lunes, 24 de febrero de 2025

-Relato 6 Katya Orozco

Pies Ligeros 


Los ríos corren en una continua marcha al lugar donde nace el Sol. Las pringas de lluvia humedecen los campos. La tierra libera su aroma a lo largo de la Sierra. Las barrancas y desfiladeros resguardan el calor también en las paredes de las cuevas que poco a poco se  convierten en abrigos rocosos durante el  frío.  El pino y el cacto permanecen cubiertos por un delicado manto de rocío y el viento sopla en un ritmo constante, claro y fresco camina hasta el árbol de manzanos donde me encuentro con mi tía, la Owiruame del pueblo y con Rita. 

Abre las manos, Rita—. Mi tía puso entre sus manos un montón de fibras de palma recién lavadas en el río.​ 

Rita tenía seis años cuando mi tía, le enseñaba a tejer wares con unas vainas de palma que parecían finos cabellos secados por el sol. 

—Para hacer un canasto, hay que atar uno de los extremos del manojo y separar el resto de hebras en tres partes. Así—. Mi tía entrelazaba con sus dedos gruesos y castaños las hebras formando una base redonda. 

—Hay que agarrar la hebra de palma y abrazarla con la otra y después con la otra. Nosotros tenemos hilos en las extremidades del cuerpo y en la mollera. Cuando trenzamos nuestros hilos se unen también con los de la Tierra—. Rita la escuchaba atenta, e inmediatamente comenzó a trenzar un ware nuevo como le había enseñado mi tía.

—Ah, y acuerdate: para que el trenzado quede firme, debes de tirar con fuerza. Necesitas que alguien sostenga el otro extremo del tejido para que quede bien sujetado. Continúo. 

Yo me senté junto a ellas a coser una cobija para después ir a venderla junto a los canastos en los andenes. 

Mi tía le contaba a Rita que los primeros abuelos, le contaron a nuestros abuelos, y nuestros abuelos le contaron a nuestros padres cómo se formó la Tierra, los ríos, la barranca y todo: El que es padre-y-madre hizo la tierra redonda como un tambor, como una tortilla muy grande, circular. Hace mucho tiempo, cuando la tierra era oscura y fría, Onorúame mandó un colibrí a dibujar con su pico los ríos y los barrancos. Después, Onorúame creó a los Ralámulis y les dio como regalo pies resistentes para andar caminos para hacer más sólida y fuerte la tierra. Después les dió las semillas,  los animales, la danza y la música para comunicarnos con él. 

—¡Owirúame! — Interrumpió  un niño gritando a lo lejos.

—¿Qué? —  Un grupo de mestizos están atravesando el río y van hacia los cultivos. Mi tía se levantó y fue corriendo para ver qué pasaba.


Cuando mi tía se fue, Rita nos mandó al niño y a mí a traer agua del manantial para limpiar más hebras de sotol. Cuando regresamos, el agua se nos salía por todos lados, no podíamos con las cubetas porque estábamos chiquitos, entonces Rita se enojó y nos pegó con un ocote. Yo le tenía más miedo a Rita que a mi tía pero aún así yo quería estar con ella porque me cuidaba sin explicación. Ella era la que tenía las ideas, bueno yo también tenía algunas, pero las que se hacían eran las de ella porque era un año mayor que yo.

 —¡Ya deja eso ahí. Ándale, córrele!, tenemos que ir por las Shibas antes de que se escapen—. Solté la cubeta y corrí detrás de Rita. Corrimos muy recio pero muchas veces no las alcanzabamos.




Todas las mañanas salía temprano hacia la choza de Rita. Mi tía abría la puerta y me decía que no sabía a dónde había ido. Los vecinos me dijeron que la habían visto correr hacia el arroyo, todos en la comunidad nos conocíamos, o al menos sabiamos de quién eramos hijos y dónde vivíamos. Fui a buscarla. 

—¿Qué haces?— escuché una voz que venía de lo alto de un pino. Era ella trepada en las ramas. 

—¿Vamos a cazar venados?— me dijo balanceándose sobre la rama. Cazar venados era una de las actividades favoritas de Rita. Todos corríamos detrás de ellos​ hasta que se cansaran y después los agarrabamos y sacrificamos. .  

—No, tenemos que limpiar los frijoles y ponerlos a remojar antes del Yumari. Además, vengo para decirte que no encontramos a una de tus chivas, la que está preñada.


Rita se bajó de un salto y corrió contra el viento hacia la parcela. El aire le volaba la falda y sus piernas morenas salían como dos pequeñas flechas portentosas aplanando firme la tierra que Onorúame(4) nos dió para forjar caminos a pesar de lo pedregoso.


