martes, 27 de mayo de 2025

-Relato 3B de Nerea Vera

 

Blanca Paloma

Paloma vivía sola en un piso acomodado. Soltera y sin hijos, llevaba quince años viviendo en la misma residencia. Desde el exterior, el edificio tenía un aspecto antiguo, pero, en él, se escondían algunos pisos reformados con muebles de ébano, como era su caso. Paloma tenía cincuenta años, era funcionaria de la Administración pública, usaba perfume Dior e iba a clases de pilates de máquina los martes y los jueves. Por su parte, Ying tenía treinta y dos años y vivía en uno de los pisos antiguos del bloque, acompañada de su marido Zhang y su bebé de tres meses. Provenientes de China, llevaban más de cuatro años residiendo en España, pero apenas hacía un mes que se habían mudado a esa vivienda, la cual les era más cercana al bazar que acababan de alquilar.

 

Esa noche de martes llovía con intensidad. Las previsiones meteorológicas habían anunciado una alerta naranja por lluvias persistentes durante toda la semana. La lluvia rompió de pronto, a la par que Paloma entraba por la puerta, recién llegada de su clase de pilates. Dejó su abrigo y su bolsa de deporte colgados en el perchero de la entrada, y se dirigió a su habitación. Primero, se quitó la camiseta de licra. La agarró por la parte de la axila y se la llevó a la nariz, para después, doblarla y apoyarla en la cama. Hizo lo mismo con la malla deportiva. Cogió su pijama de cachemira, unos calcetines y unas bragas y se fue al cuarto de baño, donde se limpió las axilas y sus partes íntimas con una toallita de bebé, y el rostro, con una leche limpiadora.

Cuando terminó de asearse, Paloma abrió la nevera: estaba vacía. Se dirigió hacia el armario de la cocina y cogió una de las muchas albóndigas de lata que había en él. Las calentó en el microondas y se las comió, acompañada de una barra de pan, mientras veía un programa del corazón en la televisión. Su teléfono empezó a sonar.

—¡Buenas! No, tranquila, si ya estaba terminando de cenar… Pues, una menestra con tortilla francesa. — Paloma siguió mirando fija a la televisión—. Sí, hoy no me he querido complicar mucho, que ayer estuve cocinando toda la tarde ¿Tú estás bien? Me alegro. Bueno, mamá, te dejo. Tengo que terminar aún un informe para mañana. Un beso.

Paloma colgó el teléfono y subió el volumen de la televisión.

 

Ying llegó a casa a los pocos minutos de que Paloma pisara la suya. Su marido Zhang la estaba esperando con la cena hecha. Mientras comían pollo con jengibre y arroz, Ying enganchó a su hijo a su pecho para darle de mamar. Durante la tarde, Zhang lo había alimentado con un biberón de la leche de Ying.

Cuando terminaron de cenar, Ying y Zhang se colocaron sus respectivos pijamas. Ying dejó a su hijo en la cuna y se metió en la cama junto a su marido. Se besaron durante unos minutos. Zhang empezó a tocarle los pechos a Ying, pero esta se levantó rápidamente a atender a su hijo, que arrancó a llorar.

El sonido del llanto llegaba hasta la habitación de Paloma. Esta se quitó las zapatillas de casa y se metió en la cama por el lado derecho. Dormía en una cama de matrimonio. Se sentó y se apoyó sobre el cabecero. Del cajón de la mesita de noche, sacó una estampita de la Virgen de la Blanca Paloma y rezó durante unos minutos. Volvió a guardar la estampita en el cajón y se tapó hasta el cuello con sus sábanas de algodón egipcio. Se giró y apagó la luz de la lamparita. El llanto seguía siendo perceptible. A tientas, Paloma alzó su brazo hasta el cajón, y lo palpó hasta encontrar un par de tapones de oído. Fuera seguía lloviendo con intensidad.

