jueves, 29 de mayo de 2025

Relato 2.1: Haydeliz Ramírez

El nacimiento del zodiaco

Pandora no puede ocultar su emoción, aunque está al borde del colapso por su propia culpa. El banquete de los dioses la entusiasma tanto como la desvela.

Por siglos, los Campos Elíseos están en el olvido, cubiertos por una niebla que parece esconder su antigua gloria. Se han vuelto un misterio en el Inframundo, incluso para los lacayos de Hades. Pero cuando Pandora recibe la noticia de que será la organizadora del banquete que se celebrará allí, no logra ocultar su emoción. Una emoción tan intensa que empieza a hastiar a Orfeo.

Es un secreto para muchos, menos para Orfeo, porque Pandora se lo ha confesado alguna vez. Para ella, los Campos Elíseos han sido su refugio en los momentos más deprimentes de su existencia. Ahora que Hades le encarga tan exigente tarea, ve una oportunidad: devolverle al lugar la belleza que la tranquilizó tantas veces. Pero no puede ser cualquier belleza, claro. Tiene que ser perfecta. Y su vena perfeccionista no susurra: grita. Cada rincón, cada flor y cada nota musical tienen que ser impecables. No lo hace solo por los dioses, sino también por los héroes olvidados que alguna vez caminaron con honor por esos campos.

Su plan es sencillo: que los Campos Elíseos tengan nuevamente aquella vida característicamente energética que le representaba. Para ello, las musas deben tocar melodías más complacientes, en específico, para Hypnos y Thanatos, los dioses gemelos. Un ambiente armonioso para todo tipo de charlas. Y lo más importante, la mejor comida que preparará su queridísimo amigo Orfeo.

Eso es lo que tiene en mente, en principio. Vaya error.

Hades le da una semana. Una. Y Pandora no tiene ni idea de por dónde empezar. Desesperada, arrastra a Orfeo a su plan como si fuera parte del mobiliario. Las ojeras y el suspiro constante de su amigo no bastan para convencerla de darle un respiro. Se le nota en la cara: no ha dormido nada. El insomnio absurdo de Hades, claro, ahora también es contagioso.

La limpieza del templo es una de las tareas más complicadas para ambos, sobre todo porque hace milenios que ningún alma heroica —o siquiera decente— pone un pie allí. Pandora supone que por eso los dioses ni se molestan en visitarlo. Porque, por supuesto, los dioses se sienten tan atraídos por la limpieza y la pulcritud, ¿verdad?

Para cuando llega el día del banquete, tanto Pandora como Orfeo parecen muertos vivientes. Aunque, claro, cuentan con la ayuda de Hate, Pain, Forgot, Heat y Wail —unos diablillos al servicio de Hades—, como si eso fuera a ser suficiente para salvarles de su agotamiento.

Mientras coloca las coronas de flores y los dioses llegan, Pandora no puede desviar la mirada de los tres hermanos, conversando lejos del bullicio. Como si realmente estuviera interesada en su charla, cuando lo único que quiere es asegurarse de que no destruyan el ambiente con su presencia.

—Cuando dejes de soñar despierta, Pandora, échame una mano —la reprende Orfeo.

Pandora tarda en responder, solo lo mira, llena de curiosidad.

—¿No te intriga? —pregunta Pandora, con una sonrisa ligera, mirando a Orfeo.

—¿Qué cosa? —frunce el ceño sin alzar la vista.

—Ellos —murmura, señalando apenas con la cabeza—. ¿De qué estarán hablando?

Pandora camina justo al lado de Orfeo, sosteniendo una corona de flores con delicadeza en sus manos.

—¿Es en serio? —Enarcó una ceja, devolviéndole la mirada—. No te metas en problemas, Pandora.

—Solo quiero saber, Orfeo.

—Eso no es de nuestra incumbencia, Pandora.

Y razón no le falta, lo sabe, pero… ¿es algo tan importante que los demás dioses no pueden saber? ¿O simplemente algo que está demasiado fuera de los límites como para ser compartido? Quizás nunca lo sepa, pero claro, esa curiosidad de Pandora no la deja en paz.

