Una Noche Diferente
Nos
abrimos paso entre la multitud, ignorando los insultos de algunos que también
quieren avanzar. Continuamos avanzando hasta encontrar un buen lugar. Taylor
choca su hombro con el mío cuando las luces se apagan a los pocos minutos,
dejando solo los reflectores que iluminan el escenario.
Mis
ojos se fijan en el chico que sube al escenario cuando el público estalla en
gritos estruendosos. Lo miro a la cara y detallo que sus ojos son de un claro
color. Lleva el cabello rubio hasta la barbilla, viste unos shorts negros y una
camiseta a juego con la imagen de Mickey Mouse, lo cual me hace sonreír sin
enseñar los dientes. Su presencia emana una mezcla irresistible de dulzura,
rebeldía y atracción. Poco después, otro chico se une al escenario, provocando
otra oleada de gritos. En solo unos segundos, puedo apreciar sus grandes ojos
oscuros y desordenados mechones de cabello castaño. Está adornado con tatuajes
que se extienden hasta su cuello y cara, y exhibe una sonrisa cautivadora
dirigida al público.
—¡Ya
va a salir Jake Hott! —grita una chica a mi lado, quien no para de saltar
emocionada—. ¡Ahí viene! —Cubro mis oídos con las manos cuando vuelve a gritar,
y la miro abriendo los ojos con una mezcla de susto y diversión. Ella también
me ve en ese momento antes de volver los ojos al escenario—. ¡Mira... Míralo!
Levanto
la vista y en ese instante todo se vuelve una locura, un completo caos.
Los
gritos se intensifican cuando aquel chico hace su entrada en el escenario, y me
fijo en él. Su rostro está serio, demasiado. Su cabello es negro y desordenado,
y por un segundo siento que contengo la respiración cuando se pasa la mano por
él, enredándolo aún más y provocando que las chicas vuelvan a gritar. Aquel
gesto y su mirada le otorgan un atractivo inigualable.
Siento
que mi garganta se seca cuando su camiseta negra se le levanta un poco al
acomodarse las cuerdas de su guitarra eléctrica, revelando un destello de su
abdomen. Mi atención sigue clavada en él, incapaz de apartar los ojos,
especialmente cuando noto algo intrigante: tiene tatuajes que serpentean por la
superficie posterior de ambos antebrazos, extendiéndose hasta las palmas de sus
manos.
«Es
como si estuviera presenciando a un dios del rock en carne y hueso».
El
rubio se organiza detrás de la batería, el castaño se acomoda el bajo y el que
parece un dios del rock se acerca al soporte del micrófono.
—Seattle.
—Su voz resuena en el aire, causando más caos entre las chicas—. ¿Están listos
para esta noche? —Entonces, su rostro se ilumina con una sonrisa cautivadora y
sensual cuando escucha el escándalo.
Dirige
su mirada hacia sus compañeros y señala al rubio.
—Él
es Tom, nuestro baterista —lo presenta. Tom golpea la batería, provocando un
estallido de emoción entre la multitud—. Matt, nuestro bajista —dice, señalando
a Matt, quien hace resonar las notas del bajo, aumentando la euforia en el
lugar—. Yo soy Jake, el guitarrista y vocalista. —Empieza a tocar, creando un
ritmo electrizante—. Somos la banda RockZ.
—Con
zeta al final —menciona el rubio y el lugar se llena de risas, mientras Jake
solo pone los ojos en blanco; sin embargo, una de sus comisuras parece elevarse
solo un poco. Sigo sin poder apartar la mirada de él.
Una
chica grita: «¡Te amo, Jake!», a lo que él responde guiñándole el ojo.
La
primera canción comienza y la multitud enloquece. Su música es rápida y la voz
del vocalista encaja a la perfección, pues canta de una forma única y hermosa.
No he escuchado sus canciones antes, solo vine porque quería acompañar a Taylor,
ella es muy fan.
Miro
a Taylor un segundo y, al volver la vista al escenario, noto que el vocalista
me está mirando. Su rostro no muestra ninguna expresión y sus ojos son demasiado
intensos. Me empiezo a sentir nerviosa hasta que el aire regresa a mí cuando
deja de verme.
