jueves, 29 de mayo de 2025

Relato 3.1: Haydeliz Ramírez

Silencios ante la ira

Primer silencio: La aniquilación del estudiante perfecto

Albert va a la escuela: a estudiar. No se salta las clases. Aunque en la hora del almuerzo, se escapa al subir el portón trasero de la Hostos —una escuela superior de su pueblo—. Es uno de los cuatro mejores de su clase.

Su abuelo paterno—Jesús— lo fue a buscar a la Hostos para llevarlo hasta su casa. En el camino, Albert tiene los hombros tensos mientras que el abuelo conduce relajado.

—Abuelo… —Comienza a hablar—. ¿Crees que… mamá se enojará?

—¿Con qué? —cuestiona Jesús con el ceño fruncido.

—Saqué setenta y nueve en el examen de trigonometría —juega con sus manos en su regazo—. Fui una de las notas más altas y la maestra tiene pensado bajar la curva pero aún no es seguro.

—Solo ha sido en este, ¿no?

—Sí —asiente.

—Aún te faltan más exámenes —sin dejar de mirar al frente—, no puede regañarte por este si aún no has terminado el semestre.

Albert se queda callado hasta llegar a la casa. Se baja del auto, toma la mochila del suelo y cierra la puerta tras de sí.

—¿Mañana te recojo a la misma hora? —pregunta su abuelo con una leve sonrisa con la ventanilla abajo.

—Sí. Nos vemos mañana.

Se despide con la mano mientras ve a su abuelo irse. Suspira antes de entrar. Isabella —su madre— se encuentra sentada en el sofá mirando las noticias en el televisor.

—Escuché que hoy te daban la nota de la clase de matemáticas —habla Isabella sin despegar la mirada de lo que estaba viendo.

—Ah, sí. —dice Albert serio. 

Este sigue caminando hasta su habitación donde deja la mochila, toma la botella de agua envuelta en papel de aluminio y regresa a la sala.

—Saqué C —vuelve a hablar.

Isabella no dice nada pero enfoca su mirada en Albert.

—¿De cuánto? —pregunta cruzándose de brazos.

—Todos nos fuimos en ese examen.

—A mí no me importan los demás —frunce el ceño—. Tú preocúpate por ti.

Albert guarda silencio jugando —con cierta lentitud— con la botella y camina hacia su habitación.

—No me dijiste de cuanto era la C —grita Isabella desde la sala.

Albert se detiene en el pasillo.

—La nota fue setenta y nueve —dice Albert—. Piensa bajar la curva pero aun no es seguro.

Isabella chasquea la lengua.

—Que no se vuelva a repetir. De tu hermano está bien pero de ti es una decepción.

Albert se queda en silencio pero asiente antes de irse a su habitación nuevamente.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Que libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

Cuando abre los ojos, la botella de agua sigue fría sobre la mesa de noche.

Segundo silencio: La matanza del hermano ejemplar

Albert no levanta la voz. Camina con pasos cortos, medidos, sin perturbar el ambiente. Cuando alguien le habla, asiente con calma, sin prisas ni palabras de más. Callado, pero con el rostro sereno. No causa problemas. Hace lo que le piden. Siempre en silencio.

Esa mañana, el sol se cuela tímidamente por las rendijas de las persianas. Albert sale de su habitación y se dirige a la sala de estar. Allí, su madre y Liam —su hermano mayor— conversan con voz baja y seria. Los papeles de admisión de diferentes universidades se amontonan sobre el sofá.

—Yo creo que al final me voy para la Antillean. —dice Liam, levantando una hoja entre sus manos.

—¿Y qué vas a estudiar allí? —pregunta Isabella, sin apartar la vista de los papeles.

—Enfermería. —Responde Liam.

El ambiente queda en silencio.

Albert abre la nevera y saca una botella de agua. Al cerrar la puerta, se gira para mirar a su familia.

—Pero —se acerca al sofá y toma otra hoja—, ¿a ti no te gustaba la programación?

Los dos lo miran un instante. Luego sus miradas se cruzan, sostenidas un segundo. El teléfono suena, cortando la atmósfera. Liam se retira al cuarto para contestar la llamada.

Isabella comienza a recoger los papeles con movimientos lentos, colocándolos sobre la mesa junto al televisor. Después se sienta y suspira largo, con la espalda ligeramente encorvada.