—¿Por qué no lo podrán saber sus otros hermanos? —Su tono curioso sale a flote, como una burbuja que no puede evitar subir a la superficie.

—¿No has escuchado la expresión humana de que la curiosidad mató al gato? —Orfeo suelta con una media sonrisa, levantando una ceja mientras la mira de reojo.

Orfeo enarca una ceja mientras ayuda a Pandora a colocar las coronas en cada uno de los asientos. Su mirada se desvía hacia ella, un tanto escéptica, pero sin decir palabra, como si su gesto bastara para transmitir la duda.

—Solo quiero decir que el gato no murió por la curiosidad, sino por enfrentarse a la realidad.

Pandora termina de colocar la última corona en el asiento de Zeus. El gesto es meticuloso, como si el más mínimo error pudiera desencadenar algún tipo de caos cósmico. Mientras coloca la flor en su sitio, no puede evitar lanzar una mirada furtiva hacia los tres hermanos, aún conversando a lo lejos.

—Como sea, simplemente ayúdame a terminar los últimos detalles faltantes —responde Orfeo, sin dejar de trabajar en los arreglos. Su tono es directo, pero no exento de una ligera frustración.

Rendida, decide olvidar por el momento aquella curiosidad y hacer lo que le pide. No entiende por qué exagera tanto; apenas queda trabajo, como colocar una bandeja de frutas en el centro de la mesa. Mientras camina, repasa en silencio las cosas que ya se han organizado. Euterpe ha logrado maravillar a los dioses gemelos con su música, mientras Polimnia los cautiva con su canto. Sin embargo, algo le parece extraño. Calíope no está. Decide ir a buscarla, preocupada de que algo le haya pasado, pero se encuentra con la sorpresa de que está hablando animadamente con Orfeo, su hijo.

En ese momento lo supo. Fue una buena idea haberla invitado. Con la llegada de Apolo, los tres se veían como una familia. Sus labios se curvan en una sonrisa por dos razones: la primera, por ver a su amigo feliz; la segunda, porque ahora podrá espiar con tranquilidad a los hermanos dioses.

Se acerca con cautela hasta unos arbustos cercanos, intentando pasar desapercibida.

—¿No creen que el cielo nocturno es aburrido?

La pregunta de Zeus, acompañada de una pequeña sonrisa, hace que Pandora se escabulla más en su escondite. Le da la sensación de que el dios de los cielos ya sabe que ella está allí.

—Es hermoso verlo cuando no está nublado para disfrutar de las estrellas —dice Poseidón.

—¿Tienes algo en mente, hermano?

Hades se suma al diálogo.

—Sí, una gran idea —asegura.

Pandora se queda expectante, al igual que Poseidón y Hades, esperando más información de parte de Zeus.

—Quiero hacer formas al conectar las estrellas, se pueden llamar constelaciones.

El silencio entre los hermanos apenas dura un instante, hasta que Hades, por supuesto, vuelve a hablar:

—No suena mal, algunos humanos suelen ser muy espirituales. 

—A mí me encanta la idea, aunque no entiendo para qué nos llamaste —habla Poseidon.

—Bueno…

¿Constelaciones? ¿Con qué propósito las crea? No lo entiende. Quizá debió hacerle caso a Orfeo y apagar su curiosidad durante el banquete. Pero no. Ya no quiere escuchar nada más. Es suficiente. Intenta reptar fuera de los arbustos con la esperanza de no ser vista, pero entonces, tropieza con unos pies. Al levantar la vista, se encuentra con la sonrisa ladina de Zeus.

—¡Lo lamento, mi señor! 

La voz agitada de Orfeo suena antes de que Pandora alcance siquiera a levantarse por sí sola. Cuando ya está de pie, baja el rostro apenas, como si eso bastara para desaparecer del todo. Evita la mirada de Hades, y ni hablar de las de sus hermanos. No quiere importunarlos, pero tiene una excusa. Floja, sí. Suficiente. Esta vez, gana la curiosidad. 

—No pasa nada. Como quiera los iba a llamar.