Ella hacía lo que quería. Fue criada más por el río, por las piedras, los mezquites, las barrancas y la tierra más que por sus padres. Por eso a veces mi tía y ella discutían harto, Rita se molestaba cada vez que su mamá le decía lo que tenía que hacer, ella se molestaba mucho y se salía de su casa para esconderse en una cueva donde se quedaba por horas hasta que se le pasara el enojo. Las cavernas y sus chivas eran sus más permanentes compañeras. 

Los animales eran lo más valioso que tenía Rita, bueno eso decía ella. Las quería mucho. En una ocasión, estábamos cuidando las chivas, yo estaba arriba de la barda de madera, mientras Rita les daba de comer a las gallinas. Escuchamos un balido muy fuerte que venía de un rincón de la parcela. Cuando nos acercamos vimos que una de los niñas, Ignacia  le lanzó una pedrada a una chiva que estaba pariendo. La chiva saltó y salió corriendo muy asustada  dejando a la cría en el pasto. Yo corretié a Ignacia, y Rita la amenazó diciendo que si regresaba la iba a apedrear también. Nos acercamos y vimos que la cría no se movía, estaba aun cubierta de sangre y de placenta. Rita desató de su cabeza su palaqueate y con él,  la limpió. Después, pas´ó su mano sobre el lomo del cabrito y lo sobó aceleradamente. 

—¿Para qué eso?— le pregunté mientras ella​ lo seguía frotando tiernamente.

—Mi Tata me lo enseñó, me dijo que es para que la vida se mueva dentro de ellos—.  Después, tomando la cabeza de la cría y acercandoselo a su boca, le dió un  soplido sobre el hocico del cabrito. La cría se comenzó a mover y Rita, abriendole el hocico metió su dedo meñique y el chivo comenzó a succionarlo. 

—No te va a salir leche del dedo, Rita— nos miramos y nos reímos. 

—No solo necesita leche. Tata dice que para vivir también hay que resistir— dijo envolviendolo con sus brazos y pegandoselo al pecho. Lo llevó al corral de su casa, ahí buscamos a la chiva que lo había parido para que lo alimentara. Pero lo rechazó. Dijo Tata que fue porque la chiva seguía estresada. Rita se quedó con la cría, todos los días la visitaba y la alimentaba hasta que creció. 



Recuerdo cuando cumplí 18 años, mi tía siempre se despertaba primero y se preparaba para el Yúmari. Yo la veía peinarse todas las mañanas antes de comenzar el día. Dejaba caer su largo cabello sobre la espalda y sobre su pecho, como si fueran cascadas que adornan las montañas.  

—Tía, ¿por qué no se deja el cabello suelto?

Nosotros como los árboles tenemos raices en la mollera, en los brazos y las piernas. Los cabellos de la mollera son los hilos que provienen de nuestras raices de adentro, raices de nuestra fuerza y sabiduría. Por eso hay que trenzar, para que se quede aquí y no se vaya— dijo mientras se trenzaba el cabello. 


Yo también me peinaba todos los días con trenzas, pero nunca me había preguntado por qué todas las llevabamos de esa manera. Solamente las mujeres que se iban de la comunidad o la escuela o a otras rancherías cambiaban su forma de peinarse, se lo dejaban suelto también cambiaban las fajas y las faldas y ahora se parecen más como a los mestizos.


Después de trenzarse, mi tía levantó el canasto lleno de maíz, y de frijol de las últimas cosechas y salió al Yumari. Yo me quedé para cargar los demás canastos y después llevarlos para allá. 

  —¡No salgas!— entró corriendo Rufino, el hermano mayor de Rita escondiéndose detrás de las ollas de barro. En eso se escucharon tres balazos que retumbaron en el aire. Rufino era uno de los hermanos mayores de Rita quien intentó varias veces salir  de aquí a buscar un salario fuera de las rancherías. Él hablaba español, y sabía cómo vender los canastos, el pinol o los quesos en los andenes con los turistas. 


—Son los mestizos vienen por mí quieren que los guíe por la sierra hacia las rancherías para pasar droga. 

 —Cómo sabes que vienen por ti? 

—Estábamos Rita y yo cerca del arroyo cuando escuchamos balazos en el aire. Nos tiramos en unos matorrales y ahí los vimos. Una camioneta de esas que tienen una caja grande atrás. Adentro iban tres mestizos con armas como si les crecieran de los brazos. La camioneta se detuvo y uno de ellos se bajó a mear encima de los cactos. Llevaban a Lino atado de manos y pies y uno de ellos le gritó:

—¿Quien de tu gente habla más español?— Lino calló. 

