Me gustaría beber una copa con mi esposo
La noche del jueves Luisa había comprado una botella de vino para compartirla con Andrés. Cuando llegó a casa la dejó encima de la mesa del comedor y le dijo que pensaba que podían tomarla al otro día, después de clases. Él la miró sonriendo y le hizo un espacio en la mesa para que se sentara. Movió los papeles y su cuaderno de notas y siguió revisando los exámenes pendientes que tenía que llevar al otro día a la escuela, mientras ella iba a la habitación a buscar los suyos. Al volver se sentó frente a él y se puso a trabajar hasta que terminó de revisarlos. Antes de irse a acostar le dijo a Andrés que dejara el vino ahí.
—Así en la mañana tenemos una motivación para ir a trabajar —le dijo riendo.
Una hora después Andrés terminó de revisar sus exámenes, dio un par de vueltas por la casa cerrando ventanas, cortinas y puertas. Antes de acostarse se quedó mirando la botella encima de la mesa y resolvió guardarla en la cocina. Cuando entró a la habitación la luz de la mesita de noche estaba prendida. Luisa ya dormía y el reloj de la mesita marcaba las tres de la mañana. Desde que había empezado el año escolar no lograban acostarse temprano. A veces él se quedaba despierto hasta más tarde y a veces era ella quien no terminaba de revisar y planificar sus clases y se quedaba despierta unas horas más trabajando. Esa noche, antes de que ella se fuera a la cama, Andrés le dijo que agradecía el gesto de la botella.
—Hay que descansar en algún momento, ¿no? Hace tiempo que no pasamos un viernes tomando algo, sin preparar las clases de la semana siguiente.
—Sí es verdad.
Al otro día, como todos los viernes, les costó salir de la cama. Las últimas semanas habían sido duras y él último día siempre terminaban levantándose apurados. Se turnaron en la ducha y arreglaron sus cosas, tomándose rápidamente una taza de café antes de salir. Era de noche todavía cuando se subieron al auto y en el camino, mientras amanecía, se pusieron a hablar de las clases que debían hacer ese día.
—Hoy tengo que entregarle esos exámenes a los de primer año. Tú también los tienes hoy, ¿o no?
—Sí, los tengo ahora, en la primera hora.
—Yo en la segunda. ¿Eran de ellos también tus exámenes?
—No, eran de los chicos de tercero.
—Menos mal, así reciben una mala noticia y no dos —dijo Andrés riendo.
—¿Les fue muy mal?
—Sí, a casi todos. Por más que lo intento, es el curso que peor les va en matemáticas.
—Quizás eres muy exigente.
—Sí, quizás. Pero tengo que nivelarlos de alguna manera. A este paso el próximo año no entenderán nada.
Cuando llegaron a la escuela se despidieron en la entrada y cada uno se dirigió a su departamento a preparar las clases que debían dictar en la primera hora.
—Voy a tratar que mis chicos se diviertan un poco, así los tienes de buen humor cuando les entregues los exámenes.
—Gracias —le respondió Andrés riendo.
—Y oye, intenta no ser tan duro con ellos, que son mis niños.
—Sí, intentaré no arruinarles el desayuno.
Cuando Luisa entró a la sala todavía no habían llegado todos. De todas, la primera clase siempre era la más difícil. La mayoría de los alumnos llegaban tarde y todavía muy dormidos o, en el peor de los casos, venían del trabajo, por lo que al llegar se recostaban directamente a dormir sobre las mesas. Sin embargo, durante el primer recreo, aprovechaban todos de ir a la cafetería a desayunar. Eso los despertaba un poco y hacía que en las siguientes clases estuvieran más atentos.
Durante los primeros veinte minutos Luisa los dejó dormir, mientras terminaba de llenarse la sala con los chicos que venían tarde. Con la excusa de ir a buscar unos documentos para trabajar en clase, fue al baño de la sala de profesores y también dormitó ella un poco. Cuando volvió habían llegado casi todos y a los pocos que estaban despiertos les dijo que no había logrado encontrar lo que tenía preparado para ese día y les hizo hacer una actividad en grupos. Fue despertando tranquilamente a los demás y los dejó trabajando con sus compañeros. A medida que avanzaba la hora y los chicos empezaban a hablar entre ellos y a dejar de hacer la actividad, ella no les dijo nada ni les llamó la atención. Unos minutos después comenzó a llamarlos por sus nombres para anotar la asistencia.