Mira a Orfeo sin entender qué pretende Zeus, pero guarda silencio. No es momento para quedar como una tonta, no delante de todos. Poseidón y Hades también esperan, pacientes —o al menos eso aparentan—, alguna explicación del mayor de los tres.

—Saben que no somos los únicos dioses en este mundo, ¿no?

—Ajá —gesticula Poseidón.

—Necesito que alguien se haga cargo de las constelaciones.

Lo pide Zeus, primero mirando a Pandora, luego a Hades. Como si necesitara una aprobación silenciosa antes de soltar su brillante idea, como si siquiera Hades pudiera impedirle hablar.

—Que cuiden de ellas porque tendrán cuerpo y alma igual que nosotros, ¿cierto?

—¡Exacto!

Por lo que dice Zeus, no le parece una idea descabellada. El problema, claro, es quién cargará con la tarea. Nadie menciona cuántas constelaciones piensa crear ni qué ocurrirá con la pobre alma que termine con ese puesto. Si le dieran la oportunidad de opinar —cosa que, por supuesto, no ocurrirá—, votaría por Orfeo. Así su amigo podría ver más seguido a sus padres. Algo de justicia poética habría, al menos.

—¿Pandora?

La voz de Hades la arranca de sus pensamientos.

—¿Sí?

—Queremos que seas la encargada de las constelaciones.

Pandora parpadea, desconcertada. Esperaba muchas cosas, pero no esto. Zeus le tiende un documento, un contrato para ser específicos. Al comenzar a leer varias cláusulas, Pandora se da cuenta de varias cosas —si llega a aceptar, claro—. La primera es que tendrá su propia constelación, basada en una serpiente. La segunda, que deberá abandonar su nombre y comenzar a llamarse Ofiuco. La tercera, que tendrá sus propios aposentos para cuidar de las constelaciones, ubicados entre el Etna —para poder tener contacto con Hades—, Icaria —con Poseidón— y el Monte Olimpo —con Zeus, por supuesto—. La cuarta y última: contará con la ayuda de otras constelaciones por si el enemigo resulta demasiado poderoso y no hay dioses cerca para intervenir. No es un mal trato. Va a estar protegida y solo tiene que hacer de niñera estelar.

—Si algo no te convence, puedes decirme.

Pandora toma la pluma que Zeus le ofrece, sus dedos cerrándose alrededor de ella con firmeza. Sabe que no puede permitirse retroceder ahora, no con la mirada determinada de los hermanos sobre ella. Respira hondo y suspira. Luego, habla:

—No voy a negar que me asusta tener que abandonar el Inframundo, pero acepto el trabajo.

Firma el contrato con un trazo decidido. Puede que en el futuro se arrepienta, pero por primera vez en mucho tiempo, siente que su miedo no tiene más fuerza que su voluntad.

Hades esboza una sonrisa breve; Poseidón ríe con entusiasmo, como si la idea fuera suya.

En el cielo nocturno, Pandora caminaba siguiéndoles, comenzando a experimentar ligeros cambios físicos. Su cabello, antes de un violeta malva, se oscurecía, tornándose en un negro noche salpicado por destellos de su color original. Sus ojos amatista también se volvían azabache. Un tatuaje de serpiente se extendía por su brazo derecho, como si marcara el momento en que Pandora desaparecía y Ofiuco nacía.

—Bien, comencemos. 

Zeus comienza a conectar las estrellas, trazando líneas invisibles que solo él puede ver. Los dioses observan en silencio, expectantes ante el nacimiento de una nueva constelación, un testimonio de poder y antigüedad, marcado por la intervención de Pandora, o mejor dicho, Ofiuco.

—Esta primera constelación llevará el nombre de Aries.

Del interior de la constelación emerge un niño de unos ocho años, con cabellos rojo intenso y ojos dorados. Sostiene con firmeza un libro, como si la constelación misma lo hubiera destinado a ello. El carnero, símbolo de Aries, merecía este reconocimiento, pues había apagado una de las tantas iras de Ares. Por extraño que fuera, tan pronto como Zeus pronunció su nombre, Pandora conoció la historia del pequeño. Él se acercó a ella, abrió el libro y comenzó a leer en voz alta.

