lunes, 27 de enero de 2025

-Relato 2 de Laura Dib Amaris

PESO MUERTO


Ni el volumen de la música electrónica, la velocidad de la caminadora, o las gotas de sudor que corren por su rostro impiden que Lorena lo vea a través del espejo del gimnasio: un hombre alto alzando ocho kilos con el brazo izquierdo. Y aunque la forma que define su bíceps es llamativa, la atención de Lorena queda fija en el corte de su barba y la silueta que forman sus entradas en la cara. Imagina sus manos acariciando el cabello del hombre, a medida que sus labios se acerquen. Lo besaría con mucho cuidado, presionaría un poco su pecho, movería los dedos alrededor de su cuerpo jugando con sus expectativas, y cuando él tuviera los ojos cerrados entonces podría cortarle la garganta. El hombre se parece mucho a Diego. Tiene el mismo corte de barba, la misma mirada oscura enredada en una lejanía desconocida. Por eso Lorena quiere matarlo. Desvía la mirada y bebe agua. El elástico de sus leggins presiona su cadera. 

    Lorena termina su rutina de estiramiento y recuerda cuando iba a entrenar con Diego en el mismo gimnasio. Recuerda su sonrisa orgullosa, su camiseta manchada y la manera en que enarcaba las cejas cuando calculaba el peso de una máquina para uno de los ejercicios. Cree que debió haberle dado un buen golpe en la cabeza con una de las pesas antes de que él decidiera dejarla. Lorena siente que Diego solo la enamoró para lastimarla, claro que sí. Y no entiende por qué, cómo puede caber tanta crueldad en el rostro de un hombre así de guapo, con la barba tan bien definida. Se dice a sí misma que seguro el talento de un hombre para afeitarse se equipara a su talento para mentir. Bebe más agua. Ese hombre, ese clon de Diego frente a ella, coquetea con una de las chicas que está haciendo sentadillas, así como si nadie lo viera. Lorena quiere gritarle que es un imbécil y que ese plan de enamorar y engañar a las chicas es demasiado obvio, puede verse dibujado en su cara. Entonces algunos la mirarían extraño, quizá alguien dejaría caer una de las pesas causando un daño en el suelo del gimnasio, y la chica le daría un bofetón al clon de Diego. Pero Lorena considera que eso no es ni de lejos lo que Diego se merece. Disimula haciendo varias abdominales. Con cada una se imagina una manera distinta de matarlo, una posibilidad diferente. Los objetos corto punzantes son un desafío, parecen requerir un nivel de aproximación y preparación elevado. Claro que podría pasar toda la noche viendo tutoriales en Youtube sobre anatomía para identificar las arterias más importantes, o programas de cocina para familiarizarse con las distintas formas de cortar carne, pero no lo considera seguro. Algo podría salir mal en el último momento. Se coloca en posición de la plancha para continuar con los ejercicios de abdomen. Lorena quiere resistir dos minutos. Cierra los ojos y espera el sonido del temporizador. Vuelve a sentir el elástico presionando su cadera, y como está en esa posición estática no puede reacomodarlo. Con los ojos cerrados logra observar a Diego quieto, y aterrorizado debajo de ella, bañado de sangre. Se imagina cubriéndole el cuello con las mano y sus ojos hinchados intentando respirar, suplicándole que se detenga. Entonces Lorena presionaría más fuerte y Diego se ahogaría para siempre. 

Una vez Diego le dijo que casi no le gustaban los Slasher. Lorena le preguntó por qué. Él se quejó de que pasaran por encima del asesinato con tanta ligereza, entonces tuvieron un debate largo sobre la filosofía de la muerte, pasando por el suicidio, la eutanasia, las historias que mezclaban el concepto de “fallecer” y la comedia, compartieron sus maneras de morir favoritas y las que menos les gustaban. Fue cuando Diego le confesó que la peor que él encontraba era morir envenenado. Después hicieron el amor como si fueran los dos últimos personajes supervivientes a un apocalipsis. Lorena recuerda todas las veces que se acostaban después de tener conversaciones filosóficas. Recuerda cada una de las vulnerabilidades de Diego como cada uno de los lunares en su cuerpo. Y aunque Lorena quiere arrancarle todos los pedazos de la piel con un cortaúñas, sabe que, en el fondo, hay una mejor manera de acabar con él. Lo más importante para Lorena es verlo sufrir y retorcerse. Diego tiene que experimentar el mismo dolor que ella sufrió cuando terminaron. Vivía con él y tuvo que mudarse de nuevo a la casa de su tía. Cuando ya se había acostumbrado a esa relación de seis años, y ya se habían dibujado todo un futuro lleno de planes… solo para volver a la oscuridad de esa casa, el olor a viejo, y los jardines crecidos.  


