jueves, 22 de mayo de 2025

-Relato 6B de Erea Alonso

Apenas en un instante


Eres una estudiante del tercer curso de Filología Hispánica de la Universidad de Salamanca. A pesar de que tienes pareja formal desde hace dos años, no vivís juntos. Él todavía vive con sus padres y tú compartes piso con dos compañeras de la carrera. Miguel, tu novio, estudia también Filología Hispánica, pero está en el cuarto año. Os conocéis en una optativa que ambos cursáis. Al principio no te fijas en él, no es especialmente atractivo y todo el rato trata de hacer bromas en clase, el tipo de cosas que odias en un tío. Sin embargo, él se fija en ti desde el primer día. En la última clase te invita a cenar y aceptas. Empezáis a salir un par de meses después, le coges cariño e incluso comienzas a mirar con dulzura su continua necesidad por ser el más gracioso. Eres una alumna ejemplar, esa que cualquier profesor querría en sus clases, aplicada, atenta, inquieta… Lo mismo en tu vida personal, eres organizada, ordenada, responsable… Estás en el ecuador de tu formación universitaria, tienes veintitrés años y una vida cómoda, amable. 

Abúrrete de todo eso. Comienza a replantearte si es lo que de verdad quieres para tu vida, piensa que la estabilidad es aburrida. Repasa los últimos años, date cuenta de que han sido tediosos. Entra en crisis con tu rutina, con tus compañeras de piso, con tu formación, con tu novio, contigo misma. Cánsate de todo, comienza a estar hastiada. Ve de un sitio a otro sin saber por qué lo haces realmente, de casa a clase, de clase al gimnasio, del gimnasio a casa, algunas tardes biblioteca, otras museos, incluso algún concierto. Pierde el apetito, las ganas de hacer cosas, la líbido. 

Sal a cenar con Miguel, deja que elija el restaurante, arréglate para la ocasión, ponte un conjunto de lencería fina, un vestido elegante, bebed vino. Finge interés en la conversación, piensa que sus comentarios son estúpidos, que no es tan inteligente como tú, que su intelecto apunta bastante bajo. Cuando el camarero traiga la cuenta y él haga una broma enfádate por dentro, rechina los dientes para evitar decir nada. Volved juntos a tu casa, a la suya no podéis ir nunca porque están sus padres, repetid la rutina de cada viernes, cena fuera, vuelta a casa caminando y sexo mediocre y corriente. 

Al llegar a tu habitación siéntate en la cama en silencio. Él va al baño y al volver se quita la ropa sin fijarse en tu desdén. Se sienta a tu lado y comienza a besarte el cuello. Él sigue sin percatarse, se concentra, intenta hacerlo lo mejor que puede, sin embargo, para ti ya no es suficiente. Date cuenta de que para ti eso ya no es suficiente, siente un poco de repulsión hacia él. Arrepiéntete por haber pensado eso, trata de borrar ese pensamiento de tu cabeza con rapidez, siéntete mal por ello. Actúa como si te estuviese gustando, finge que no te enfada que no se haya fijado en tu conjunto de ropa interior nuevo y lo haya tirado por el aire a los treinta segundos, como si nada. Esfuérzate para que todo acabe lo más rápido posible. Ve al baño, siéntate para hacer pis y quédate un rato mirando tus pies blancos por el frío, por la falta de circulación. Mírate al espejo, desnuda, con el pelo alborotado y la cara enrojecida, lávate las manos y vuelve a tu habitación. Escucha la respiración profunda de Miguel, enfádate porque se haya dormido, métete en cama muy despacio, con cuidado de no rozarlo, deja el mayor espacio posible entre vosotros. No te duermas hasta bien entrada la madrugada.


