¿Quién quiere ser millonario?
Acabas de vomitar en el váter. Tiras de la cadena y te sueltasel pelo. No sabes si la causa del mal se encuentra en las albóndigas que comiste a mediodía o en la presión de que participarás dentro de una hora en el estudio TV de ¿Quién quiere ser millonario? (“El juego que te hace ricacho con tu cultura”). Abres la puerta y te miras en el espejo. El rojo del jersey de Navidad que llevas contrasta con la palidez de tu cara. Tocas los suaves rizos que el peluquero te hizo dos horas antes. Los retoques de la maquilladora siguen intactos. Nunca has tenido una tez tan resplandeciente. Aunque te asustó dela sombrilla morada que te puso en los ojos, resulta que no quedó tan fea. “Si no gano la emisión, al menos he tenido una clase de maquillaje gratis”, piensas con razón.
Te diriges hacia el salón donde encuentras a tus contrincantes. Lo primero que ves es a un quincuagenario calvo con gafas y la misma panza que Papá Noel. Piensas que, si el tamaño de su conocimiento se equivale a su corpulencia, ya has perdido. Te saluda. “Oh, que nombre bonito, mi hija también se llama Alice. Soy Michel”. Le sonríes amablemente y miras al otro candidato. Ves a un joven de tu edad, pero de la capital. “Ay, otro punto fuerte”. Sabes que se probó científicamente que los parisinos tienen más cultura general que los que viven en provincias o, aún peor, en pueblitos como el tuyo, perdido en medio de las vacas y de las montañas. Te enteras de que estudia Negocios Internacionales e imaginas que debe ser imbatible en geografía. No sabes si el campeón del programa sigue siendo el mismo que la última difusión que viste. Magalie, la coordinadora de vuestro turno entra súbitamente en el camerino, preocupada:
―Bueno, chicos ―te mira y añade con el orgullo de parecer inclusiva― y chica. Pierre, el candidato de la emisión anterior, no está aquí y no logramos contactarlo. Buscamos a un suplente, pero nuestra rueda de repuesto tiene tuberculosis. ―Marca una pausa y vuelve a mirarte― Alice, ¿no te importaría si te hacemos pasar ahora?
Claro que te importa, no has tenido tiempo suficiente para leer tu presentación por quinta vez y llamar a tu mamá. “Avísame cuándo vas a pasar, para que esté contigo en el pensamiento”. Pero, dado que no tienes el sentido de los negocios ni la estatura para anteponer tu punto de vista frente a toda la producción de un programa TV, respondes:
―Claro que no me importa, como quieras.
Ves la cara de Magalie iluminarse.
―Muchas gracias, hija, nos salvas la vida. Ven conmigo.
Sigues a Magalie. Pasáis por una zona desconocida por el común de los espectadores, un corredor muy largo con puertas cada pocos metros. A través de ellas, logras entrever los decorados del plató. Reconoces las paredes naranjas y la isla de cocina propia de En la cocina del chef(“Los secretos de jefe estrellado desvelados para ti en tu casa”). Las luces azules típicas de “parole, parole” (“Una última canción nunca mató a alguien”) y el brillo de la bola de espejos te deslumbra por un momento, y recuperas la vista ante matraces de Erlenmeyer y tubos de La ciencia es mágica (“Los secretos desvelados para pequeños y Granes”). Una mezcla de sensaciones se apodera de tu cuerpo, y no sabes bien si el terremoto de tu barriga va a empezar otra vez o si solo estás contenta de vivir este viaje en las entrañas del mundo televisivo.
“¿Qué coño estoy haciendo aquí?”, piensas porque estás nerviosa. Te acuerdas del reto tonto que hiciste con tu hermano menor cuando decidisteis comprar ropa en línea. “El que reciba primero su paquete puede mandar al otro cualquier cosa”. Resultó que tu repartidor se puso enfermo y tu pedido llegó dos semanas después del de Antoine. Resultó también que, una mañana, recibiste una llamada de un número desconocido diciéndote que un familiar tuyo contactó el centro de candidaturas de ¿Quién quiere ser millonario? para inscribirte a la emisión,y que has sido preseleccionada. Por una cuestión de honor o de resiliencia, pasaste con éxito la verdadera selección y la semana siguiente recibiste un correo con todas las instrucciones para el día de la grabación.