Albert deja la hoja junto a las otras y abre la botella, bebiendo un largo sorbo. Sin apartar la vista de su madre.

—No sé por qué quiere estudiar enfermería tu hermano. —dice Isabella, clavando la mirada en él.

—Será por el dinero. —Albert se encoge de hombros.

Ella guarda silencio un instante. Suspira, y Albert vuelve la vista hacia ella.

—¿A ti qué más te da si es por el dinero o por algo más?

La voz de Liam llega desde el pasillo, haciéndolos voltear.

—La verdad es que su opinión no vale nada aquí —dice con una sonrisa—. Tú, si quieres estudiar enfermería, hazlo. Sea por la razón que sea.

Albert no responde. Se retira a su habitación con una pequeña sonrisa, apenas visible.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, su mano tiembla un poco y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: boca arriba. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en su pecho. Retira el arma con rapidez y la sangre salpica manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Cuando abre los ojos, la botella sigue en la mesa de noche, abierta y se le deslizan gotas.

Tercer silencio: La masacre del hijo impecable

Albert mira al exterior envuelto en la música que escucha. No presta atención a nada de lo que hace su padre.

El camino pasa con cierta rapidez. El viaje desde la casa de la niñera hasta la casa de sus abuelos paternos era de casi cuarenta minutos. 

Francisco —su padre— conduce con una mano su oldsmobile de color gris del 2005 mientras fuma con la otra.

En eso, Albert escucha el móvil de su padre sonar. 

Este mira por el retrovisor central a su hijo, viendo que está con los dos audífonos puestos mirando hacia fuera. Contesta la llamada poniéndolo en el altavoz.

—¿Qué pasa, Fernanda? —dice Francisco.

¡Fran! ¿No vienes para el bar? —habla la mujer con tono eufórico.

—No, mujer. Tengo que llevar al nene a casa de papi.

¿A cuál de los dos? —pregunta Fernanda.

—Al chiquito —contesta Francisco.

¿El que no es tuyo? —vuelve a preguntar y suelta una risa.

—Ese mismo —afirma con una sonrisa.

Albert a pesar de haber escuchado la conversación, recuesta la cabeza en el cristal esbozando una sonrisa.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina con ligereza hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: boca abajo. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en la parte superior de su espalda. Retira el arma con rapidez y la sangre salpica manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Saca el cuchillo del pecho de Liam y camina hasta la habitación de sus padres. Allí, está su padre sentado con un cigarrillo en la mano. Sin alzar la vista del suelo, expulsa el humo por la boca. Albert no dice nada, solo camina hacia su padre. Al estar en frente de él, lo apuñala una y otra vez en el rostro. Francisco no mira a su hijo mientras lo apuñala. Solo deja caer el cigarrillo al suelo. Albert suelta un grito ahogado. La sangre le cubre los nudillos, pero él no lo nota.

—Bastardo de mierda… —musita Albert.

Cuando abre los ojos, la botella está cerrada. Media llena, media vacía. A temperatura ambiente.

Cuarto silencio: La destrucción del amigo sublime

Albert sufre pánico social cada vez que le toca hablar con personas desconocidas. Aunque suele hablar mucho solo con una persona, Nicolás —su mejor amigo—. 

Albert camina por los pasillos de la escuela. Cargaba su mochila en la espalda. Encontró a Nicolás en el segundo piso, en el salón de matemáticas.

—¿Nos vamos? —pregunta acercándose a Nicolás.

Él está limpiando la pizarra con un borrador. El profesor Dros no está en el salón pero Daniel —un amigo de clases de Nicolás— sí. Éste último tiene una leve sonrisa mientras ira a Albert.

—¿No te lo había dicho? —habla Nicolás dejando el borrador en su sitio. Su voz suena igual que siempre, aunque sus ojos evitan los de Albert por un instante—. Hoy me voy para casa de Daniel.

—Ah. Vale. 

Albert se da la vuelta sin añadir nada más. Camina apresurado, serio. 

Nicolás intenta alcanzarlo.

—¡Al, espera! 

Albert no deja de caminar mientras baja las escaleras.

—Se me olvidó decírtelo pero no te enojes. —Volvió a hablar con tono agotado.

Albert se detiene al pie de la escalera y lo mira con una leve sonrisa.