—¿Qué tal?
—Todo tranquilo. Los dejé dormir un poco y luego les hice una actividad que no tomaron mucho en cuenta, así que te los dejo listos.
—Gracias.
—Oye, el chico del que me hablaste, González…
—¿Cuál de los dos?
—Nicolás, que me dijiste que le había ido bien en el examen.
—Ah, sí, el único. ¿Qué pasa con él?
—No vino hoy, por si acaso.
—Bueno, al menos se va a salvar de que los demás lo miren mal.
En la sala del departamento de matemáticas un colega le preguntó a Andrés si tenía planes para esa noche. Dio una respuesta vaga de que pasaría la velada con Luisa en su casa.
—Algo íntimo, entonces —le dijo el colega riendo pícaramente—. Habrán comprado algo para comer, alguna cosita para tomar… Una noche romántica, ¿eh?
—Sí, la verdad es que algo así —respondió Andrés rápidamente.
La segunda clase del día era más animada. Los chicos estaban más despiertos y todo se desenvolvía más rápido. La mayoría no recordaba que ese día Andrés debía llevarles los exámenes, así que se quedaron atentos cuando mencionó que les iba a entregar los resultados. Al principio algunos chicos se paraban de sus sillas e iban a preguntarle a los que habían recibido su nota qué tal les había ido. Sin embargo, a medida que Andrés iba entregando los resultados, los chicos fueron perdiendo interés. Todo se desenvolvió de pronto en absoluto silencio, hasta que una vez que terminó, Andrés les dio una charla sobre su desempeño.
—Intenta no ser tan duro con ellos —le había dicho Luisa.
En la charla omitió el caso de Nicolás y se dirigió a todos por igual, resaltando que en el segundo semestre todos podían mejorar sus notas si estudiaban y trabajaban en clase. Cuando terminó y los chicos empezaron a salir de la sala, llamó a uno de ellos y le entregó el examen de su compañero.
—Por si se lo puedes pasar a tu amigo el lunes, que yo no tengo clases con ustedes y hoy no vino.
El chico, sin embargo, le dijo que se lo pasaría en el recreo porque aseguró que había visto a Nicolás esa mañana antes de entrar a clase.
En el pasillo Andrés se encontró con Luisa y le preguntó si estaba segura de que Nicolás no había estado en clase con ella. Al llegar a la sala de profesores solo se encontró a Olga, la profesora de Historia, y no alcanzó a preguntarle si ella lo había visto cuando el director entró por la puerta para avisarles que fueran rápido con sus cursos y les anunciaran que las clases se terminaban por el día.
—Encontraron a un estudiante inconsciente en el baño.
—¿Quién?
—Nicolás González, de primer año.
—¿Qué pasó?
—Después les digo, vayan a clases ahora.
Andrés se dirigió rápido al curso que le correspondía, buscando por los pasillos a Luisa, y cuando pasó por su sala notó que en lugar de ella había otro profesor. El rumor se había expandido rápidamente por toda la escuela y cuando empezó a explicarle a sus alumnos que había ocurrido un incidente y que no podía dar mayores detalles, uno de los estudiantes le preguntó si era verdad que un chico de primer año se había intentado matar en el baño. Andrés lo miró unos segundos y se dirigió a todos:
—No puedo dar detalles, chicos. Solo les puedo decir que un estudiante ha tenido un incidente y que como escuela se ha tomado la decisión de suspender las clases por hoy.
—Es ese chico González, ¿o no? Yo lo vi hoy en la mañana en el baño.
—Chicos, no insistan. Ordenen sus cosas y vayan a sus casas. El lunes hablamos.