Llegáis a los bastidores del plató. Has olvidado poner tu teléfono en tu maleta llena de ropa, para poder cambiarte si te haces la campeona de la emisión. Miras por última vez la carita de Fifú, tu fiel golden retriever, en el fondo de pantalla antes de dar tu precioso a Magalie. Lo mete en su bolsillo y os acercáis a los otros dos candidatos de la emisión, Sandrine, una señora de la misma calaña que Michel y Hugo, no tan joven como tú, pero no tan viejo como Sandrine. Formáis un semicírculo alrededor de Magalie que os explica la entrada en el plató.
―Es muy sencillo ―empieza a decir tu guía audiovisual―: cuando la voz en off dice vuestro nombre, tenéis que correr hacia la primera mitad del corredor. Paraos unos segundos en este lugar y posad en la posición que queráis. Después, corred hasta el atril donde figura vuestro nombre y esperad a que el presentador empiece a presentaros. El orden es alfabético. Alice, tú pasas primero, luego Hugo y luego Sandrine.
―¿Y cuándo llegará el campeón al plató? ―preguntas, preocupada por los cuatro atriles cuando solo sois tres. Oyes a Sandrine soltar una risa discreta.
―Pues, el campeón ya estará en el plató, porque su pregunta se transmite antes de que los demás lleguen ―responde Hugo, mirando a Magalie en busca de una seña de aprobación.
―Sí, eso es. ―Magalie se pone de nuevo su auricular, atenta a las instrucciones de la sala de producción―. Ya, ¿listos?
Menea la cabeza como señal de aprobación. Echas un vistazo al plató para memorizar las etapas de tu entrada próxima. Constatas con terror los dos obstáculos que se presentan en tu camino. Los regalos puestos por todos lados de la escena obligarán a los regidores a invadir el corredor principal. “¡Maldita sea la época navideña!”, piensas muy fuerte. Tendrás que evitar las porterías de fútbol por la derecha y la pierna del gran oso de peluche dos metros más lejos. No quieres tropezarte como la última vez que estuviste bajo las luces de proyectores, cuando te torciste el tobillo en tu solo de baile contemporáneo. “Ja, ja, ¿habéis visto mi caída? Claro que formaba parte de los pasos, ¿qué creéis? ¿Cómo? ¿Mi tobillo ha doblado su tamaño? No, es una licencia artística”.
Falta poco antes de la grabación. Tu corazón late cada vez más fuerte y te parece que tu estómago está haciendo origami con tus entrañas. Intentas centrarte en las tres anécdotas que dijiste a Magalie esta mañana. Sabes que una de ellas va a ser utilizada en el momento de tu presentación. Le hablaste de tu peculiar colección de botellas de cervezas, champanes y bebidas gaseosas. Te acordaste del orgullo con que declaraste que tenías más de quinientas, pero ahora te parece que solo los psicópatas o la gente anormal tienen este tipo de fijación. La segunda anécdota trataba del momento en el que viste un cocodrilo en libertad, fuera de su parque, en el zoológico de la ciudad vecina. Aunque tenías cinco años en ese entonces, recordabas los gritos de los demás y el pánico de los responsables de los réptiles de la reserva. No sabes que le pasó después a la pobre bestia y, por eso, este recuerdo insólito no tiene un final muy bien anclado, y esto no te gustó. Estás a punto de repasar la tercera anécdota cuando Magalie te llama para que retrocedas al inicio del plató.
―Chicos, a partir de ahora, silencio. Empezamos a rodar dentro de treinta segundos. Y no olvidéis, bajo el foco, es sonrisa total, estamos aquí para divertirnos, es un juego, el programa se pasa a mediodía, es la pausa para todo el mundo, así que no hay de que estresarse, ¿de acuerdo?
