Relato 2. Virginia Alfonzo
Treinta y seis Horas.
Elena lleva una semana a bordo de un avión comercial y aunque le encanta surcar los cielos, (trabajo que lleva haciendo por más de treinta años) hoy lo que más desea es llegar a tierra firme, darle calor a su hogar, pero sobre todo ocuparse de su hijo Carlos que está descarrilado.
Termina su guardia, baja con equipaje en mano,
y se dirige al vestuario, mientras quita los botones de su uniforme siente un
dolor en el pecho Lo siente como un ahogo, o peor un presentimiento. (¿Qué
quejas sobre Carlos la esperan esta vez?) Iría directo a la escuela de él, lo
llevaría a almorzar y luego a casa para conversar sobre su situación. Ese es el
plan que tiene.
Elena sabe que el problema con su
hijo no se soluciona en dos días de descanso, pero como toda madre, no pierde
las esperanzas de hacerlo entrar en razón. Muerde sus uñas a bordo del taxi,
ellas siempre han sido las víctimas de las preocupaciones de Elena. Llega a la
escuela, pero Carlos no está. <<En dónde se habrá metido este
niño>> Antes regresar al auto la aborda una maestra:
—Disculpe, es la mamá de Carlos, ¿cierto?
—Sí. Vine por él, pero veo que se ha ido antes.
—No, Señora. Hemos estado tratando de localizarla. Nos
preocupa Carlos, tiene más de dos semanas que no asiste a clases.
—¿Dos semanas? —mordió la uña de su meñique—.
Me dice que va bien en clases.
—Le
miente. De seguir así, tendrá que
repetir el año. Debe hablar con él.
—Lo
haré, gracias. —Subió al auto.
Algo
anda mal, su intuición de madre se lo dice. Esta vez hasta el aire que respira
lo siente diferente, los sonidos del tráfico la aturden, las personas caminan
más rápido y el auto va más lento. Por fin llega a su departamento, suelta el
equipaje, cuelga las llaves y se despoja de los zapatos.
—¡Carlos!
—con voz amable —. Carlos, hijo, llegué. ¡Carlos! —entra gritando a la cocina.
—¡No
está! — responde una joven saliendo del baño mientras seca su cabello.
—¡Lidia!
—se acerca con los brazos extendidos y la abraza —¿Cómo estás? ¿Cómo vas en la
universidad?
—Bien,
señora Elena. —retorció su cabello en la toalla —. Han sido unos días
ajetreados con tantos exámenes.
—Eres
muy inteligente. Seguro saliste bien. —Dio una vista rápida a su alrededor —.Por cierto, tu papá me envió el dinero de la
renta de la habitación, dale las gracias, por favor. Con tantas cosas no he
tenido tiempo. —Miró la puerta del cuarto de Carlos.
—Duerme
poco en casa, y cuando está, se la pasa encerrado en su habitación. Lo he
notado extraño estos últimos días —con voz de preocupación —, más de lo normal.
—¡Este
niño me va asacar canas verdes! —mordió sus uñas —. Me voy a dar una ducha,
estoy cansada. Hablamos luego, hija.
Elena toma su celular, sabe que Carlos no le responderá la llamada, aun así, lo
intenta. Tiene esperanzas de que su hijo le atienda y le diga “ya voy a casa, madre” No es la primera
vez que se pierde con sus amigos. Tres llamadas sin respuesta y luego el
celular apagado. <<¿En dónde estarás, Carlos? ¡Sabias que regresaba hoy!>>
Decidida
tomó las llaves del auto en búsqueda de su hijo. Visita el parque en donde más
de una vez lo atrapó fumando, no está. Se dirige la plaza, hay un grupo de
chicos de la edad de Carlos y cree ver una cara conocida en uno de ellos.
<<Sí, es Andrés>>.
—Andrés,
¿has visto a Carlos?
—¿Señora Elena? —la miró sorprendido —. No, tiene días que no viene por acá.
—No
es posible, siempre están juntos. —Muerde la uña de su pulgar —¿No te ha
llamado?
—La
verdad es que ya no somos amigos, mi madre me prohibió estar con él y tampoco
debería hablar con usted, lo siento —. Siguió jugando a las cartas.
—¿Cómo
que te lo prohibió? —con voz fuerte — ¡Han sido amigos desde el kínder! Tus
padres me conocen desde siempre.
—¡Lo
siento! —La ignoró.
El
grupo de adolescentes continuó su partida de truco y Elena incrédula se apartó
de ellos. Carlos cambió de amigos y ella no sabe quiénes son. Poco después del
divorcio, su hijo pasó de ser un joven ejemplar a ser temido por el barrio.