En los pasillos los estudiantes se habían reunido en distintos grupos para hablar del tema y entre los profesores comenzaron a hacer presión para que se fueran a sus casas. En la oficina de secretaría sonaba sin parar el teléfono y se escuchaba a uno de los profesores administrativos hablar con los padres que llamaban para saber qué estaba ocurriendo. Mientras se cercioraba de que no quedara ningún estudiante en las salas de clases, Andrés buscaba con la mirada a Luisa y una vez que ya todos los chicos se habían ido se encontró con ella afuera del baño. Estaba con otros profesores y con una estudiante a quien ella le decía que no se preocupara y que se fuera a casa.
—Se lo han llevado en la ambulancia. Entraron por la parte de atrás para no alarmar a los alumnos, como si todo el mundo no se hubiera dado cuenta —le dijo Luisa susurrando, mientras se secaba las lágrimas de los ojos.
—¿Estás bien?
—Era mi estudiante, Andrés. No sé cómo pasó.
—Estas cosas pasan, Luisa. ¿Qué hacía Catalina ahí?
—Eran novios, no quiso irse hasta que se lo llevaron… Ni siquiera sabía que tenía novia, ¿te das cuenta?
—¿Qué fue lo que pasó?
Camino a la casa, en el auto, Andrés intentó decirle a Luisa que era difícil saber por lo que estaban pasando los chicos, sobre todo a esa edad y teniendo en cuenta la cantidad de alumnos a los que le hacían clase. Sin embargo, dejó de insistir a medida que Luisa dejó de responderle. Cuando llegaron a casa Andrés fue directo a la cocina a preparar un poco de café.
—¿Qué hacemos? —le preguntó mientras le extendía una taza.
—No sé, supongo que llamar a alguien, pero no sé a quién.
—Alguien de la escuela debe estar con los padres. Voy a llamar a Alfonso, al fin y al cabo, es el director. Él debe estar con ellos o por lo menos debe saber algo.
Luisa encendió un cigarrillo mientras se tomaba el café que le había preparado Andrés. Este salió al patio a hacer la llamada. Cuando volvió le retiró la taza vacía y le ofreció otra.
—No, gracias. Estoy bien.
—Alfonso está en el hospital. ¿Quieres que vayamos?
—No sé, quizás puede ser un poco invasivo, para los padres, me refiero.
—Los padres entraron con Nicolás a urgencias. Alfonso está con otros familiares esperando. Dijo que estaba hablando con la policía, haciendo declaraciones y me dijo que lo más probable es que te llamen en algún momento, así que quizás es mejor que vayamos ahora.
—Sí, es verdad. Yo estuve con los chicos en la primera hora.
Cuando llegaron al hospital el director los saludó rápidamente mientras les decía a los policías que Luisa era la profesora jefa del curso de Nicolás y que había estado con ellos en la primera hora.
—¿Segura que no lo viste? Los chicos decían que había llegado temprano —le preguntó a Luisa mientras la llevaba a donde uno de los policías.
Mientras Luisa hablaba con el policía, Andrés se quedó conversando con Alfonso.
—¿Por qué no me dijiste nada? Uno de los chicos me dijo que se había intentado matar y no supe qué responderle.
—Lo siento, Andrés. No tenía tiempo, la ambulancia venía en camino y tenía que recibir a los padres. Te imaginas cómo venían.
Estuvieron esperando afuera de la sala de recepción de urgencias, hasta que un médico salió a decirles que Nicolás estaba en observación y que los padres le mandaban a darles las gracias por esperar, pero que ya se podían ir. Andrés le preguntó si era muy grave y el médico le dijo que todavía tenían que ver cómo respondía durante la noche. Ambos le dieron las gracias al médico y se despidieron de Alfonso antes de subirse al auto y partir camino a casa. Durante el viaje, recibieron una llamada de Olga, la profesora de Historia, que les preguntó si querían ir a tomarse una copa para hablar del tema. Mientras Andrés le empezaba a decir que quizás era mejor que se fueran a descansar, Luisa lo interrumpió.
—Ella igual estaba afectada. Deberíamos ir, les tiene mucho cariño a mis chicos.