Magalie no espera de verdad una respuesta, os da la vuelta y corre hacia el camerino del presentador. Ves salir de una sala especial al Gran Georges, uno de los presentadores más populares del mundo televisivo francés, reconocido por sus extravagantes accesorios. Hoy, se ha puesto una corbata roja con pequeños acebos impresos encima de su camisa blanca. Parece mucho más bajo en la realidad que en la televisión. Desde tu rincón oscuro, notas que su cara inexpresiva se transforma en un rostro iluminado en una fracción de segundo. Oyes lo pesado del silencio. “Tres, dos, uno. ¡Acción!”. El show empieza.
―¡Buenos días a todos y todas! Bienvenidos al programa que te hace ricacho con cultura, ¿Quién quiere ser millonario? ―Te extraña su manera de enfatizar las vocales finales de cada última palabra, pero lo que te extraña más es el hombre frente al público que, como un maestro de orquesta, hace que el público se levante con un movimiento de brazo, que aplauda al dar solo una palmada, y provoca una oleada de risas con una sonrisa―. Acojan como se debe al campeón Eric, que cumple sus trescientos treinta y tres victorias hoy, ¡con un bote que se eleva a más de cincuenta millones de eurooooos!
La ovación del público revuelve tu estómago una vez más. Puedes ver en la pequeña pantalla puesta detrás de la escena a Eric, una figura ya conocida por su asombroso nivel, bajar una escalera para acercarse a su atril de maestro. Ya habías visto en tu televisión su cabello grisáceo y sus comisuras de introvertido, típico de alguien que sabe mucho más de lo que habla. Se desprende un aura de intimidación intelectual mientras lo escaneas. Conversa con Georges de las fiestas navideñas que llegan muy rápidamente. Aunque estamos al doce de noviembre, sabes que tu turno en la televisión tendrá lugar el miércoles catorce de diciembre. Estás medio perdida en tus pensamientos, intentando no mearte ni desmayarte cuando oyes la pregunta de la primera ronda de Eric. “¿Cuál es el nombre del cuadro más famoso de Edvard Munch?”. Quieres gritar de alegría. Si todas las preguntas de hoy son tan sencillas como esta, no vas a tener ningún problema para ganar. Claro que el maestro respondió correctamente. Magalie te ha puesto frente al corredor del plató, lista para tu entrada triunfal. Respiras y te dices que, en el punto donde estás, no hay lugar para huir.
Escuchas tu nombre resonar por todas partes de la sala. ¡Corre, corre! Pasas de la sombra de los bastidores a las luces deslumbrantes del show. Tu cabello se mueve al paso de tus zancadas. Muestras la mejor sonrisa del mundo. Saltas como un cabritillo encima de los obstáculos y te paras en medio camino para hacer la pose más chula que sabes hacer: formas una “L” horizontal con tu pulgar y tu índice derecho que colocas en tu barbilla, cierras el ojo izquierdo y te muerdes el labio inferior. ¡Eh! ¿Estamos en una publicidad de pasta de dientes o en una emisión de cultura general? Sabes que tu entrada es un éxito. Te diriges hacia el atril que exhibe las letras de tu nombre y saludas a Georges.
―Alice, Alice en el país de las maravillas, ¡bienvenida! Vives en Auvergne, ¿verdad?
―Exacto ―respondes con una gran sonrisa―. En plena naturaleza.
―Qué región maravillosa. Mi esposa y yo fuimos por allí el verano pasado, y me encantaron los paisajes. Tienes mucha suerte vivir en ese rincón del paraíso. He leído que alguna vez activaste la alarma de incendio de tu universidad, ¿qué ha pasado? ¿Estar lejos de tu remanso de paz conduce a la piromanía?
Ah, sí. Esta era la tercera anécdota. También le habías confesado a Magalie el episodio de la universidad donde se activó la alarma de incendio porque tu recipiente se derritió en el microondas. Varias respuestas se amontonan en tu mente.