— ¿Quién está fuerte para cargar costales? —él les contestó: “Rufino”. 


Después cuando el otro mestizo terminó de orinar, abrió la puerta para treparse otra vez. Rita y yo  alcanzamos a mirar lo que había en la caja. Eran un montón de cuerpos. Mestizos y ralámuli apilados. Todos muertos. Iban con los pies colgandoles de fuera de la caja. 

—¡Amonos!— gritó uno. 

La camioneta arrancó muy recio, pero la puerta de la caja se abrió… y uno, el que estaba arriba de la pila de gente, salió volando hacia los matorrales, frente a nosotros. El cuerpo del hombre voló por el aire descalzando uno de sus pies. Su cabeza azotó sobre el suelo y su sangre comenzó a correr por la tierra. 

 —Alto. Se cayó uno— dijo uno deteniendo la camioneta. 

—Ah, déjalo. Que se lo coman los coyotes— dijo el otro, y lo abandonaron dejandolo ahí. Se fueron. 

Pelé los ojos cuando mire bien el cuerpo del que habían dejado tirado. Era un Rarámuri, uno de nosotros. Rita abrió tanto los ojos que casi se le salían. Me sacudió el hombro y gritó de la impresión. Rita se dio cuenta​ que el cuerpo muerto de ese rarámuri era de nuestro abuelo. 

—¡Taataaa!¡Taaaata! 

—¡Cállate, cállate, Rita!— le tapé la boca para que no gritara más. 

Rita corrió hacia el cuerpo de Tata cuando vimos que la camioneta desaparecía entre los árboles.

—¡Tata, tatita!— Rita se hinco frente a él. y lo cargo sobre sus piernas. Con sus manos le tomó el rostro y acercandose a él, sopló sobre su boca. Owirúame nos decía que esa era la forma de devolverle el aliento a un enfermo. El chorro de sangre seguía saliendo de su frente como un manantial. Rita metió sus brazos por los costados y recargando la cabeza de Tata sobre su corazón, lo abrazó.  Pasó sus manos sobre su espalda y comenzó a sobarla con entero cariño, como él se lo había enseñado. 

 —ya la vida no habita en él Rita. Emprendió su caminata con Onorúame.

—Por eso sé que vienen por mí—. Dijo rufino con las fosas nasales dilatadas intentando respirar. 

—¿Y Rita? — se quedó en el arroyo con Tata. No quiso abandonarlo porque lo ama.  


Ese día nos quedamos mi primo y yo en la casa sin salir hasta que la tarde se apagó por completo.  


Dentro de la cueva, los músicos afinan los violines y las guitarras. Mientras el sol se hace pequeño detrás de los riscos, las voces de los niños acompañan los tambores y todos danzan como haciendo un paso cojo. Los pies de las mujeres retumban como latidos en la tierra y en las piedras. Wikaraáme el cantador, está sereno con la mirada en el horizonte esperando el momento adecuado para iniciar su canto. Mi tía se acerca al altar de piedra y cubre con un manto blanco las tres cruces: la del sol, la de luna y la de muerte. Después acerca los canastos con tortillas de maíz, de frijol y de chícharos; los favoritos Tata al rededor de la cruz para que él tenga alimento durante su ascenso con Onorúame.  

El cantador sacude la sonaja y canta con su voz más solemne un cantico que Onorúame le ha revelado en sueños​. Con su danza y su canto nos enlaza con Él -el que es padre- el que escucha desde los abismos del cielo. Rufino y los amigos de Tata firmes al rededor del hoyo rectangular que está en la tierra, sostienen lanzas de madera pintadas de cal y rayadas en rojo. Los vecinos de las rancherías traen el cuerpo de Tata en silencio sobre sus hombros. Lo recuestan sobre un petate, el mismo donde su madre lo puso donde había nacido y donde habría de ser envuelto al momento de su muerte. Sobre el petate, lo envuelven con una cobija que Rita le cosió. Es como si le hubiera tejido un último abrazo. Y así, sin prisa, mientras la música mantiene abiertos los portales, lo bajan lentamente hacia al fondo de la tierra. Mientras nuestras lágrimas las absorve las piedras.

Rita se acerca. Con su mano derecha, toma ambas de sus largas trenzas y con un cuchillo afilado las trasquila. 

—Que te acompañen mis fuerzas en tu caminata al cielo, Tata— Susurra, y abriendo la mano caen sus trenzas morenas sobre el rostro de Tata. Esa fue la única vez que vi a Rita llorar.


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