Lorena empieza a hacer flexiones mientras revisa la alacena de venenos conocidos en su cabeza. Después de las primeras diez repeticiones comienza a buscar en foros de internet en su teléfono. Hay largas listas sobre plantas famosas mencionadas en la literatura y la historia para fabricar venenos mortales.


Atropa belladonna. Es una de las plantas más famosas y peligrosas del mundo. Esta planta pertenece a la familia de las solanáceas y es originaria de Europa, aunque hoy en día se encuentra también en muchas otras partes del mundo. La belladona contiene tropanoides como la atropina, la escopolamina y la hiosciamina, compuestos que son extremadamente tóxicos para los humanos.


    Se pregunta qué clase de efectos pueden traer esos compuestos sobre los músculos. ¿Destruirían los abdominales? ¿Detendrían el diafragma? A medida que continúa con las repeticiones piensa en el cuerpo de Diego quebrándose. Se detiene para beber agua, reacomodar su elástico y seguir leyendo la lista en su teléfono.


Aconitum napellus, comúnmente conocida como matalobos. Conocida por su alta toxicidad, siendo capaz de causar la muerte con tan solo una pequeña dosis de su principio activo, la aconitina. Esta sustancia actúa sobre el sistema nervioso, bloqueando los canales de sodio en las células nerviosas, lo que puede resultar en parálisis respiratoria y muerte.


    Lorena de repente entiende por qué Diego nunca mostró especial simpatía por las plantas y las dejaba morir tan fácilmente. De pronto el mundo de la botánica le resulta espectacular y se pregunta cuánta de esa información conoce su tía, que se la pasa horas en el jardín. Imagina los términos científicos y la morfología de las plantas con cada una de las flexiones y en sus intervalos para descansar lee sobre más. 


Conium maculatum. Es una planta perenne que crece en áreas húmedas y tiene una notable toxicidad. Esta planta contiene alcaloides como la coniína, que afectan el sistema nervioso central. Taxus baccata. Aunque este árbol tiene un aspecto inofensivo, todas las partes de la planta, excepto la carne de las bayas rojas, son altamente venenosas. Los compuestos tóxicos presentes en el tejo incluyen los taxanos, que afectan el sistema cardiovascular y pueden inducir un paro cardíaco.


    Sería poético detener el corazón de Diego, por todas las cosas horribles que él decidió hacerle al suyo. Bebe más agua y reacomoda sus leggins antes de continuar con las siguientes repeticiones. Le duelen los brazos y el pecho. No le importaría si le estuvieran doliendo por la fuerza que podría hacer para ahorcar a Diego.


Mandragora officinarum. Esta planta ha estado presente en la mitología y el folclore durante siglos debido a sus propiedades alucinógenas y su potencial tóxico. La mandrágora contiene alcaloides como la hiosciamina y la escopolamina, que son responsables de sus efectos sobre el sistema nervioso.


    A veces Diego le decía que sería bueno para ella recibir atención psicológica, como si estuviera preocupado por su bienestar cuando solamente quería hacerla sentir que estaba loca. Ya vería él quién era el loco entonces, quién va a terminar alucinando. Esa historia le resulta familiar, porque su padre es psiquiatra y usaba todo su conocimiento teórico para probar que él siempre tenía la razón cuando ella era niña, que su madre era psicótica y depresiva, que había que internarla, que Lorena tenía déficit de atención y había que medicarla. Las pastillas solo sirvieron para inflar el ego de su padre y causarle insomnio desde los ocho años. Luego su padre se casó con otra mujer y desde entonces Lorena vivió con su tía. Hasta Diego. Se concentra con tanta intensidad en los nombres y las descripciones de las plantas, las pronuncia en su cabeza gritando tan fuerte, que pierde la cuenta de las repeticiones que hace. Se descubre a sí misma contando hasta veinte, o saltando de cinco a treinta. 