―¡Fue un accidente! ―dices con una carcajada, que parece amplificarse con las risas del público― Había un falso contacto en el aparato y se puso a echar humo, aunque no había ninguna llama, solo el humazo accionó la alarma. Así que no se asusten, nadie murió en este episodio.
―¡Quién lo diría! ―Georges a la corbata navideña mira la cámara del centro del plató― Calentar comida en microondas es una cosa peligrosa, no lo intenten en casa. ―Marca una pausa para dejar a los espectadores reír aún más fuerte―. Alice, Alice, tengo una pregunta para ti.
Llega el momento de responder a la primera pregunta. Tu ritmo arterial se acelera. La primera ronda del juego es sencilla: tienes que responder a preguntas que tienen dos opciones, una conocida y otra desconocida. No tienes derecho al error. Una mala respuesta y serás eliminada. Concéntrate.
―¿Cuántas válvulas tiene el corazón humano? ―Hace otra pausa, levanta la cabeza de su tableta, y te mira a los ojos― ¿Tiene cuatro? ¿o la otra respuesta?
Los latidos cada vez más fuertes resuenan hasta tus tímpanos, como si quisieran soplarte la respuesta. Intentas acordarte de tu clase de biología del instituto, de tu profesora enana con quien has tenido que disecar un corazón de oveja, y del sadismo de tu compañera Lola, que le gustaban particularmente las clases de práctica. “Mira, Alice, qué gracioso, cuando empujas aquí, hay un movimiento en el ventrículo opuesto”. ¿Tenía cuatro válvulas? ¿Funciona igual que un corazón humano? No lo sabes. Ahora te arrepientes de haber dejado las ciencias para dedicarte a la literatura y a las lenguas desde los dieciséis años. A la buena de Dios, respondes con soltura:
―Tiene cuatro válvulas, Georges. ―Lo miras fijamente esperando a un milagro.
― ¿Estás segura? ―te mira con la misma intensidad, como si quisiera que cambiaras de opinión.
―Sí, estoy segura. ―No lo estás en absoluto.
―¡Y es la respuesta correcta! ―El jingle de la victoria se mezcla con la ronda de aplausos de los espectadores. Sonríes y soplas para quitar toda la presión acumulada―. Y ahora tenemos el placer de acoger a Hugo, el treintanario soltero que no solo quiere ganar la emisión, sino también el corazón de una hermosa señorita.
Al introducir a Hugo en el plató, las luces giran del azul al rojo y una música con violines empieza, como si la carrera del hombre se transformara en la llegada de un príncipe en su cabello blanco. A Hugo le toca una pregunta sobre el deporte. Con el mismo tono serio que ha tenido contigo, Georges le pregunta:
―¿Cuántos anillos hay en la bandera olímpica? ¿Tres? ¿O la otra respuesta?
―Diría la otra respuesta. Si no me equivoco, hay cinco anillos. En la orden, son azul, negro, rojo, amarillo y verde.
En este instante experimentas varias sensaciones. Primero, estás en choque de la simplicidad de pregunta que ha tenido Hugo comparándola a tus válvulas. Segundo, no te gusta la petulancia excesiva de tu oponente. Que alguien traiga una pizarra en el plató para que nuestro treintanario dibuje cinco círculos de color distinto, por favor.
―¡Es una correcta respuesta! ―se exclama Georges, seguido con la ovación de los espectadores y la música del triunfo.
Llega el turno de Sandrine, una madre corsa de tres lindos niños. En lugar de hablar de una anécdota, Georges dice que tiene una sorpresa para ella. Da una vuelta hacia la pantalla central que muestra el logo de la emisión y aparecen tres pequeños chicos en un vídeo: “¡Ánimo, mamá! ¡Te queremos mucho!”. Al oír las voces de sus hijos, la cara de Sandrine empieza a descomponerse. Dice con emoción que los echa mucho de menos. Te enteraste en los bastidores de que llegó a París hace dos días porque no había tantos vuelos entre su pueblo de Córcega y la capital. Después del momento de emoción, Sandrine tiene que responder a una pregunta de literatura. Estás decepcionada porque sabes que este tema ya no te puede tocar.
