Lolita
Lola ríe estrepitosa, a lo largo
de una protesta estudiantil, junto a sus compañeras, atizando el fuego de una
hoguera en espera del performance tradicional de la Policía Secreta de Medellín
a las seis menos diez. Cuando así se den los acontecimientos, Lola sacará su
pañolón favorito, la leche y el vinagre para proteger a todas las compas. Y una
vez empezada la dirección de arte de escena, con luces apagadas, armas-saca-ojos,
disparos de chorros de agua, caja de humo lacrimógena, cánticos murmurados,
decorarán el edificio privado con rayones dignos de un edificio tan pálido y tomarán
los escudos reciclados de grandes contenedores violeta.
La Bandola, como le dicen las
otras, dizque por respeto, piensa en la buena calidad de las pinturas y en un
postrecito, puesto como centro de mesa, en su viejo rancho. Ella cree que va a
funcionar. La pintura viscosa se desliza por las brochas viejas, ve la sonrisa
excitada de sus compañeras pintadoras, siente el olor a anís de sus axilas y
enrolla con adrenalina los cigarritos de tabaco y lavanda. Además, la primera
noche de protestas, coordinando la pintada, vio un anuncio sobre el Hospital Juan
de Dios. Le atacan los nervios de saber que se podrá poner sus senos con la nueva
ley de inserción de personas trans en el sistema público de salud.
Cuando piensa en los pacos
secretos, Lola ve unos hombres con trajes finísimos, los ve hablar del mal
periodismo, en el Cerro de Nutibara, tomando café, escupiendo whisky y oliendo
coca, los ve carcajear con sus drones de vigilancia viéndoles las tetas a las
muchachas. En pequeños contenedores selecciona pintura de una tonalidad
específica por cada una. Lola conoce bien la estrategia de la pintada, diseña
los cambios cromáticos y los mensajes ocultos. Pide a sus compañeras estar
atentas y mezclar bien los colores. Vigila el Nutibara y ve largas filas de pacos
no secretos desplazándose lentamente cuesta abajo.
En ese momento, Lola a través de
la humareda que produce la fogata percibe una fiesta, se regocija con los
tambores de la batucada y baila al ritmo del bullerengue. Se une a los coros de
las matronas y las mujeres llegadas de la Costa Caribe. Después se une a los
besos de ocho donde las bocas se forman como un puzzle no armable con palabras,
dando vida al carnaval anti los escuadrones de la muerte. Retrocede, se choca
en cuerpos de otras. Baila. Suda. Gime. Ríe. Agitada, con el corazón en la
tráquea, piensa en su postrecito.
Pocos minutos después de
bullerenguear, al menos unos treinta o cuarenta, llega una motera, con un ruido
rítmico al frenar su moto. Se quita el casco, va vestida con una camisilla con
transparencias, piercing en los pezones, un pantalón ajustado de cuerina y unas
botas negras con plataforma. Le da gracia hacer sonar el motor, lo repite
cuatro o cinco veces. Lola balbucea los cánticos e incrédula sigue la mirada de
la motera, sabe que ella es la única persona que le dice Lolita, sabe que se
trata de La Agrado.
La Agrado camina por al lado de
todas las mujeres, pero casi ninguna se percata de ella. Lola cambia su
actitud, se pone nerviosa y canta casi como si no la mirara. No es sino hasta
que ella la toma del hombro que Lola sabe que se llama Lolita, que no puede
responder a ningún otro nombre.
— Hablemos
solas, mi Lolis. — Saca sus cigarrillos de su pantalón y enciende uno.
Sabe que algo no anda bien, se
siente molesta de que la llame así, pero sigue su gesto fuera de la hoguera, de
las muchachas y de los besos del bullerengue. Las otras mujeres siguen con la fiesta de la
protesta, con chicha en las manos y flores en las otras. La Agrado no es muy alta
pero camina con fuerza escénica. Lola se muerde las uñas para no pensar,
arrastra los pies y ríe nerviosa.
