lunes, 27 de enero de 2025

-Relato 2 de Juan Carlos Gil

 MATCH

Una joven pareja pasea tranquilamente por las iluminadas calles de la ciudad, el chico, Miguel, camina con la mirada algo desencajada y claramente incómodo, mientras que la chica, Alicia, adopta una actitud risueña y agradable ante esta situación. Ella le pregunta si se encuentra bien, porque lo nota muy serio. Miguel mientras tanto, solamente puede pensar en el solomillo con salsa roquefort que había pedido hace un rato para cenar. La especialidad de la casa, repleta de queso, haciendo su magia dentro y fuera. Miguel no se quita la idea de la cabeza, de que ese ingrediente, va a ser una compañía durante toda la velada, como un tercer invitado indeseado, y no sabe cómo solucionarlo. Por esa razón, opina que este paseo por las calles estrechas del casco antiguo de la ciudad de Sevilla es el mejor alivio para su situación.

    Miguel está muy nervioso porque es su primera cita con Alicia, una chica maravillosa que ha conocido en una de esas aplicaciones de ligar. Nunca ha sido aliado de las aplicaciones para conocer gente, la mayoría de sus relaciones sentimentales surgieron a raíz de unos amigos en común, en la facultad cuando era estudiante o en algún entorno laboral de sus antiguos empleos.

    Alicia es más joven que él, unos cuantos años, pero desde que se conocieron observó en ella que su madurez no es equivalente a su edad. A menudo, Miguel se siente como un niño encerrado en el cuerpo de un adulto por sus gustos y aficiones. Lo curioso es que Alicia, al quedar, dice exactamente lo mismo, dejándolo boquiabierto. Mientras caminaban por la ciudad, iluminados por las reconocidas farolas que envuelven la ciudad con ese tono dorado y un cielo abierto que invitaba al paseo, ella le propuso a él ir a tomar algo a un bar, pero Miguel, que cada vez se encontraba más indispuesto, le respondió con vergüenza que no se encontraba muy bien. Alicia, muy respetuosa, se ofreció a acompañarlo a su domicilio por si le pasaba algo y Miguel se negó, así que ambos se despidieron de una forma abrupta y separaron sus caminos.

A la mañana siguiente, Miguel no tenía claro si seguirán viéndose. Desde que se fue a dormir, no se quita la idea de la cabeza de que Alicia se ha ido decepcionada tras su despedida prematura, y considera que tendría que haberle sido sincero sobre su situación estomacal. Continúa la mañana y recibe un mensaje de Alicia, preguntándole si se encontraba mejor, Miguel, nervioso, le responde que sí, e indeciso, decide preguntarle que si le apetece ir otro día al cine. Pasó una hora hasta que recibió una respuesta y por fortuna, para Miguel, la respuesta fue positiva.

    Pasaron los días y por fin llegó el día de encontrarse en la puerta de los cines. Deciden ver un thriller que, tenía muy buena cuando Miguel, vio el tráiler de la película, pero que no cumplirá lo prometido. A medida que la película avanza, Miguel está cada vez más incómodo, primero, porque no termina de meterse en la película, y segundo, porque se sienta al lado de un señor con un catarro monumental que no para de toser, una tos incontrolable que aparece cuando tienes esputos acumulados en la garganta y que no te permiten respirar muy fuerte porque genera un picor atroz. El hombre, agobiado, se disculpa reiteradamente. Mientras tanto, Miguel se siente como si estuviera en un concurso de paciencia. Alicia, que observa la situación, se inclina hacia él y le pregunta:

    —¿Quieres que nos movamos a otro sitio?

    Y Miguel responde, con su característico tono:

    —No, no, me está diciendo que lleva un jarabe para la tos en su macuto y que se lo tomará ahora mismo.

    Alicia comenzó a reírse ante el inesperado golpe de humor de Miguel, qué tímido, también se une a la risa de ella, pero sin dejar de observar atónito su forma de reírse. Durante la primera cita no hubo un momento así, y ahora que lo ha presenciado está embelesado. Acaba de descubrir que le encanta hacerla reír. Siente que la risa de Alicia, tan natural y efusiva, es como una melodía que no querría sacarse nunca de la cabeza.