Ricinus communis. Esta planta es conocida principalmente por el aceite de ricino, que se obtiene de sus semillas. Sin embargo, las semillas de ricino contienen ricina, una de las toxinas más poderosas que existen. Es un veneno proteico que puede causar daño a los órganos internos, especialmente al hígado y los riñones. Helleborus. El heléboro contiene saponinas, compuestos que son tóxicos cuando se ingieren. En la antigüedad, se utilizaba en la medicina tradicional para tratar enfermedades mentales, aunque su uso era peligroso debido a sus efectos secundarios, como vómitos, diarrea y envenenamiento sistémico.


    Si fuera por ella, le daría a Diego cada una de esas plantas, porque todos los síntomas que describen son iguales a lo que él le hizo sentir al dejarla. Bebe más agua. Acomoda el elástico de sus leggins.  Enfermedades mentales. Se pregunta por qué los hombres de su vida se empeñan tanto en acusarla de estar loca. Cuando era adolescente, el psicólogo escolar le recomendó ver a un psiquiatra solo porque a veces le parecía que el mundo era muy irreal y se irritaba demasiado. Pero solo la palabra psiquiatría le daba náuseas. Su tía decidió cambiarla de escuela. Siente que es como si hubiera una conspiración en su contra, desde niña. La sensación se ha intensificado en los últimos días, además de que a veces le parece escuchar la voz de Diego, pero eso es imposible, ¿cierto? Cree que debería cambiar de ejercicio y empieza a trabajar el tríceps. Bebe más agua, ajusta sus leggins y siente la marca que el elástico deja en su cadera. Rasca la piel y realiza el ejercicio imaginando a Diego escupiendo espuma por la boca. ¿Dónde está? El hombre se ríe junto a la chica que estaba haciendo sentadillas. Lorena siente que todo hace parte del plan macabro que Diego tramó desde un principio, seis años atrás. No contento con la tortura y la herida que le produjo al marcharse, seguro Diego había decidido clonarse, y por eso su clon se halla ahora ahí en el mismo gimnasio, atormentándola. O quizá Diego fue enviado por su padre, desde un principio. Ojalá los parlantes desde donde suena la música fueran beladonas enormes, y todas las pesas estuvieran rodeadas de adelfas. Que el jardín de su tía infestara el gimnasio, todas sus máquinas y colchonetas, que cada esquina se llenara de maleza, y oliera a tierra en vez de plástico, metal y sudor. Pierde la cuenta de cuántas repeticiones lleva. Se detiene y empieza a buscar en su teléfono. Encuentra un grupo de Facebook dedicado al intercambio de plantas raras y peligrosas. Se hará pasar por una estudiante de biología y amante de la botánica, solicita el acceso. 

Decide hacer sentadillas. Quizá tarden otras diez repeticiones en aceptarla. Ignora la presión de los leggins sobre su cadera. Desea tener ojos en la espalda porque siente que el clon de Diego la está acechando y podría descubrir su plan si no es cuidadosa. Se asoma en el espejo. El clon de Diego está al lado trabajando el abdomen. Parece concentrado en el ejercicio, tiene todo el pelo mojado de sudor, y la misma técnica de Diego. Cuando él se detiene, la mira y le pregunta algo, pero ella asiente con velocidad y  decide cambiar de ejercicio. Debe colocarse en un lugar del gimnasio donde pueda observarlo sin ser vista. Antes de que él pueda ejercer más magnetismo sobre ella. 