―¿Cómo se llamaba el caballo de don Quijote? ¿Rocinante? ¿O la otra respuesta?
Te quedas patidifusa. Aunque estamos en París, el nombre del corcel del Quijote es famosísimo. O, a lo mejor, habrían puesto otro nombre que se asemeje a Rocinante, o quizás,una pequeña trampa, poner “Dulcinea” en su lugar, que exista un poco más de dificultad al interrogar los otros. No puede ser tan fácil, ¿o sí? Obvio que respondió Rocinante, y obvio que era la respuesta correcta.
Dado que todo el mundo ha respondido bien, le toca de nuevo al campeón. Esta vez, tiene que responder a un tema actual: “¿Quién actuó en el Superbowl de 2023? ¿Shakira? ¿O la otra respuesta?”. Quieres morir. Las preguntas de los demásson súper sencillas y aún más cuando se trata de Eric. Resulta que, por casualidad, esta información la tenía el campeón en su gran base de datos.
Te toca a ti de nuevo. Te preparas, pero sabes que, si tus preguntas resultan ser como las otras, no habrá problema para pasar a la segunda etapa.
―Alice, ¿en qué fecha Al Capone organizó la matanza de Chicago en 1929? ¿El catorce de febrero? ¿O la otra respuesta?
Tu sangre está hirviendo. No tienes idea. Además, te parece demasiado raro el juego de idas y vueltas entre la respuesta conocida y la respuesta desconocida. No crees en la probabilidad de que te toque otra vez la respuesta conocida después de la desconocida. Y, después de todo, si ocurrió una matanza en el día internacional del amor, deberías de estar al tanto. Así que respondes con elocuencia:
―La otra respuesta, Georges.
―¿Estás segura?
― Sí. ―Sí. Tienes un aire tan seguro como si fueras “el padrino” del juego.
Georges hace una pausa. Te mira. Mira a los espectadores y se gira hacia la cámara del centro.
―Ay, ay, ay. No es correcto. ―En este instante, el maestro del público crea un lastimero “oh” de aflicción. Las luces se ponen en rojo y suena el jingle de algo que se rompe en el suelo―. ¡El catorce de febrero ocurrió la matanza de Chicago! Por la mañana encontraron los cuerpos de siete miembros de una banda rival de Al Capone.
Te sientes disgustada, traicionada, resentida. ¿Es cierto? ¿Y no tenemos más explicaciones? Con gusto amargo piensas que te dormirás menos tonta esta noche. Pero no, mierda, has perdido la primera. ¿Dónde está tu honor? Es un fiasco total. Siempre has tenido un problema con el hecho de perder, pero aquí, en estas condiciones completamente injustas, es difícil aguantarlo y admitir tu derrota.
―Muchas gracias, Alice. Puedes regresar al país de las maravillas. Pero, antes que nada, ¡mira lo que te ofrecemos por tu participación!
Un hombre calvo se acerca de ti con una cesta de mimbre llena de comida navideña. Olvidas un rato tu decepción intersideral porque te acuerdas de que siguen grabando tu cara. Tienes que actuar con alegría, como si el fracaso formara parte de tu rutina. Ves dentro dulces típicos de fiestas de fin de año, chocolate, turrón, bastones de caramelo. También hay embutidos y una lata de foie gras. Agradeces a toda la producción y enseñas el contenido de la cesta al operador de cámara que se acerca a ti lentamente. Te preguntas si camina de esta forma en su vida cotidiana y llegas a la conclusión de que no debe de ser muy cómodo.
―¡Y no se acaba! ―prosigue el Gran Georges― Te ofrezco también la taza de ¿Quién quiere ser millonario? para beber chocolate caliente este invierno. Y, también, el juego de mesa de la emisión, ¡para disfrutar de noches culturales con tus amigos!