 

La lluvia continuó toda la semana. El llanto del bebé de Ying también lo hizo. En una de las revisiones de posparto, Ying le contó a la matrona que su hijo tenía un llanto muy frecuente, sobre todo después de amamantarlo. La matrona le explicó a Ying que su hijo no tenía un buen agarre a su pecho, lo que provocaba que no pudiese absorber y alimentarse correctamente y, por lo tanto, llorase como lo hacía.

 

El sonido del llanto del bebé de Ying seguía siendo notable en el dormitorio de Paloma. Después de cinco noches, esta sacó una libreta de uno de los muebles de su salón. Paseó por toda la casa, rincón a rincón, pegando su oreja a las paredes y apuntando datos en ella. Lloró durante toda la noche agarrada a sus senos.

A la mañana siguiente, Paloma se lavó sus axilas y partes íntimas con sus toallitas de bebé. Se perfumó y salió por la puerta vestida con un traje de Emidio Tucci, acompañado de unos pendientes y collar de perlas, y una cara cuidadamente maquillada. 

Ying tenía ojeras esa mañana. Se hizo una cola alta y se vistió con un jersey gris y unos pantalones vaqueros. El jersey tenía un pequeño agujero en el lateral izquierdo y una mancha de leche materna que se había escapado del sujetador de lactancia. Paloma fue la primera en salir de su casa. Accionó el botón del ascensor. Ying salió de la suya a los pocos segundos y se encontraron en el rellano.

—Buenos días. —Paloma saludó a Ying y esta asintió con la cabeza. El ascensor llegó y entraron juntas. —Menuda lluvia ha habido esta semana, eh —dijo Paloma, rompiendo el silencio.

—Sí, mucha lluvia esta semana. —Ying no hablaba español con mucha soltura. Se hizo el silencio.

El ascensor llegó a la planta baja. Ambas salieron del ascensor y caminaron en silencio hasta el portal. Cuando llegaron allí, se sonrieron mutuamente y tomaron direcciones opuestas.

 

La noche del viernes, el bebé de Ying mamó tranquilo y durmió toda la noche junto a su madre. El sábado por la mañana, Paloma se levantó tarde. Se tomó un café y salió a la calle. El sol brillaba como no lo había hecho durante el resto de semana. Caminó unos metros hasta que quedó parada frente al bazar chino que regentaba Ying.  El lugar tenía unas grandes cristaleras por las que se veía todo el interior. Ying estaba sentada en un taburete, detrás del mostrador, con su bebé en brazos. Paloma entró y avanzó rápida hasta el primer pasillo. A partir de ahí, paseó a un ritmo lento por cada uno de los pasillos, del primero hasta el último. Su cabeza y ojos se movían de un lado a otro, aunque no se detuvo ante ningún objeto específico. Llegó hasta el último pasillo, pero la salida de este obligaba a pasar por caja. Paloma intentó andar veloz hacia la puerta. Su mirada y la de Ying se cruzaron.

—¡Anda! Tú eres mi vecina, ¿verdad? — Paloma se aproximó al mostrador con una gran sonrisa. Ying asintió con la cabeza y se rio—. ¿Este es tu hijo? ¡Qué precioso es!

—Sí, es mi hijo. Es muy guapo, como su padre. —El acento chino de Ying era marcado.

—No te había visto antes por aquí, ¿no? Creo recordar que antes lo llevaba una chica rubita.

—¿Rubita? — Ying frunció el ceño.

—Rubita, de rubia —aclaró Paloma.

—¡Ah! Sí, se lo alquilé hace poco. —Ying asintió y sonrió—¿Buscabas algo?

—Ah, ¡no! Bueno, estaba buscando unas manoplas para la cocina, pero no las tenéis con la forma que quiero. No te preocupes.

—Le puedo decir a mi marido que pida otro modelo. Quizás es bueno para otras clientas también.

—¡No, no! No te molestes, de verdad. —Paloma sonrió. Se hizo el silencio—. Pobrecito, ¿no? —Señaló al bebé—. No podrá dormir bien con este jaleo de gente.

—Bueno, mi marido se queda mucho con él en casa, pero hoy, mucho papeleo —aclaró Ying con una sonrisa.