Cuando
el concierto termina, pronuncia un suave «Gracias por venir». El vocalista es
el primero en descender del escenario sin mirar a nadie, seguido de cerca por
los demás integrantes.
Todos
se dispersan y música comienza a sonar por todo el lugar, iniciando la fiesta
en el bar. Mientras tanto, un grupo de personas desmonta el escenario.
Taylor
propone ir por unos tragos, así que nos dirigimos a la barra. Sin embargo, mi
curiosidad me lleva a voltear y echar un vistazo al grupo de chicos que suben
unas escaleras hacia una zona más exclusiva del lugar. Mi atención se centra
solo en el vocalista y en su espalda, ya que desde mi posición es lo único
visible de él. Cuando nos sentamos y tomamos la primera ronda, dejo la cerveza
vacía sobre el mesón y la miro.
—Voy
al baño, no tardo.
—Aquí
te espero. —Asiento y me alejo.
Por
un momento, mientras me hago paso entre las personas, tengo la extraña
sensación de estar siendo observada, así que me detengo y miro por encima de mi
hombro, pero no veo nada más que la zona exclusiva del bar donde los miembros
de la banda conversan entre ellos, rodeados de otras personas de esa área que
también charlan entre sí. Parpadeo y continúo caminando.
Al
salir de uno de los cubículos del baño, me enjuago el cuello y las manos con
agua. Acomodo mi vestido negro corto y me observo en el espejo, quedándome ahí
un minuto más, contemplándome en silencio. Cuando salgo del baño de mujeres,
mis vellos se erizan al escuchar: «¡Inspección!»
Me
sobresalto y retrocedo rápido. En un acto de precipitación, tomo el primer pomo
que encuentro y abro la puerta del baño. Empujo un cubículo entreabierto sin
siquiera pensarlo, solo para descubrir, para mi total sorpresa, la espalda
grande y fuerte de un chico que está... está orinando. ¡Maldición! He entrado
al baño del género equivocado.
—¡Ey!
—exclama cuando mi pecho choca con su espalda, mirándome por encima de su
hombro. Rápido, cierro la puerta detrás de mí al escuchar pasos acercándose.
—Lo
siento. Si prefieres terminar de orinar, prometo no mirar.
Escucho
un chasquido de molestia y cierro los ojos avergonzada. Entiendo su actitud,
pues si estuviera en su lugar, probablemente estaría gritando como loca.
La
puerta del baño de hombres se abre y las voces se intensifican. Miro a mi
alrededor, buscando de forma estúpida alguna salida, hasta que escucho el
sonido de una cremallera cerrándose. El chico se gira hacia mí, y al levantar
la cabeza para enfrentarlo, ya que es considerablemente más alto que yo, y eso
que no soy precisamente baja, mis ojos se abren de par en par al reconocerlo.
Los
ojos intensos se clavan en mí con seriedad, y no me siento intimidada solo
porque un miedo mucho peor me consume, por lo que me muevo a un lado con la
intención de subirme al inodoro, tratando de ocultar mis piernas de las miradas
de los policías afuera, pero mi mala suerte vuelve a manifestarse cuando me doy
cuenta de que no hay ninguno, sino un urinario.
«No
sé cómo subirme a eso».
Me
vuelvo hacia el vocalista de la banda, quien me mira con el ceño fruncido. Mi
mirada se desliza rápido por su cuerpo, y él se da cuenta, especialmente cuando
me detengo un par de segundos más de lo debido en su entrepierna.
—¿Por
qué miraste hacia abajo? —habla tan bajo que me cuesta escucharlo.
—No
lo hice —respondo en el mismo tono.
—Lo
hiciste.
Estoy
a punto de contestar, pero en cambio, aprieto los labios al oír voces
acercándose.
—Hemos
atrapado a diez menores. Los llevaremos a la estación —informan por lo que
parece ser un walkie-talkie.
—Entendido,
equipo —responde uno de los policías presentes en el baño.
