lunes, 27 de enero de 2025

-Relato 2 de Juan Gutiérrez

 Lolita

 

Lola ríe estrepitosa, a lo largo de una protesta estudiantil, junto a sus compañeras, atizando el fuego de una hoguera en espera del performance tradicional de la Policía Secreta de Medellín a las seis menos diez. Cuando así se den los acontecimientos, Lola sacará su pañolón favorito, la leche y el vinagre para proteger a todas las compas. Y una vez empezada la dirección de arte de escena, con luces apagadas, armas-saca-ojos, disparos de chorros de agua, caja de humo lacrimógena, cánticos murmurados, decorarán el edificio privado con rayones dignos de un edificio tan pálido y tomarán los escudos reciclados de grandes contenedores violeta.

La Bandola, como le dicen las otras, dizque por respeto, piensa en la buena calidad de las pinturas y en un postrecito, puesto como centro de mesa, en su viejo rancho. Ella cree que va a funcionar. La pintura viscosa se desliza por las brochas viejas, ve la sonrisa excitada de sus compañeras pintadoras, siente el olor a anís de sus axilas y enrolla con adrenalina los cigarritos de tabaco y lavanda. Además, la primera noche de protestas, coordinando la pintada, vio un anuncio sobre el Hospital Juan de Dios. Le atacan los nervios de saber que se podrá poner sus senos con la nueva ley de inserción de personas trans en el sistema público de salud.

Cuando piensa en los pacos secretos, Lola ve unos hombres con trajes finísimos, los ve hablar del mal periodismo, en el Cerro de Nutibara, tomando café, escupiendo whisky y oliendo coca, los ve carcajear con sus drones de vigilancia viéndoles las tetas a las muchachas. En pequeños contenedores selecciona pintura de una tonalidad específica por cada una. Lola conoce bien la estrategia de la pintada, diseña los cambios cromáticos y los mensajes ocultos. Pide a sus compañeras estar atentas y mezclar bien los colores. Vigila el Nutibara y ve largas filas de pacos no secretos desplazándose lentamente cuesta abajo.

En ese momento, Lola a través de la humareda que produce la fogata percibe una fiesta, se regocija con los tambores de la batucada y baila al ritmo del bullerengue. Se une a los coros de las matronas y las mujeres llegadas de la Costa Caribe. Después se une a los besos de ocho donde las bocas se forman como un puzzle no armable con palabras, dando vida al carnaval anti los escuadrones de la muerte. Retrocede, se choca en cuerpos de otras. Baila. Suda. Gime. Ríe. Agitada, con el corazón en la tráquea, piensa en su postrecito.

Pocos minutos después de bullerenguear, al menos unos treinta o cuarenta, llega una motera, con un ruido rítmico al frenar su moto. Se quita el casco, va vestida con una camisilla con transparencias, piercing en los pezones, un pantalón ajustado de cuerina y unas botas negras con plataforma. Le da gracia hacer sonar el motor, lo repite cuatro o cinco veces. Lola balbucea los cánticos e incrédula sigue la mirada de la motera, sabe que ella es la única persona que le dice Lolita, sabe que se trata de La Agrado.

La Agrado camina por al lado de todas las mujeres, pero casi ninguna se percata de ella. Lola cambia su actitud, se pone nerviosa y canta casi como si no la mirara. No es sino hasta que ella la toma del hombro que Lola sabe que se llama Lolita, que no puede responder a ningún otro nombre.

     Hablemos solas, mi Lolis. — Saca sus cigarrillos de su pantalón y enciende uno.

Sabe que algo no anda bien, se siente molesta de que la llame así, pero sigue su gesto fuera de la hoguera, de las muchachas y de los besos del bullerengue.  Las otras mujeres siguen con la fiesta de la protesta, con chicha en las manos y flores en las otras. La Agrado no es muy alta pero camina con fuerza escénica. Lola se muerde las uñas para no pensar, arrastra los pies y ríe nerviosa.

     Lolita, mi comandanta, no le tengo tan buenas noticias. — Deja el cigarrillo en un poste de luz, saca un perfume pequeño y se lo aplica

Cruza sus manos detrás de la espalda, camina cabizbaja y mira en dirección a la fogata.

     Descubrí un par de infiltradas, son pacas. — Con un ademán le enseña a Lola los cascos de la moto. Empieza a hablar con un volumen más alto porque al mismo tiempo se ajusta su casco.

Lola piensa que no le gusta su forma de conducir, pero sabe con seguridad que cuando su mujer sepa de esta situación, las dos tendrán una guerra de gritos y platos rotos.

     El centro de operaciones queda al lado de su casa, al parecer, mi amor. — La Agrado le da un beso en la mejilla.

Con un leve temblor en las manos Lola ve que ella sube a la moto y su mano derecha le avisa con unas palmaditas en la moto que también se debe subir. Escucha a lo lejos a sus amigas, pero solo les puede hacer una pequeña reverencia. Con la torpeza de los cascos, los frenazos rítmicos de la Agrado, Lola siente que sus pequeñas palabras se confunden con su bruxismo melódico.