    Se va a la máquina de extensión de piernas. Bebe un largo trago de agua. Su teléfono vibra. Revisa la notificación. Lorena se guarda la sonrisa para evitar levantar alguna sospecha. Fue aceptada en el grupo de Facebook. Escribe una pregunta. La muerte de Diego aproximándose la emociona y le da la fuerza necesaria para levantar con sus cuádriceps un poco más de peso al que está acostumbrada. Recibe una nueva notificación en el teléfono. Lo revisa y ve el nombre de Diego. Lorena casi lanza un grito, pero se contiene. Cuando vuelve a revisar, la notificación no existe. Solo hay una respuesta del grupo en Facebook. Vuelve a sentir la presión del elástico sobre su cadera y se rasca. Está segura de que había una notificación de él. Está confundida. Revisa al clon que continúa concentrado sudando en las flexiones. Teme que Diego la esté observando, así como ella a su clon. Se asegura de tenerlo bloqueado en todas las redes. Sigue bloqueado. Quizá tenga un virus en el teléfono. Lorena considera la posibilidad de crear una cuenta falsa, podría ser más seguro. Revisa el mensaje del grupo. Alguien contestó que cultiva el Aconitum napellus. Matalobos. Decide que va a estudiar todos los detalles de esta planta y continúa haciendo el ejercicio de extensión de piernas. Con cada repetición se le viene a la mente un beso diferente compartido con Diego. Uno. En la playa. Dos. En el supermercado. Tres. En el auto. Cuatro. En una feria de antigüedades. Cinco. En la cama. Seis. En el cine. Siete. En el mismo gimnasio. Ocho. En el jardín de su tía. Nueve. En el avión. Diez. En un cementerio. Cree que el clon de Diego la está embrujando para recordar esos momentos. Le duele el pecho como si sus costillas se rompieran. Le parece escuchar la voz de Diego a su espalda, pero atrás solamente hay una pared. Piensa que seguro confundió la voz del cantante en la música, o de algún instructor, o el clon está diciendo algo. Hay mucho eco en ese gimnasio. Hace una pausa, agotada, y se pregunta por qué Diego tuvo que haberla elegido a ella para atormentarla. Qué la hizo ser una presa fácil ante sus ojos marrones claros. ¿Qué es ella, quién ha sido antes y después de él? Pero pronto esos mismos ojos estarían enrojecidos. Cierra los ojos mientras gotas gruesas de sudor se deslizan por su rostro. Se visualiza a sí misma como una jardinera, tal vez se convierta en su tía. Pedirá a la persona en el grupo varias semillas para “su colección privada”. De vuelta en casa, Lorena planea cuidar de las semillas con paciencia, asegurándose de proporcionarles la temperatura y humedad adecuadas para germinar, su tía no notaría nada raro porque siempre está absorta en sus propias plantas. Con el tiempo, crecerán. Las raíces y los tallos contienen la mayor concentración de alcaloides tóxicos. Entonces, en su cuarto de estudio, que es la habitación más oscura en la casa, tendrá los ingredientes frente a ella, alineados. Será precisa. Primero tomará las hojas frescas de aconitum. Usará guantes finos para no contaminarse al triturarlas en un mortero de cerámica. El sonido seco de las hojas rompiéndose llenará el aire con un aroma fuerte. El siguiente paso sería el azúcar. Estará al nivel de la mismísima Lucrecia de Borgia. Tendrá una elaboración impecable, dosis perfectas. Esta mujer siempre ha sido uno de sus personajes históricos favoritos. No encuentra honores más altos que unirse al club de las envenenadoras más famosas de la Historia. Sabrá como cualquier bebida pre-entreno. Mezclará todo con movimientos lentos, asegurándose de que la textura sea homogénea, como si estuviera cocinando un postre delicado. Al final verterá el líquido espeso en una botella y se lo ofrecerá al clon de Diego antes de que empiece su rutina. 