Carlos se le salió de las manos, y ella lo sabe. << ¿Soy una mala madre?
He hecho todo lo posible para ayudarlo. ¡Dios ayúdame! Si es necesario que
cambie de trabajo para estar a tiempo completo con él, lo haré. Pero ayúdame,
necesito salvarlo, sé que anda en malos pasos.>>
Elena continuó el recorrido en búsqueda de su hijo, fue a la escuela que está
cerrada, pero a veces algunos van a fumar hierba. Pasa por el parque, va a la
comisaría y por suerte tampoco lo encuentra ahí. Por último, el miedo de
cualquier madre, llega al hospital, muerde sus uñas, el miedo de que su hijo está en ese lugar o peor, muerto, le acelera el corazón. De sólo pensarlo
nota como el frío recorre su cuerpo. No está.
Carlos está vivo en algún lugar, uno en el que ella no puede imaginar.
Es
casi medianoche, regresa a casa y el retumbar de la puerta la pone en alerta.
<<qué es esa música>> las luces están durmiendo al igual que el
resto del barrio, y de fondo una música infernal sale de la habitación de
Carlos.
—¡Hijo,
regresaste! —Empujó la puerta que estaba cerrada con seguro —. ¿Carlos? —tocó
más fuerte —¡Carlos José, abre la puerta! —. El volumen de la música aumentó.
<<Por
lo menos, llegó y está bien>>
Elena decidió dejarlo tranquilo, y en un intento de calmar sus nervios, se hizo una
manzanilla y fue a dormir. <<Ya hablaré mañana con él>>
El olor a café recién colado la despertó. <<Qué noche tan mala, pasé>> Las ojeras adornan gran parte de su rostro, la música a alto volumen no la dejó dormir hasta entrada la madrugada. Se puso su bata de baño y salió a la cocina.
—Buenos
días, Señora Elena. —Le pasó una taza de café.
—Gracias,
Lidia. —Se quemó la lengua con el café —¡Uy! Está muy caliente. —Colocó la
taza en el desayunador —. Disculpa por la mala noche, no sé qué le pasa a ese
muchacho.
—No
se preocupe. —Le pasó un par de tostadas — ya me he ido acostumbrando, incluso
me compré tapones para los oídos. Y sólo está así las pocas veces que viene a
casa.
—Ya
no sé qué hacer con ese muchacho, se niega ir al psicólogo, no asiste a clases,
escucha esa música demoniaca y ya ni sé con qué amigos se la pasa. Estoy
perdiendo a mi hijo.
—Debería
buscar ayuda, Señora Elena. Es mucho para usted sola. Tal vez llamar a su padre
lo ayudaría, debe extrañarlo.
—Sí,
pensé en enviarlo de vacaciones con su padre, así se aleja de estas malas
juntas que se ha conseguido y pasar tiempo con él le sentará bien. —Tomó un
sorbo de café —. ¡Eso haré!
Carlos salió de su habitación, tomó las llaves del departamento y se dirigió a su madre.
—¡Dame
dinero! —. Extendió su mano.
—¿Dinero?
Primero se saluda, “bendición, mamá”. Tenemos una semana sin vernos, ayer te
llamé varias veces, te fui a buscar por todos lados. —Se levantó de la silla
—¿Sabes lo preocupada que estaba? Maldición, Carlos hasta me apagaste el
teléfono. ¿Quieres matarme de la angustia uno de estos días?
—¿Me
vas a dar dinero o no? —no la miró a la
cara.
—¡No!
hasta que no arreglemos esto no recibirás ni una sola moneda. ¡Siéntate!
Carlos la miró sin decir palabra alguna. Un escalofrío entró por el cuerpo de Elena al ver su mirada, no es la mirada del niño que ha criado, ese de pie frente a
ella, no parece su hijo.
—¡Púdrete,
vieja maldita! —. Dio un portazo y se fue.
El
cuerpo de Elena se desvaneció y la tiró en el sofá. Está en shock, su hijo
nunca le ha hablado así.
—¿Está
bien, Señora Elena? —Lidia va en su ayuda y abanica su cara colorada.
—Creo
que es la tensión —cierra los ojos— tráeme las pastillas del cuarto, por favor.
Elena tomó su pastilla seguido de un vaso de agua, el departamento lo ve más grande
de lo habitual y la voz de Lidia le parece que viene de otra dimensión. Lleva
una de su uña a la boca y arranca un pedazo de la piel que la cubre, ahora
tenía sangre en su dedo.
—¿Quiere
que la lleve al médico? — preguntó Lidia con nervios en su voz.
—No,
hija. Mejor vete, vas a llegar tarde a la universidad.
—¿Segura?
—Tomó las llaves de su auto.