    La película sigue avanzando, al menos para el resto de los asistentes, porque para Miguel, en cambio, el guion se ve interrumpido constantemente cada vez que el señor que se sienta a su lado tose con mucha fuerza. Alicia, siempre atenta, se inclina hacia él para preguntarle qué le está pareciendo la peli, Miguel, descolocado porque no quiere reconocer que el señor que tose le saca de la situación, le argumenta que le parece interesante. Es en ese entonces, cuando Alicia, hace alarde de su espontaneidad, que siempre descoloca a Miguel:

    — Te lo pregunto, porque antes de entrar he visto de reojo en una de las carteleras, que están proyectando una remasterización de la tercera entrega de Harry Potter, y aunque ya la he visto, era muy pequeña cuando mis padres me llevaron a verla. Por si quieres que nos vayamos a la otra sala.

    —¿Y qué estamos haciendo aquí? — Exclamó Miguel, atónito e ilusionado.

    Sin pensarlo dos veces, se deslizan hacia la otra sala. Una sala que está prácticamente vacía, y aunque Miguel no es de los que se cuelan en sitios, en este caso lo justifica porque técnicamente no han visto la otra película por completo, y tampoco van a ver al cien por cien esta película que ya ha comenzado, además no podía quitarse de la cabeza como se habían desarrollado los acontecimientos, porque después de creer que no volverían a verse, esta segunda cita está siendo ilusionante para él, gracias a la atención de Alicia y su espontaneidad. Miguel, a menudo, se deja dominar por los nervios y se queda bloqueado, cosa que sucederá más adelante, porque es inherente a él, y no le permite sacar su mejor versión, una que seguro que le permitiría ser igual de espontáneo que ella.

    Cuando la película termina, Miguel y Alicia salen del cine y se pasan la siguiente hora entera hablando de la saga. Porque, claro, ¿quién no tiene algo que decir sobre Harry Potter? Miguel reflexiona sobre cómo la saga no parece estar envejeciendo, cómo conecta a las nuevas generaciones: padres que transmiten su pasión a sus hijos, y otras generaciones que descubren los libros y se enganchan a la lectura gracias a esta saga. Alicia le cuenta que se unió al fenómeno un poco más tarde, pero Miguel no puede evitar mencionar algo que siempre dice con orgullo: que su generación creció al mismo tiempo que las películas de Harry Potter, porque él tenía exactamente la misma edad que el protagonista cuando estrenaron la primera película.

    La segunda cita finaliza después del coloquio entre ambos, ya que Alicia tiene una visita familiar y le argumenta que, aunque le gustaría quedarse más tiempo, tiene que despedirse de esos familiares que han venido a visitarles. Miguel, por supuesto, se despide de ella y en la vuelta comienza a dudar, tiene una mezcla de sentimientos, por un lado, está muy ilusionado con ella, está descubriendo algo nuevo de sí mismo, es una persona enamoradiza. Y esa vulnerabilidad, le crea una capa de inseguridad que le hace desconfiar de todo momento de las intenciones de ella. Considera que no es lo suficientemente bueno o seguro de sí mismo para estar con ella, y es abrumado por esa oleada de sentimientos que solo sirven para causarle tristeza. Esa tristeza más adelante será erradicada como un mal virus cuando reciba noticias de Alicia. 

A la mañana siguiente, Alicia le escribe un mensaje, invitándole a pasar un día en la sierra norte el domingo, que conocía un sitio precioso y que, según el tiempo, el cielo iba a estar despejado y con una temperatura muy agradable para hacer senderismo. Miguel aceptó con agrado y acordaron la hora de salida.

    Caminando por la ruta establecida, Miguel observa el buen ritmo que lleva Alicia, ambos están en buena forma física, pero ella tiene más experiencia en este tipo de caminatas y mientras tanto, Miguel necesita a veces coger un poco de aire. Cuando llegan al lugar que le prometió Alicia, el paisaje es precioso y sin darse cuenta, se encuentran sentados encima de una roca, observando el paisaje que deleita la vista de cualquier espectador y la conversación toma otro rumbo, más profundo, más íntimo. 