— Lolita,
mi comandanta, no le tengo tan buenas noticias. — Deja el cigarrillo en un
poste de luz, saca un perfume pequeño y se lo aplica
Cruza sus manos detrás de la
espalda, camina cabizbaja y mira en dirección a la fogata.
— Descubrí
un par de infiltradas, son pacas. — Con un ademán le enseña a Lola los cascos
de la moto. Empieza a hablar con un volumen más alto porque al mismo tiempo se ajusta
su casco.
Lola piensa que no le gusta su forma
de conducir, pero sabe con seguridad que cuando su mujer sepa de esta
situación, las dos tendrán una guerra de gritos y platos rotos.
— El
centro de operaciones queda al lado de su casa, al parecer, mi amor. — La Agrado
le da un beso en la mejilla.
Con un leve temblor en las manos
Lola ve que ella sube a la moto y su mano derecha le avisa con unas palmaditas en
la moto que también se debe subir. Escucha a lo lejos a sus amigas, pero solo
les puede hacer una pequeña reverencia. Con la torpeza de los cascos, los
frenazos rítmicos de la Agrado, Lola siente que sus pequeñas palabras se
confunden con su bruxismo melódico.
—No se asuste, mamita, que todo está
controlado — empieza a decir. Detiene la moto y voltea a verla —. Yo estoy con
usted parcera porque usted sabe, en el barrio, en la seis, nadie se mete
conmigo.
Asiente con la mirada y su
pequeño rostro con un gesto tímido. La moto continua su trayecto.
— ¿Me
contaron que se casó Lolita? —grita peleando contra el rebote del sonido del
casco y el viento furioso —. Y con la que menos pensé.
Sigue silenciosa, tomándose cada
vez con más fuerza de la cintura de La Agrado, le teme a la calle por donde
suben y piensa en la restricción de la alcaldía sobre no poder circular
parrilleros o copilotos hombres en las motocicletas.
— Mi
amor, tranquila que está muy regia, divina, mamasita. — Saca su teléfono,
contesta y lo deja entre el casco y su cachete.
Lola aún no dice nada, ve para
ambos lados, empieza una ligera llovizna y ella se tapa la cabeza con ambas
manos. Transitan el final del recorrido en la comuna sexta. Llegan a una casa
de portones rojos y de con una réplica del Señor Caído de Girardota.
— Llegamos,
adentro la están esperando. —Hace una maniobra con la moto y se detiene.
Con la cara violeta por el viento
e hinchada por la velocidad, baja de la moto con una risita nerviosa. Ve un
jardincito de amapolas y al fondo del pasillo una puerta abierta con hombres
con metralletas calibre arepa con chicharrón.
Dibuja un espasmo de nuca en un espejo de la casa, los nervios se
alborotan cruzando la reja.
— Agra...
— Balbucea al ver como la motocicleta se aleja muy rápido.
Adentro, ve todo muy oscuro, se
acuerda de su mamá criticando las películas alquiladas de la ludoteca municipal
por la misma oscuridad. <<Mi amor, quitá eso pues, que yo no veo nada y
me le duermo y para siempre>> Percibe que todos los ametrallados la ven
como una desconocida hasta llegar al final a un escritorio viejo, una lámpara,
canastas vacías de cerveza, un teléfono y un sillón sucio amarillento.
Dos hombres fumando con dos
perros grandes resguardando un ordenador con un Windows 98, blanco y
almohadilla para el mouse. Escucha que la invitan a sentarse, escucha que le
obligan ¿aguardiente o ron? Lola siente que su cuerpo se enfría, piensa en La
Agrado.
— Señor,
así estoy bien. —Con un mareo cutre se seca el sudor de su frente. Adentro hace
un bochorno espantoso y odia el olor impregnado de perro paramilitar.
— ¿Aguardiente
o ron? Aquí en La Oficina se sabe quién es quién. — Uno de los dos hombres
acerca una silla de plástico y toca la pierna de Lola. Ella se acomoda el
cabello y extrae la pierna de la cacería.