Aries, el carnero audaz. Representa el inicio del ciclo, donde todo comienza con un ímpetu imparable.

—La segunda constelación será Tauro.

Sale el niño de cabello marrón tierra, mirando todo con asombro. El toro, que gracias a él, Zeus escondió a sus preciadas amantes de la bellísima Hera, así que no sería raro que esté aquí. Se dirige hacia su hermano Aries y contempla maravillado las estrellas en el cielo nocturno.

Tauro, el toro paciente. Representa la estabilidad y la belleza de las cosas simples que anclan el alma.

—La tercera constelación lleva el nombre de Géminis.

Un niño de cabello lavanda —un lado cálido y otro frío, representando su dualidad— sonríe maliciosamente. Los gemelos Polideuco y Cástor, unidos en un solo ser. Géminis será también la constelación que marque el primer pacto entre Zeus y Hades. El pequeño Géminis se acerca a Aries para unirse a su lectura, comentándole:

—Los cuentos de Poe son fascinantes por sus tramas oscuras y misteriosas.

Géminis, los gemelos que siempre conversan entre sí. Representa el cambio y la curiosidad, como un viento que nunca deja de moverse.

—La cuarta constelación será conocida como Cáncer.

El niño de cabello gris plateado sale con una sonrisa de oreja a oreja. El valeroso cangrejo gigante, que sacrificó su vida por órdenes de Hera al enfrentarse a Heracles, ahora tiene su lugar en el cielo.

—Las estrellas brillan más de lo normal por nosotros... ¿o es que quieren presumir?

Cáncer se acerca a Tauro, que asiente como si estuviera firmando un tratado de paz, y juntos se quedan mirando las estrellas, probablemente buscando respuestas que no pidieron.

Cáncer, el cangrejo que camina entre marea y arena. Simboliza el amor y el miedo, guardián de lo que el alma no se atreve a mostrar.

—Leo será el nombre de la quinta constelación.

Aquel niño de cabello dorado intenso corre riendo al salir de su constelación. El gran rey de los animales no podía faltar. Leo se acerca a Orfeo, lo analiza con la mirada, y luego hace lo mismo con cada uno de los presentes.

Leo, el león que ruge y gobierna. Representa la ambición de forjar su propio destino y la fuerza de iluminar con su brillo las sombras más densas. 

—Ahora vamos con la sexta constelación, Virgo.

Zeus observa con nostalgia la constelación, y aunque no dice nada, Pandora lo siente. Es inevitable. Esa mirada perdida solo puede significar una cosa: esta constelación es para recordar a su querida hija Astrea.

El niño de cabello rubio ceniza, casi como polvo de estrellas, sale con una calma que no parece de este mundo.

—Tenemos que estar agradecidos de que las estrellas brillen con el propósito de felicitarnos en nuestro nacimiento con cuerpos y almas propios.

Virgo se acerca a Cáncer y Tauro con paso sereno, como si supiera exactamente dónde debía estar desde el principio.

Virgo, la doncella sabia y meticulosa. Representa la perfección en cada detalle y la incansable búsqueda de orden en un mundo que insiste en el caos.

—Ya a la séptima constelación la llamaremos Libra. 

Un niño de cabello rubio miel sale de la constelación sin mostrar emoción alguna. En sus ojos no hay juicio, pero sí una certeza antigua. Será la balanza, la única capaz de juzgar incluso a Ofiuco, si el tiempo lo exige. Libra camina en silencio hasta Leo, lo toma de la muñeca con firmeza y lo aleja sin decir palabra, como si supiera que la justicia, incluso en juego, comienza con el equilibrio.

—Aguafiestas. —Se queja Leo con un bufido teatral, aunque no opone resistencia y se deja llevar por Libra como si el juicio ya estuviera dictado.

Libra, la balanza eterna. Porta la justicia en una mano y la duda en la otra, siempre inclinándose entre lo correcto y lo necesario.

—Prosigamos con la octava constelación que será nombrada Escorpio.