    Miguel recuerda cómo, en la primera cita, ambos se contenían un poco. Era todo muy preliminar, muy diplomático. En la segunda cita, la película y la despedida apresurada, tampoco hubo oportunidad para una charla tranquila. Y cada vez que hablan por chat… bueno, Miguel no es una persona que se explaya en largas conversaciones como hacen muchos otros cuando se están conociendo. Alicia reconoce que tampoco suele usar demasiado el teléfono, así que esta conversación está siendo un respiro para él.

    Alicia se abre sobre su infancia, y Miguel la escucha como si cada palabra suya fuera un descubrimiento. Le cuenta cómo, cuando era niña, solía llevar unas gafas con tantas dioptrías que sus compañeras de clase no perdían oportunidad de esconderlas por el aula o tirarlas al patio. Lo increíble es que Alicia nunca se quejaba ni pedía ayuda a los profesores. Miguel, mientras escucha, siente una mezcla de admiración y rabia. Se pregunta cómo alguien tan brillante y fuerte tuvo que pasar por algo así.

    Y luego, por supuesto, fue su turno. Miguel comparte sus experiencias con el acoso escolar que sufrió, aunque, como siempre, intenta quitarle importancia a todo. Argumenta que nunca dejó que le afectara demasiado, pero no fue así. También menciona alguna pelea ocasional y cómo siempre acababa sintiéndose mal después de aquellas peleas, hubiese recibido o no. Porque Miguel es un buen tipo atrapado en un mundo, a veces hostil y complejo.

    Mientras todo esto ocurre, la atmósfera idílica que les envuelve hace que aparezca un pensamiento dentro de Miguel que no puede ignorar. Quiere que su primer beso con Alicia sea aquí, en este momento y en este lugar. Y aunque lo desea, también duda. ¿Ella querrá que yo dé el primer paso y la bese? Comienza a pensar en la teoría de un buen amigo suyo, cuyo argumento se basa en que una persona te mira a los labios cuando quiere darte un beso, así que observa hacia donde dirige su mirada Alicia cuando no dice nada, pero le mira fijamente a él, así que, dejándose llevar una vez más por sus nervios, se bloquea y no hace nada.

    En la puerta de su casa, llega el momento de la despedida. Miguel se congela de nuevo, sin saber qué hacer: ¿un abrazo?, ¿dos besos?, ¿chocar los cinco? Pero, una vez más, Alicia toma el mando. Le suelta una pregunta directa, sin rodeos:

    —¿Por qué no nos hemos besado cuando estábamos en el puente?

    —No… no sabía si tú querías — con voz temblorosa.

    —Hace tiempo que quiero que me des nuestro primer beso, Miguel — con esa seguridad que siempre lo deja sin palabras.

    —Entonces… ¿Me das tu permiso para besarte? — Alicia sonríe, rodea su cuello con los brazos y se acerca a sus labios para decirle suavemente:

    —Los besos no se piden, se dan.

    Y ambos se fundieron en ese primer beso que tanto deseaban, ese beso que, durante un momento, detiene todo lo demás, siendo una de esas ocasiones que se quedan grabados a fuego en la mente, y que Miguel seguro nunca olvidará.

Después de aquel beso en la estación, algo cambió entre Miguel y Alicia. No hacía falta hablarlo, pero ambos sabían que aquella conexión estaba creciendo. Miguel, más animado que nunca, le propuso a Alicia un plan distinto para el siguiente sábado: un paseo por el mercado nocturno que iban a inaugurar el próximo sábado. Alicia aceptó encantada, y cuando llegó la noche del plan, Miguel se sentía como si fuera la primera cita de nuevo.

    El mercado nocturno estaba lleno de vida. Las luces colgantes, los puestos de artesanías, los olores de comida callejera y los músicos que tocaban en cada esquina creaban una atmósfera mágica que parecía diseñada especialmente para ellos. Miguel llegó antes que Alicia, y mientras esperaba frente al mercado, no podía evitar pensar en lo mucho que había cambiado su vida en las últimas semanas.

    Cuando Alicia apareció, llevaba un vestido sencillo, pero que a Miguel le pareció perfecto. Su sonrisa iluminó más la noche que las propias luces del mercado. El saludo entre ambos fue tímido porque no sabían como comportarse después de aquel primer beso, así que comenzaron a pasear entre los puestos. Primero se detuvieron en un tenderete de cerámicas pintadas a mano. Alicia tomó un pequeño cuenco azul con delicadas flores blancas dibujadas.

