martes, 11 de marzo de 2025

4º trabajo Zakareya Kojalli

 

 El susurro de Azrael:

Un viaje a las profundidades del inframundo.

 

 

 

 

 

        Acabo de llegar a casa después de un largo día de trabajo y siento dolor en todo el cuerpo. Lleno la bañera con agua caliente y mucha espuma, con un fuerte aroma a jazmín. Me metí en el agua caliente para disfrutar del relajamiento que había soñado durante las últimas horas de mi duro trabajo. Han pasado unos momentos desde que me envolví en agua caliente, siento como si mis ojos comenzaran a cerrarse solos y de repente, siento como si estuviera rodeada por una oscuridad extraña y sofocante que casi me quita el aliento.

      De repente, una luz fría y penetrante rompe la oscuridad que me rodea: Azrael, el Ángel de la Muerte, aparece ante mí, su forma imponente y sombría. Señalándome con su largo dedo, dice: “Sígueme”, ordena, y su voz resuena en lo profundo de mi alma temblorosa. No tengo más remedio que someterme a la orden y dejarme llevar por ella para descubrir el destino inevitable.

    Atravesamos un portal invisible, un desgarro en el tejido de la realidad que nos transporta al reino de los muertos. El paisaje se transforma en un páramo desolado, un erial de almas errantes que vagan en la penumbra. El aire está cargado de lamentos y susurros, ecos de vidas truncadas, sueños rotos y esperanzas marchitas.

    Azrael me guía a través de este laberinto de sombras, hasta que llegamos a un rincón oscuro y olvidado. Allí, en el suelo, yace una figura encogida, un espectro de lo que alguna vez fue un hombre poderoso. Lo reconozco al instante: el dictador más salvaje de la historia, ahora reducido a una sombra patética. Su piel, antes tersa y arrogante, ahora está arrugada y pálida, como pergamino viejo. Sus ojos, antes llenos de crueldad, ahora son pozos de desesperación, donde se refleja el horror eterno.

      "Misericordia...", suplica, su voz un hilo de desesperación que se quiebra en el aire. "Solo un momento de paz...".

Pero sus súplicas son ignoradas. Las almas que lo rodean, sus víctimas, se abalanzan sobre él con una furia ancestral. Cada una busca saciar su sed de venganza, infligiendo un tormento que refleja los horrores que sufrieron en vida.

-         "¡Siente el dolor que me infligiste!", grita una mujer, su rostro desfigurado por la ira, mientras le arranca la piel con sus uñas afiladas, dejando al descubierto la carne viva. "Recuerda a mi hijo, al que arrebataste de mis brazos, al que mandaste a ejecutar sin piedad".

-         "¡Prueba el sabor de tu propia medicina!", exclama un hombre, su voz ronca por el odio, mientras le clava un cuchillo en el costado, una y otra vez. "Cada puñalada, un recuerdo de tus atrocidades, de las torturas que infligiste, de las vidas que destruiste".

-         "¡Recuerda mis hijos, mis hijas, mis familias, mis amigos, todos a los que arrebataste de mi lado!", exclama una anciana, su mirada llena de un odio milenario, mientras lo golpea con un bastón, cada golpe un eco de las vidas que él destruyó. "Que sientas el mismo vacío que dejaste en mi alma, la misma soledad que nos impusiste".

      El dictador se retuerce de dolor, sus gritos ahogados por las risas sádicas de sus torturadores. "¡Basta!", suplica, pero su voz se pierde en el coro de la venganza, un eco impotente de su antigua tiranía. Su carne se desgarra, sus huesos se quiebran, su alma se desmorona bajo el peso de la culpa y el sufrimiento. Y el ciclo se repite, una y otra vez, un castigo eterno que se extiende hasta el infinito.

     Observo la escena con una mezcla de horror y fascinación. La justicia divina se cumple ante mis ojos, cruel e implacable. "Así es el ciclo de la vida y la muerte," dice Azrael, su voz resonando en el silencio que sigue al frenesí de la venganza. "Cada acción tiene su consecuencia, cada vida su eco".

    De repente, un destello de memoria me asalta: "El que siembra vientos, recoge tempestades". La voz de mi abuela resuena en mi mente, una lección de justicia que aprendí de niño. Ahora, en este reino de sombras, comprendo su significado en toda su crudeza.

   El dictador yace en el suelo, su cuerpo maltrecho, su alma destrozada. Pero la venganza no ha terminado. Las almas de sus víctimas continúan atormentándolo, negándole el descanso eterno que tanto anhela.

-         "¿Cuánto tiempo durará esto?", pregunto a Azrael, mi voz temblando ante la magnitud del sufrimiento.

-         "La eternidad," responde él, su mirada fija en el dictador. "Su castigo no tiene fin, como tampoco lo tuvo su maldad.