—Ya, entiendo. El papeleo es siempre tan costoso…

 

En las siguientes semanas, las lluvias desaparecieron y el bebé de Ying no volvió a llorar. Paloma volvió de su clase de pilates de los martes. Se echó desodorante y se colocó su pijama de cachemira. La nevera estaba vacía, con lo que acabó cenando una lata de fabada asturiana con el televisor de fondo. Mientras daba cucharadas, deslizaba sus dedos por la pantalla de su teléfono móvil. Esta devolvía imágenes de madres con sus bebés recién nacidos. Su teléfono empezó a sonar.

—¡Buenas! Aquí estoy, cenando. Pues hoy me he venido arriba y me he hecho un entrecot. Porque sí, ¡porque me lo merezco! —Gesticula con las manos— ¿Tú como estás? ¿Te ha llevado Graciela al médico hoy? Le pediré el informe cuando pase a verte. Bueno, mamá, te dejo, que tengo que seguir revisando algunos informes. Un beso.

La pantalla de su teléfono permaneció con la misma imagen durante unos minutos. En ella, una mujer rubia y de gafas, posaba feliz junto a su recién nacido, acompañada de su marido y su perro.

 

Ying y Zhang terminaron de cenar. Esta vez, Ying le había preparado a su marido un plato gigante de sopa. Después de comer, se lavaron los dientes y se metieron en la cama. Ying amamantó a su bebé y, en cuanto terminó de mamar, lo acunó. El bebé se durmió y el matrimonio empezó a hacer el amor.

Paloma se terminó de aplicar el contorno de ojos y se quedó parada frente al espejo. Con la mirada fijada, tragó saliva y se mordió el labio. Luego, apoyó una mano en el lavabo, abrió ligeramente las piernas e introdujo su otra mano dentro del pantalón, moviéndola con suavidad. El bebé de Ying arrancó a llorar súbitamente. Paloma siguió moviendo su mano, ahora con más fuerza. El matrimonio dio por acabado su momento de pasión. Los jadeos crecientes de Paloma se vieron culminados por el llanto repentino del bebé.

Ying atendió a su bebé. No tardó mucho en volver a dormirse. Zhang le dio un beso en la mejilla a su mujer cuando volvió junto a él. Paloma se metió en la cama. Cogió de su mesilla de noche su estampita de la Virgen de la Blanca Paloma y le rezó durante unos minutos. Cuando terminó, besó la estampita y la volvió a guardar. Antes de apagar la luz, levantó uno de los lados de su pijama y sacó por él uno de sus pechos, recreando el gesto de amamantar. Afuera, empezó a llover.

 

Paloma no trabajaba esa mañana de jueves. En su trabajo le debían algunas horas a final de mes, lo que le permitía solicitar determinados días libres por “asuntos propios”. Cuando se levantó de la cama, Paloma se duchó y se vistió con un jersey gris y pantalón vaquero. En aquella ocasión, no se maquilló. Después, abrió la nevera, ahora llena de comida, y se preparó el desayuno. En el momento en el que salió por la puerta, el ascensor la estaba esperando. El cielo estaba totalmente despejado, sin un atisbo de lluvia. Empezó a caminar por la avenida.

Ese día, Ying había dormido muy bien. Intentó poner en práctica todo lo que le había enseñado la matrona, en relación al agarre de su bebé, y tuvo buen resultado. Su cara lucía sin ojeras. Cuando se levantó, abrió su armario y se colocó uno de los pocos vestidos que había en él. Después, se aplicó colorete y una barra de labios, a toquecitos, esparciéndola con su dedo por todo el labio.

Paloma entró al bazar de Ying. Inició su marcha en el primer pasillo. Giró su cabeza de un lado a otro, avanzando a un ritmo ligero. Llegó al segundo pasillo. Se detuvo ante él, sin entrar. Tras unos segundos parada, avanzó directamente hacia el quinto pasillo. Este se centraba, principalmente, en artículos para el cuidado de bebés. En sus estantes, descansaban chupetes de distintas formas; baberos de diferentes colores y estampados; y biberones de tamaños variados. Paloma cogió uno de los baberos y se lo llevó, con cuidado, a su pecho. Respiró hondo.