—Estos
chicos no respetan las reglas. Con el concierto de la banda esa que se está
haciendo famosa, era de esperar que hubiera menores y venta de alcohol. Vamos a
revisar a todos los que podamos —escucho decir a otro policía presente en el
baño. «Son dos».
Observo
al chico frente a mí, y a su vez, él me mira con mayor atención.
—¿Hay
alguien aquí? —pregunta uno de ellos, deteniéndose frente a este cubículo.
Justo
cuando veo por debajo de la rendija que uno se está agachando para verificar al
no escuchar nada, Jake sujeta mis muslos y me levanta con facilidad,
obligándome a envolver mis piernas alrededor de su cintura.
—Sí,
¿qué pasa? —pregunta sin apartar la mirada de mis ojos, como si estuviera
explorando cada parte de mi rostro.
Mi
cuerpo reacciona a su tacto, especialmente cuando sus pulgares rozan la parte
interna de mis muslos mientras me sostiene firme.
—Lo
siento, chico, estamos realizando una inspección de rutina. ¿Puedes salir y
dejarnos revisar tu identificación?
Se
mantiene en silencio, pero con cuidado me baja cuando ve que los policías se
alejan un poco. Abre la puerta lo justo para salir, simulando que había estado
usando el baño. El silencio se instala, pero segundos después puedo escuchar
cómo los policías le agradecen y veo las sombras debajo de la puerta moverse
hacia la salida. Cuando pienso que no queda nadie más aparte de mí, el cubículo
se abre de nuevo y aquellos ojos vuelven a dirigirse a los míos. No dice nada y
yo tampoco. Solo nos miramos. Reuniendo valentía, lo observo con mayor atención
y entreabro los labios, dejando salir lo primero que se me ocurre.
—Hola.
Arruga
la frente y la mirada que me da logra intimidarme.
—¿Qué
fue todo eso? —Ladea la cabeza, manteniendo la misma mirada. Ahora me siento
tonta porque no me saludó.
Me
encojo de hombros.
—¿Por
qué quieres saber? —Una contrapregunta estúpida, pero es que no quiero contarle
lo que sucede.
Da
un paso hacia adelante y en ese estrecho espacio, siento que me roba todo el
oxígeno.
—Porque
sí. —Es tan cortante al hablar.
No
le voy a decir nada, así que, decidida, paso por su lado para salir del
cubículo, pero antes de que pueda abandonar el baño, siento cómo toma mi brazo,
deteniéndome.
—No
has respondido a mi pregunta.
Nos
volvemos a mirar.
—No
quiero hacerlo.
Me
evalúa en un instante y luego se cruza de brazos, manteniendo una expresión
desafiante.
—Entonces
iré a decirles que te revisen, porque tienes cara rara.
Pasa
junto a mí como si nada y entreabro los labios, siguiéndolo antes de que salga
y empujando la puerta con la palma de mi mano para cerrarla de nuevo.
—¿Sabes?
Lo que tienes de talento, lo tienes de idiota.
Se
voltea y entonces, me sonríe. Lo hace mostrándome todos sus dientes, dejándome
embobada durante unos instantes, como si su sonrisa me hubiera dejado en
trance. Niego con la cabeza y reacciono.
—¿Gracias?
—Deja de sonreír pasados unos segundos y su expresión vuelve a ser seria,
aunque más neutral si eso es posible.
Tomo
una profunda bocanada de aire y cierro los ojos por un breve momento, para
después mirarlo de nuevo.
—Por
favor, no digas nada.
Creo
percibir un brillo fugaz en sus ojos, de esos que pasan tan rápido que no
puedes estar segura si fue real o no.
—Con
una condición.
—¿Cuál?
—Tu
nombre.
Es
una condición extraña, pero él parece ser alguien extraño, así que menciono el
primer nombre que se me viene a la mente.
—Fabiola
—miento y sus ojos se entrecierran.
—Ese
nombre no te queda.
Sonrío
y noto que baja enseguida la mirada a mis labios.
—Díselo
a mis padres.