—Sí,
ya me siento mejor. No te preocupes.
—Está
bien. Hoy llegaré tarde, voy a estudiar con unas amigas. Pero si me necesita,
me llama ¿Ok?
—Tranquila.
Ve con cuidado. ¡Dios te bendiga!
Después
del mal rato, Elena se da una ducha, el agua fría siempre calma sus nervios.
Pero esa sensación de ahogo en medio del pecho no se le va. Presiente algo, una
angustia persistente que invade su cuerpo. <<Necesito ayuda. Es hora de
hablar con Raúl, su padre debe ocuparse, también es su hijo>>
Ya
lista y antes de salir llama a Raúl, la conversación dura media hora,
Elena le cuenta lo que le preocupa de Carlos, sus ausencias de tres días, su
nuevo gusto musical, sus actuaciones que la descolocan, incluso la mirada
perdida, como si su hijo se fue a otro lugar y alguien más invadió su cuerpo.
Carlos se está transformando ante sus ojos y nada de lo que hace lo ayuda. Su
padre acepta, tener tiempo de calidad, algo que no sucede desde hace un año. Es una
buena idea para ambos, o eso le hace ver Elena.
—Por
favor, Raúl —escupió un trozo de uña al piso —, prométeme que lo vas a
convencer de que vaya al psicólogo. ¡Nuestro hijo necesita ayuda!
—Sí,
Elena. Quédate tranquila. Yo mismo lo llevaré y si ese muchacho no se acomoda,
lo mandamos a la escuela militar. Lo que necesita es mano dura, cosa que tú no
tienes.
—¿Qué
insinúas? —se arrancó otro hilo de cutícula —. Ahora resulta que yo soy la culpable
de que nuestro hijo esté descarrilado. Nojoda Raúl, hasta cuándo culpándome de
lo que pasa con él. Te recuerdo que el principal culpable del cambio de Carlos eres tú, desde el día que nos abandonaste por esa muchachita, todo se vino
abajo. Bien puede ser tu hija.
—No
vas a empezar, Elena. Estoy ocupado. Avísame cuando salgan de viaje y yo los
recibo. Adiós. —Colgó la llamada.
Otra cosa que altera a Elena es, su relación con Raúl. Siempre la deja con la palabra en la boca. Pero en ese momento, ni lo determina. Ya logró convencer al padre de pasar tiempo con él. Estar afuera de la ciudad, lejos de malas influencia y en un ambiente familiar es lo que su hijo necesita. Eso piensa Elena y es lo único que le da esperanzas.
La
tarde llegó y Elena retoma su rutina, ya con el Plan de las vacaciones de
Carlos armado, no tiene otra cosa que hacer que comprar todo lo necesario para
su viaje de catorce horas en auto. Tiempo necesario para reconectar con su
hijo.
Busca
las llaves del auto y se dirige al supermercado más cercado, ese en donde todo
el barrio va a comprar gracias a su cercanía. En el pasillo de las frutas se le acerca una señora de
avanzada edad.
—Elena,
mija —la toma por un brazo —¡Gracias a Dios, regresaste!
—¿Cómo
está, señora Leonor? —Tomó una papaya y la metió en el carrito.
—Aquí,
mija. A mi edad el solo hecho de respirar ya es un milagro —. Se acerca más a
Elena y susurra —Debes hacer algo con Carlitos, ese muchacho anda en malos
pasos —. Se aparta e inspecciona unos tomates.
—¿Por qué lo dice? — La mira de frente.
—No digas que yo te lo dije, pero anda con unos mocosos de otro barrio y se la pasan matando palomas y vierten la sangre en potes de plástico. Yo misma lo he visto. ¡Eso es cosa del diablo! —. Se persigna — Llévalo a la iglesia este domingo, seguro el Padre Juan sabe qué hacer, ya yo le comenté algo. Carlitos creció en el barrio, no podemos permitir que se aparte del camino del Señor..
—Gracias
por contarme, señora Leonor — dijo con incredulidad en su voz.
Elena tomó unas harinas, pan, huevos, leche, algunos atunes y artículos de higiene
personal, así como protector solar, cuyo uso es esencial en la ciudad de Raúl.
De regreso a casa paró en una librería, la pasión de Elena son los libros, una
buena lectura siempre es oportuna y más cuando tienes los nervios de punta.
Tomó varios títulos y se fue a casa.
Su
mente sigue reproduciendo las palabras de aquella vecina, palomas muertas y
sangre en un envase. << ¿Mi hijo es capaz de eso? Él ama los animales, no
puede ser posible>>
—¡Deja
de pensar en estupideces, Elena! — se dijo a sí misma en voz alta —. Mañana
partimos y estoy segura de que el aire fresco le sentirá bien. —Se sirvió una
copa de vino.