Recibes una taza blanca y dorada con el título de la emisión en una ovación de los espectadores, cada vez más alegres y dinámicos. Estos regalos te ayudan a relativizar un poco, un poquito, tu eliminación injustificada. Resulta que te sientes culpable, tienes la sensación de haber fallado a tu entorno. ¿Para qué sirvió el apoyo de tu familia, de tus amigas? ¿Para qué has hecho cuatro horas de tren? ¿Para qué has tenido que dormir en un hostal? ¿Todo esto, para qué? Una terrina de foie gras y una caja de chocolate Jeff de Bruges.
El resto de la emisión te parece súper largo. A pesar de ser eliminada, hace falta que te quedes hasta el final. No tienes ninguna idea del tiempo que llevas en el plató ni de la duración de la emisión. Tenías que dejar tu reloj con tu equipaje para evitar errores de continuidad. De todos modos, te habían avisado que el tiempo de grabación era más largo que el de difusión. Sabes que puedes ser grabada en cualquier momento. Por eso tienes una buena postura, pero tu mente está en otro lugar. Miras al equipo en la sombra, a los especialistas del sonido y de las luces. Hasta ahora nunca habías pensado en la vida de un microfonista encargado de la pértiga. ¿Quién piensa en el microfonista encargado de la pértiga? Es un chico guapo. A lo mejor tiene un nivel de cultura general muy alto por grabar tantas emisiones cada día. Imaginas que hay peor. Te parece injusto de que existan tan pocos humanos bajo los focos de luces en comparación con los muchos que contribuyen a iluminarlos.
Das una vuelta y empiezas a escanear al público. Todos son viejitos. Piensas que existen personas que, cada mañana, se despiertan, se visten, desayunan y dejan su casa para jugar a Simón dice con un animador, y reírse de sus bromas que, después de todo, no son divertidas. Crees que reciben dinero con eso o, por lo menos, esperas que tengan otro motivo para fingir ser feliz todos los días.
Hugo, el soltero nacional, ha sido eliminado por Sandrine. De hecho, la segunda ronda es más cruel que la primera. Si fallas una pregunta, tienes que elegir a un candidato que tiene que responder a otra pregunta. Si responde bien, la primera persona está eliminada, si responde mal, él mismo deja el partido. Te das cuenta de que ¿Quién quiere ser millonario? debería más bien nombrarse ¿Quién tiene más suerte para pretender ganar dinero? Así, la final la juegan Sandrine, la mamá nostálgica, y Eric, el hombre-cultura-general. Miras a Hugo, que está avergonzado por haber olvidado el nombre de la capital de Honduras, y le echas una sonrisa compasiva, pero, en el fondo, piensas que el karma golpeó a su fortuna después de haber presumido toda su sabiduría sobre los anillos olímpicos. Te responde con la misma cara apenada. Lleva en su atril una pequeña lámpara que cambia de color y que se puede conectar con bluetooth para poner música. Es bastante sofisticado, pero prefieres tu canasta de comida.
Ha habido un cambio en el plató. Los finalistas se ponen frente a frente. Disponen cada uno de sesenta segundos para responder correctamente a varias preguntas. Hasta que no encuentren la respuesta correcta, el tiempo del cronómetro seguirá corriendo. La tensión en el plató es tangible Se nota la concentración de Sandrine en su cara fruncida. Eric parece relajado, pero no eso desconcentrado. Crees que esta ronda se inscribió desde hace mucho tiempo en su rutina. Georges lanza el “top” y empieza a leer rápidamente las preguntas. La producción ha puesto en el fondo el sonido del segundero.
―¡Eric! ¿Cuál es el lugar más frío de la tierra?
―La Antártida.
―Bien. ¡Sandrine! ¿Quién escribió la Odisea?
―Homero.
―Correcto. ¡Eric! ¿Cómo se llama la capital de Mongolia?
―Ulán Bator.
―Muy bien. ¡Sandrine! ¿Cuál es el río más largo del mundo?
