domingo, 19 de enero de 2025

- Relato 1 de Vicente Ibarra

PERDIENDO LOS PAPELES

    Esperando sentado en la oficina de extranjería de plaza España -en una Sevilla helada y llena de gripes dando vueltas- tengo que pensar cómo pasar el tiempo sin perder mucho los papeles porque me pone nervioso la situación de estar sentado esperando que me timbren o no mis solicitudes, y para calmarme vuelvo a donde fui feliz, frase cliché, pero debe haberle funcionado a alguien, a más de alguien, a muchos alguienes para que llegara a serlo, y bueno, lo dicho, no me pone cómodo mi situación. Entonces pongo en marcha un pensamiento, un recuerdo cercano y grato, recuerdo entonces cuando recibí el año nuevo hace un par de semanas, y la acción misma de recordar se me hace particular. El hecho es que recuerdo con un particular sentimentalismo nostálgico cuando veo atrás del hombro a repasar por dónde he pisado y reviso la forma de mis huellas. En la despedida del 2024 comí las uvas como lo suelen hacer en este pedazo de tierra, me abracé con los que estaba compartiendo la cena, y más tarde me emborraché como se supone que se espera de un acontecimiento de este calibre. Cuando ya terminaron las campanadas y en la televisión mostraban a la gente celebrar mientras la imagen la comentaban los presentadores -de cualquiera de las cadenas televisivas- mi novia se me acercó, nos dimos un beso cálido que estuvo bastante bien porque teníamos sabor a vino, y pues me abrazó, yo la abracé, entonces acabó esa escena bonita con la propuesta casi general de los que estábamos presentes de subir a la terraza del piso para fumar y pasar un buen rato. 
- ¿Me preparas un cigarrito? - preguntó mi novia.
- Sí, ¿me puedes subir la copa? -respondí.
Tomé la bolsa de tabaco y sus artilugios, ella las copas y los demás los celulares y una cámara. Subimos a tropel con mis acompañantes de la cena, me parecía en ese momento que disfrutar de los fuegos de artificio que lanzaban más allá del río Guadalquivir, pero mucho más lejos en verdad -en las barriadas de Pino montano o en el de las 3000 viviendas- le daban un brillo esencial a mi noche, o al menos a ese momento en el que estaba inmerso, en el que se escuchaban por entre los callejones a los perros asustados con las explosiones de los fuegos de artificio, que dejaban el brillo de sus explosiones, brillo que me quedé mirando en el cielo como cuando era más niño, tratando de seguir con la mirada el rastro de pólvora que parecía una nube que se desvanecía más rápido de lo que recordaba de menor. 
Resumiendo, estuve medio sensible en eso de despedir doce meses cargados de experiencias variadas, pues, se me hizo un suceso diferente si lo pongo en balanza con años anteriores. Fue un acontecimiento peculiar, casi romántico, casi cursi, y es que estaba plantado con mi novia, con su hermano y con un amigo que invité -para que él no pasara solo la noche- en la terraza de nuestro piso que queda en la Alameda. Pudimos ver los fuegos de artificio que lanzaban desde varios puntos de la ciudad iluminando y dándole música a la noche que me ofrecía esta última luna del 2024. 
Una vez acabó el espectáculo pirotécnico nos dispusimos con el grupito a bajar al piso, debíamos todavía abrigarnos un poco para ir a celebrar a un bar. Guido -el hermano de mi novia- nos había invitado hace unos días a celebrar en un barecito que cerrarían los amigos de él para dar bienvenida al año, pues allá fuimos. Caminamos hasta la Giralda ya medio colocados de vino, pisco y ron hasta llegar a nuestro destino, un bar lleno de gente, con olores variados, música juvenil y energía de trasnoche. Estuvo bien, estuvimos bien, bailamos, bebimos, charlamos, y ya cuando dieron las seis de la madrugada me fui del sitio con mi novia. 
- Son más de las cuatro de la mañana Carla- le comenté con aires de juventud a mi novia, ella me dedicó una risa de vuelta.
- ¡Pues sí!, podemos decir que aún no nos amargamos.
Volvimos caminando de la Giralda a la Alameda por el mismo camino, pero por alguna razón lo percibí diferente, nueva energía, nueva brisa (hacía frío), nuevo año, nuevo cielo (amanecía), y en todo ese recorrido fui feliz, aunque me dolían los pies y las manos. Tenía tanto frío en los dedos que pensé que se me acalambrarían de lo helados que estaban. Pero, en fin, nada importaba mucho a esas alturas, la vida era bella, y Sevilla se portaba bien. 
Casi llegando al piso vimos una cafetería abierta, eran cerca de las 7:30 de la madrugada.
- Hola buenas, ¿tienen churros? -pregunté en la barra. 
- Aquí no hacemos churros, pero las tostadas están que te cagas a estas horas de la mañana -me contestó un comensal antes que el trabajador.
- Pues nada, nos quedamos.
Desayunamos rico, fue un buen primer desayuno en el año. Ya de vuelta en casa dormí como un niño abrazado al “tuto” que cobija el sueño de un niñito chileno, dormí abrazado a mi chica, y la vida estaba tranquila. Pienso en esto y es un buen recuerdo.
Ahora estoy frente al escritorio de un funcionario y el año nuevo ya no tiene tanta importancia pues la novedad de mi día a día depende ahora de si podré quedarme ocho meses más en el lugar donde tengo el último recuerdo bonito que justamente recuerdo. El funcionario es bastante educado, no voy a mentir, si me apuras podría decir que es hasta guapo. No me puedo quejar en verdad, aunque quisiera, la verdad sí me gustaría quejarme por tener que mostrar papeles, pero de verdad no me puedo quejar porque entonces anularían mi petición de visado. En fin, la vida. Estoy estresado, y veo cómo tarda todo, y cómo en verdad no tengo nada, entonces termina el procedimiento y el funcionario con su sonrisa de comercial me da tres requerimientos a cumplir en diez días hábiles más, o sino tendré que quedarme irregular. Reviso los requerimientos que debo corregir en mi solicitud y el que más me preocupa es el dinero que me exigen tener en la cuenta española que abrí hace un par de meses que -la cuenta está más vacía que Albacete- y entonces me estreso más porque no tengo mucho de dónde sacar, pero no me malinterpreten porque sí tengo mucho que ofrecer, la cosa es que en estos momentos no puedo perder los papeles, debo tener compostura y no reclamarle al funcionario, porque aún sigo sentado aquí esperando a que me termine de registrar los datos de la denegación parcial de mi solicitud. Y yo le veo, y la persona guapa que necesito, que quiero ver empieza a convertirse rápidamente en una bolsa de boxeo, pero no me malinterpreten, las bolsas de boxeo sirven para el estrés, y yo estoy estresado. En fin, no puedo perder los papeles, de hecho, debo encontrar muchos más, y para rematar el asunto me despido educadamente del funcionario, él hace lo mismo de mí, y no sé si es por tocar cojones -aunque no lo creo, él no tenía cómo saberlo- me recuerda que cuando vuelva con los requerimientos que me han solicitado y espere mi lugar en un puesto fuera, debo traer conmigo el comprobante de pago de la tasa que debo pagar para el expediente, me dice que tengo que estar fuera con una cita previa para que no pierda el tiempo. Y ya al final de todo, como buen hermano mayor, o como buen funcionario me da un último consejo.
- No vayas a perder los papeles.


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