—¿Partimos a dónde? —Sorbió su nariz.
—¡Hijo! No sabía que estabas en casa —Señaló la silla —siéntate. Tenemos que hablar.
—Yo no tengo nada que hablar contigo y tampoco pienso ir a ningún lugar. —Sorbió con más fuerza su nariz.
—Por favor, Carlos. Sé que estás pasando por algo. Tu papá y yo solo queremos ayudarte. Un tiempo junto nos hará bien a todos.
—¿Tu
eres mamahueva? O ¿qué? —Arrojó la silla al otro extremo de la sala —Yo no voy
a ningún lado con ustedes —gritó.
—Carlos, por el amor a Dios ¿Qué haces?. A mí no me faltes el respeto ¡Soy tu madre!
—¡Madre
una mierda! —Se sorbió la nariz nuevamente —. Dame plata, es lo que debes
hacer.
—¡No te voy a dar dinero en esas condiciones!
—¿Sabes qué? Muérete, no necesito tu dinero. —Salió a toda prisa del departamento.
—Tengo
que relajarme, si no, este niño va acabar conmigo — habló en voz alta —. Mañana
Carlos se subirá a ese auto quiera o no. ¡No puede seguir así! Raúl tiene que
ayudar. Talvez tiene razón y no he tenido mano dura con él. —Suspiró —. Ya
pensaré mejor las cosas mañana.
Se
da otra ducha, se pone el pijama y ve la bolsa que trajo de la librería.
<<Eso es lo que necesito>> Una buena lectura para bajar este
estrés. Se va a su habitación con el libro en mano y antes de empezar a leer le
envía un texto a Nelson.
“Regresa
temprano a casa, hijo. Te ama, Mamá.”
Sin
imaginar que esa sería su última noche, planeó todo lo que haría a partir de
mañana. Tomaría la ruta en compañía de su hijo, comerían pinchos en la parada,
llegarían a la cabaña familiar, su hijo escucharía sus preocupaciones y les
diría también lo que necesita para mejorar. Pasearían en bote y pescaría con su
papá como hacía de niño. Elena haría pizza y torta de zanahoria también (la
favorita de Carlos), y retomarían su conexión madre e hijo.
Se acostó del lado derecho de su cama y con libro en mano comenzó su lectura. No es cualquier libro, Elena tiene una obsesión con Paulo Coelho y Once minutos está primero. Esa noche es perfecta para tacharla de sus lecturas pendientes.
Las once de la noche, Lidia no ha llegado y Elena ya ha devorado cuatro capítulos. La puerta del departamento se abre, Elena no escucha el sonido de los remaches, está absorta en su lectura. Abren la puerta de su habitación y como un león a su presa Carlos se la va encima con cuchillo en mano.
La
primera herida fue en su estómago, Elena está desorientada, no cree que su
propio hijo la está atacando. El calor de la herida le recorre todo el cuerpo. Cubre la cara con sus brazos y en un intento de
frenar el brutal ataque de su hijo lo toma por las muñecas, forcejea con él,
pero tiene una fuerza inhumana. <<Mi propio hijo no puede estar
haciéndome esto>> le habla, le grita, le suplica, pero ya es tarde.
Intenta protegerse dándose la vuelta sobre su estómago, pero Carlos se sube a
la cama y la rodea con sus pies.
Elena ya tiene treinta y siete heridas repartidas por todos lados, incluso dos de ellas en su rostro. La sangre corre por su cuerpo sin que
nadie la detenga, salpica en la cama, el libro, y las paredes. Carlos sigue clavando el puñal sin cesar.
Elena ya no tiene fuerzas para defenderse, se rinde y baja los brazos, ve como
la sangre salpica por toda la habitación y aun con su hijo encima de ella
hundiendo ese cuchillo una y otra vez, no puede dejar de ver su rostro, a quien
ella le había dado la vida ahora le está quitando la suya. Clavó el arma en
diferentes lugares de un cuerpo que ya no siente más dolor, solo decepción.
Elena cierra los ojos y se queda inerte en la cama sintiendo como la vida se
le escapa. Está por morir y el verdugo es su propio hijo.
Carlos cree terminar su labor, se levanta y va directo a la ducha para sacarse de
encima la sangre de su madre, pero a Elena aún le queda vida, y con la mitad de su
sangre esparcida por toda la habitación hace un último esfuerzo por salvarse.
Baja de la cama, se arrastra por el suelo sigilosamente y con la lentitud que
tiene un cuerpo moribundo, logra llegar al teléfono de la sala para pedir
auxilio.
—Aló…
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.