recuerden— decide darle un alto para apaciguar la furia que lleva por casi más de dos décadas. Veinticuatro años, vaya tela.

La culpa incitada le llevaba al borde de la locura al no sentirse apreciado por todo su esfuerzo.

La codicia es mi fe. 

Quinto.

El primo de Liam y Albert; sobrino de Francisco: Manuel.

El dinero lo puede arreglar todo, sí. Y ,mientras más se posea, es vistoso ante los ojos de todos en la sociedad. Por supuesto, eso no quiere decir que tenga que ser dinero propio. El dinero para Manuel —el quinto pecado codicioso— era algo más. Estatus. su religión.

La culpa catalogadano mancha nada en el corazón de Manuel —Codicioso— porque tiene dinero y eso es lo que importa.

La gula del licor

Sesto.

El hermano mayor de Albert: Liam.

La manera voraz en que Glotón —Liam, por si acaso— bebía de aquella sustancia que alguna vez fue considerada sagrada, era inquietante. 

—¡Uno más!

Cada sorbo, cada tiempo envuelto se volvía más extenso. 

Las calles oscuras lo envolvían mientras le acompañaba un trago por undécima vez. 

La culpa sin conocimiento era demasiado penosa para decirla.

La soberbia es el alma

Séptimo, la soberbia Jesusina.

El abuelo paterno de Liam y Albert: Jesús.

El orgullo de tener una familia de linaje en la salud mantenía su ego bastante elevado. 

—Mis nietos ya están en la universidad.

Soberbio solamente se jactaba de contar anécdotas de sus miembros prodigiosos a cualquiera que estuviera atento a su conversación. 

—¿Literatura? ¿De verdad vas a estudiar eso? —Le pregunta a Albert

Albert guarda silencio.

Jesús odiaba de todo corazón a cualquiera que se fuera en contra de ese linaje perfecto que poseía en su familia; preferiría verlos muertos antes de decir que son su descendencia. 

La culpa nacida no le daba ningún remordimiento en su mente, sino que le daba más razones para seguir con su orgullo.

Fin de los pecados

—Por fin, de verdad—

  —Y así es como concluyen mis vacíos más significativos —le comenta Envidioso a Virtuoso.

Y es que no hay que añadir el hecho de que Envidioso intentó de todo antes de encontrarse amarrado a una silla y ser inyectado de manera letal. Quizás la lobotomía debería ser legal para los casos como el suyo a pesar de sus consecuencias. Todo se encontraba en su mente y no lo podía evitar, pero ya eso quedó atrás.

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