       El tiempo aquí no tiene la misma medida que en el mundo de los vivos”. El tiempo se distorsiona, se estira y se contrae como un acordeón. Veo escenas de la vida del dictador, los actos de crueldad que cometió, las vidas que destruyó. Cada imagen es un recordatorio de la oscuridad que habitaba en su alma. "El pasado siempre vuelve" se escucha como un eco lejano.

     Tras presenciar el suplicio eterno del dictador, Azrael me invita a continuar nuestro recorrido por el reino de los muertos.

-         "Hay más que ver," dice, su voz un eco que resuena en la desolación.

     Nos adentramos en las profundidades del inframundo, donde la atmósfera se vuelve aún más opresiva. El aire está cargado de un hedor a descomposición y desesperación. Las sombras se alargan y retuercen, creando formas grotescas que se burlan de la realidad. Los lamentos de las almas errantes se intensifican, creando una cacofonía de sufrimiento que resuena en mis oídos.

    El paisaje se transforma en un laberinto de ruinas y cenizas, un recordatorio constante de la fragilidad de la vida. Los ríos de lágrimas fluyen a través de la tierra, alimentando lagos de desesperación. Las montañas de huesos se alzan como monumentos a la muerte, recordándonos la inevitabilidad del final.

    "Aquí, el tiempo no existe," dice Azrael, su voz un susurro en la oscuridad. "El pasado, el presente y el futuro se entrelazan en un ciclo eterno de sufrimiento".

    De repente, una figura solitaria llama mi atención. Está encogida en un rincón oscuro, su cuerpo demacrado y su mirada perdida. La reconozco al instante: es esa persona que me hizo tanto daño en vida. Su arrogancia y crueldad han desaparecido, reemplazadas por una expresión de profundo arrepentimiento.

-         "Perdóname...", murmura, su voz un hilo de desesperación. - "No sabía lo que hacía...".

Pero sus palabras caen en oídos sordos. Las sombras que la rodean se burlan de ella, recordándole cada uno de sus actos de maldad. Su cuerpo se retuerce de dolor, su alma se desgarra bajo el peso de la culpa.

       "Así es el ciclo de la venganza," dice Azrael, su voz un eco en la oscuridad. "Cada acción tiene su consecuencia, cada herida su cicatriz".

      Observo la escena con una mezcla de tristeza y compasión. A pesar del daño que me causó, no puedo evitar sentir pena por su sufrimiento. "El perdón es un regalo que nos damos a nosotros mismos," pienso, recordando las palabras de un viejo amigo.

      Azrael me guía a través de este laberinto de sufrimiento, mostrándome las diversas formas en que las almas expían sus pecados. Veo almas atormentadas por la culpa, almas consumidas por la envidia, almas perdidas en la desesperación.

    "Este es el reino de las consecuencias," dice Azrael, su voz un eco en la oscuridad. "Aquí, cada alma enfrenta el peso de sus acciones".

     Finalmente, llegamos a un claro en la oscuridad, un oasis de silencio en medio del caos. Azrael se detiene y me mira con sus ojos penetrantes.

"Tu viaje ha terminado," dice Azrael, su voz un eco distante. "Es hora de regresar. El mundo de los vivos te espera".

Y con un suave empujón, me envía de vuelta al mundo de los vivos.

 

      Despierto y me encuentro todavía desnudo en el agua casi fría, el corazón latiendo con fuerza, el sudor frío empapando mi frente. El sueño aún resuena en mi mente, una pesadilla vívida y perturbadora que se niega a desvanecerse.

     Me levanto, meto albornos y camino hacia la ventana. La ciudad se extiende ante mí, sus luces brillando en la oscuridad de la noche. La vida continúa, ajena a los horrores que presencié en mi sueño. "Cada acto de bondad, una luz en la oscuridad" pienso, recordando las palabras de un viejo amigo.

     Pero sé que nunca olvidaré lo que vi. El rostro del dictador, suplicando misericordia, las almas de sus víctimas, sedientas de venganza, la figura de esa persona que me hizo daño, consumida por el arrepentimiento, la voz de Azrael, resonando con la sabiduría de la muerte.

    El sueño ha sido una advertencia, un recordatorio de que la maldad no queda impune, ni en esta vida ni en la siguiente. Pero también me ha mostrado el poder del bien, la importancia de cada acto de bondad, de cada palabra de aliento, de cada gesto de compasión. Porque en un mundo donde la oscuridad acecha, cada luz que encendemos es una victoria contra la desesperación.

     Me quedo mirando la ciudad, sus luces parpadeando como estrellas en la noche. Y en el silencio de la madrugada, juro que nunca permitiré que la oscuridad que vi en mi sueño se apodere de mi propia alma. Juro que dedicaré mi vida a encender luces, a sembrar esperanza, a construir un mundo donde la justicia y la compasión sean la norma, y no la excepción.

 

 

 

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