—No pasa nada, de verdad —mira a Nicolás con una sonrisa—. Pensé que iríamos a casa de abuela como siempre pero ya tienes planes.

Observa a Daniel quien está en el tope de la escalera.

—Lo siento… —Con voz afligida.

No habla pero vuelve a caminar hacia la salida. Cierra los puños dejando de sonreír.

Nicolás se queda inmóvil al verlo irse.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral izquierdo de la cabeza de Isabella. La sangre salpica su rostro, su ropa y sus brazos, tiñendo todo con un rojo profundo y oscuro.

—Qué libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: de lado —extendido—. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en su cuello. Retira el arma con rapidez y la sangre salpica manchando aún más su ropa.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Saca el cuchillo del cuello de Liam y camina hasta la habitación de sus padres. Allí, está su padre sentado con un cigarrillo en la mano. Sin alzar la vista del suelo, expulsa el humo por la nariz. Albert sonríe mientras se acerca a su padre. Al estar en frente de él, lo apuñala una y otra vez en el rostro. Soltando un grito ahogado.

—Bastardo de mierda… —musita Albert viendo su mano ensangrentada.

Albert suelta un suspiro viendo cómo está el rostro de su padre. Saca el cuchillo y lo guarda en la chaqueta. Sale de la casa, con pasos firmes. Camina por las calles oscuras hasta llegar a casa de Nicolás. Saca una pistola, una ghost gun. Recarga el arma con balas de 9mm antes de entrar a la casa. Nicolás está sentado en la mesa, pintando sobre un lienzo. Al sentir los pasos, no se gira. Albert se cubre los ojos con su mano libre y dispara justo en la cabeza de Nicolás. Albert se cubre los ojos con su mano libre y dispara justo en la cabeza de Nicolás. El lienzo tiñéndose de rojo.

—Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé… —masculla Albert saliendo de la casa sin ver el estado de Nicolás.

Cuando abre los ojos, la botella está abierta. Vacía.

Quinto silencio: El exterminio de mi inmaculable yo

Albert comienza a ver —desde su cama— cuatro sombras en la pared con diferentes estaturas. La más alta, se llama Taylor; la mediana, es Lucy; y las dos sombras pequeñas —gemelas—, se llaman Tim y Kim.

Esa tarde, Albert está con la dra. González —psicóloga— en su consultorio. La cita mensual rutinaria. Ella toma nota en un papel sobre su escritorio. Albert se encuentra sentado en frente, sin dejar de ver lo que escribe.

—¿Volviste a verlos? —pregunta la psicóloga alzando la vista.

—Sí. —habla observándola.

—Desde la última vez que nos vimos —anota nuevamente en el papel—, ¿cuán frecuente ha sido?

—Todos los días —contesta con rapidez.

González sigue anotando y cruza los brazos sobre el escritorio. Lo mira esbozando una sonrisa.

—Se puede interpretar que es una manera de tu cerebro enseñarte a tu familia perfecta. Una que te escucha, que no te juzga y que no te desprecia.

Albert asiente. 

La sesión termina y él sale del consultorio.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Su madre sigue sentada en el sofá, silenciosa, la vista fija en ningún punto. Sus labios se curvan apenas. Saca un cuchillo de la chaqueta, lo sostiene con firmeza y se acerca lentamente. Clava la hoja en el lateral derecho de la cabeza de Isabella. La sangre no brota de la cabeza de su madre.

—Qué libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

Saca el cuchillo de la cabeza de Isabella y camina hasta la habitación de Liam, frente a la suya. Entra observando la posición en la cual su hermano duerme: boca arriba. Se acerca y con los ojos cerrados, clava el cuchillo en su pecho. Retira el arma con rapidez y la sangre no fluye.

—Un peso menos… —susurra Albert.

Saca el cuchillo del pecho de Liam y camina hasta la habitación de sus padres. Allí, está su padre sentado con un cigarrillo en la mano. Sin alzar la vista del suelo, expulsa el humo por la boca. Albert no sonríe mientras se acerca a su padre. Al estar en frente de él, lo apuñala una y otra vez en el rostro. Soltando un grito ahogado.

—Bastardo de mierda… —musita Albert viendo su mano limpia.