 —No se asuste, mamita, que todo está controlado — empieza a decir. Detiene la moto y voltea a verla —. Yo estoy con usted parcera porque usted sabe, en el barrio, en la seis, nadie se mete conmigo.

Asiente con la mirada y su pequeño rostro con un gesto tímido. La moto continua su trayecto.

     ¿Me contaron que se casó Lolita? —grita peleando contra el rebote del sonido del casco y el viento furioso —. Y con la que menos pensé.

Sigue silenciosa, tomándose cada vez con más fuerza de la cintura de La Agrado, le teme a la calle por donde suben y piensa en la restricción de la alcaldía sobre no poder circular parrilleros o copilotos hombres en las motocicletas.

     Mi amor, tranquila que está muy regia, divina, mamasita. — Saca su teléfono, contesta y lo deja entre el casco y su cachete.

Lola aún no dice nada, ve para ambos lados, empieza una ligera llovizna y ella se tapa la cabeza con ambas manos. Transitan el final del recorrido en la comuna sexta. Llegan a una casa de portones rojos y de con una réplica del Señor Caído de Girardota.

     Llegamos, adentro la están esperando. —Hace una maniobra con la moto y se detiene.

Con la cara violeta por el viento e hinchada por la velocidad, baja de la moto con una risita nerviosa. Ve un jardincito de amapolas y al fondo del pasillo una puerta abierta con hombres con metralletas calibre arepa con chicharrón.  Dibuja un espasmo de nuca en un espejo de la casa, los nervios se alborotan cruzando la reja.

     Agra... — Balbucea al ver como la motocicleta se aleja muy rápido.

Adentro, ve todo muy oscuro, se acuerda de su mamá criticando las películas alquiladas de la ludoteca municipal por la misma oscuridad. <<Mi amor, quitá eso pues, que yo no veo nada y me le duermo y para siempre>> Percibe que todos los ametrallados la ven como una desconocida hasta llegar al final a un escritorio viejo, una lámpara, canastas vacías de cerveza, un teléfono y un sillón sucio amarillento. 

Dos hombres fumando con dos perros grandes resguardando un ordenador con un Windows 98, blanco y almohadilla para el mouse. Escucha que la invitan a sentarse, escucha que le obligan ¿aguardiente o ron? Lola siente que su cuerpo se enfría, piensa en La Agrado.

     Señor, así estoy bien. —Con un mareo cutre se seca el sudor de su frente. Adentro hace un bochorno espantoso y odia el olor impregnado de perro paramilitar. 

     ¿Aguardiente o ron? Aquí en La Oficina se sabe quién es quién. — Uno de los dos hombres acerca una silla de plástico y toca la pierna de Lola. Ella se acomoda el cabello y extrae la pierna de la cacería.

 

El otro hombre se levanta acaricia a los perrotes y esos le juegan con un hueso de vaca o de toro. Lola ve una mesita de centro dispuesta en el centro.

 

     ¿Aguardiente o ron? ¿Señorita o seño...? —dice el hombre de pie.

     Ron, gracias. — Interrumpe y desplaza su mirada por todo el recinto. Siente la mirada aterradora de los hombres uno sirviendo el ron y el otro sentado paralizado. Le tiemblan las manos y no puede dejar de mover las piernas.

Le gustaría dejarles claro que les va a cortar los penes y los dejará desangrar junto al alumbrado público del río, pero si les contara de forma mínima alguna de sus palabras, ella sería la del pene y la desflorarían con miles de penes de acero calibre 45.

     Su amiga ¿si le contó? — Desatan una risa los dos hombres que hasta los perros ladran juguetones.

Un día digno para sacar la cámara en el trabajo de campo, se angustia con el calor de los nervios en las mejillas, aunque se alcanza a sustraer del lugar e imagina a las cabras vándalas pintando el viejo edificio del canal de tv. Ha llegado hasta ahí por ser la comandanta, por hacer siempre teniendo en cuenta a las otras. Más tarde sabrá si es digna de un balazo o si es digna de correr a las piernas de su mujer. Le hará el amor despacio, involucrará un hombre, harán un trío delicioso, como su mujer le había dicho, les hará patatas fritas con chorizos Santarrosanos y, tal vez, por qué no, verán Desayunos con diamantes en el proyector barato.

     En resumen, la Cotorra es de las nuestras y está bien buena— dice uno

     Bien empoderada y con las tetas bien puestas— dice el otro tomándole las mejillas al otro.

     Pero Pulpo, no te pongás caliente que me enciendes— dice el señor más arrugado—. Yo le hago a cualquier cosa que tengo un agujero negro.

Pulpo la mira fijamente y dice:

     Tranquilo, Patrón, ¿qué pensará nuestra invitada?

Ambos ríen frenéticos. Lola se vuelve a sentar. Cotorra, Pulpo, Patrón son nombres que están pegados en carteles por toda la comuna sexta, cuándo Lola vuelva ver los carteles en calle, será un día brillante de pisar sus cabezas como adoquines enterrados en un barrizal de fuego sin poder moverse. Lola se moriría por preguntarles por qué viven al lado una familia izquierdosa y por qué aún no los habían molestado. En su lugar les pregunta muy segura:

     Yo no los había visto por el barrio a estos perritos.