Agóbiate por tu situación, siéntete ansiosa y nerviosa. Busca soluciones en tu cabeza una y otra vez, pero no las encuentres. Muérdete las pieles de los dedos aunque nunca lo hayas hecho. Entra en bucles de pensamiento sobre qué hacer con tu situación. Apúntate a clases de salsa y bachata. Lee libros de autoayuda sobre cómo tomar las riendas de tu vida y sigue los siete estúpidos e infalibles pasos que recomienda la psiquiatra de turno para alcanzar la felicidad. Abandona en el paso tres. Investiga sobre la psiquiatra, confirma que no es más que otra gilipollas hablando desde su posición de privilegio. Busca una foto suya, grítale a la pantalla del ordenador. Descubre que viene de una familia con posibilidades y que estudió en una universidad privada y católica y enfádate todavía más. Grita más alto, llámale zorra, zarandea la pantalla de tu ordenador con furia. Cuando tu compañera de piso se asome asustada a tu habitación para preguntarte si está todo bien, asiente de manera cordial, colócate el pelo detrás de la oreja, con tanto movimiento te has despeinado, y haz como si no hubiese pasado nada.


Asiste a clase desganada, una vez que estés allí no prestes atención. Siéntate al lado de la ventana y mira distraída por ella mientras piensas en tus cosas. Cuando empieces la optativa de Poesía Española del Siglo XX piensa si ha sido una buena idea haberte apuntado. Analiza los movimientos del profesor, llega con su maletín de cuero marrón, lo deja sobre la mesa, coge un libro, no alcanzas a distinguir cuál, observa al alumnado que habla entretenido, abre el libro y comienza a recitar.

—«Tendida tú aquí, en la penumbra del cuarto,

como el silencio que queda después del amor,

yo asciendo levemente desde el fondo de mi reposo

hasta tus bordes, tenues, apagados, que dulces existen.

Y con mi mano repaso las lindes delicadas de tu vivir retraído.

Y siento la musical, callada verdad de tu cuerpo, que hace un instante, en desorden, como lumbre cantaba».

Piensa que tiene una voz muy bonita, envolvente, profunda, como de locutor de radio pero un poco más aterciopelada, déjate mecer por sus palabras. 

—«El reposo consiente a la masa que perdió por el amor su forma continua,

para despegar hacia arriba con la voraz irregularidad de la llama,

convertirse otra vez en el cuerpo veraz que en sus límites se rehace.

Tocando esos bordes, sedosos, indemnes, tibios, delicadamente desnudos,

se sabe que la amada persiste en su vida.

Momentánea destrucción el amor, combustión que amenaza

al puro ser que amamos, al que nuestro fuego vulnera».

Se produce un silencio, el profesor cierra el libro y lo deja sobre la mesa. Se dirige a vosotros.

—¿Alguien sabe quién es el autor de este poema? 

Responde tú con rapidez y de manera casi automática.

—Vicente Aleixandre, es el poema Después del amor.

—Muy bien, parece que acabo de elegir a mi alumna favorita para este curso —hace una pequeña pausa—. Como todos sabréis estamos ante la materia de Poesía Española del Siglo XX…

Atiende interesada a la clase, toma notas, asiente en las explicaciones. Olvídate de tus problemas por un rato, concéntrate en lo que el profesor dice. A mitad de la clase, descúbrete mirando sus manos, analizando cómo se mueven, cada detalle.


Proponle a Miguel un plan diferente para el próximo viernes. Has visto al pasar por el centro que en el Café Novelty va a haber un recital de poesía y te gustaría ir, sugiere que vayáis juntos antes de ir a cenar.

—Pff, no sé… Ya sabes que a mí esos ambientes me dan bastante grima, solo hay gente intensa leyendo cosas que dan vergüenza ajena —te contesta.

Insiste, di que es algo nuevo, que por probar no perdéis nada, que podéis ir y si veis que no os gusta el ambiente os vais a otro sitio.

—Es que no me hace falta ir para saber que va a estar lleno de casposos —responde él.

Enfádate, di que todos los viernes hacéis lo mismo, que estás cansada de la rutina.

—Pero, ¿por qué vamos a cambiar la rutina si es una rutina buena y cómoda? —te replica.

Di que si él no quiere ir, irás tú sola. 