El otro hombre se levanta
acaricia a los perrotes y esos le juegan con un hueso de vaca o de toro. Lola
ve una mesita de centro dispuesta en el centro.
— ¿Aguardiente
o ron? ¿Señorita o seño...? —dice el hombre de pie.
— Ron,
gracias. — Interrumpe y desplaza su mirada por todo el recinto. Siente la
mirada aterradora de los hombres uno sirviendo el ron y el otro sentado
paralizado. Le tiemblan las manos y no puede dejar de mover las piernas.
Le gustaría dejarles claro que
les va a cortar los penes y los dejará desangrar junto al alumbrado público del
río, pero si les contara de forma mínima alguna de sus palabras, ella sería la
del pene y la desflorarían con miles de penes de acero calibre 45.
— Su
amiga ¿si le contó? — Desatan una risa los dos hombres que hasta los perros
ladran juguetones.
Un día digno para sacar la cámara
en el trabajo de campo, se angustia con el calor de los nervios en las mejillas,
aunque se alcanza a sustraer del lugar e imagina a las cabras vándalas pintando
el viejo edificio del canal de tv. Ha llegado hasta ahí por ser la comandanta,
por hacer siempre teniendo en cuenta a las otras. Más tarde sabrá si es digna
de un balazo o si es digna de correr a las piernas de su mujer. Le hará el amor
despacio, involucrará un hombre, harán un trío delicioso, como su mujer le
había dicho, les hará patatas fritas con chorizos Santarrosanos y, tal vez, por
qué no, verán Desayunos con diamantes en el proyector barato.
— En
resumen, la Cotorra es de las nuestras y está bien buena— dice uno
— Bien
empoderada y con las tetas bien puestas— dice el otro tomándole las mejillas al
otro.
— Pero
Pulpo, no te pongás caliente que me enciendes— dice el señor más arrugado—. Yo
le hago a cualquier cosa que tengo un agujero negro.
Pulpo la mira fijamente y dice:
— Tranquilo,
Patrón, ¿qué pensará nuestra invitada?
Ambos ríen frenéticos. Lola se
vuelve a sentar. Cotorra, Pulpo, Patrón son nombres que están pegados en
carteles por toda la comuna sexta, cuándo Lola vuelva ver los carteles en
calle, será un día brillante de pisar sus cabezas como adoquines enterrados en
un barrizal de fuego sin poder moverse. Lola se moriría por preguntarles por
qué viven al lado una familia izquierdosa y por qué aún no los habían
molestado. En su lugar les pregunta muy segura:
— Yo
no los había visto por el barrio a estos perritos.
Pulpo mira al Patrón con unas
cuencas muy grandes en los ojos, unas arrugas prominentes y le dice algo a Lola
que no logra percibir
— Tranquila
Lola, tranquila— dice Patrón—. Entre menos pregunte mejor
— Tranquila—
repite Pulpo.
Lola deja caer unas lágrimas sin
que ellos la vean. Se ríe nerviosa y contrae su abdomen por la ansiedad que le
produce no estar en la pintada.
— ¿Dónde
vivían tus padres? — pregunta Patrón
— En
Girardota— responde Lola
— Girardota
— repite.
Pulpo no deja de mirarla. Lola ve
sus pantalones nota sus pantalones recién planchados y sus botas de caucho
debajo. En realidad, si fuera por ella, en ese momento escogería el aguardiente
de caña de la familia de su mujer.
— Dinos
mujer si te gustaría una vuelta por la casa. — Con una voz fuerte Pulpo le hace
un gesto para que lo siga.
Pulpo y Patrón hablan de las
diferencias entre las arepas venezolanas y las arepas colombianas durante la
visita al cuarto del bajo. Lola distraída piensa en su postrecito, pero no
consigue escapar de las palabras de los hombres que insistentemente le
preguntan por sus padres. Con los
aullidos de los perros, persiguiendo ratas paralíticas le enseñan un túnel que
conecta el bajo con la casa de Lola. Se
sonroja y ahora no puede dejar de pensar en sus padres.