―El Nilo.
―¡No! El Amazonas. ¡Sandrine! ¿Qué cantidad de huesos tiene un adulto en su cuerpo?
―¿211?
―Falso, 206. ¡Sandrine! ¿Cuál es el tercer planeta en el sistema solar?
―Júpiter.
―¡Incorrecto! Es la Tierra. ¡Sandrine! ¿Con qué se fabricaba el pergamino?
―No lo sé.
―¡Con pieles de animales!
La cara de Sandrine se descompone a medida que el tiempo pasa. Sus ojos maternos se convierten en los de una niña que busca ayuda por todos lados. La miras y comparas su estado de pánico frente a la tranquilidad de Eric. No todo el mundo puede ser el campeón de ¿Quién quiere ser millonario? Piensas que, si fueses ella, sentirías también esta mezcla de miedo y de presión que impiden el cerebro reflexionar bien. Mientras piensas en lo que hubieras podido hacer, Sandrine sigue sin responder correctamente a todas las preguntas, y se acaba el tiempo.
―Ay, lo siento, Sandrine. ¡El campeón sigue campeón!
La cámara se acerca a la figura del hombre de gran sabiduría. El público nunca ha aplaudido tan fuerte, de tal manera que sospechas que han puesto una banda sonora de aplausos.
―¡Es la victoria número trescientos treinta y tres para Eric! ¡Cuatro mil euros añadidos al bote que se sube a más de cincuenta millones de euros!
Ves a Georges acercarse a Eric para abrazarlo. La sonrisa tímida del campeón deja aparecer algún diente. No sabes si actúa así por la costumbre de ganar o si existe de verdad gente tan tranquila. El Gran Georges da una vuelta hacia la cámara central y declara con soltura:
―Bueno, gente culta, nos vemos mañana para aprender nuevas cosas un poco más cada día. No olvides que tú ―levanta el dedo hacia el objetivo de la cámara― también puedes participar en la emisión e intentar ganar dinero gracias a tu conocimiento del mundo. Hasta mañana, ¡chao, chao!
Te extraña cómo el presentador se queda inmóvil después de su discurso de despedida. En serio, se ha quedado diez segundos congelado. Después de alguna reflexión, llegas a la conclusión de que debe de haber hecho esto para que el editor de montaje tenga alguna imagen de él a la hora de crear la última versión de la emisión.
Has regresado a casa y la vida sigue como si tu participación en el juego televisivo solo hubiese sido un paréntesis en tu vida. Pero el paréntesis se abre de nuevo hoy, este catorce de diciembre, dado que ha llegado el momento de verte en televisión. La emisión empieza dentro de cinco minutos, al mediodía. Llevas desde la cocina una bandeja con tu comida, el famoso foie gras de la canasta con pan y algunos dulces de Navidad, seguida de cerca por Fifú, interesado por el olor delicioso de tu plato. Desafortunadamente, tu madre está en la oficina trabajando, así que solo Fifú y tú vais a observar tu “estrellato televisivo”.
Enciendes la televisión y pones el segundo canal. Aparece el jingle del inicio de la emisión. Tu corazón late como cuando Georges te preguntó su número de válvulas. Aunque ha pasado un mes entre la grabación, te acuerdas de tu entrada triunfal, de la anécdota del microondas, de los aplausos del público, del microfonista encargado del micrófono, de todo. Examinas con más detalle la llegada del Gran Georges al plató, y confirmas que el efecto de cámaras lo hace parecer más alto de lo normal.
Eric acaba de responder correctamente al grito de Munch y ya sabes que ahora sigue tu aparición. Das golpecitos rápidos con la pierna izquierda mientras que Fifú babea en tu rodilla derecha, con los ojos puestos en las bolitas de carne.
―¡Mira, Fifú! ¡Soy yo! ―Giras la cabeza de tu compañero hacia la televisión, pero él no parece entender lo que pasa, solo está emocionado y contento porque estás emocionada y contenta― ¡Soy yo!