Salgo
del baño y lo hace después, alcanzándome y aparentando desinterés, aunque aún
puedo sentir sus ojos sobre mí. En un momento de distracción, choco con su
costado sin querer.
—Mira
por dónde vas —dice serio.
—Mejor
tú mira por dónde caminas…, tonto.
Veo
un atisbo de diversión mientras seguimos caminando. Es un gesto sutil que
apenas percibo, pero sé que está ahí.
—Deberías
aprender mejores insultos.
—Y
tú deberías aprender a caminar —contraataco.
De
repente, se detiene bruscamente y se gira hacia mí, obligándome a hacer lo
mismo y mirarlo. Arrugo la frente mientras sigo mirando sus ojos... ¿De qué
color son? No he conseguido identificarlos hasta ahora, y la escasa luz en este
lugar no ayuda.
—Sé
caminar y me llamo Jake.
«Lo
sé», pienso.
—¿Te
pregunté?
Chasquea
los dientes y desliza de forma sutil su lengua por el labio inferior.
—Grosera.
Adopto
la misma expresión seria que él.
—Tú
también lo eres.
—Yo
soy así.
Lo
dice tan tranquilo que ni siquiera espero a que diga que es broma, porque está
claro que no lo es.
—No
me caen bien los tipos como tú —añado.
—¿Te
pregunté? —Enarca una ceja y me escanea de pies a cabeza.
Mis
mejillas comienzan a arder. Volteo y continúo caminando, dándole la espalda,
aunque escucho sus pasos detrás de mí. Al llegar a la salida del pasillo, me
detengo y giro la cabeza para mirarlo una última vez. Él hace lo mismo con la
misma expresión seria. Ruedo los ojos y comienzo a caminar en dirección opuesta
a la suya.
Ya
no hay música; el lugar está medio vacío porque los policías piden a todos
dirigirse a la salida. Al parecer, el bar incumplió la ley de venta a menores y
una sonrisa se dibuja en mis labios cuando veo a Steve llorando en una esquina.
Sus ojos hacen contacto visual con los míos y le guiño un ojo antes de
desaparecer y salir a la oscuridad de la noche. Pero al salir, regreso de
inmediato al notar a un policía acercándose a mí. Camino rápido, abriéndome
paso entre la gente y chocando con varios para poder avanzar. Busco a Taylor,
pero no la veo por ningún lado. Miro por encima de mi hombro y veo al mismo
policía mirándome, moviendo a las personas que salen para llegar hasta mí.
Llego
a las escaleras que conducen a la zona exclusiva del bar y subo corriendo,
perdiéndolo de vista y encontrándome con más personas, pero ninguna de ellas es
Taylor.
—Creo
que ya se fue —dice una voz cerca de mí.
Sigo
buscando hasta que choco con alguien y al voltear veo que es el vocalista de la
banda. Está hablando por teléfono.
—Olvida
lo que dije. —Me observa con fastidio—. Yo no te debo ningún fa… —Se calla
cuando parece acordarse de algo—. En ese caso, Batman te debe un favor por
ayudarlo con la vecina, no yo.
No
sé qué hago ahí parada como una idiota, así que doy la vuelta para buscar un
lugar donde esconderme cuando veo al policía buscándome. Sin embargo, la mano
de Jake se cierra sobre mi muñeca, deteniéndome.
—Ponla
al teléfono o no va a creerme.
Trato
de liberar mi muñeca, pero su agarre se intensifica. Me extiende el teléfono y
lo tomo sin comprender del todo.
—¿Qué
se supone que haga con esto? —Me mira con cierto aire de desesperación.
—Póntelo
en la oreja —responde con mal humor, como si tuviera que explicarme algo
evidente.
—¿Hola?
—Mila,
soy yo, Taylor.
—¿Taylor?
—Arrugo la frente.
—No
te asustes, estoy bien. Intenté llamarte, pero no respondiste, así que pensé
que habías dejado tu móvil en casa. —Me doy cuenta de inmediato de que
olvidé guardar el teléfono en mi sostén y hago un gesto mientras bajo la mirada
a mis pechos. Jake observa la acción con curiosidad—. Jake te hará el favor
de llevarte.