Puede detallar con sus ojos
cafés, como es el túnel que conecta ambas casas, adentro hay un búnker con
sillones de Luis XVI, obras pictóricas barrocas españolas, una colección amplia
de vinos, licores de hierbas, enlatados, conservas, pastas rápidas, agua
potable, fría y caliente, juegos de mesa, literatura de narcos, armas en una
vitrina de vidrio, un ordenador, un teléfono satelital, videovigilancia en
ambas casas, cocaína, acetaminofén y papel higiénico.
— El
otro pedazo de túnel le toca solita. — Con una voz tierna Patrón le da una
palmada en las nalgas
Cruza el último tramo de túnel,
hay fotos de sus padres y carteles que le dicen: Te amamos Lola, serás quién vos
quieras ser, perdona, pero no había más opción, te amamos. Ve sus fotos de pequeñín,
los primeros bailes drag, la transición y su carta de identidad, también
carteles de New York, libros de Florence Thomas y una banderita trans.
Con los ojos secos y deshidratados
de llorar silenciosa, lo primero que ve son unas embestidas de un hombre en su
mujer encima de la mesa. Salen sus lágrimas y produce un grito sin sonido. Eva
no se percata que Lola la mira desde un rincón donde están dispuestas las
mándalas y los atrapasueños. Las paredes mohosas se confunden con los gemidos
sin sonido y la mirada esquizofrénica de la mujer, viendo a todas partes con
los ojos blanco, menos hacia el lugar donde ella está. Desde ese rincón
reconoce toda la maldad de su novia, reconoce las patas de la mesa vueltas mierda
por los orgasmos, también detalla la luz, barroca y la cara del traidor. Lo
segundo, de lo que se detalla, es el postrecito de fresas y chantillí esparcido
por la mesa y por el cuerpo erecto de su señora. Lo tercero, grita.
—
Diego, lárgate, rápido. —Con una voz quebrada Eva
se viste y tumba la mesa.
—
Eres una zorra, ¿cómo pudiste? —Lanza todo lo
que encuentra a su paso, se agarra el cabello con un listón rojo.
—
Eva, lánzame mi ropa, por favor, afuera hace frío
—Diego da pequeñas caminatas rápidas desde el cuarto de baño al salón, descalzo
y un cojín del sofá en sus partes.
—
¿Querés que te mate? ¿Verdad mi amor? Ándate
pues gonorrea— Desde la cocina Lola hace ruido con el cajón de los cubiertos.
—
¿Por dónde has entrado mi … Lola? —Completamente
pálida y desubicada Eva se sienta.
Diego sale corriendo, con un par
de chanclas y una manta que toma para proteger su cuerpo. Antes de salir, Lola
le arranca la manta, lo empuja y lo amenaza con un cuchillo de carnicero. Corre
Diego por toda la calle principal de la sexta, suenan los vallenatos en los
microbuses y el carro de los aguacates frescos se cruza en el portón. Sin parar
de llorar, Lola lanza todo al sofá, ve las fresas en el suelo, el chocolate
esparcido y la crema sin frescura. Corre al túnel, cierra la puerta y cae desvanecida
en el búnker.
Esa noche, no para de llover, tirada
en el suelo, escucha de una vieja radio, enfrentamientos oscuros entre la
policía y jóvenes de la comuna sexta. Pulpo y Patrón, le pasan una carta de los
padres de antes de morirse. Lee como no fue un accidente, fue un pacto para
protegerla, el búnker, el túnel, los paracos protegerían a una casi guerrillera
de todo. Ahora está pasado. La operación éxito que anuncia el gobierno. Ella
quiere escapar, quiere llamar por teléfono, decirle a su mujer que todo bien
postrecito, que ya no llore más, que la perdona pero que la verdad, no puede.
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