Pulpo mira al Patrón con unas cuencas muy grandes en los ojos, unas arrugas prominentes y le dice algo a Lola que no logra percibir

     Tranquila Lola, tranquila— dice Patrón—. Entre menos pregunte mejor

     Tranquila— repite Pulpo.

Lola deja caer unas lágrimas sin que ellos la vean. Se ríe nerviosa y contrae su abdomen por la ansiedad que le produce no estar en la pintada.

     ¿Dónde vivían tus padres? — pregunta Patrón

     En Girardota— responde Lola

     Girardota — repite.

Pulpo no deja de mirarla. Lola ve sus pantalones nota sus pantalones recién planchados y sus botas de caucho debajo. En realidad, si fuera por ella, en ese momento escogería el aguardiente de caña de la familia de su mujer.

     Dinos mujer si te gustaría una vuelta por la casa. — Con una voz fuerte Pulpo le hace un gesto para que lo siga.

Pulpo y Patrón hablan de las diferencias entre las arepas venezolanas y las arepas colombianas durante la visita al cuarto del bajo. Lola distraída piensa en su postrecito, pero no consigue escapar de las palabras de los hombres que insistentemente le preguntan por sus padres.  Con los aullidos de los perros, persiguiendo ratas paralíticas le enseñan un túnel que conecta el bajo con la casa de Lola.  Se sonroja y ahora no puede dejar de pensar en sus padres.

Puede detallar con sus ojos cafés, como es el túnel que conecta ambas casas, adentro hay un búnker con sillones de Luis XVI, obras pictóricas barrocas españolas, una colección amplia de vinos, licores de hierbas, enlatados, conservas, pastas rápidas, agua potable, fría y caliente, juegos de mesa, literatura de narcos, armas en una vitrina de vidrio, un ordenador, un teléfono satelital, videovigilancia en ambas casas, cocaína, acetaminofén y papel higiénico.

     El otro pedazo de túnel le toca solita. — Con una voz tierna Patrón le da una palmada en las nalgas

Cruza el último tramo de túnel, hay fotos de sus padres y carteles que le dicen: Te amamos Lola, serás quién vos quieras ser, perdona, pero no había más opción, te amamos. Ve sus fotos de pequeñín, los primeros bailes drag, la transición y su carta de identidad, también carteles de New York, libros de Florence Thomas y una banderita trans.

Con los ojos secos y deshidratados de llorar silenciosa, lo primero que ve son unas embestidas de un hombre en su mujer encima de la mesa. Salen sus lágrimas y produce un grito sin sonido. Eva no se percata que Lola la mira desde un rincón donde están dispuestas las mándalas y los atrapasueños. Las paredes mohosas se confunden con los gemidos sin sonido y la mirada esquizofrénica de la mujer, viendo a todas partes con los ojos blanco, menos hacia el lugar donde ella está. Desde ese rincón reconoce toda la maldad de su novia, reconoce las patas de la mesa vueltas mierda por los orgasmos, también detalla la luz, barroca y la cara del traidor. Lo segundo, de lo que se detalla, es el postrecito de fresas y chantillí esparcido por la mesa y por el cuerpo erecto de su señora. Lo tercero, grita.

 

     Diego, lárgate, rápido. —Con una voz quebrada Eva se viste y tumba la mesa.

     Eres una zorra, ¿cómo pudiste? —Lanza todo lo que encuentra a su paso, se agarra el cabello con un listón rojo.

     Eva, lánzame mi ropa, por favor, afuera hace frío —Diego da pequeñas caminatas rápidas desde el cuarto de baño al salón, descalzo y un cojín del sofá en sus partes.

     ¿Querés que te mate? ¿Verdad mi amor? Ándate pues gonorrea— Desde la cocina Lola hace ruido con el cajón de los cubiertos.

     ¿Por dónde has entrado mi … Lola? —Completamente pálida y desubicada Eva se sienta.  

Diego sale corriendo, con un par de chanclas y una manta que toma para proteger su cuerpo. Antes de salir, Lola le arranca la manta, lo empuja y lo amenaza con un cuchillo de carnicero. Corre Diego por toda la calle principal de la sexta, suenan los vallenatos en los microbuses y el carro de los aguacates frescos se cruza en el portón. Sin parar de llorar, Lola lanza todo al sofá, ve las fresas en el suelo, el chocolate esparcido y la crema sin frescura. Corre al túnel, cierra la puerta y cae desvanecida en el búnker.

Esa noche, no para de llover, tirada en el suelo, escucha de una vieja radio, enfrentamientos oscuros entre la policía y jóvenes de la comuna sexta. Pulpo y Patrón, le pasan una carta de los padres de antes de morirse. Lee como no fue un accidente, fue un pacto para protegerla, el búnker, el túnel, los paracos protegerían a una casi guerrillera de todo. Ahora está pasado. La operación éxito que anuncia el gobierno. Ella quiere escapar, quiere llamar por teléfono, decirle a su mujer que todo bien postrecito, que ya no llore más, que la perdona pero que la verdad, no puede.

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