—¿Estás segura? —preguntó Andrés tapando el auricular del teléfono.
—Sí, vamos un rato.
Se encontraron con Olga en un bar del centro. Ella había pedido una botella de vino y tres copas para esperarlos.
—¿Cómo estás?
—Preocupada, Andrés, preocupada. No sé cómo dejamos que pasen estas cosas.
—No es que podamos hacer mucho, ¿o sí?
—Deberíamos poder —dijo Luisa—. El problema es que en la escuela no nos dejan interiorizarnos por la vida de los chicos. Tú me contaste recién que Alfonso ni siquiera te dijo lo que había pasado, ¿o no? ¿Cómo puede hacer eso y mandarte a clase?
—Tú sabes que Alfonso es un inepto.
—Tú lo has dicho —dijo Olga—. Luisa ¿tú no notaste nada raro en este chico? El último tiempo, me refiero.
—No, la verdad es que no. Pero como te decía, en la escuela ni siquiera tenemos tiempo para hablar con ellos, ni con los padres. Ni siquiera sabía que tenía novia. Pobre, debe estar preocupada. Ni siquiera sé si le contaron lo que pasó.
—¿Tú no le dijiste nada? —preguntó Andrés.
—No, no pude. No sabía si debía, tampoco. Además, estaba Alfonso intentando controlar todo. Ni siquiera me dejó hablar con sus padres.
—Bueno, no sé si eso hubiera sido lo mejor, Luisita —dijo Olga.
—Sí, es verdad. Pero es esa actitud de mierda, de querer que todo parezca que está bien, de esconderlo todo, que me enferma, ¿sabes? ¿Crees que Alfonso me preguntó algo antes de que fuéramos al hospital?
—Tampoco me preguntó nada a mí cuando lo llamé. Bueno, ni siquiera me explicó lo que había pasado cuando nos mandó a los dos a clase.
—Es terrible —dijo Olga—. Yo me enteré por uno de mis alumnos que me dijo que al parecer había un chico muerto en el baño. No sabía qué decir.
—Me pasó algo parecido —dijo Andrés—. A mí uno de los chicos me dijo que un estudiante se había intentado matar.
—Imagínate. Yo estaba asustadísima. Fue cuando me encontré contigo, Luisa, que supe que al final el chico no… Ah, ¿y tú? ¿Cómo te enteraste?
—Fueron los de la ambulancia —respondió Luisa—. Alfonso me dijo que tenía que acompañarlo al baño porque uno de mis chicos se encontraba mal. Yo pensé que estaba enfermo o algo parecido y cuando llegué ya lo estaban subiendo a la camilla. Me quedé paralizada. Me acerqué a uno de los paramédicos y él me contó que al parecer Nicolás se había tomado una caja de pastillas. Los padres ya estaban arriba de la ambulancia. Me miraron y no supe qué decirles. Hubieran visto sus caras, era como si entre toda su angustia me culparan a mí de lo que estaba pasando.
—Tranquila, niña. No es tu culpa —le dijo Olga—. Te entiendo, a mí también me pasó un caso similar, antes de que ustedes llegaran a la escuela. Lo importante en momentos como estos es entender que no es culpa nuestra.
A medida que iban conversando la botella de vino se había ido acabando. En un momento Andrés le preguntó a Luisa si quería que fueran luego para su casa, pero ella le respondió que prefería quedarse otro rato más. Mientras hablaban Olga pidió otra botella y siguieron unas horas más hablando del suceso. Cuando terminaron la segunda botella Andrés le dijo a Luisa que quizás ya era momento de partir. En el camino pasaron a dejar a Olga a su casa.
—Bueno, hasta el lunes. Avísenme si saben algo, ¿ya?
—Gracias, Olga. Descansa —dijo Luisa.
Olga dio la vuelta al auto y se asomó por la ventana de Andrés.
—Avísame cualquier cosa, ¿ya? Y avísame cómo sigue Luisa.
—Tranquila, yo te hablo mañana.
Cuando llegaron a la casa ya era tarde y Andrés le preguntó a Luisa si quería tomar un té antes de ir a la cama. Ella le respondió que no, que no se sentía bien, y encendió un cigarrillo sentada en el sofá.