—Me parece una buena idea, hago tiempo mientras dura esa extravagancia y luego te paso a buscar y nos vamos a cenar juntos. ¿Vamos a dar un paseo ahora?

Contesta que tienes que hacer muchas cosas para clase y que será mejor que se vaya. Una vez que se ha ido, enfádate, piensa que es un memo, un cateto y un prejuicioso, siempre con su verdad por delante, verdad que nadie jamás podrá hacerle cambiar, siempre juzgando sin conocer, creyéndose mejor que el resto, siempre criticando. Después de un rato, agóbiate por pensar eso de tu pareja, siéntete mal, culpable. Advierte que te ha empezado a doler la cabeza, que estás aturdida. Date una ducha caliente.


Es viernes, ve al recital. Llega media hora antes al bar. Ve a la barra, pide una copa de vino tinto y ponte en una mesa alta alejada de la zona del escenario, un poco escondida. Siéntete rara al principio, sola en un bar, tomando vino, piensa en que hace un montón de tiempo que no haces nada sola. 

El bar comienza a llenarse según se acerca la hora, fíjate en un grupo de hombres que entra, advierte que entre ellos está Luis, tu profesor de poesía. Ponte nerviosa, sonrójate al pensar en ir a saludarlo. Sopesa unos minutos si acercarte a su mesa, decide que mejor no. Atiende interesada al recital, de vez en cuando mira hacia Luis para ver sus reacciones, piensa que se conserva bien para su edad, vuelve a fijarte en sus manos. Cuando termine el evento dirígete a la barra y pasa por delante de su mesa para captar su atención, hazte la distraída. Gírate fingiendo sorpresa cuando te llame para saludarte. Te presenta frente a sus amigos.

—Esta es Claudia, una de mis alumnas de la universidad. Bueno —dice sonriendo—, mi alumna favorita. ¿Qué estás tomando?

Enseña tu copa de vino vacía.

—¿Quieres tomarte algo con nosotros? ¿O estás con alguien? —te pregunta a la vez que mira en la dirección de la que venías.

Ponte nerviosa, quédate callada y duda durante unos segundos. Di, finalmente, que te están esperando y que ibas a la barra a pagar para irte. Despídete de manera amable haciendo un gesto con la mano, cuando Luis se acerque para darte dos besos huele su perfume, una mezcla de sándalo y ámbar.


Sal a cenar con Miguel. Mantente despistada durante toda la cena, como si estuvieras en otro lugar. Cuando Miguel te pregunte si te pasa algo responde que solo estás cansada. En el momento en que bromee sobre que debe ser por aguantar a todos esos intensos del recital de poesía dedícale una mirada de indiferencia. Volved a casa caminando, mete tus manos en los bolsillos de tu abrigo y finge que tienes frío para que no te pueda dar la mano. Una vez en casa, durante el sexo, sorpréndete pensando en Luis, disfruta por primera vez en semanas. Asústate por estar pensando en otra persona, aparta a Miguel con brusquedad y ve corriendo al baño, enciérrate allí. Agóbiate por lo que acaba de pasar, respira de manera agitada, mójate el cuello con agua y mírate al espejo tratando de buscar una respuesta en tu reflejo. Ignora las preguntas de Miguel al otro lado de la puerta.


Piensa bien qué ponerte para ir a la clase de Poesía Española. Píntate los labios y ponte un poco de sombra de ojos y rímel. Escucha la clase y espera ansiosa alguna atención por parte de Luis, algún comentario, algún gesto, algún guiño a vuestro encuentro casual. Espera sin resultado, siéntete ridícula por intentar que un profesor se fije en ti. Repite el mismo ritual un día tras otro. 

Dos semanas después de que hayas empezado con esta nueva rutina, parece dar resultado.