—¿Qué?
No, no quiero eso. —Lo miro y me encuentro con sus ojos—. ¿Tú dónde estás?
—Con
Matt, el bajista de la banda. Te conté todo por chat antes de darme cuenta de
que dejaste el móvil, así que cuando llegues, tómalo y lee todo —susurra,
como asegurándose de que quien está a su lado no la escuche.
—Pero
Taylor…
—Te
amo. Adiós. —Me cuelga.
Aparto
el móvil de mi oreja y Jake extiende la mano, indicándome que se lo pase, así
que se lo entrego. Suelta mi muñeca y nos quedamos mirándonos.
—Vamos.
—Se dirige a las escaleras, pero lo detengo agarrándolo del brazo.
—No
puedo ir por ahí.
—¿Por
qué no?
—Porque...
—Me escondo detrás de su espalda al creer que el policía me ha visto cuando su
cabeza gira hacia acá—. Necesito salir de aquí ahora mismo o estaré en
problemas.
Él
observa al policía que se acerca a las escaleras para subir a esta zona y luego
vuelve a dirigir su atención hacia mí. Sujeta mi muñeca y empieza a caminar en
la dirección opuesta, llevándome consigo.
Veo
al rubio de la banda, echando un vistazo al alboroto del bar mientras un grupo
de chicas lo rodea. Nos ve, me saluda con la mano, y sin saber muy bien por
qué, le respondo con un gesto similar.
Jake
abre una puerta con escalerillas de emergencia y bajamos rápido, adentrándonos
en un callejón. Me suelto y se me queda mirando.
—Gracias
por ayudarme, pero no te conozco y prefiero irme sola.
Me
mira igual de serio que antes. Su rostro parece nunca cambiar de expresión.
—Como
quieras. —Me da la espalda y se aleja, saliendo por la entrada del fondo,
mientras que yo me dispongo a tomar la más cercana.
Todavía
hay caos por todas partes. A algunos aún les piden la identificación. Aún así,
somos tantos jóvenes que sería imposible revisarnos a todos.
Me
alejo de la entrada principal y de los policías. Cruzo la calle y me dirijo
hacia el estacionamiento donde dejamos el coche, pero al llegar descubro que el
lugar está vacío. Por un momento, consideré que lo dejó aquí, y que luego
regresaría por él. Pero ahora veo que se marchó tanto con el coche como con el
chico.
Los
nervios me invaden y giro en todas las direcciones, comenzando a ponerme
nerviosa porque no tengo nada conmigo: ni dinero, ni móvil. ¿Cómo se supone que
me iré a casa? Creí que podría resolverlo de otra manera, pero ya veo que no.
Un
coche se detiene a mi lado, y la ventanilla se baja, revelando a un hombre al
volante.
—¿Necesitas
que te lleven, lindura?
—No.
—¿Estás
segura?
—Sí.
—Pareces
perdida. —No respondo.
La
puerta del copiloto se abre, y el sujeto sale. Estoy a punto de retroceder un
paso cuando veo que se acerca; pero entonces, se escucha un estruendo y al
voltear, observo una moto elegante que aparece de la nada en medio del lugar,
atrayendo las miradas de las chicas que se centran en su conductor.
—¿Algún
problema? —pregunta deteniéndose detrás del coche.
Su
rostro muestra algo nuevo, una expresión y seriedad que, si lo estuviera viendo
por primera vez, me haría salir corriendo del miedo. Creo que es precisamente
lo que le sucede al tipo frente a mí, quien da un paso atrás y niega, para
luego acercarse de nuevo al coche.
—Ninguno.
—Sube y se va.
Vuelvo
a dirigir la mirada hacia el dueño de la moto, quien la enciende, y me da la
impresión de que se marchará.
—¿Me
estás acosando? —pregunto cuando se detiene a mi lado, solo la movió un poco.
Esboza
una sonrisa de lado, elevando ligeramente la comisura de sus labios.