Un niño de cabello rojo oscuro sale con una actitud algo chulesca, como si ya supiera que el puesto le pertenece por derecho. Es el gran protector de la diosa Artemisa, y no es para menos.

—Siempre me agrada como Poe saca a la luz la verdad de la oscuridad.

Escorpio comenta acercándose a Aries y Géminis.

—Llegó el niño bueno.

Géminis se burla, siendo escuchado por Pandora, quien no puede evitar soltar una leve risa por su comentario.

—Yo siento que Poe es mejor que la temática de la historia.

Aries habla, provocando que Orfeo ría y dejando a Géminis y Escorpio sin comprender.

Escorpio, el escorpión que guarda secretos bajo su aguijón. Representa la intensidad sin límites y el poder prohibido.

—Ahora con la novena constelación que llevará por nombre Sagitario. 

El niño de cabello cobre brillante sale, limitándose a sonreír. Pandora sonríe al ver al siguiente. ¿Cómo a Zeus se le iba a olvidar hacerle este gran homenaje a su amigo Croto? Ya se está preocupando por ello. Sagitario va directo a donde Libra y Leo para tomar sus manos.

Sagitario, el arquero viajero. Representa la libertad y la exploración, apuntando más allá del horizonte para cumplir cualquier sueño.

—Vamos con la décima constelación que llamaremos Capricornio. 

Un niño de cabello negro azabache sale muy serio de su constelación. Amaltea, la amada cuidadora de Zeus, a la que Hera le confió su vida.

Capricornio, la cabra que escala montañas imposibles. Representa la tenacidad a gran escala, pero también la soledad absoluta.

El menor mira con desdén a los presentes y se va a un lugar apartado, observando a sus hermanos divertirse. Pandora lo observa sin saber si acercarse o no al recién llegado. Ya presenta una tremenda actitud a comparación de los otros.

—Continuemos con la undécima constelación que llevará por nombre Acuario. 

Zeus sonríe enamorado. Claro, esta constelación es en honor a su gran y bello Ganimedes, como le dice el mayor. Pandora nota cómo Poseidón y Hades ruedan los ojos ante las palabras de su hermano.

Aquel niño de cabello azul eléctrico sale con una sonrisa tímida. Se limita a acercarse a Capricornio, quien le dedica una leve sonrisa.

Acuario, el portador del agua que fluye con ideas y cambios. Representa la renovación y la revolución, pero el cambio no necesariamente es caos.

—Por fin ya vamos para el último.

Zeus comienza a estirarse, ya exhausto de tanto usar su poder sin descanso. Su rostro refleja el agotamiento de crear tantas constelaciones en tan poco tiempo, pero sus ojos aún brillan con satisfacción por el resultado. Las estrellas que ahora iluminan el cielo parecen reflejar la energía que ha puesto en cada una de ellas.

—Esto parece una manada de niños.

Susurra Poseidón a Hades, provocando que este último ría suavemente, un sonido que contrasta con la seriedad que usualmente muestra. El silencio que los rodea se rompe brevemente por esa risa, y Pandora, al notar la complicidad entre los dos, no puede evitar sentirse un poco más relajada.

—Entonces, la duodécima constelación será Piscis. 

Piscis, el niño de cabello verde menta, se muestra visiblemente nervioso y con el rostro lleno de temor. Se toma un momento para procesar la información, entendiendo que su constelación tiene que ver con un recuerdo de Afrodita y Eros, quienes huyeron de Tifón por las aguas. Despavorido, corre hacia Capricornio y Acuario, buscando refugio detrás de ellos. Acuario, siempre tranquilo, intenta calmarlo, mientras que Capricornio, con su postura firme, aumenta su seriedad, haciendo clara la intención de proteger a los más vulnerables y mantener a los demás alejados.

Piscis, los peces que nadan en sueños. Representa la realidad que se diluye poco a poco, y el amor como un enigma que nadie termina de comprender completamente.

—Estos son los doce niños que deberás cuidar. 