—Como os estuve comentando en la sesión anterior, durante su primera etapa como escritor, Rafael Alberti… —comienza a explicar Luis. De pronto fija su mirada en ti y se queda callado por unos segundos. Sube la vista y encuéntrate con sus ojos, detenidos en ti. Os miráis por un instante, baja la mirada al sentir que vas a ruborizarse—. Perdón, me he perdido, no sé qué estaba diciendo. —Aparta la mirada y sacude la cabeza—. ¿Alguien me puede decir por dónde iba?

Siente un nudo de emoción en el estómago, por fin ha funcionado.


Cuando Miguel te proponga que os veáis dale largas y excúsate diciendo que estás teniendo muchas entregas de clase, que necesitas unas semanas para poder ponerte al día. Siéntete mal por mentir, pero a la vez siente un gran alivio al saber que no vas a tener que verle durante un breve periodo de tiempo. 

Busca por internet bares en los que hagan recitales de poesía, encuentra uno que va a tener lugar esta misma noche. Emociónate, unos minutos después siéntete estúpida, pero sigue imaginando posibles escenarios en tu cabeza. Date una larga ducha, échate crema al salir, perfúmate bien, escoge tu ropa de manera meticulosa, ponte los pendientes de oro que solo usas en ocasiones especiales. Cuando pases por el salón para salir de casa, recibe los cumplidos de tus compañeras haciéndote la modesta, quítale importancia al asunto, como si no hubieses estado dos horas preparándote con esmero. 

Llega al bar y pasa todo el recital inquieta, nerviosa, cada vez que oigas abrirse la puerta gírate expectante, por si es Luis. Repite esta escena en diferentes bares de la ciudad.


Una tarde, vuelve con tus compañeras de piso del cine y al pasar por el centro, deja que te invada la idea de pasar por el Café Novelty. Ponles una excusa cualquiera sobre un recado inventado que tienes que hacer y diles que se vayan sin ti. Asómate al bar y trata de mirar hacia dentro con discreción. En la puerta el camarero, que está fumando, te anima a entrar.

—Hoy tenemos un micro abierto de poesía en el que cualquiera se puede subir al escenario a recitar. Anímate, va a estar muy bien, empieza en diez minutos. 

Déjate convencer y entra. Pide un vino y ocupa una de las mesas altas de la primera fila, esta vez no te pongas en una esquina, ponte bien al centro. Al poco de empezar el recital gírate intuitivamente y mira a Luis entrando en el bar. Se sienta en una mesa del fondo, solo. Atiende al recital interesado y aplaude con ganas cada vez que alguien se baja del escenario. Piensa en formas de llamar su atención. Sopesa la idea de subir a recitar, descártala al momento, te da demasiada vergüenza. Ponte nerviosa, piensa que es la oportunidad perfecta y la vas a dejar escapar. Ve a la barra a pedir otra copa de vino para ver si se fija en ti, nada, no hay manera. Vuelve a tu sitio, juega con la copa entre las manos, inquieta, impaciente. El presentador anuncia que el recital está llegando a su fin y explica que si alguien quiere subir es el momento. Acaba tu copa de un solo trago y levántate con decisión, súbete al mini escenario, resuelta. Busca entre las notas de tu móvil y comienza a recitar. 

—«Siento en el aire denso, tibio,

este minuto suspendido,

esta pausa temblorosa, 

el fuego de una llama no encendida, 

que abrasa la yema de mis dedos.

Tus manos aún no son las mías,  

pero su sombra ya roza mi piel,

trazando caminos de ausencia

por donde el deseo se enciende».

Ponte nerviosa, date cuenta de que se oye un murmullo de fondo. La gente no te está escuchando, está en sus conversaciones. Duda entre si bajarte o continuar recitando. Quédate callada durante unos segundos, continúa.

—«Respiras, y la noche se pliega

como un manto sobre los cuerpos hambrientos, enfermos

que aún no se han tocado,

pero ya arden en la misma fiebre.

El mundo se reduce a esta espera,

a este límite impaciente, 

a tan solo un instante,

en el que mi boca aún no es tu boca

pero ya siente su calor».

Escucha unas risas al fondo, piensa que son por ti. Para de recitar, haz un barrido de la sala y date cuenta de que Luis te está mirando con gran interés. Continúa recitando hasta acabar tu poema.