—No
eres mi tipo, así que no te creas afortunada.
Cruzo
los brazos y lo miro mal.
—Déjame
en paz.
Giro
para alejarme hacia quién sabe dónde, pero baja de la moto y se coloca frente a
mí, obligándome a retroceder para poder verlo mejor.
—Créeme,
eso quisiera.
Empiezo
a sentirme incómoda por su mirada fija en mis ojos, la cual provoca un espasmo
en mi cuerpo. Así que decido decir lo primero que se me viene a la cabeza para
librarme de esa situación.
—Deja
de molestarme.
—No
te estoy molestando.
—Lo
haces ofendiéndome.
—No
te ofendí.
—Lo
hiciste llamándome fea.
—Nunca
te llamé fea. —Continúa observándome y yo hago lo mismo. Parece realmente
entretenido por mi reacción—. ¿Siempre eres tan dramática?
—Sí
—respondo con orgullo y, una vez más, en esa noche, él me sonríe de verdad,
aunque no por mucho tiempo.
Señala
con la cabeza hacia su moto.
—Vamos,
no me hagas arrepentir de esto.
—No
iré a ninguna parte contigo. Ya te lo dije, no te conozco.
Da
un paso atrás, acercándose a su moto.
—Yo
tampoco te conozco, Mila, pero alguien está cobrándose un favor que mi
perro le debe, así que vamos. —Ignoro el hecho de que ya conoce mi verdadero
nombre.
—Batman
es un perro. —Eso provoca una pequeña sonrisa en mí, y dirige su mirada hacia
mis labios.
—Estoy
perdiendo la paciencia y tengo muy poca, así que sube ahora o quédate aquí en
medio de la nada. —Señala sin interés la cuadra de afuera del estacionamiento—.
Tengo entendido que hay ladrones en la zona que esperan encontrar a chicas como
tú para robarlas, cortarles el cabello y…
Agarro
mi cabello largo entre mis dedos, y él medio sonríe o ¿lo imaginé?
Camino
hacia su moto y la observo, sintiendo un hilo de nervios porque no me gustan.
De reojo, noto que me mira, intento fingir normalidad mientras subo. Se acerca
y me dirige una última mirada antes de tomar su casco y colocármelo. Sin
apartar los ojos de mí, lo asegura y luego se sube.
—Sujétate
—me pide, y obedezco agarrándome de la parte trasera.
Mira
por encima de su hombro y mantiene una expresión seria al observar dónde me
estoy sujetando. Vuelve la mirada al frente y enciende la moto. Arranca y,
enseguida, frena bruscamente, lo que me impulsa hacia adelante y me obliga a
rodear su cintura. Le miro con rabia, pero rápidamente cambio la expresión al
descubrir que me está observando a través del retrovisor con una mirada
divertida.
Vuelve
a arrancar, cierro los ojos y, al abrirlos, noto que estamos pasando a toda
velocidad frente a la entrada del bar. Justo en ese momento, el mismo policía
que me siguió antes sale por el mismo callejón que yo y nos ve pasar. Le dice
algo a otro policía y cada uno sube a una moto, empezando a perseguirnos. Lo
que faltaba: una persecución y solo por ser menor de edad.
—¡Agárrate
fuerte! —Obedezco.
Gira
en una esquina y suelto un grito al ver cómo la moto se inclina en la curva,
acercando mi rostro al pavimento.
—¡No
grites! —me grita.
Gira
en otra esquina y vuelvo a gritar.
—¡Deja
de hacer eso! —pido, cuando la moto se inclina de nuevo hacia el suelo.
Miro
por encima de mi hombro. Eran dos motos las que nos seguían, pero ahora solo
hay una. Al volver la vista al frente, grito cuando la moto que no había visto
aparece de repente frente a nosotros. Jake frena en seco, haciendo rechinar las
llantas. Creí que estábamos acabados, pero en un instante, realiza una maniobra
con una velocidad inexplicable y acelera hacia otro lado, haciendo que los dos
policías se estrellen.
—¡Tus
gritos me desconcentran!