Pandora no puede evitar soltar una sonrisa mientras observa a los niños, cada uno con sus personalidades únicas y desafiantes. Ve cómo sus destinos se entrelazan en ese vasto cielo, cada constelación representando algo más grande que ellos mismos. Sabe que tendrá la ayuda de varias de esas estrellas y eso la deja tranquila, al menos por ahora. Aunque el camino no será fácil, algo dentro de ella le dice que puede manejarlo. Es su oportunidad, y no va a desperdiciarla.

—Por el momento, te dejaré a Altar en lo que verifico a las demás antes de entregártelas.

Zeus chasquea los dedos, y de inmediato, una nueva constelación aparece en el cielo nocturno. La figura brilla con un resplandor dorado, formando un altar antiguo, con columnas que se elevan hacia las estrellas, un símbolo de sacrificio y devoción. Pandora observa fascinada, sintiendo la magnitud de lo que acaba de suceder.

—Altar —habla Zeus con voz solemne—, la constelación que representa el sacrificio y el reconocimiento a lo divino.

La constelación brilla intensamente, y Pandora nota cómo el aire a su alrededor parece cargarse de una energía especial, como si el universo mismo hiciera una reverencia a esa figura celestial.

—Dama Ofiuco, estoy a su disposición.

Pandora no puede evitar que sus mejillas se sonrojen levemente. No está acostumbrada a recibir ese tipo de trato, esa clase de atención que la hace sentirse tan pequeña frente a todo lo que representa esta nueva constelación. El resplandor de Altar sigue iluminando el cielo, pero es el calor en su rostro lo que más la perturba. Se voltea hacia los tres hermanos, quienes la observan con expresión de satisfacción. Sintiendo que no tiene otra opción, se inclina con respeto, realizando una reverencia profunda. Zeus, Hades y Poseidón la miran en silencio. Sin embargo, al ver su gesto, sus expresiones se suavizan un poco, como si reconocieran el esfuerzo detrás de su humildad.

—No se arrepentirán de haberme dejado esta misión a mí, se los aseguro.

—No tenemos duda de eso.

La escena se torna tranquila, cargada de un aire de finalización. Altar, sin perder tiempo, lidera el grupo de niños hacia los aposentos, siguiendo la orden con una dedicación casi militar, sin un solo cuestionamiento. El sonido de sus pasos se desvanece mientras se alejan, dejando atrás el resplandor de las estrellas que siguen brillando intensamente en la noche.

Orfeo, con su típica serenidad, se despide de los dioses antes de partir hacia el inframundo con Hades, cerrando su círculo con los hermanos. Poseidón, como siempre en su ritmo, desaparece de la vista, sumergiéndose en las profundidades de su reino, dejando una sensación de calma y retiro tras su salida.

Zeus, por su parte, permanece inmóvil, sus ojos fijos en el cielo estrellado. Cada estrella, un recordatorio de las decisiones tomadas, de las constelaciones formadas, de las promesas hechas. Ofiuco, ahora completamente parte del tejido celestial, observa en silencio.

La noche se alarga, pero la presión de la decisión de Zeus parece haberse aliviado con la creación, aunque algo permanece en el aire, como si aún estuviese aguardando algo más.

—¿Aún no te vas, Ofiuco?

Zeus, aún con la mirada fija en el cielo, habló en voz baja, como si las palabras salieran de su alma más que de sus labios.

—Siento que estás planeando algo, Zeus… 

El tono dudoso que muestra Ofiuco no es característico de ella, pero algo la perturba. Zeus, al notar el cambio, la observa por un momento antes de girar hacia ella, su mirada profunda reflejando el brillo de las estrellas.

—Mantén la calma que no es nada malo para nadie. 

—¿Entonces?

Zeus se mantiene en silencio. Ella ya se hace una idea de lo que sucede. Si el dios del Olimpo ha tomado estas medidas ahora, solo significa una cosa: enemigos. De seguro vendrán del área nórdica o china, y hay que estar preparados para evitar cualquier desastre mitológico. La conversación culmina cuando Zeus desaparece, dejándola en el vasto cielo estrellado.

Ofiuco, el portador de serpientes. Un punto de quiebre olvidado en la historia entre el límite de lo que fue y lo que podría ser.

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