—«Y en un último segundo de frontera

—antes del vértigo, antes del hambre—

sé que nos pertenecemos

sin habernos tomado aún.».

Vuelve a tu mesa y siéntate todavía agitada y algo aturdida por tu pequeña actuación, y por el vino. Gírate cuando oigas la voz de Luis llamándote.

—Pero bueno, Claudia, no tenía ni idea de que escribieras poesía. Ha estado muy bien, pero que muy bien, de verdad. Oye, ¿estás sola, verdad? 

Quédate callada durante unos segundos. Él insiste.

—¿Estás sola, verdad? Me he fijado al entrar que estabas aquí. ¿Qué tomas? ¿Vino tinto?

Asiente tímidamente.

—Déjame invitarte a uno que te va a encantar. —Hace una seña al camarero para que venga y le pide un vino que tú no conoces. Cuando el camarero se va, Luis se queda mirando fijamente el mantel.

—Quizás no debería estar aquí contigo…

—¿Perdón? —pregunta sin acabar de comprender a qué se refiere, si lo dice en serio o se trata de una broma.

—Quiero decir… que tal vez esto no esté bien. Eres mi alumna. Claro que somos adultos y no estamos haciendo nada ilegal, pero… Pero, quizás tú me ves desde una posición que yo no debería aceptar… No dejo de ser tu profesor.

Quédate perpleja, sin entender qué es lo que está ocurriendo. Si está tratando de seducirte o si simplemente intenta ser amable. Luis sonríe para quitarle peso a la situación.

—Y sin embargo, aquí me tienes, disfrutando de un momento agradable con mi alumna favorita.

Habla con él durante varias horas sobre poesía, sobre la universidad y sobre la vida en general. 


Repetid estos encuentros durante varias semanas. La tercera semana, algo cambia. Cuando os pidan que os vayáis porque van a cerrar pasead por la ciudad mientras continuáis hablando, sin rumbo fijo. O al menos eso piensas tú. Al llegar a un edificio, Luis se para y saca unas llaves de su bolsillo.

—El caso es que hace meses que tengo una botella de Pago de Carraovejas esperando en la estantería de mi cocina. Tengo muchas ganas de probarla, es una tontería, pero estoy esperando una buena ocasión para abrirla —una breve pausa—. No sé si es una buena idea que te invite, pero en fin, hace una buena temperatura, el cielo se ha despejado y se pueden ver las estrellas y la luna brillando… Ha sido una noche muy agradable, quizá este sea un buen momento, y sería un poco triste que me la bebiera yo solo, ¿no crees?

Sube con él a su apartamento.

Bebéis el vino y brindáis. Se levanta y pone a Damien Rice en su tocadiscos, observa el detalle con el que coge y manipula cada objeto. Al volver, se sienta a tu lado y te besa, sus manos comienzan a recorrer tu cuerpo. De repente, se aparta.

—No sé si deberías estar aquí, si esto ha sido una buena idea —comenta sin mirarte a los ojos.

Siéntete desconcertada y vulnerable. Pregunta tímidamente.

—¿Quieres que me vaya?

—No. Claro que no. Pero a veces no es suficiente con querer una cosa u otra —realiza una breve pausa—. No quiero aprovecharme de ti.

Coge su cara y haz que te mire a los ojos. Acércate lentamente y bésalo. Se queda inmóvil al principio, luego responde. Comienza a quitarte la ropa y observa con atención cada parte de tu cuerpo, lo va reconociendo con sus manos. Se detiene antes de quitarle la ropa interior y acaricia su encaje, juega con él entre sus dedos como si estuviera admirando una delicada pieza de orfebrería.