Entras en el plató. Toda Francia puede apreciar tus rizos morenos, tu maquillaje morado, tu tez impecable. Apareces en la pantalla corriendo con ligereza, saltando junto a la pata del enorme oso de peluche. Tu súper posadoestá sublimado por algunos efectos de estrellas añadidos en el momento del montaje. Agradeces mucho al editor y piensas que su trabajo en esta emisión no está mal. Te gusta la manera en que vuelve épica la situación con unos pocos detalles. Oyes la voz de Georges, y haces un silencio total:
―Alice, Alice en el país de las maravillas, ¡bienvenida! Vives en Auvergne, ¿verdad?
―Exacto.
A la hora de mirarte, no puedes borrar la sonrisa que tienes de verte del otro lado de la pantalla.
―Qué región maravillosa. He leído que alguna vez activaste la alarma de incendio de tu universidad, ¿qué ha pasado? ¿Estar lejos de tu remanso de paz conduce a la piromanía?
―Exacto.
¿Peeeerdón? Te ahogas con una tostada de pato. Te retractas de lo que dijiste sobre el editor. ¿Han duplicado tu réplica? ¿Cortaron tu anécdota del microondas? ¿De verdad? ¡Traición!
―Alice, Alice, tengo una pregunta para ti. ¿En qué fecha Al Capone organizó la matanza de Chicago en 1929? ¿El catorce de febrero? ¿O la otra respuesta?
―¿Cómo? ―exclamas en tu salón. Te levantas del puf de repente― ¡Cómo! ¿Y mis válvulas?
¿Y tus válvulas? Te enderezas en el puf. Es decir, ¿la producción decidió presentarte y mostrar tu fracaso antes de dar a conocer a los otros adversarios?
―La otra respuesta, Georges.
―¿Estás segura?
―Sí.
―Ay, ay, ay. No es correcto. ¡El catorce de febrero ocurrió la matanza de Chicago! Por la mañana encontraron a los cuerpos de siete miembros de una banda rival de Al Capone. ―Hacen un primer plano de tu cara, con focos rojos a medida que el presentador da algunas informaciones.
No te lo puedes creer. La luz roja se refleja en el color navideño de tu jersey. Tu momento en la emisión solo se reduce a cuatro frases, que, aún peor, no son frases sino conjuntos de palabras y una repetición maquinada de dos “exacto” fuera de lugar. La traición te parece aún más viciosa cuando te das cuenta de que la pantalla no muestran a los demás que figuraban a tus lados en la segunda ronda.
―¡Qué aspecto tengo! ―Te dejas caer sobre tu perro y lo abrazas muy fuerte― Fifú, es un desastre.
Sin embargo, la pantalla enseña la avalancha de regalos que has tenido. Aun así, apareces como la chica del pueblo más tonta de Francia y de Navarra. Te mueres de asombro en el sofá, detrás del puf, y envías un mensaje a tu madre para insultar con palabras muy bonitas ¿Quién quiere ser millonario? Sigues escuchando la emisión, pero ya no tiene importancia. Escribes a tu mamá que la emisión debería llamarse ¿Quién quiere desilusionarse? y pones un cojín sobre tu cabeza.
Te levantas de repente cuando te das cuenta de que Sandrine habla muchísimo sobre su vida en Córcega. Escuchas la canción Stay de Rihanna cuando aparecen los tres niños y la madre llorando. Tu ego se atropella al desempeñar el tópico de la joven bonita y tonta, pero te conformas con la idea de que una madre que llora porque extraña a sus tres niños merece más foco de luz que tu microondas ahumado.
Nunca vas a pensar en el San Valentín de la misma manera. Te levantas, miras hacia una cámara imaginaria, y declaras con la misma soltura que el Gran Georges:
―Ahora lo sabéis, queridos lectores. Es mejor que obsequiéis el Padrino a vuestra otra mitad en lugar de una rosa el catorce de febrero. Sabríais un poco más del tema. Tomad eso como un consejo de amiga.