    —Es precioso, ¿no crees? —preguntó mientras lo observaba de cerca.

    Miguel asintió.

    —Definitivamente, aunque… no soy muy aficionada a la cerámica. Soy más del tipo de persona que compra cosas prácticas. Pero tiene tu estilo.

    Alicia sonrió y dejó el cuenco en su lugar.

    —¿Qué estilo es ese?

    Miguel dudó por un momento, pensando en cómo describir lo que veía en ella.

    —El tipo de estilo que le da vida a cualquier cosa que toca.

    Ella lo miró con una mezcla de sorpresa y ternura. No dijo nada, pero sus ojos verdes parecieron brillar aún más bajo las luces del mercado.

    Después de un rato, llegaron a un puesto de libros usados. Alicia se detuvo inmediatamente y comenzó a buscar entre las estanterías improvisadas. Miguel la observó desde un lado, fascinado por la pasión con la que hojeaba cada libro, como si estuviera buscando algo especial. Finalmente, ella tomó un ejemplar gastado de El Principito.

    —Este libro lo leí en el colegio cuando era niña, creo que ahora lo entendería de otra manera si hiciera una nueva lectura.

    Miguel asintió, ya que ese libro también lo leyó en el colegio.

    —Es curioso cómo los libros cambian con nosotros — Alicia lo miró pensativa.

—¿Tú lo has vuelto a leer? — Miguel negó con la cabeza.

    —No. Tengo miedo de que no me guste tanto como la primera vez. — Alicia lo observó con una mirada curiosa, como si estuviera intentando descifrar algo.

    —Creo que eres de esas personas que se aferran a los recuerdos y temen que la realidad no esté a la altura de ellos. — Miguel no sabía qué responder. Alicia tenía razón, pero nunca nadie se lo había dicho de una forma tan directa y, al mismo tiempo, tan comprensiva. Así que decidió asentir con la cabeza sonriendo. 

    Tras su paseo por el mercado, decidieron sentarse en un banco cerca del río con las cosas que habían comprado. Alicia abrió El Principito y comenzó a leer en voz alta una de las partes que recordaba. Miguel, que no solía disfrutar de este tipo de cosas, estaba completamente hipnotizado por su voz. Había algo en la manera en la que pronunciaba cada palabra que lo hacía sentir como si estuviera escuchando esa historia por primera vez. Cuando terminó de leer, Alicia cerró el libro y miró a Miguel.

    —A veces pienso que nos complicamos demasiado la vida cuando lo único que queremos es ser felices con alguien.

    Miguel, que estaba mirando las luces reflejadas en el agua, respondió sin apartar la vista del río.

    —Creo que la felicidad está en estos momentos. En cosas pequeñas como esta. Pero, a menudo, no nos detenemos a valorarlo.

    — Pues, si te sirve de consuelo, yo estoy siendo muy feliz ahora mismo — Alicia le tomó la mano, entrelazando sus dedos con los de él.

    —Y yo — asintió Miguel con el corazón latiendo con fuerza.

    —¿Puedo preguntarte algo?

    —Claro.

    —¿Por qué decidiste usar esa aplicación para conocer gente?

    Miguel se tomó un momento para responder, recordando todas las razones que lo llevaron a descargarla.

    —Creo que estaba buscando algo diferente. Sentía que estaba atrapado en una rutina, y quería salir de mi zona de confort.

    —Creo que eso es algo muy valiente — Asintió con una sonrisa en la mirada.

    —¿Y tú, por qué lo hiciste? — devolviéndole la pregunta.

    Alicia miró al cielo por un momento antes de responder.

    —Supongo que por curiosidad. Pero nunca pensé que conectaría con alguien de esta manera.

    —Me alegra que lo hicieras — Miguel sintió que algo en su interior se relajaba.

    —Esta vez no voy a esperar hasta el final para preguntarte algo.

    —¿Qué ocurre? —preguntó Miguel, ligeramente nervioso.

    —¿Me vas a besar o voy a tener que pedírtelo otra vez? — Miguel comenzó a reírse, más relajado que nunca.

    —Los besos no se piden, se dan.

    Y, bajo las luces del mercado nocturno y con el río como testigo, Miguel y Alicia compartieron un beso que, para ambos, fue el mejor cierre de una noche perfecta.


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