—El vino me dejó un poco mareada.
Mientras se preparaba un té en la cocina Andrés miró la botella que había guardado en uno de los muebles. Cuando volvió se sentó al lado de Luisa y encendió un cigarrillo.
—Mañana deberíamos llamar temprano a Alfonso para saber cómo sigue todo.
—Sí…
—¿Quieres ir a la cama?
Luisa guardó silencio un momento y se volteó a mirar la mesa del comedor.
—¿Y la botella?
—Pensé que podríamos dejarla para otro día… ha sido una jornada larga. Además, te sientes mal.
—Una copa más no me va a hacer mal… ¿No quieres que la tomemos ahora? —le preguntó Luisa sonriendo.
Andrés guardó silencio un momento.
—Dijimos que íbamos a tomarla esta noche, ¿o no? —continuó.
—Sí, o sea, tú dijiste.
—Y tú aceptaste.
—Bueno, sí, pero…
—¿Qué pasa?
—Nada, es solo que nos tomamos unas copas con Olga y todo eso. Supuse que querrías descansar.
Luisa lo miró con detención.
—Te lo agradezco, pero dime la verdad.
—¿Qué cosa?
—¿No quieres que siga bebiendo?
—No, no es eso. O sea, creo que…
—Que no debería seguir bebiendo. —Ambos hicieron una pausa y encendieron un cigarrillo.
—Creo que ha sido un día duro para ti…
—Sí, y me gustaría beber una copa con mi esposo, como habíamos dicho.
—¿No te preocupa lo que pueda pasarle a Nicolás?
—Sí, obvio que sí. Estoy cansada, ha sido un día agotador, demasiado agotador. Lo sabes. Solo quiero tomarme una copa de vino contigo antes de irme a acostar y continuar con todo esto.
—Luisa…
—¿Qué?
Andrés guardó silencio un momento.
—Luisa, llevabas seis meses sin…
—¿En serio?
—¿En serio qué?
—¿En serio me vas a decir eso? Me desvivo trabajando, día y noche…
—¡Yo también!
—¡Sí, y no te digo nada cuando te tomas una cerveza antes de acostarte! ¿Crees que no me doy cuenta? Yo también puedo hacer lo mismo, ¿o no?
—Es distinto…
—¿Por qué? ¿Por qué es tan distinto?
—Yo no estoy tratando de dejarlo.
Ambos guardaron silencio mirándose frente a frente. De pronto, Luisa se levantó a buscar la botella de vino en uno de los muebles del comedor.
—No está ahí…
Cuando volvió de la cocina con la botella se sirvió una copa y se sentó en la mesa. Encendió un cigarrillo.
—¿No me vas a ofrecer?
—¿Has pensado que quizás tú también deberías dejarlo…?
—¿Por qué dices eso?
—¿...que quizás es un poco hipócrita de tu parte?
—No voy a seguir hablando así, ¿sabes?
—¿Has pensado que quizás es un poco hipócrita de tu parte?
—Buenas noches. —Andrés se levantó del sofá y se dirigió a la habitación.
—¡Te estoy preguntando algo! —dijo Luisa sin obtener respuesta.
Una hora más tarde, cuando despertó, Andrés notó que estaba solo en la cama. Miró en su teléfono un mensaje de Alfonso. Cuando lo leyó prendió la luz de la mesita de noche y fue rápido a la sala.
—Me escribió Alfonso —dijo en voz baja mientras intentaba despertar a Luisa, que dormía en el sofá.
Miró hacia la mesa y vio la botella vacía.
—Nicolás…
—¿Ah? —le respondió entre dormida Luisa.
—Nicolás. No lograron… —Antes de terminar la frase se detuvo. Luisa dormía profundamente.
Con cuidado tomó una manta de la habitación y cubrió a Luisa con ella. Cuando se acostó, antes de dormir, miró el reloj de la mesita de noche que marcaba las tres de la mañana. Lo tomó y puso una alarma para tres horas más y apagó la luz.
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