Acude nerviosa a la próxima clase con él, siente el desasosiego porque no sabes qué hacer o cómo va a reaccionar. Imagínate en tu cabeza diez conversaciones distintas, pero con un elemento común, en todas te rechaza. Cuando entre por la puerta sonrójate y trata de disimular bebiendo, atragántate con la inquietud, haciendo imposible que pases desapercibida. Invierte toda la clase en fijarte en si te mira, no te mira. Al acabar, recoge tus cosas y vete. Gírate cuando te pida que te quedes para hablar sobre tu última entrega. Sorpréndete cuando le pida al último compañero en salir que, por favor, cierre la puerta.

—Mira Claudia, lo pasamos muy bien la otra noche —hace hincapié en ello—. Pero que muy bien. Lo que pasa es que es una situación… Complicada. Sí, complicada. Yo soy tu profesor y, aunque seas mayor de edad, la universidad tiene unas reglas muy estrictas…

Permanece callada, sin decir nada. Él continúa.

—Claudia, esto no puede seguir. Sé que fue muy bonito, pero no puede seguir. —Luis baja la mirada al suelo.

—No solo fue bonito, fue algo muy real —clava tu mirada en él—, ¿acaso para ti no fue real?

—Lo fue. Fue real. Pero que sea real no significa que sea lo correcto.

Enfádate, siente como un calor recorre todo tu cuerpo y se detiene en tus mejillas. Responde de manera seca.

—Está bien.

 Date la vuelta y vete. Baja las escaleras de la facultad irritada, sintiéndote impotente. Coge el bus a tu casa y durante el trayecto piensa sin parar en lo que ha pasado. Al llegar a casa, mira el móvil y sorpréndete con el mensaje de Luis:

«¿Nos vemos esta noche en mi casa?».

Sonríe complacida.


Continúa teniendo citas con él durante varias semanas. Disfruta de cada uno de vuestros encuentros. Siéntete apurada cada vez que él te invite, insiste en pagar a medias, sin éxito. 

Habla con Miguel y dile que es mejor que os deis un tiempo, explica que te sientes aturdida por la rutina, por vuestra rutina, di que crees que estáis en momentos diferentes, que no buscáis lo mismo, afirma que a los dos os vendrá bien un tiempo para reflexionar. Comienza a verte más a menudo con Luis. 


Queda con Luis para pasar todo el fin de semana juntos en su casa, en la tuya no podéis porque están tus compañeras. Emociónate con la idea, espera toda la semana a que llegue ese momento. El viernes por la tarde id al cine y después de vinos por sus bares favoritos. Aprovechad cada rincón de la ciudad para demostraros vuestro amor. Llegad a casa borrachos y excitados. Tened muy buen sexo, aprecia el cuidado con el que trata. Después, hablad hasta altas horas de la madrugada. Volved a hablar sobre sus dudas acerca de lo vuestro. Luis insiste en ello cada vez que os veis.

—¿Sabes? La universidad no dice nada, pero hay líneas invisibles que considero que uno no debería cruzar.

Enfádate, encáralo.

—¿Quieres que me vaya? Si quieres me voy. Parece que es lo que quieres.

Él te responde tratando de calmarte.

—Claro que no quiero que te vayas. Ponte en mi lugar. Estoy feliz a tu lado, me despierto feliz contigo. Luego me doy cuenta de que estoy con una de mis alumnas, de la gran diferencia de edad, de mi posición de poder con respecto a ti… Y se me remueve algo por dentro.

Contesta enfadada, ponte de pie y haz amago de ponerte la ropa.

—¿Que me ponga en tu lugar? —Recoge del suelo tu ropa interior—. Que me ponga en tu lugar —ríete—. ¿Y quién se pone en mi lugar? ¿Cuándo te pones tú en mi lugar? —Comienza a vestirte—. ¿Crees que para mí es fácil estar con una persona que todo el rato duda sobre si quiere estar conmigo?

Luis se levanta y te abraza, trata de tranquilizarte. Te besa por todas partes. Finalmente, añade.

—Tienes toda la razón. Lo siento, Claudia. Por favor, volvamos a la cama.