Albert suelta un suspiro viendo cómo está el rostro de su padre. Saca el cuchillo y lo guarda en la chaqueta. Sale de la casa, con pasos firmes. Camina por las calles oscuras hasta llegar a casa de Nicolás. Saca una pistola, una ghost gun. Recarga el arma con balas de 9mm antes de entrar a la casa. Nicolás está sentado en la mesa, pintando sobre un lienzo. Albert se cubre los ojos con su mano libre y dispara justo en la cabeza de Nicolás. El lienzo mantiene sus colores sin ninguna mancha.

—Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé… —masculla Albert saliendo de la casa sin ver el estado de Nicolás.

Albert sale de la casa de Nicolás. Tiene el arma en su mano derecha. Camina y camina hasta llegar a su casa. Se cuela por la cocina, pasando por la sala donde ve el cuerpo de Isabella en el sofá. Pasa el pasillo viendo en la habitación de sus padres el cuerpo de Francisco en el suelo y en la habitación de al lado, el cuerpo de Liam sobre la cama. Pasa a su habitación hasta sentarse en la cama. Recarga la pistola, poniéndola en su cien. Cierra los ojos y dispara.

Abre los ojos, sobresaltado. Su respiración era frenética. Con su mano derecha, limpia el sudor de su frente. 

—Mierda… —farfulla con una sonrisa mientras ve sus manos temblar.

La botella está en el suelo. Cerrada. Aplastada.

Sexto silencio: El silencio rojo

Albert es un adolescente con porte sereno. 

Albert está sentado en su cama. Sobre la misma, hay diferentes cosas: entre pastillas, navajas y gasas. Su habitación se encuentra cerrada mientras ve anime en su computadora. Al lado, un surtido de pastillas y sangre goteando desde su muñeca.

La casa está a oscuras. Una brisa fresca se cuela por las ventanas abiertas. Albert camina despacio hasta la sala. Hay una mujer sentada en el sofá, la vista fija en él. Isabella lo mira con el cuchillo clavado en su cabeza. Albert toca su chaqueta y no tiene el cuchillo. Suspira y vuelve a caminar. Isabella lo sigue a través del pasillo.

—Qué libertad… —murmura Albert, exhalando un suspiro largo y pesado.

—¿Libertad? —murmura Isabella, exhalando un suspiro largo y pesado.

Entra a la habitación de su hermano. Hay un chico acostado de lado en la cama. Liam lo mira directo a los ojos con un cuchillo clavado en su pecho. Éste se levanta de la cama y sigue a Albert y a Isabella.

—Un peso menos… —susurra Albert.

—¿Un peso menos? —susurra Liam.

Accede a la habitación de sus padres. Francisco, está sentado en la cama, fumando. Lo mira con el cuchillo clavado en su frente y varias puñaladas por su rostro. Suelta un grito ahogado. Albert no hace nada cuando ve que se levanta.

—Bastardo de mierda… —musita Albert viendo su mano ensangrentada.

—¿Bastardo de mierda? —musita Francisco viendo su mano ensangrentada.

Albert suelta un suspiro viendo cómo está el rostro de su padre. Sale de la casa, con pasos firmes. Siendo seguido por Isabella, Liam y Francisco. Camina por las calles oscuras hasta llegar a casa de Nicolás. Entra a la casa y ve a Nicolás mirándolo, con un disparo en su cabeza. Albert se da la vuelta, ignorando a Nicolás quien se acerca.

—Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé… —masculla Albert saliendo de la casa sin ver el estado de Nicolás.

—¿Quizás no éramos tan mejores amigos como pensé? —masculla Nicolás saliendo de la casa siguiendo a Albert.

Albert sale de la casa de Nicolás. Siendo seguido por Isabella, Liam, Francisco y Nicolás. Tiene el arma en su mano derecha. Camina y camina hasta llegar a su casa. Entra a la casa por la cocina, pasando por la sala donde ve sangre manchando el sofá. Pasa el pasillo viendo en la habitación de sus padres sangre ensuciando el suelo y cama;  y en la habitación de al lado, sangre sobre la cama. Pasa a su habitación hasta sentarse en la cama. Recarga la pistola, poniéndola en su cien. Cierra los ojos…

—Muere… —dicen al unísono Isabella, Liam, Francisco y Nicolás.

En la casa, se escuchan dos cosas: el eco de la risa de Albert en conjunto de un disparo.

La botella está en la basura.

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