 

— ¡Buenos días, vecina! —Paloma saludó a Ying con una marcada alegría. Ella sonrió y asintió.

—¡Muchas cosas de bebé! —dijo Ying, entre risas.

—¡Sí! Una amiga acaba de tener un bebé y he querido comprarle algún que otro detalle.

—¡Qué bien! —Ying asintió y sonrió. Comenzó a pasar las cosas por la caja registradora. La cola de gente que esperaba a ser cobrada era considerable —. Cincuenta, y aquí van los tres ¡Gracias! —Ying le dio el cambio a Paloma rápidamente.

—¿Me lo podrías poner para regalo? —preguntó Paloma.

—Sí, claro. — Ying sacó, apresurada, el papel de regalo y comenzó a envolver los artículos.

—¿Y el pequeño? ¿Hoy no anda por aquí? —preguntó Paloma.

—¡No! Esta mañana, en casa con su padre. —Ying intentó cobrar al siguiente cliente.

—¿Os soléis turnar entonces para quedaros con él? —preguntó Paloma.

—Sí. Yo aquí por la mañana, y por la tarde él viene y yo me quedo en casa con el bebé, aunque algunos días, al revés, depende. —Ying sonrió y asintió. Continuó envolviendo los regalos.

—Bueno… si necesitáis ayuda algún día, a mí no me importa quedarme con él un rato. —Se ofreció Paloma.

—Muy amable. —Ying sonrió. Terminó de envolver los regalos de Paloma. Los metió en una bolsa y se la dio —¡Siguiente, por favor! —le dijo al siguiente cliente de la cola.

—¿Qué tiempo tiene? —preguntó Paloma.

—La semana que viene, tres meses. —Mientras respondía a Paloma, Ying cobraba a otro cliente, apurada.

—¡Cómo crecen! Bueno, no te entretengo más. Buenos días… ¿Cuál es tu nombre, por cierto? —preguntó Paloma.

—Me llamo Ying.

—¡Pues encantada, Ying! Nos vemos pronto, guapa.

 

Ese día, el bebé de Ying lloró toda la noche. Paloma también lloró hasta las cuatro de la madrugada. Después, se quedó dormida, con su estampita de la Blanca Paloma entre las sábanas. Amaneció con unos pequeños hematomas en su pecho izquierdo, producto de haber estado pellizcándolo durante horas.

Esa mañana, Zhang estaba cansado. Había despedido a Ying y se había vuelto a dormir un rato, abrazado a su bebé, que ahora, dormía tranquilo a su lado. Cuando se despertó, se levantó con sigilo de la cama y se fue a prepararse el desayuno, moviendo los utensilios de cocina con especial cuidado.

Paloma pegó su oreja a la puerta durante unos minutos. Se retiró y volvió a aproximarla. Pasado un tiempo, tocó al timbre. Zhang abrió la puerta, raudo.

—¡Buenos días! Eres el marido de Ying, ¿verdad? —El tono de Paloma era dulce.

—Ying no está en casa—dijo Zhang, susurrando. Seguidamente, intentó cerrar la puerta.

No, no, ¡No la busco a ella! Yo soy Paloma, la vecina de en frente. Ying y yo somos amigas y he querido traerle un detalle a vuestro bebé.

—¡Ah! Eso mejor cuando Ying esté en casa. Vuelve por la tarde. — El volumen de Zhang seguía siendo bajo.

—¡No te preocupes! Si va a ser nada, dejaros el regalito y marcharme ¿No está el pequeñín en casa? —Paloma intentó asomarse por la puerta.

—Ahora durmiendo. No quiero despertar. —Zhang asintió y sonrió—. Yo le digo a Ying que has venido.

—Llora mucho, ¿verdad? Pobrecito… —preguntó Paloma.

—Un poco, sí. No le gusta dormir de noche. —Zhang arqueó las cejas y se rio. Después, se dispuso a cerrar la puerta—. Ying viene por la tarde, yo le digo. Encantado—dijo, agachando la cabeza.