A la mañana siguiente quedaos en cama hasta tarde, abrazados, leyendo cada uno un libro diferente, pero parando continuamente para comentarlo con el otro. Salid a comer a un buen restaurante, pasead por la ciudad de la mano, tomad café en un sitio pintoresco. A media tarde Luis te propone cenar en casa, él te preparará la cena. Siéntete como en una nube, flotando. Mientras él prepara la cena aprovecha para ponerte un conjunto atrevido de lencería, aparece por la cocina. Al verte, Luis deja inmediatamente lo que está haciendo.

—Eres como una tormenta en medio de un día perfecto.

Haced el amor sobre la mesa, sin prisa. Después, cenad en el salón con un buen vino mientras escucháis a Jorge Federico Osorio. Quedaos en el sofá hablando.

—¿Te gustaría ser madre? —pregunta él de pronto.

Atragántate con el vino, ríete antes de contestar.

—¿Qué?

Él responde, nervioso.

—No, disculpa, eso ha sonado mal. No es que te lo esté proponiendo. Es solo que bueno… No sé. Ha sido raro, disculpa. 

Él se queda pensando. Quédate suspendida, sin saber qué hacer o decir. Él vuelve a hablar.

—Es que yo tengo hijos. Dos hijos.

Siente un escalofrío al oír sus palabras. Indaga sobre ello.

—¿Cuántos años tienen?

—Uno diez y la otra quince. Es una experiencia muy bonita, la paternidad. Es duro, claro. Pero te da momentos muy bonitos. No sabría describir lo que sentí la primera vez que cogí a mis hijos en brazos.

Él continúa hablando sobre sus hijos, menciona a su exmujer, te habla sobre cómo es su relación con ella. Finge que escuchas, pero deja que tu cabeza se vaya a otra parte.  Ve a la cocina con la excusa de traer más vino, bebe un vaso de agua del grifo. Mírate en el reflejo de la ventana, siente que algo ha cambiado.


Los días continúan pasando. Luis te escribe. Te busca. Seguís viéndoos. Pero ya no es lo mismo, ya no flotas en su compañía. 

Ve con él a ver la exposición de fotografía de uno de sus amigos en una galería. Te presenta a sus amigos por primera vez. Esfuérzate por ser amable. Ellos tratan todo el rato de integrarte en el grupo. Ve al baño, comprueba que hay mucha cola y vuelve. Píllalos riéndose de vuestra relación y de tu edad.

—Joder, Luis, ¿a esta de dónde la has sacado? ¿Es una de las amigas de tu hija? —bromea uno de ellos.

—A la próxima la va a tener que ir a buscar a la salida del colegio —continúa otro.

—¿Pero cuántos años tiene? Si es que vendría sin estrenar.

—Esta es tu alumna favorita, ¿no? No me extraña si es que tiene un meneo…

Observa a Luis riéndose con ellos. Aclárate la garganta para que se den cuenta de que has vuelto y lo has oído todo.

Coge tus cosas y di que tienes que irte. Luis te sigue y te pide perdón por lo que acaba de pasar. 

—Lo siento. Eso no ha estado bien.

Háblale con un tono firme.

—¿Lo sientes? ¿De verdad que lo sientes? Parecía que te estaban divirtiendo mucho sus comentarios. Que te follen.

Luis te agarra por un brazo e intenta que te quedes.

—Vamos, Claudia, no seas cría. Todos nos están mirando.

—Ya. Y eso es lo que más te importa a ti, lo que piensen los demás. Déjame en paz. Y ni si te ocurra volver a llamarme.

Vete decidida.



Deja pasar los días, las semanas, no prestes atención a nada de tu alrededor. Pasea sola por las calles, tropieza, casi sin darte cuenta, con el Café Novelty. Siéntate en la barra, pide un vino. Mira a tu alrededor, nadie te busca, nadie te espera. Saca una libreta del bolso y haz unos apuntes rápidos.

—«El alba se filtra entre las rendijas,

tiñendo de naranja los restos de la noche.

En el aire tibio de la mañana,

un rumor:

algún día, sin prisa,

otro fuego encenderá mis manos».


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