No
he dejado de gritar y puedo sentir cómo mi corazón late a toda velocidad.
—¡Para,
por favor! —grito e insisto moviendo sus hombros.
Cuando
lo hace, bajo rápido. Mis manos tiemblan y me resulta difícil respirar. Me
observa desde la moto, sin bajar. No hay señales de los policías ni se percibe
el sonido de las sirenas.
—Tenía
que perderlos —comenta serio, aunque percibo cierta amabilidad en él. ¿O será
que de nuevo lo estoy imaginando?
—Lo
sé. —Y compartimos una mirada durante un buen rato.
Es
el primero en apartar la vista, observando alrededor.
—Deberíamos
irnos. Esta calle no es segura.
No
quiero volver a montarme en esa moto, pero no tengo otra opción.
—¿Estás
bien? —pregunta cuando me subo. No respondo y dirige la mirada al frente—.
Dirección. —Se la doy y arranca.
«La
respuesta es no, no estoy bien».
Cuando
ingresamos a mi calle, no espero a que se detenga frente a mi casa, y salto de
la moto. Estuve a punto de caerme, pero me recompuse enseguida. Estaciona en la
acera y me mira con seriedad.
—Conduces
como un maldito loco. —Lo señalo con el dedo y le entrego su casco de mala
gana—. Podrías habernos matado.
—Sigues
con vida, deja de quejarte y agradece. —Cruza los brazos sobre el pecho y me
mira con expresión de estrés.
—No
te voy a agradecer nada.
Observa
a los lados y luego hacia mí.
—Estás
histérica por nada. Además, te salvé de la policía y así es como me pagas. —Sé
que con eso último tiene razón, así que solo observo la moto con inseguridad y
se percata de ello—. No te gustan, lo noté.
—Y
a pesar de eso, decidiste ir a toda velocidad —reprocho.
—Enfrentar
los miedos es la mejor manera de superarlos.
—Ve
y dile eso a alguien que le importe. —Hago un gesto con las manos, echándolo
para que se largue, pero doy varios pasos atrás, nerviosa, cuando se baja de la
moto, llevando esa expresión intimidante que ya había mostrado al hombre que me
acosó en el estacionamiento—. De todas formas, no pareces ser el tipo de chico
que va tranquilo en una motocicleta así —añado antes de que llegue hasta mí.
—No
lo soy —me mira directamente a los ojos al alcanzarme—, pero si no hubieras
sido tan ruidosa en el camino, habría hecho una excepción.
Algo
golpea contra mi pecho y siento cómo mis latidos se aceleran debido a eso.
—No
te creo.
Ladea
la cabeza con una acción tan relajada que mi corazón se acelera aún más.
—No
tienes porqué creerme.
Una
suave brisa acaricia nuestros cabellos mientras seguimos mirándonos sin apartar
la vista.
—Debería
entrar ya —menciono y sabiendo que es lo correcto, agrego—: Gracias.
Él
continúa observándome, detallándome con un ligero ceño fruncido.
—¿Por
qué te asustan? —la pregunta me detiene antes de darle la espalda.
Me
lo quedo mirando sin saber si responder con la verdad o no. No lo conozco,
seguramente no lo volveré a ver, así que…
—Mi
padre murió en una cuando yo era niña, un auto lo atropelló. —No hay cambio de
expresión en él—. Y yo… bueno, yo estaba allí y vi todo. Él estaba por
recogerme en la escuela cuando ocurrió.
Espero
una respuesta, pero está nunca llega. No digo nada más y le doy la espalda,
caminando hacia el árbol junto a mi ventana. Me detengo en seco, miro atrás y
nuestros ojos hacen contacto por última vez. Él sigue ahí, mirándome fijamente.
Regreso la mirada al frente y continúo avanzando. Escalo con cuidado,
aferrándome a las ramas hasta llegar a la ventana. Al pisar el suelo de madera
de mi habitación, me volteo y aún lo veo ahí.
Bajo
la mirada al piso, sintiéndome extraña, y cierro las cortinas. Pasado un
minuto, escucho el ruido de su moto alejándose.
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