—Para eso es muy bueno la hoja del olivo. Ayuda con la relajación —afirmó Paloma.

 

Ese jueves, Paloma faltó a su clase de pilates. Su hermandad celebraba una misa extraordinaria. Después de que el sacerdote oficiara la misa, algunos fieles salieron a leer distintas oraciones. Paloma fue la segunda en leer.

—Tú que llevaste en tu seno al Salvador, comprendes el anhelo de dar vida, la dulzura de esperar un hijo, y la entrega infinita del amor materno. —La voz de Paloma se entrecortó—. Bendice, Madre Santa, a los hijos que crecen en el vientre y a los que laten en el alma.

 

Paloma llegó de la misa. Se puso su pijama de cachemira, y encendió el televisor. Su teléfono empezó a sonar, pero rechazó la llamada y subió el volumen del televisor. Pasados diez minutos, bajó el volumen y la estancia se quedó en silencio. El bebé de Ying lloraba con especial fuerza. Se levantó del sillón y se dirigió a su dormitorio, del que volvió con su ordenador portátil y una carpeta azul.

Abrió la carpeta. Estaba llena de papeles. Paloma se mojó el dedo y buscó entre ellos hasta llegar a uno de los folios: una resolución de denegación de idoneidad para el proceso de adopción. Rompió el documento en dos. Seguidamente, levantó la pantalla de su ordenador y se dispuso a teclear en su navegador. “Motivos de pérdida de custodia”, se reflejaba la pantalla. En ella, empezaron a aparecer distintos motivos por los que es posible perder una custodia, como fotos de niños agredidos, repletos de hematomas.

 

La mañana siguiente, Ying retrasó el despertador, aún en sueños, cuando este sonó. Se quedó dormida una hora más con el teléfono en las manos. Cuando se despertó, desbloqueó la pantalla del móvil y se levantó de la cama a toda velocidad. Abrió el armario, cogió dos prendas al azar y salió corriendo de casa. El bebé lloró durante toda la noche, así que, Zhang y su hijo durmieron durante toda la mañana. Cuando el reloj marcaba las dos, Zhang se despertó y, después de orinar y lavarse la cara, comenzó a preparar el almuerzo.

Paloma se quedó parada en el recibidor. En su mano, llevaba una bolsa de regalo. Se acercó a la puerta del piso de Ying y pegó su oreja a la madera. Se despegó y retrocedió hasta su piso. Cuando introdujo las llaves en la cerradura, se dio media vuelta, en dirección a la puerta de Ying. Tocó el timbre.

—¡Buenas! —exclamó Paloma. Zhang levantó las cejas.

—¡Hola! Ying no está. Esta tarde vuelve. Se me olvidó decírselo el otro día. —Zhang rio.

El bebé de Zhang empezó a llorar. Este se apartó de la puerta y se dirigió hacia el cuarto. Paloma se quedó sola en el marco de la puerta.

—¿Puedo pasar? —preguntó tras unos segundos.

Zhang, gritó desde la habitación:

—¡Pasa!

Paloma entró al piso y cerró la puerta. Avanzó hasta el salón y se sentó en el sofá. Dejó apoyada la bolsita de regalo en uno de los laterales. Zhang apareció con el bebé en brazos, ya calmado.

—Perdona. Bebé llorando…—Se rio. El ambiente empezó a oler a quemado—¡La comida! —Paloma se levantó y Zhang le cedió el bebé rápidamente.

Paloma volvió al sofá con el bebé en brazos. Se sentó y aproximó su cuerpecito a su pecho con ambas manos. Luego, sacó una de ellas del contorno del niño y, tras unos segundos de pausa, comenzó a pellizcar con fuerza una de las piernas del bebé, hasta que este arrancó a llorar y en su muslo empezó a formarse un pequeño hematoma. Zhang apareció en el salón.

—Os he traído unas hojas de olivo. Seguro que le ayudan a calmarse. — La voz de Paloma era suave.

La habitación se oscureció y de los cielos comenzó a desatarse un diluvio casi universal.

 

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