Al ponerse de pie, decide estirar un poco, ya le duelen todos los músculos y la presión del elástico en su cadera vuelve a molestarla. Bebe más agua. No ve al clon de Diego, no sabe cuánto tiempo estuvo con los ojos cerrados. Intenta encontrarlo sin mostrarse nerviosa. Estira los brazos e imagina a Diego convulsionando con el veneno de la planta, Lorena cree que solo entonces él podría entender la agonía que significó para ella esa ruptura. Que el vacío profundo y los agujeros dentro de ella lo matarían a él. Lorena no se lo creía. Todavía tampoco se lo cree. Estaban en un restaurante cuando él le terminó. ¿O fue en su apartamento? De repente Lorena no lo tiene muy claro, el recuerdo está partido en varios pedazos dentro de su mente. Hay momentos que no recuerda. Diego llevaba un traje elegante cuando se lo dijo, ¿cierto? No, no. Lorena niega con la cabeza. Iba vestido con ropa deportiva porque los dos acababan de regresar del gimnasio. Y Diego la empujó cuando ella quiso evitar que se fuera. ¿O fue ella la que lo empujó a él? Lorena desea golpearse la cabeza con alguna de las pesas para poder aclarar el recuerdo. Tal vez sea parte del plan de Diego, seguro intoxicó su desayuno en la mañana para que ella pierda la claridad en la memoria. 

    Se siente demasiado silencioso. O saturado por el ruido. Entonces lo ve, es Diego acercándose a ella con una sonrisa que para cualquiera podría ser un gesto cordial, pero ella sabe que se trata de una burla. El pánico late contra su pecho, en sus oídos, distorsionando la música y las palabras que él parece dirigirle. Lo busca en el espejo y es como si estuviera rodeada por varios Diegos. Hay más clones. Los músculos le duelen, el elástico presiona su cadera y le cuesta trabajo respirar. Por primera vez, supone que puede tratarse de una pesadilla. Grita. Ve la botella en su mano llena del veneno preparado, no recuerda exactamente cuándo lo hizo. Está temblando y hay un grupo de personas que empiezan a dirigirse hacia ella. Lorena siente que no es un clon. Siempre ha sido Diego. Diego frente a ella con cara de asustado, intentando retroceder. Vierte parte del contenido sobre él. Pero solo se aleja incómodo. Desesperada, Lorena bebe el resto del líquido que queda en la botella. Llora, siente que el mundo entero está hecho de sombras y espejos. Espera que el veneno la arranque de ese gimnasio infernal. Ve plantas con ojos enormes enredadas entre las pesas y no está segura si se encuentra en el jardín de su tía o en el gimnasio. Lorena implora a Diego que no la abandone, que por lo menos tenga la decencia de verla morir. Pero no se muere. Y ella no entiende lo que sucede, ¿acaso preparó mal su veneno? Siente unas manos que la toman por el hombro. Se libera con desesperación, seguro Diego quiere encerrarla. Como si no hubiera sido suficiente. La quiere internar.

Lorena corre desesperada fuera del gimnasio y Diego la persigue. Él le grita que espere. Los vehículos pasan fugaces en la carretera. De pronto Lorena ve un camión llevárselo por delante, e imagina sus entrañas explotando. Grita, empieza a llorar otra vez. Tiene toda la ropa mojada, y ya no sabe si es agua, lágrimas o sudor. Diego sigue mirándola alarmado del otro lado de la calle, diciendo cosas que ella no alcanza a escuchar. Siente alivio. Quizá no quiera que Diego muera, quizá debería soltar ese plan. Quizá ese hombre no sea Diego. Un agotamiento poderoso la abruma. Quizá el veneno que bebió por fin va a empezar a surtir efecto. O quizá no era veneno y solo se trataba de su botella de agua. Imagina a Diego pidiéndole perdón y dándole un abrazo, desea volver a sentir su aliento con olor a canela sobre la cara. Pero ese hombre, ese hombre que se acerca no es Diego. Se pregunta si todavía quiere matarlo, si necesita matarlo. Se pregunta cuál es la manera adecuada de escapar a esa pesadilla espantosa en que su cabeza le pesa más que todas las máquinas del gimnasio juntas, donde no existe nada a lo que aferrarse y todo lo que Lorena es, o alguna vez ha sido, parece disolverse en una herida abierta dentro de su mente que la absorbe a ella y lo que la rodea. Tropieza un dolor intenso en su tobillo la tumba contra el pavimento. No consigue levantarse. Parpadea con velocidad y se pregunta cómo llegó a estar ahí, mojada, tirada en medio del andén con el tobillo doblado. Si quizá, al final de cuentas, que la interne un psiquiatra pueda ser una pesadilla menos hostil que seguir atrapada en su cabeza. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.